Recientemente toda la prensa se ha hecho eco de que en los últimos exámenes para ser profesor de enseñanza secundaria un elevado porcentaje de aspirantes suspendió por acumular una inadmisible cantidad de faltas de ortografía. ¿De qué os extrañáis? Habéis transigido con que os roben la cultura, la convicción de que hay que esforzarse, estudiando, a veces, cosas que no te tienen que gustar del todo.
Recibí mi formación académica, primero, en una aldea de 300 habitantes, Peñarrubia, escondida en las estribaciones de la Sierra del Segura y, luego, en la cabecera de municipio, Elche de la Sierra, una población de unas 4.000 almas. Eran los años 70 y principios de los 80 cuando me ofrendaron la médula de mi aprendizaje. Al inicio, en una escuela unitaria, donde mi Maestro, fajándose como un héroe sin capa ni galones, nos enseñó a más de 30 niños, mezclados todos juntos desde los 6 hasta los 14 años. Él sembró mi amor por la lectura, por la lengua, por nuestra historia. Con su magisterio consiguió que, al trasladarse mi familia al pueblo y tener que ir yo al colegio público, no se notara que venía de una escuela de aldea. Fue él quien me inculcó el valor del esfuerzo y, junto con mi Magister Raimundo, inductor de mi pasión hacia lo grecolatino, el responsable de que decidiera dedicarme a la docencia.
Mis maestros del colegio y del instituto públicos de aquellos lares remotos me regalaron una formación tan sólida que, cuando tuvimos que marchar a la capital para completar estudios superiores, pude competir con los demás en igualdad de condiciones y usar lo que me enseñaron como pilar maestro en mi carrera universitaria.
Y detrás de mis maestros, mi familia, la cual, siendo consciente de la modestia de sus orígenes y lo muy limitado de sus recursos, me inculcó que ella sólo podía facilitarme unos estudios. Tendríamos que ser mis hermanos y yo los que nos abriéramos camino a base de hincar los codos, de un continuo sacrificio colmado de renuncias y penurias.
Mis docentes lograron no sólo que sintiera veneración por nuestros clásicos de la literatura y que supiera expresarme con corrección, sino que lo hiciera sin faltas de ortografía. Llevo 29 años batiéndome el cobre en aulas de institutos públicos, repartidos desde las costas de Lugo hasta la huerta murciana, pasando por las marismas onubenses. Cuando empecé mi magisterio en tierras cantábricas dando clase a alumnos de los tristemente extintos BUP y COU, mis estudiantes apenas cometían faltas de ortografía, sabían expresarse aceptablemente y mantenían una más que razonable comprensión lectora.
A principios de los años 90 un Gobierno socialista perpetró el primer ataque de la Democracia contra la educación con la implantación de la LOGSE, una ley pergeñada en despachos por fulanos que o no habían pisado en su vida un aula pública o que, tras haberlo hecho, habían decidido desertar de la tiza y ganarse las habichuelas dando cursillos vacuos a los que debían llevar a cabo las veleidades que se les ocurrían a estos pseudopedagogos de ocho al cuarto. Desde entonces he sufrido varias leyes educativas, cada cual más perniciosa, hasta llegar al íncubo de la LOMCE, la peor legislación jamás parida, dictada por un PP que no ocultaba que quería aniquilar la educación pública y convertir a los alumnos en mano de obra barata y semianalfabeta, y a los profesores en grises burócratas de manguito en ristre, asfixiados a fuerza de obligarles a rellenar toneladas de documentos inútiles y vacuos.
Los ideadores de este embate a la educación deberían haber sido declarados culpables de lesa humanidad por haber atentado contra la enseñanza, una de las columnas sobre las que ha de pivotar una nación más justa y democrática. Tipejos como Solana, Maravall, Marchesi o Coll y, sobre todo, un tal Wert deberían haber sido condenados al ostracismo o a picar piedra en el Tártaro durante toda la eternidad por estos desmanes. Al contrario: Solana acabó su vida política en Europa entre loores de sus cómplices en el educacidio, a Wert le pusieron un piso en París para que viviera a cuerpo de rey con su churri y la actual ministra de educación, socialista para más inri, amenaza con volver a contar con Marchesi para la enésima reforma educativa, perpetrada otra vez de espaldas a los que de verdad saben de educación: los profesores. Todo ello es síntoma de una sociedad que se ha perdido el respeto a sí misma y que ha puesto la formación en manos de charlatanes o buitres que quieren hacer negocio con ella.
En mis primeros años de docencia me ufanaba de no cometer faltas de ortografía. Tras más de 20 lidiando con alumnos fruto de la LOGSE y familia, me descubro, horrorizado, cometiendo cantidad intolerable de faltas. Tantas veces he visto palabras mal escritas por mis pobres estudiantes, víctimas de los infames políticos que les han hurtado su instrucción, que han conseguido hacerme dudar y olvidar lo que con tanto empeño me enseñaron mis maestros.
Desde bebés anestesiáis a vuestros hijos poniéndoles una pantalla delante para que coman sin saber lo que están comiendo u os dejen tranquilos tras llegar a casa extenuados después de una irracional jornada laboral. Delegáis su educación, primero, en dispositivos electrónicos y, después, en sus maestros. Olvidáis que los maestros tienen bastante con educar a sus propios vástagos; que ellos, que sólo pasan unas pocas horas con vuestros hijos, están ahí para acompañarlos en su enseñanza; que la educación y los principales ejemplos y valores se los habéis de inculcar vosotros.
Habéis consentido que os impongan unos horarios de trabajo que os obligan a no pasar la mayor parte del día con los vuestros y que lleguéis a casa sin ganas de leer un libro con ellos, contarles un cuento o escucharlos con la atención que merecen. Fruto de esto, habéis convertido a vuestros infortunados descendientes en pequeños sátrapas, apáticos y abúlicos que o tiemblan como suflés o, sin más, se niegan a trabajar cuando sus docentes intentan implicarlos en su propia formación.
Os habéis callado, cómplices, cuando os han convencido de que sólo hay que estudiar cosas útiles (¿útiles, para quién? Para unas élites extractivas y siniestras que os quieren zafios y acomodaticios), dejando abandonadas, así, las Humanidades, aquello que durante siglos ha intentado hacer más humana y racional a la progenie de Prometeo.
Habéis dado el placet a que destierren la filosofía de vuestra sociedad, arramblando con los sabios que debían acompañaros en vuestra cotidianeidad. De este modo, habéis olvidado que ya Platón dijo en el siglo IV a.C.:
«Cuando los padres se acostumbran a dejar hacer a sus hijos; cuando los hijos ya no toman en cuenta lo que aquellos dicen; cuando los maestros tiemblan ante sus alumnos y prefieren adularlos; cuando, finalmente, los jóvenes desprecian las leyes, porque ya no admiten por encima de ellos la autoridad de nada ni de nadie, es el principio de la tiranía y el fin de la pedagogía»
Atribuido a Sócrates por Platón (La República, Libro VIII)
En vez de respetar a los maestros como aliados en el desarrollo intelectual de vuestra estirpe, os atrevéis a criticarlos en grupos de guasap, a cuestionar sus decisiones o a amenazar con una huelga porque ponen demasiados deberes. Habéis perdido el respeto a los enseñantes y, lo que es peor, incitado a que vuestros hijos se lo pierdan. Habéis olvidado que detrás de los mejores y más afamados profesionales de la actualidad ha habido un maestro que sembró en él su deseo por ser quien es.
Habéis transigido con una sociedad donde el 40% de la población confiesa sin sonrojo que no lee un libro al año, que convierte a la prensa deportiva en la más leída, que acepta cuales necios brutos la basura que oscuras páginas vomitan en las redes sociales y admite como verdaderas noticias cuajadas de bilis, sin tomarse la molestia de contrastar esta información en otras fuentes más fiables. Os engañan y manipulan de esta manera al igual que a inocentes pipiolos.
Habéis convertido en modelos de vida a delincuentes convictos: a Cristiano Ronaldo y a Messi, sin parecer importaros el gravísimo perjuicio para la caja de todos que hicieron con su triquiñuelas fiscales. Habéis favorecido que lleven décadas viviendo sin dar golpe menganas como Chaboli o Belén Esteban, cuyo único mérito sabido fue ser la coima de un torero, a quien le tiraban bragas en la plaza de toros. Incluso hacéis cola para que la zutana os firme un ejemplar cuando consigue que un infeliz le escriba un libro con su nombre. Habéis dejado que vuestros hijos sean adictos de programas basureros como Cágame de Luxe o Gran Hermano, en el que una caterva de mandriles en celo, de ambos sexos, no paran de defecar idioteces, con la única intención de vivir sin dar golpe el resto de su existencia, a costa enteramente vuestra.
Habéis disculpado que os roben las Humanidades, que vuestra juventud salga de los centros de enseñanza sin haber leído a Homero o a Virgilio, sin saber qué le debemos a Grecia o a Roma, sin darse cuenta de que hablan griego al decir análisis, diagnóstico, física, democracia, colonoscopia o megas. Calláis cuando detectáis que vuestros hijos no entienden lo que leen o reniegan al tener que escribir algo más largo que un comentario en Instagram.
Aceptasteis, míseros, que se extirparan el latín y el griego de la enseñanza, ignorantes de que estas lenguas reforzaban, precisamente, las competencias lingüísticas y de comprensión que tanto echáis de menos en los aspirantes a profesores. De que ambas robustecían la lengua, el pensamiento y la formación ética y humana de los vuestros.
Sois capaces de leer un tocho de más que discutible calidad como la saga del fulano Grey, tan sólo porque tiene escenas eróticas y de lujo desbocado, pero podéis pasar la vida sin haber puesto vuestros ojos en La Regenta o en cualquiera de las obras de Pérez Galdós o Delibes. Y no se os cae la cara de vergüenza.
Os da igual que vuestra mocedad reniegue de leer El Quijote y que los ineptos gestores educativos hayan conseguido que muchos ya no lo entiendan y lo consideren un rollazo. Habéis picado como memos con la estafa del jilipollabilingüísmo y creído que los niños iban a ser capaces de saber la materia que les enseñan en una lengua extranjera y, encima, más inglés. Como padre, he sufrido lo que ha significado para mi hijo menor este timo: no paraba de quejarse de que ni aprendía más inglés ni francés, sino que tampoco nada de las materias que presuntamente le daban en estos idiomas. Tuvo que ser él quien estudiara estas asignaturas por su cuenta, usando los libros de su hermano mayor, todos en español.
Habéis consentido que se os hurte vuestra lengua, vuestra esencia, mediterránea hasta hace poco, tan sólo para convertiros en patéticos clones de lo peor de la cultura yanqui, en un rebaño consumista compulsivo que únicamente bala cuando le ponen una pantalla con un partido de fútbol o con un programa de cotilleos. Traicionáis vuestra raigambre aceptando barbarismos como “jalogüin” a la vez que despreciáis las tradiciones de vuestros ancestros. Aporreáis el español usando selfie en vez de autorretrato y mil extranjerismos más, haciendo no sólo que no mejore vuestro inglés, sino que cada vez escribáis peor el español, vuestra madre lengua.
¿Os quejáis de que los futuros profesores no sepan redactar sin faltas de ortografía? ¿Habéis reflexionado qué parte de culpa tenéis vosotros al haber consentido que os roben la educación? ¿Veis normal que, según la vigente LOMCE, un alumno pueda acabar la ESO con dos asignaturas suspensas? ¿No os escandalizáis cuando la actual ministra amenaza con hacer lo mismo en el bachillerato? ¿Os pensáis que las criaturas son tontas y se van a esforzar si saben que van a titular si dejan de estudiar unas materias? ¿Os dejaríais operar por un médico al que le hubieran suspendido anatomía? ¿Cruzaríais un puente diseñado por un ingeniero suspenso en física?
Tenéis la educación que, hoy por hoy, merecéis, porque habéis disculpado los despropósitos hasta aquí expuestos. En vuestra mano está cambiar esta situación, obligando, en primer lugar, a los políticos a apartar sus pútridas manos de la nueva reforma educativa y encomendando ésta a los que de verdad se forjan día a día en las aulas públicas: profesores y padres implicados; no a desertores de la docencia real y charlatanes varios, que se atreven a dar lecciones desde despachos o pantallas de vídeo sin tener ni pajolera idea de la cruda realidad de la educación a pie de tiza.
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