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Aún quedan crepúsculos para Dionisia García - Zenda
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Aún quedan crepúsculos para Dionisia García

Fotos:  Noelia Illán Atardece despacio es, por cierto, el nombre que ha dado a su obra completa, recopilada hace justo un año en Renacimiento, y que suma más de 600 páginas de obra lírica divida en 13 títulos y un buen puñado de inéditos. Su nombre es Dionisia García, y uno lo pronuncia y se imagina...

Fotos:  Noelia Illán

Para ella atardece cada vez más despacio. A sus casi 90 años parece haber conjurado la palabra para que el tiempo, que reconoce que ya se le escapa, pase lento, un sortilegio que le permite seguir trabajando cada día en sus poemas, en sus diarios, en sus aforismos… pero también algo más importante: disfrutar de la familia, celebrar la amistad y recordarse, continuamente, que somos pasado.

"Su nombre es Dionisia García, y uno lo pronuncia y se imagina el mar en calma, el sol derramado sobre algún desierto"

Atardece despacio es, por cierto, el nombre que ha dado a su obra completa, recopilada hace justo un año en Renacimiento, y que suma más de 600 páginas de obra lírica divida en 13 títulos y un buen puñado de inéditos. Su nombre es Dionisia García, y uno lo pronuncia y se imagina el mar en calma, el sol derramado sobre algún desierto.

En 1929 nació en Fuente Álamo (Albacete) con destino de poeta. Así lo escribe Juana Castro en el volumen de Renacimiento: “La obra de Dionisia es un don”, confiriéndole a García un bien natural, un instinto vital, una cadencia inevitable hacia la voz propia. “Cronista del mundo, del dolor y la belleza, de lo hermoso y las injusticias, del amor y la muerte. Cantora de la naturaleza, de árboles y pájaros, de ramas y de flores, del mar y las colinas, de insectos y rebaños y trigales. Y hacia todo lo humano y los objetos dirige su mirada”, añade la también escritora. Algo que la propia Dionisia refrenda con sus versos:

Cabecean los árboles,

inclinan sus poderosos verdes,

y sobre la ciudad

se extiende una cortina

de agua desamparada.

Ni un alma en el paseo

poblado por la tarde

de personas dispuestas

junto a los veladores.

 

El día finaliza

con la lluvia de domingo,

que parece acortar

nuestros festivos sueños

y descompone la decaída luz

de las últimas horas.

 

Aquí, en los interiores,

acompaña el silencio.

Los objetos parecen fatigados.

Es, ella misma lo dice a menudo, “una de las pocas que quedan de los 50”, aunque no fue, como alguno de sus compañeros de generación —es fácil pensar en el Versos a Carlos Barral, de Jaime Gil de Biedma—, una poeta precoz. Su primer libro, El vaho de los espejos, apareció, con prólogo de Miguel Espinosa, en 1976. En esa fecha la poeta cumplía 47 años. Pese a escribir “unos poemas dulzones en la adolescencia” y una obra de teatro, que no conserva, en tiempos anteriores, es con ese El vaho de los espejos, cuando se demuestra poseedora de una particular forma de decir que, “lejos de intentar artificios diferentes en cada nuevo título, ha sido fiel a unos parámetros concretos, con una línea continua en la que ha ido creciendo líricamente y sin fisuras”, explica Isabelle G. Molina, responsable del Aula de Poesía de la Universidad de Murcia y amiga de la escritora.

"El íntimo encuentro con Dios y un amplio panorama de sentimientos propios son barro de modelar para Dionisia García"

Poeta. Esa es la palabra que mejor define a esta mujer menuda, de rostro amable y trato delicado, coqueta, sabia, sensitiva, cordial. En su casa, situada en el centro de la ciudad de Murcia, recibe a amigos, escritores y discípulos a los que invita a sentarse en el sillón que años atrás ocupara el que fue su primer maestro. El narrador Miguel Espinosa y Dionisia García pasaban las tardes buscando las distintas oquedades a unas y otras palabras. Es fácil imaginarlos, en esa deliciosa sala con cascadas de libros, agotándole las horas a la tarde mientras se zambullían en diccionarios, sinónimos, expresiones y significados… Todo ello para pulir el lenguaje, tratar de rozar el decir exacto, la palabra perfecta para la imagen evocada. Y así fue creciendo en ella el germen de lo ya implantado por derecho: el ritmo lírico, el pulso de los versos.

Allí, en ese espacio sagrado, en ese locus amoenus, es donde acuden muchas personas amantes de su obra que se le acercan, que se dejan abrazar por su conocimiento humanista, por su sabiduría anciana, para escucharle decir cosas como esta: “No se puede escribir sobre lo inmediato; es en ese recuerdo que permanece y que regresa para convertirse en una nueva realidad donde está el poema”. Como en Aquellas noches:

Cuando en el automóvil paso las avenidas

farolas y semáforos entrecruzan colores

evocando las fiestas pueblerinas, disfrute

de unos años que ya parecen sueños.

 

Aquellas noches de brillos y cinturas,

por la gracia del baile y el resplandor de los rostros,

han salido al encuentro en los días de hoy, no desdeñados,

porque vivir es siempre una alegría, un don del cielo,

al que a veces acude la desdicha,

pero también la luz convive con las sombras

y una sonrisa rompe el gesto más amargo.

Dar vida a la vida

La propia vida, la experiencia biográfica, la reflexión desde el recuerdo, el sentir ético con el que la definió el catedrático Díez de Revenga, el íntimo encuentro con Dios y un amplio panorama de sentimientos propios son barro de modelar para Dionisia García, materiales con los que la escritora concibe una obra que no es más que una extensión natural de su propia experiencia.

"Dionisia es una cuerda elástica entre la vida (real) y la vida (poética)"

El hispanista W. Michael Mudrovic escribió, en un estudio introductorio de la antología Cordialmente suya (Renacimiento, 2008), que “muchos de los poemas de la autora parten de la experiencia cotidiana que va adquiriendo proporciones simbólicas y, a menudo, metapoéticas”. Una obra que se puede ramificar en tres grandes temas: el tiempo y su indetenible plazo, la intención firme de apreciar la belleza de lo simple y el acto creativo, el amor condicional por el hecho poético, por la composición lírica. Así, Dionisia García es una cuerda elástica entre la vida (real) y la vida (poética) y, con la fuerza otorgada por algún tipo de ser de luz, unifica ambos mundos, los vuelve uno.

Por eso Dionisia se entrega, desde siempre y también en esta última etapa, a la literatura: el placer de escribir es un acto de amor; y también una moral”. Y se lo toma en serio. Trabaja cada día, horas y horas, y hasta se lleva las últimas notas a la cama —“a mi marido no le importa”, dice— porque escribir, como estar en la Tierra, exige también responsabilidades: “No es una cosa para tomársela a la ligera, sino para centrarte y ver qué es lo que estás haciendo, porque lo que estás haciendo lo vas a depositar en la mesa del mundo”.

"Sales a la calle, miras al cielo y lo ves: el crepúsculo es más lento, atardece más despacio"

¿A qué mundo, Dionisia, deja usted sus obras? La poeta habla del futuro con esperanza, pero también con la firme certeza de que en las manos de sus nietos —que por prolongación son las de los hijos de los hijos de todos— vive la necesidad de cambiar algunas cosas que hoy no funcionan y que amenazan con acabar con todo. Su arma, pues sigue luciendo un destello de batalla en sus gestos, es la cultura: “El ser humano actúa de otra manera si está preparado, si es capaz de pensar”, decía hace escasos meses en una charla sobre el futuro con su amiga en las letras, Aurora Saura. Y también lo dicen muchos de sus versos, como estos escogidos al azar de su archivo inédito: “Desecharon la nada / con sosiego en la búsqueda, / por el largo camino esperanzado / de encontrar, algún día, ese grano de luz”. E invita a las nuevas generaciones, a las que parece decir: no dejéis de buscar, que se encienda en vuestros ojos el fulgor de la duda, interrogaos, sed libres, apreciad lo bello, el instante, amad el mundo, al otro y la palabra. Es fácil sentir su voz pronunciando estas frases u otras parecidas, qué más da; su verdadero testamento es obra literaria y ya es perpetuo. Respira en las estanterías.

“No salgas, Dionisia, ya nos vamos, no esperes en la puerta”, se le dice a la escritora cuando, tras la visita, insiste en acompañar a los invitados al ascensor. “Sí, lo hago, porque hay que celebrar la amistad, y todo lo demás es literatura”, dice, pícara, con una sonrisa amable. Y allí se queda, con su mirada de poeta, con sus manos de poeta saludando, con su perfil de autora, de mujer, de alma que palpita sobre la Tierra, de Dionsia García, la poeta, la amiga. Y sus versos bajan contigo en el ascensor: “Incansable, la vida. / Tanto mundo no cabe en un poema”.

Sales a la calle, miras al cielo y lo ves: el crepúsculo es más lento, atardece más despacio.

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Daniel J. Rodríguez

Daniel J. Rodríguez (Murcia, 1992) es periodista graduado por la Universidad de Murcia con un trabajo final dedicado a definir el 'género' de entrevista narrativa. Actualmente trabaja como community manager para, entre otras, la Universidad de Murcia. Ha codirigido la revista de poesia La Galla Ciencia, donde también publicaba entrevistas de personalidad. Ha sido redactor del área de cultura del diario regional La Opinión de Murcia. @DanielJRguez

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