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Bajo la luz, el cepo, poemas de Olalla Castro - Zenda
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Bajo la luz, el cepo, poemas de Olalla Castro

Olalla Castro es editora y autora de la antología Ocho paisajes, nueve poetas (Dauro, 2009), y ha escrito los poemarios La vida en los ramajes (Devenir, 2013) y Los sonidos del barro (Aguaclara, 2016). En septiembre de 2018 ganó el XXII Premio Internacional de Poesía «Antonio Machado en Baeza» con la obra Bajo la luz, el...

Olalla Castro es editora y autora de la antología Ocho paisajes, nueve poetas (Dauro, 2009), y ha escrito los poemarios La vida en los ramajes (Devenir, 2013) y Los sonidos del barro (Aguaclara, 2016). En septiembre de 2018 ganó el XXII Premio Internacional de Poesía «Antonio Machado en Baeza» con la obra Bajo la luz, el cepo. A continuación reproduzco una selección de esos poemas de Olalla Castro. 

 

I

Era tan grande aquella sed de blanco.
Ansiábamos el hielo y sus destellos,
el deslumbre punzante de la escarcha.
Bajo su resplandor, fundar el mundo.
Soñábamos con ir siempre más lejos,
con ser los primeros en pisar esa nieve.
Una luz oblicua alargó nuestras sombras
y extraviamos la escala.
Nos creímos gigantes.
Corrimos hacia el brillo
de la única forma en que sabemos
correr hacia las cosas:
con una red pequeña entre las manos
y un arpón escondido en la garganta.
Agarramos el hielo con nuestras manos tibias.
Lo agarramos
hasta que todo lo que brillaba se deshizo.

II

Desde que salimos de Greenhithe
siento este iceberg pegado a las palabras.
De lo que pienso se desprende la nieve
que rueda cuerpo abajo y golpea mis pies
antes de amontonarse al filo de la cama.
Tengo miedo.
Pensamientos dentados
nadan a mi alrededor trazando círculos
cuando llega la noche.
Puedo ver asomarse sus aletas.
Hay algo cuarteado
en la mirada triunfal del capitán Franklin,
algo en el optimismo de la tripulación
que hace aguas.
Los buques en los que avanzamos
dibujan sombras gigantes en la escarcha.
En esta tierra
donde nadie pronuncia la palabra progreso
nuestros barcos son un par
de criaturas monstruosas
que navegan muy juntas:
dos ballenas
con estómagos repletos de personas
que a su paso abren rendijas en el hielo.
Somos solo estos monstruos
que parten en dos un mundo que tirita
y lo dejan atrás, como si nada.

III

Me mantienen viva unos paños de tela:
los mismos bajo los que aprieto mis pechos
para guardar el secreto
de sus formas convexas.
Mi nombre no es John sino Virginia.
Si alguien llegase a pronunciarlo
mi cuerpo jironado acabaría bailando
sobre un trozo de hielo,
después de pasar de mano en mano.
Con el cabello muy corto,
engolo la voz cuando digo “A la orden”
y, llegado el momento del licor y los naipes,
me retiro a un rincón
y remuevo en silencio mi cautela.
He buscado en los ojos de los otros
pedazos de mi miedo, en vano.
Estoy sola aquí.
De noche, oigo el hielo romperse
mientras los marineros fuman
y me untan con su risa pegajosa.
Oigo el hielo romperse y me pregunto
cuánto tardará este mundo agrietado
en urdir contra nosotros su venganza.

IV

Llevamos con nosotros el sello
de nuestra civilización tan avanzada:
20 jarras de cristal y 2 vajillas;
300 pañuelos (de seda, cómo no)
y 5 relojes de bolsillo;
24 toneladas de carne,
2 de tabaco, 35 de harina;
20000 litros de sopa,
8000 de licor y 1200 libros.
Leo a Dickens
mientras los hombres beben
y sueltan sus bravatas.
Dos borrachos pelean en cubierta.
Oigo los puños golpeando la carne
y los vítores entusiastas de quienes miran.
Sé que alguien los separará
justo antes de que puedan matarse
y cada cual volverá a su camarote.
Quedará la sangre sobre el suelo,
la maraña de hilos rojos
que rodaron del labio a la madera.
Esta mancha es lo que somos:
la delicada porcelana
que vinimos a mostrar a los salvajes.

V

Hace días, nuestros barcos
quedaron atrapados en el hielo.
Decidimos abandonarlos
y dirigirnos hacia el sur,
buscando una salida
a este laberinto que deslumbra.
Ahora devoramos con avidez
las latas de conserva
y seguimos andando.
El viento nos sacude.
Recibimos disparos de escarcha en pleno rostro
y hablamos con la lengua entumecida.
Anoche enterramos en la nieve
los primeros cadáveres.
Pude ver la verdad
en los ojos redondos de los muertos,
como en la bola de cristal de un adivino:
aquello que nos mantiene vivos
nos está envenenando.
Lo mismo que nos mata nos sirve de alimento.
Ese es el castigo
que esta tierra eligió para nosotros

—————————————

Autor: Olalla Castro. Título: Bajo la luz, el cepo. Editorial: Hiperión.

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Laura di Verso

Leo poesía, con o sin rima. Y me gusta que me cuenten cuentos. Frecuento las redes, poco, desde marzo de 2020, como @lauradiverso.

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