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Finalistas del concurso de poesía de otoño - Zenda
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Finalistas del concurso de poesía de otoño

Más de mil poemas han participado en el concurso de poesía de otoño, organizado por Zenda y patrocinado por Iberdrola, que cuenta con un jurado formado por los poetas José Manuel Caballero Bonald, Ana Merino, Alicia Aza y Antonio Lucas, con Miguel Munárriz como secretario, y una dotación de 3.000 euros. Para participar había que enviar...

Más de mil poemas han participado en el concurso de poesía de otoño, organizado por Zenda y patrocinado por Iberdrola, que cuenta con un jurado formado por los poetas José Manuel Caballero Bonald, Ana Merino, Alicia Aza y Antonio Lucas, con Miguel Munárriz como secretario, y una dotación de 3.000 euros.

Para participar había que enviar poemas en nuestro foro, en El Club de los Poetas Vivos, entre miércoles 3 de octubre y el domingo 21 de octubre. Este jueves, 25 de octubre, anunciaremos los nombres del ganador, que recibirá 2.000 euros, y del finalista, que recibirá 1.000 euros.

El orden de esta selección es aleatorio. Bajo estas líneas reproducimos los diez poemas seleccionadas. Al resto de las poemas se puede acceder a través de nuestro foro. Gracias a todos por participar.

 

1

Antes que el tiempo

Laura Mastracchio 

Antes de que el tiempo nos escarche,
vení, seamos el fuego que nos queda.

Dejémonos arder en gozoso simulacro,
en honor de tu nombre y el mío,
y sean nuestras manos
y nuestros pies, regio fulgor
de entrelazadas raíces.
Bebámonos con ojos cerrados
esta vid que tiempo atrás
nos tiñó la boca, y brindemos
rozando el cáliz de la ternura.

Seamos el otoño que nos queda,
ciclo vacío de nido y de crías,
y abracémonos al recordar el vuelo
de aquel par de pájaros migrantes.
La vida aún nos convoca, vení,
desnudémonos la dicha,
y sean nuestros labios
y nuestros caminos, íntimo sentir
de entretejidos universos.

Antes de que el tiempo nos escarche,
vení, seamos el fuego que nos queda.

***

2.

La gran belleza

José Martínez Ros

Then let you reach your hat and go

HART CRANE

No es la continuidad

del deseo y la sangre

bajo las grandes máquinas celestes

No es la lluvia que arrastra

sin cesar patrias, nombres, cosas muertas

hacia los muladares del olvido.

No es la luna sobre el mar

de un otoño perdido y reencontrado

(largamente perdido, apenas reencontrado

en ciertos lapsus, éxtasis y ausencias)

No es la noche del sur

posada en nuestros cuerpos insensibles,

guiándonos a través del laberinto

de espejos y mentiras que una vez

se extendió hasta los límites del mundo.

No es la erosión del sueño, la aspereza

 de los párpados, el sabor a ruina

y a humillación en todas esas bocas,

ni el temblor presentido tras las voces

llenas de oro, veneno y sordidez.

Ni siquiera es tu imagen en la distancia

-remota, inalcanzable, demolida-

la que hace que me vaya de la fiesta, hacia la oscuridad.

No, no es la noche espesa de ficciones

la que me hace escapar de mis recuerdos

sin avisar a nadie ni anhelar despedidas

cargadas de nostalgias espectrales

según fórmulas huecas que parecen

dictadas por el miedo a la soledad próxima

 y el filo tan violento de los años

ciegos, indiferentes, que no hemos compartido.

No, no es por nada de eso:

                                            se trata del amor

y de la corrupción.

                                  Se trata de la magia

y del oscuro hedor de la memoria:                  

así puedo explicar el sentimiento

de abrazar una sombra, la belleza absoluta

que dejamos atrás, el humo del pasado

cada vez más distante en la noche del sur.

***

3.

Otoño desterrado

Xavi Ballester

Un día más, el sol arde en el cielo.
Sin embargo, incrustadas en las manos,
las pantallas azules
nos dictan que hoy
habrá nubes. El otoño
ha llegado, aseveran todas:
exactamente a las 03.54 de la noche,
hora peninsular española.
Todas, azules.
Todas, planas.
Todas, lo mismo.
Pero el otoño no está, el otoño
ha sido desterrado.
¿Quién ha barrido las hojas
antes de que nadie las pise?
¿Dónde se han ido las nubes?
¿Cuándo caerá
esta lluvia sin lluvia?
Extiendo los brazos, abro
las manos, miro
arriba.
Pero nada.
Ellas, todas, insisten: me quedan 89 días y 20 horas
de otoño para encontrarlo.
Todas, azules.
Todas, planas.
Todas, lo mismo.
¿A quién creer?
Nuestros ojos ya no sirven para nada.
Nos engañan. Pero ¿quién?
¿Quién nos engaña?
El otoño vive allí, en aquel ningún lugar,
solo, vacío,
lejos de nosotros.
Allí donde las pantallas.

***

4.

Ladrones

Pablo García-Inés

La alfombra marrón vuelve a ser verde,
por orden de un señor civilizado.
Yo miro, sentado en el frío,
y ellos barren.
Recogen hojas en bolsas de basura
como muestra del desprecio humano
al paisaje impuesto
por las estaciones.
Qué sabrá el otoño de elegancia,
qué sabrán los vientos
de adornar los parques.
El orden del caos es peligroso,
la libertad de los gorriones se contagia.
Limpian los barrenderos
el color a muerte de las calles,
duele a los ojos de los niños
el espectáculo sin trampas
que es la vida.
Aquí el verano se vuelve Navidad de pronto
por miedo a la pausa
y por orden del mercado.
¡El otoño no existe!
No piensen, no pregunten, no preparen la leña del invierno,
no miren la tierra gritándonos basta,
¡el otoño no existe!
no paren, no paren, no paren,
¡qué descansen los vagos!!
Aquí hay primaveras para todos,
veranos para todos,
inviernos con churros y regalos.
Visten con luces rojas
los cuerpos desnudos de los árboles.
Que no duela la nostalgia
del abrigo de hojas,
pues la nostalgia es la antítesis del éxtasis
y es el éxtasis engranaje del derroche humano.
No hay tregua
después de la cosecha,
no hay campos
vacíos
reposando.
No hay frenos
aunque el abismo
se aproxime,
no hay tiempo
para perder la inercia.
Si para de girar, cae la peonza,
le pasa por encima la estampida,
todos corren y tú no serás menos,
todo crece y menguar es el fracaso,
y los fracasados observan
(lo sabemos todos)
desde fuera el espectáculo,
acribillados por nostalgias, resacas, cicatrices.
Si no corres ella vuela hacia otros brazos.
¡Avance! ¡progreso! ¡civilización! ¡tecnología!
Hojas muertas en bolsas de basura…
Camina el leñador con las manos vacías
a comprar estufas y vino de garrafa.
¡Qué crezca el consumo, el tráfico, el ego!
¡Arriba! ¡arriba! ¡arriba!
¡Crezca el PIB y los tomates!
No hay ciclos, no hay pausas, no hay tregua,
no hay caminos circulares,
solo flechas apuntando al cielo.
¡Mirar al suelo es de cobardes!
Escribo
               “silencio”
                              donde debiera
                                                            habitar
                                                                          un espacio
                                                                                                vacío.
Yo miro.
Ellos barren.
Acabo mi cerveza
tirito
grito
¡ladrones!
devuélvanme el paisaje…

***

5.

Letanía

Javier Bozalongo

Pero si voy al oriente, no

está allí. Si voy al occidente,

tampoco lo encuentro,

JOB, 23:8

De repente ante ti

un paisaje nevado,

una tierra anegada,

un muro vertical,

un mar bravío,

un camino imposible,

un otoño demasiado temprano.

No hay valor suficiente para calzar las botas

que te alejen del miedo,

no hay refugio, no hay puentes.

Nadie sigue la ruta que el destino trazó.

Si miras a los lados nadie avanza contigo:

esperan a que amaine,

esperan que descubras un atajo,

esperan que les guíes hacia el norte,

que tú seas la sombra,

que tú seas el agua,

que seas alimento y domicilio.

Y tú avanzas con calma,

ocultas el cansancio

y sonríes tranquilo sin dejar traslucir

que perdiste la brújula,

que te guía la inercia de estar vivo,

que conoces oriente y occidente

pero ignoras el rumbo de tu mano derecha

y es el azar quien manda sobre tu mano izquierda.

Y miras hacia atrás

sabiendo que ya nunca volverás al principio,

y te paras, y gritas, y te quedas callado,

y avanzas en silencio,

y buscas compañía, buscas ruido

porque en el ruido está la salvación:

te aísla, te dispersa, te aleja de ti mismo,

conjura tus temores, te atempera,

te calma y te sacude al mismo tiempo.

Levantándote, brindas

por esa intimidad de cartón piedra

que te hace semejante a tantos otros,

y aunque haga frío sales a fumar,

y el humo se confunde con el vapor que exhalas,

y te marchas pensando en quién será el primero

que note que te has ido sin recoger tu abrigo.

*** 

6.

Próxima estación: black friday

Cristina Gutiérrez Valencia 

Ya es otoño en el filo
ingente de tu rostro, tu risa
(turba de nocturnas aves
saturnales) amarillea
melancólica, y la hoja
afilada de su vuelo
marchita el labio romo.
La acedia de tu cuello ladeado,
la mano en la mejilla,
la bilis negra, los humores
cambiantes del solsticio
incitan al sosiego
de la teletienda
y al salvaje, inofensivo,
liberalismo de salón.
Durero te hubiera grabado
con la tablet:
Melencolia II.
Bienvenido al renacimiento
de este anual trasbordo
de nostalgias. El eterno
retorno de lo mismo
-la otoñal tristeza sin causa-
porta ahora la máscara
del consumo.

Caen las hojas. Añadir al carrito.

***

7.

Homenaje a José Hierro

Óscar Sánchez Alonso

Cuánto nunca, Pepe, sin ti y sin tu poesía[1].
Lástima grande que haya sido verdad…
que te nos fuiste[2].
Ahora resta que no sea cierto.
Solo cabe que haya un error.

José Hierro, natural de España,
aunque de nacionalidad poeta[3],
ha fallecido el sábado,
21 de diciembre,
a consecuencia de una cotidianidad[4].

Él, José Hierro, un hombre como hay pocos,
tendido aquella tarde en su cama[5],
volvió a nombrar la realidad[6]:
el sueño y la vigilia, la Alucinación y lo tangible.
Dimensiones todas ellas tan reales.

A José Hierro, sí, se le ha encogido el corazón.
Es ésa la desventaja de tenerlo; es ése el inconveniente de escucharlo.
Hay muchos que no tienen tal problema. El corazón, a algunos,
se lo extirparon por gangrena, se lo embargaron por injusto,
se les oxidó por abandono… se lo okuparon por desuso.

El corazón de Hierro ha latido el asombro,
pero tuvo que hacer frente también a la vileza.
Para poder seguir latiendo,
optó por aferrarse a lo primero:
nos permite el prodigio de seguir viviendo[7].

Así emprendió caminos:
a veces con veinte años de retraso sobre la esperanza prevista[8].
Hay juguetes que llegan tarde. Hay tristezas que asaltan pronto[9].
Hay derrotas donde se gana (sobre todo porque se aprende).
Hay derrotas que duelen más (porque pudieron ser de otro modo)[10].

El corazón de Hierro padeció trizas, duelos y jirones.
Temió incurrir en indeseables olvidos[11].
Vislumbró la nada a pesar de todo[12].
Sufrió palabras que no escuchó[13].
Y aguantó también dolorosos contratiempos[14].

Pero el Cantábrico, por fortuna,
acertó a cicatrizar el magullado pericardio.
Hierro resistió al abandono.
Hierro no dejó a la renuncia hacerse fuerte.
Hierro no permitió que le arrebatasen lo irrenunciable[15].

Un corazón domesticado (que responda en todo a lo previsto)
puede parecer inmensa suerte, y no es más, sin embargo, que desdicha:
controla su habla y su silencio, jamás se desborda en su latir;
pero eso, más que a un corazón, se parece a un microondas.
No hará sufrir en lo malo, pero tampoco, ay, adivinará ni por asomo el sortilegio[16].

El entusiasmo, que acelera lo cardiaco con su ritmo,
encoge a veces el corazón, para hacerlo, a su vez,
más ancho y acogedor, más abierto y espacioso, con más luz y ventanales.
A Hierro se le ha encogido el infinito,
pero su poesía, siempre, sabrá ensancharnos la mirada[17].

A Hierro le gustaba dibujar.
Cuando sus lectores le solicitaban una dedicatoria,
tenía la amabilidad de firmar a través de sus dibujos.
Ese reseñado 21 de diciembre, tránsito de otoño a invierno,
se difuminaron los colores que con tanto empeño manejaba.

Se puede estar vivo, Pepe, aunque ya no lata el corazón[18].
El nunca, entonces, se vuelve siempre,
y has de seguir, por tanto, habitando siempre entre los vivos:
porque late tu Agenda y Sin Nosotros; tu Quinta y tu Cuaderno;
tu gesto y tu palabra; tu voz, tu llanto y tu Alegría.

[1] “(…) y cuánto nunca, Paula, / sin ti y sin mí.” (J. Hierro: “Cuánto nunca”).
[2] “¡Lástima grande que haya sido verdad tanta tristeza!” (J. Hierro: “Rapsodia en blue”).
[3] “Yo no soy traidor a mi única patria / que es la poesía.” (J. Hierro: “Monólogo”).
[4] “Manuel del Río, natural / de España, ha fallecido el sábado / 11 de mayo, a consecuencia / de un accidente.” (J. Hierro: “Réquiem”).
[5] “Yo, José Hierro, un hombre / como hay muchos, tendido / esta tarde en mi cama, / volví a soñar.” (J. Hierro: “Una tarde cualquiera”).
[6] “La poesía es dar nombre a las cosas: el nombre / nuevo por el que serán, en adelante, conocidas. Es / descubrir el nombre verdadero, tapado por los / nombres falsos que ostentaban.” (José Hierro: “Elementos para un poema”).
[7] “(…) esta cabeza ha oído historias maravillosas e historias / estremecedoras. Historias estremecedoras que / han modelado horriblemente su rostro, pero / que no recuerda. Sólo recuerda las historias / maravillosas. Son las que le permiten seguir / viviendo todavía.” (J. Hierro: “Cinco cabezas”).
[8] “Aclararé. Por primera vez salía de mi patria / con veinte años de retraso / sobre mis esperanzas.” (J. Hierro: “El pasaporte”).
[9] “¡Qué tristeza / este juguete que llega tan tarde!” (J. Hierro: “El pasaporte”).
[10] “No es lo peor que esto suceda así, / sino que pudo suceder de otra manera. / Y lo pienso, Dios mío, besando el pasaporte, / unas escasas hojas de papel / entre las que han quedado tantas cosas / que ya no tienen realidad. / Tantas cosas que un día pudieron haber sido.” (J. Hierro: “El pasaporte”).
[11] “Antes de que te diga: `Yo sé que te he querido mucho, / pero no recuerdo quién eres´.” (J. Hierro: “Lear King en los claustros”).
[12] “Qué más da que la nada fuera nada / si más nada será, después de todo, / después de tanto todo para nada.” (J. Hierro: “Vida”).
[13] “Mi reino por un `te amo´, sangrándote en la boca. / Mi eternidad por sólo dos palabras. / (…) / las palabras que nunca pronunciaste / -¡por qué nunca las pronunciaste!-” (J. Hierro: “Lear King en los claustros”).
[14] “(…) llevamos músicas distintas. / Por eso el baile es imposible / y debo desistir.” (J. Hierro: “A contratiempo”)
[15] «Nadie pudo, ni puede, ni podrá por los siglos de los siglos / arrebatarme tanta felicidad.» (J. Hierro: «En son de despedida»).
[16] «Aquel que ha sentido una vez en sus manos temblar la alegría / no podrá morir nunca. / Yo lo veo muy claro en mi noche completa. / Me costó muchos siglos de muerte poder comprenderlo (…).» (J. Hierro: «El muerto»).
[17] «Abre tus ojos verdes, Marta, que quiero oír el mar.» (J. Hierro: «Lope. La noche. Marta»).
[18] «Se está muerto aunque lata / el corazón, amigos.» (J. Hierro: «Una tarde cualquiera»).

***

8.

De repente

Antonio Javier Fuentes Soria

De repente
te levantas una mañana,
te lavas la cara
y al salir al pasillo
te sorprende el tono plomizo de la casa,
y en la ventana se dibuja
una mezcla de lluvia y viento
y gente que corre encogida
a resguardarse en los portales.
Nada queda ya de la luz
y los vivos colores del verano.
Del calor abrasador
quedan tan solo sus cenizas,
y como si el viento de otoño las esparciera,
tiñen de gris las avenidas,
los parques,
las callejas
y, mimetizados quizás con el paisaje,
nos hace menos visibles aún
a los tipos escuálidos y tristes
que andamos por la vida
con cierto halo de melancolía.
Pero no os fieis,
solemos hacer nuestro agosto en estos días
y vengarnos del mundo,
y de los cuerpos moldeados,
a golpe de poemas.

***

9.

Sonata de otoño

Santiago Galán Álvarez

Primero un rostro,

el otro luego

Dos preludios

de la misma raíz

que en el piano tensan

el eco oscuro,

inalterada su marcha siempre

por debajo como una desconocida,

abrazada

a las ruinas de los monasterios,

donde las veredas

en su gala dorada antes del polvo

recuerdan

que siempre vive la luz,

la luz

que las ve unidas, madre e hija

en el otoño

***

10.

Los boquiabiertos

Rodrigo García Marina 

el otro día me soñé

y en el sueño había un pibe muy puesto

rellenito de intenciones y pebecé

todos los pibes son el mismo pibe

todas las capuchas visten la cabeza del mismo sueño

volando allá como estaba boquiabierto

eh, boquibaba que se te caen los pants

que se te acaba la vida mirando los secretos trapicheaos

como queriendo ser la famosa plazoleta del vivido

el metamorfoseado por Philip Glass

cristalito colgado al cuello

o colgar el cuello del cristal donde resbalan

los que de tanto soñar no miran

las imágenes contorsionadas de psilocibina

se dirigen de fuera hacia adentro y no

no de dentro hacia afuera

como las imágenes trapecistas del triste

que se dirigen del presente al pasado

y no del pasado al presente

no de la solada a la hueste

ni de la simiente al brezal

ni del otoño a la hoja que queja

que solivianta la bendecida cremallera

la que asusta con su voz en el estruendo del callarse

la perdida y borrosa y guerrillera y estigmatizada vista

tan necesitada de verse mirando a los pibes

que sacuden sus colas de almizcle sobre la carretera

meando la mancillada esquina

tan girada de sí misma: la peripecia

el otro día me soñé como vivo de siempre

como arrobado por quien mastica el hinojo que nombra

agnición hasta decir basta

y la vasta tierra tan plana sobre su séptimo día

tan reconocido en la boca que busca

rodeado de frutos y trompetas

este cuerpo desarmado de Jericó y siringa

la dentada mañana del que despierta en los muslos del nuevo

el solísimo

el que pone la casa para el after

tan cumplido en eso de escribir con los dientes

sobre la piel del daddy y el kinki y los oseznos negros

extasiado en miel viva

la paciencia vegetal del que se espera elegido

pibe convulsionado de techno trush

tocando con sus manos las leyes escritas en piedra

por ser inmutables y tal como dice Husserl

que sólo muestran la verdad en la lucha

la lucha por volverse a casa

por vestir lo desvestido: tan morado, tan a la intemperie

el helecho como mano dormida sobre el rostro que te piensa

el del pibe más lindo de todo un archipiélago

tan puesto hasta las trancas que da risa y miedo

y miedo y risa, y risa y miedo

riada a fuerza de pensarse pirita

y no dialecto del que lanza lo patético sobre los acantilados

que señalan el final de lo que fue el mundo

tan a disposición de caerse sobre sus rodillas

con tal de recibir la magnífica vianda de nieve

llovido por quien desea

de ser la mimosa encogida o el chopo temblón

o el dorado

caboso en las manos de la niña que sonríe

el padre que perdona

el hijo que sin volver

se ha dado al regreso del abrazo

el otro día me soñé solo

sin el pibe de las pestañas luminosas

a punto de morir en las manos del que siembra con cal

y sin lengua, tan a la perdición del mito

por no nombrarnos entre este azar y esta materia

y esta enardecida gesta de existirnos

pese a los policlorobifenilos que nos recorren

las arterias bullidas de rabia

gestantes en eso de cuidar lo que se mienta

ordeñadores de la ubre que alimenta al miedo

la leche espectral de colgar la cabeza

reposar las muñecas sobre el filo

asomar los talones al desaire de la vaciada altura

el pibe de los pants caídos no sabe que

un mito escrito ya no permite la identificación

entre la palabra y la cosa

en esta isegoría, ni el pibe ni tú ni nadie sabe que

a fuerza de nombrarnos hemos asido la bandera

levantado con carne viva la historia

hemos convertido el mar en sangre

y la sangre en sacrificio persa

sobre los restos del homo ergaster

hemos escrito la noción de sed

¡y ahora esta sed de pibe!

esta sed de pants caídos

que se llueve a cántaros

esta sed de quien escribe

a quien quiere verse representado

sobre cualquier parte de pneuma

tan otro punto distinto al que se toca con deseo

y este desearse… y este ensueño

y este parque de futuros cuerpos encendidos

y este órdago de espejos que señalan la dicha

tan profundos tan radicales tan empleados en sus cosas

que no advierten la gracia del que resuella sobre el polen

en esta anima de soñar,

de soñarse.

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