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Conocer las reglas del juego - Zenda
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Conocer las reglas del juego

Imaginemos un juego, un deporte quizá, en el que sus  participantes (a excepción de unos cuantos) conocen solo las reglas básicas, pero ignoran por completo el resto de la normativa. Pongamos el fútbol como ejemplo concreto para hacernos una idea. Los jugadores saben que deben marcar más goles que el equipo contrario en la portería...

Imaginemos un juego, un deporte quizá, en el que sus  participantes (a excepción de unos cuantos) conocen solo las reglas básicas, pero ignoran por completo el resto de la normativa.

Pongamos el fútbol como ejemplo concreto para hacernos una idea. Los jugadores saben que deben marcar más goles que el equipo contrario en la portería de enfrente y que no pueden utilizar las manos. Poco más. A partir de ahí, saltan a la cancha a competir con ahínco.

Sería fácil imaginar que el árbitro les pudiese anular un gol por fuera de juego, justa o injustamente, o acusarles de haber cometido una infracción sin que ellos pudiesen discutir lo más mínimo sus decisiones. A fin de cuentas, ignoran el groso del reglamento. Sería fácil, pues, manipular un partido. O en todo caso, estarían expuestos a la buena fe de quien sí tiene claras la totalidad de las pautas que rigen el juego.

No parece muy posible, ¿verdad? Exigimos que nos expliquen cuál es el quid de la cuestión antes de empezar a colocar las piezas de dominó sobre la mesa o a repartir las cartas de la baraja. Nadie se juega sus ahorros al póker sin saber si un full de ases vale más que una escalera.

"La política no es más que la organización de una sociedad a la que pertenecemos todos"

Sin embargo, desconocemos por completo cómo funciona la maquinaria básica de nuestra democracia más allá del hecho de que debemos introducir una papeleta en una urna y esperar a que pasen otros cuatro años.

Si lo dudan, hagan una prueba. No hace falta que salgan a la calle y realicen un muestreo estadístico. Pregúntense a ustedes mismos, personas cultas y formadas, si saben qué es y cómo funciona la ley D’Hondt; cuál es la diferencia y qué juzga un tribunal supremo frente a un tribunal ordinario; qué significa y quiénes son aforados; para qué sirve el Senado o cuáles son las competencias de las Comunidades Autónomas.

Estoy seguro que la mayoría de nosotros no podríamos responder con absoluta solvencia a todas estas preguntas que forman parte del juego básico de la democracia.

La política no es más que la organización de una sociedad a la que pertenecemos todos. Una gran familia en la que nos vemos obligados a convivir juntos. No estaría de más, por lo tanto, saber a quién le toca recoger la mesa y quién se encarga de limpiar los baños hoy, si no queremos encontrarnos la casa patas arriba y acabar culpando al primero que se asoma por el salón.

Escucho a nuestros representantes decir memeces a diario. No porque ellos desconozcan el funcionamiento del sistema, sino porque saben que nosotros lo ignoramos por completo. Pueden manipular el partido a su antojo y pitarnos fuera de juego cuando les venga en gana. Lo único que tenemos claro es que tenemos que correr detrás de la pelota y gritar mucho si queremos que nos la pasen.

"El pueblo es aquella parte del Estado que no sabe lo que quiere, decía Hegel"

Después acabamos golpeando fuerte con el puño encima de la barra de los bares (o de las redes sociales, que viene a ser lo mismo) inventando lo que no sabemos, pero sí hemos escuchado de pasada.

Deberíamos exigir y se nos debería proporcionar pedagogía democrática desde la escuela. Es importante saber multiplicar para calcular cuánto cuesta el kilo de peras en el supermercado, pero también es importante tener claro dónde empiezan nuestros derechos y dónde acaban nuestras obligaciones.

La democracia exige un esfuerzo por parte de todos, instituciones y ciudadanos, que intuyo no estamos dispuestos a llevar a cabo ninguno. Para unos es más útil seguir siendo los únicos que pueden manipular el partido y para otros es más sencillo seguir culpando a papá Estado de todos los males que nos sobrevienen.

«El pueblo es aquella parte del Estado que no sabe lo que quiere», decía Hegel. Más nos valdría saberlo pronto y dejar de ser pueblo para convertirnos en parte de ese Estado que, al igual que “el Rey Sol”, también somos nosotros.

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David Vicente

Después de desarrollar varios trabajos (mozo de almacén, operario en una panificadora industrial, camarero o vendedor de colchones, entre otros) desarrolló su carrera profesional dentro del sector editorial y el mundo de la comunicación. Ha trabajado como corrector, lector y editor para distintas editoriales; y como redactor y colaborador freelance para diversos medios de comunicación. Ejerció como jefe de redacción en el canal de literatura Literalia Televisión y se ocupó de la dirección editorial del sello independiente Ediciones Baladí. Hasta el momento ha publicado las novelas Un pequeño paso para el hombre (Editorial Tagus, 2012reeditado por VdB Ediciones, 2015), seleccionada como uno de los cinco mejores debuts literarios del año 2012 por El Cultural del diario El Mundo; Esto podría ser un gambito de dama, pero es una canción de amor (Editorial Almuzara, 2016), y el libro de relatos El sonido de los sapos (Editorial Tagus, 2013; reeditado por Inventa Editores, 2016). Además de la obra de teatro infantil en edición bilingüe, La hormiga que quiso ser persona (Inventa Editores, 2017). Actualmente dirige la escuela creativa La Posada de Hojalata  e imparte talleres de escritura creativa.  Ha sido galardonado con el XLVIII Premio Internacional de Novela Corta por su obra Isbrük, que será publicada en los próximos meses por la editorial Pre-Textos. @Davidvicentev

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