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La venganza literaria de los conversos españoles - Zenda
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La venganza literaria de los conversos españoles

La huella judía, de La Celestina a la novela picaresca. La gran literatura española del Renacimiento y del Siglo de Oro está marcada por el talento de escritores conversos y por la violencia con que fueron perseguidos.   Cuando en 2015 se aprobó la ley que permite acceder a la nacionalidad española a los sefardíes...

La huella judía, de La Celestina a la novela picaresca. La gran literatura española del Renacimiento y del Siglo de Oro está marcada por el talento de escritores conversos y por la violencia con que fueron perseguidos.

 

Cuando en 2015 se aprobó la ley que permite acceder a la nacionalidad española a los sefardíes descendientes de los judíos españoles expulsados en 1492, el rey Felipe VI saludó ese retorno con la frase: “¡Cuánto os hemos echado de menos!”.

Una frase bienintencionada que, sin embargo, no deja de ser una media verdad. Es cierto que una buena parte de los judíos españoles tomó en 1492 el camino de un exilio de siglos, dando lugar a la comunidad de judíos sefardíes repartida por el mundo. Sin embargo, la mayoría de los judíos españoles se quedaron en España, convertidos al catolicismo para no perderlo todo. Y como es bien sabido, al  convertirse de esa forzada manera se tornaron inmediatamente en sospechosos de herejía a los ojos de la Santa Inquisición, lo que llevó a establecer “Estatutos de limpieza de sangre”, que vetaban el acceso a dignidades y empleos a quienes tuvieran antepasados judíos, por lejanos que fueran. Durante once generaciones, los españoles de origen converso sufrieron una tenaz persecución y segregación tanto en la España peninsular como en las tierras del imperio. Durante tres siglos y medio, la Monarquía española “echó de más” a los judíos que se habían quedado en el país y a sus descendientes.

"La gran literatura española del Renacimiento y el Siglo de Oro está marcada por el talento de numerosos escritores de origen judío"

Pese a ello, por una de esas paradojas a la que la Historia es tan aficionada, la gran literatura española del Renacimiento y el Siglo de Oro está marcada por el talento de numerosos escritores de origen judío y por la mentalidad nacida de la dilatada y violenta persecución contra los judeoconversos.

En la mayoría de los estudios sobre la Inquisición española se dedica algún capítulo a la presencia de los conversos en la literatura española de los siglos XVI y XVII. Y en ellos se evalúan los datos históricos de que se dispone sobre el origen converso de autores como San Juan de Ávila, fray Luis de León o Santa Teresa de Ávila, y se debate sobre ese mismo posible origen de otros autores como Miguel de Cervantes, Fernando de Rojas e  incluso el célebre fray Bartolomé de las Casas. Esa lista de certezas y posibilidades es en sí misma impresionante, pues incluye a figuras históricas fundamentales. Sin entrar en el debate concreto de cada caso, su mero enunciado es prueba del peso que la cuestión de los conversos tuvo en la conformación de la cultura española y de la importancia de la huella judía en ella.

Santa Teresa de Jesús, retratada por Juan de la Miseria.

Una frase del escritor Juan Goytisolo, al que sólo le faltó para entrar por derecho propio en la Historia de los heterodoxos españoles de Menéndez Pelayo el haber nacido siglo y medio antes, señala la importancia de ese peso:

“Con el establecimiento de los estatutos de limpieza de sangre, la literatura de esos siglos está embebida de la violencia entre cristianos viejos y cristianos nuevos, y esto se traduce en nuevas formas literarias”.

La pregunta que habría que hacerse no sería pues si los posibles orígenes conversos influyen sobre la obra de tal o cual escritor, sino más bien: ¿cómo podría esa experiencia colectiva de sospecha de posibles orígenes conversos no influir sobre la literatura escrita en un tiempo en el que la sociedad era medida, escudriñada, regulada, marginada o perseguida en función de tener o no esos orígenes?

"La violencia de los cristianos viejos contra los cristianos nuevos empapó la sociedad entera"

Los escritores de los siglos XVI o XVII, como los de hoy, trabajaban con la memoria propia y con la memoria colectiva, con los relatos heredados y con la propia imaginación, con los sentimientos que marcaban su sociedad y con las emociones personales que marcaban su carácter. Porque un escritor es la caja de resonancia de una época, más allá del asunto concreto del que hablen sus libros. Por tanto, si puede decirse que las Crónicas marcianas, de Ray Bradbury, son hijas de la Guerra Fría y del temor al holocausto nuclear en el siglo xx, aunque traten de un imaginario futuro apocalíptico, con la misma certeza se puede afirmar que La Celestina de Fernando de Rojas es hija de la crisis social y moral que supusieron la expulsión de los judíos y la posterior persecución sistemática contra los conversos, aunque su trama trate de los amores de Calisto y Melibea y de los enredos de una alcahueta.

La violencia de los cristianos viejos contra los cristianos nuevos empapó la sociedad entera porque estableció lo que bien puede ser calificado como el primer sistema totalitario de la modernidad. Un sistema basado en la delación (entre vecinos, amigos, parientes e incluso entre padres e hijos), en la tortura y en la presunción de culpabilidad, y cuyas acusaciones y procesos eran además secretos.

El escritor de origen converso Antonio Enríquez Gómez, que sufrió ese totalitarismo en carne propia, lo describe amarga y crudamente en uno de sus textos:

“¿Qué fin puede aguardar un reino que premia malsines (delatores), alimenta cuadrillas de ladrones, destierra vasallos, deshonra linajes, ensalza libelos, multiplica ministros, destruye el comercio, ataja la población, roba pueblos, confisca bienes, hace juicios secretos, no oye a las partes, calla los testigos, vende noblezas, condena nobles y arruina el derecho de las gentes?”. Y más adelante dice: “Pregunto: los que juzgaron secretamente y condenaron públicamente, mezclando entre la santidad fingida el odio, el interés y la iniquidad, ¿cómo serán juzgados en el Tribunal supremo?”.

Ese sistema totalitario descrito por Enríquez era un totalitarismo ejercido por el Estado, aunque se hiciera en nombre de la religión (la Inquisición estaba supeditada más a la Corona de España que al Papa), y practicaba una doble persecución. Una persecución religiosa, con las acusaciones contra conversos de ser criptojudíos, o sea, de seguir practicando en secreto la religión judía. Una persecución racista, al marginar a los conversos, aun en el caso de que fueran sinceros católicos, por el solo hecho de tener sangre judía, negándoseles entre otros derechos el de viajar al Nuevo Mundo, a las tierras de América. Era un sistema que no sólo legislaba y perseguía en el ámbito público, sino que entraba en la vida privada hasta sus prácticas más íntimas.

"Sobre Cervantes y el autor del Lazarillo hay sospechas de que también podrían tener ese mismo origen, conversos."

En ese contexto de violencia, intolerancia, segregación y arbitrariedad, en el que además se producían expropiaciones de bienes, es inevitable pensar en las muchas denuncias basadas en falsedades, hechas por afán de lucro, por venganzas personales, por apartar a rivales de cargos a los que se aspira; en el odio acumulado, en los rencores y en la inmensa corrupción política, moral y social que necesariamente debían acompañar a semejante estado de cosas. Un cúmulo de ambiciones, traiciones, crímenes y amenazas que sólo podían conducir al imperio de la mentira y del miedo. Mentiras para justificar el castigo cuando convenía. Mentiras para sobrevivir a esa constante amenaza, ocultándose bajo la piel de otro nombre o de una fe fingida. Miedo a perder todo lo que se tiene, a ser denunciado, miedo a la tortura, a arder en la hoguera. Un miedo profundo que se prolongó durante siglos.

Esa realidad, esa situación vivida por una nutrida minoría de españoles privados de la facultad de expresarse a cara descubierta, fomentó, en palabras de Juan Goytisolo:

“La creación de estrategias creadoras defensivas de autores tan dispares como el del Lazarillo de Tormes, Fray Luis de León, Mateo Alemán o Cervantes, con una disidencia de fondo enfrentada a los escollos del Santo Oficio y a la opinión mayoritaria de quienes lo sostenían”.

Goytisolo habla de una disparidad de autores, cosa evidente si se consideran sus estilos literarios y el que no todos vivieron en la misma época. Pero tal disparidad formal desaparece si consideramos a esos autores desde el punto de vista del conflicto converso: dos de ellos eran de origen converso (fray Luis de León y Mateo Alemán), sobre los otros dos (Cervantes y el autor del Lazarillo) hay sospechas de que también podrían tener ese mismo origen.

"Incluso los desenlaces de sus historias, donde triunfan la fe cristiana y las buenas costumbres, pueden ser leídos como máscaras morales con las que intentar hacer pasar las ráfagas anticlericales"

Y sus estrategias creativas sí tienen también rasgos en común. Se caracterizan por un tono realista en el que se inserta en ocasiones lo fantástico como disparate o como sueño. Son autores que combinan la crítica de la corrupción social y moral y el mal uso del poder, con la exposición de los escollos sociales a la felicidad privada, la necesidad del fingimiento y de la ocultación de identidad. Y en ellos abundan las escenas en que, para bien o para mal, la verdadera personalidad de los personajes termina revelándose. Todo ello con un recurso permanente al humor y la ironía. Incluso los desenlaces de sus historias, donde triunfan la fe cristiana y las buenas costumbres, pueden ser leídos como máscaras morales con las que intentar hacer pasar las ráfagas anticlericales, a veces incluso antirreligiosas, que atraviesan sus tramas.

Ese cuerpo de ideas, enfoques y temas en sus obras va más allá del debate sobre el origen converso o no de tal o cual autor. Porque no es la sangre la que marca el impacto de los conversos sobre la cultura en España, sino la problemática que se incorpora a la literatura de la época como fruto de la terrible experiencia vivida por los judeoconversos españoles.

Una problemática que marca la época de oro de nuestras letras. Y la marca de tal modo que la encontramos también en autores que no sólo no tenían ese origen, como Quevedo o Lope de Vega, sino que incluso eran abiertamente antisemitas (baste recordar la comedia de éste último, El inocente niño de La Guardia, sobre una de las más dañinas mentiras de la historia de España: el supuesto crimen ritual cometido por judíos contra un niño en el pueblo de La Guardia, donde por cierto nunca se reportó desaparición ni asesinato de niño alguno). Y es una problemática que está en la raíz misma del Quijote, cuyo divertimento formal es el ardid que usa Cervantes para mostrar una España en crisis donde los sueños y la libertad pasan por locura.

Todas esas estrategias literarias de supervivencia con que los conversos enfrentaron su persecución están presentes en las principales obras de un género literario en particular: el de la novela picaresca y satírica. Y resulta difícil achacar a la mera casualidad el hecho de que muchas de las obras fundamentales de ese género fueran escritas por autores que eran conversos o se sospecha que lo fueran.

La enumeración es elocuente:

El principal candidato en los intentos por poner nombre al anónimo autor del Lazarillo de Tormes, la novela fundacional del género de la picaresca española, es precisamente un converso: Sebastián de Horozco. A él atribuyen la autoría del Lazarillo intelectuales como Julio Cejador y Francisco Márquez Villanueva, fundándose en los parecidos que había entre el Ciego y el Lázaro de la obra de Horozco Representación evangélica de San Juan y los personajes de la célebre novela picaresca.

De origen converso se considera al autor del Guzmán de Alfarache, Mateo Alemán, que estudió medicina (al igual que su tío, y ya se sabe de la frecuente asociación de la práctica de ese oficio con la condición de converso) y del que se decía que era descendiente de un tal Alemán Pocasangre, que fue quemado por la Inquisición. Mateo Alemán fue además coetáneo de Cervantes y, al igual que éste, recaudador de impuestos (otro oficio ligado a conversos), y como Cervantes fue a parar a la cárcel.

Descendiente de conversos, convertidos en el momento de la expulsión de 1492, es también Luis Vélez de Guevara, el autor de El diablo cojuelo, unas de las obras claves de la literatura satírica.

"También se ha apuntado el posible origen converso de Francisco Delicado, autor de la novela satírica La lozana andaluza"

Sobre otro autor de novela picaresca, y pícaro él mismo en la vida real, Carlos García, autor de La desordenada codicia de los bienes ajenos, subtitulada Antigüedad y nobleza de los ladrones, recae también la sospecha de converso. Se marchó a Francia a los treinta y tres años de edad, allí llevó una vida licenciosa (con fama de mal pagador, sodomita, borracho y ateo), ejerció la medicina y frecuentó el círculo del médico personal de María de Médici, el judeoconverso Elías de Montalto.

También se ha apuntado el posible origen converso de Francisco Delicado, autor de la novela satírica La lozana andaluza, quien muestra un profundo conocimiento de la comunidad judía de la ciudad de Roma, donde ambienta la acción de su obra.

Por fin está el caso de Antonio Enríquez Gómez, de cuya condición de judeoconverso no hay duda alguna y que es uno de los casos más representativos de criptojudaísmo del siglo XVII. Desde 1588, la Inquisición prendió a casi todos los miembros de su familia. Su abuelo paterno, Francisco de Mora Molina, fue ejecutado y quemado en Cuenca, su abuela fue condenada a prisión y más tarde a su propio padre le fueron confiscados sus bienes. Uno de sus tíos huyó a Burdeos. Enríquez también huyó a Francia escapando de los rigores del Santo Oficio, pero acabó regresando clandestinamente a España, empujado por las necesidades económicas y la nostalgia. Fue poeta y autor teatral, cercano a Lope de Vega, y firmó sus obras bajo el nombre falso de Fernando de Zárate para ocultar su identidad, pero fue descubierto y terminó muriendo en las cárceles de la Inquisición. Y durante su estancia en Francia publicó El siglo pitagórico, un extenso texto en el que se narran las transmigraciones del alma de un durmiente, que va pasando de un cuerpo a otro. En vez de un pícaro que pasa de un amo a otro, Enríquez habla de un alma que sirve a muchos amos de diferentes tipos sociales, lo que le da pie a hacer una sátira de la sociedad. En una de esas metempsicosis, la titulada La vida de don Gregorio Guadaña, el alma va a dar en el cuerpo de un verdadero pícaro, cuyas aventuras hacen evocar al Buscón de Quevedo.

En todo caso y aun si no se confirmara el origen converso de todos los autores citados, el número de los confirmados y la influencia en sus obras del núcleo de ideas, enfoques y temas nacidos de la experiencia de persecución de los conversos muestran que el elemento converso fue un factor clave durante más de un siglo de escritura literaria satírica, desde la publicación en 1528 de La lozana andaluza, hasta la publicación en 1644 de Vida de Gregorio Guadaña. El periodo de mayor esplendor de las letras españolas.

Posteriormente, tras la abolición de los Estatutos de Limpieza de Sangre y la progresiva “disolución” de los descendientes de los conversos en el seno de la sociedad española, esa huella judía en la cultura de España fue haciéndose invisible. Pero sigue ahí, oscuramente.

"Bajo las aguas de la sociedad española flota el iceberg de la terrible herencia de miedo dejada por cinco siglos en los que la intolerancia ha sido regla"

Los astrofísicos hablan de un tipo de materia oscura que ocupa gran parte del universo y que es invisible, pero cuya existencia se puede inferir a partir de sus efectos gravitacionales en la materia visible. De igual modo, resulta imposible comprender la evolución histórica y algunos de los rasgos de la sociedad española desde el siglo XVIII hasta nuestros días sin considerar la existencia de esa “materia oscura” que representan el elemento converso y la herencia emocional e ideológica asociada a su sistemática persecución durante tres siglos y medio.

Sólo desde una herencia de miedo, de amputaciones sociales mediante la persecución inquisitorial y el exilio, de sistemática consideración de la disidencia como alienación diabólica, se puede entender que mientras otras naciones en el momento de su independencia gritaban «Libertad», la española gritara “Vivan las cadenas” para entronar al déspota Fernando VII. La saña victoriosa de los inquisidores, reafirmada en cada auto de fe durante trescientos cincuenta años, se reprodujo con igual crueldad y ostentación a partir de 1939, tras la guerra civil, pues el nacional-catolicismo imperante durante la dictadura franquista siguió ganando la guerra y festejando su victoria año tras año, y segregando a la disidencia con idéntico espíritu inquisitorial. Y sólo desde una herencia de resistencia a una maquinaria totalitaria puede entenderse la larga saga de la heterodoxia española, obligada tantas veces en nuestra Historia a ser habitante del secreto.

Bajo las aguas de la sociedad española flota el iceberg de la terrible herencia de miedo dejada por cinco siglos en los que la intolerancia ha sido regla, salvo contadas excepciones. Un miedo que sigue ahí, condicionando hoy nuestras acciones a pesar de vivir desde hace ya cuarenta años en democracia. Un miedo profundo que hace detestar a los corruptos, pero tolera la corrupción. Un miedo cerval al cambio, que no tiene tanto que ver con la desconfianza ante lo desconocido como con el temor a lo que se conoce bien: al duro precio pagado cada vez que en la sociedad se ha intentado pensar y actuar fuera de las normas establecidas por un poder reaccionario e intransigente. Un miedo cuyas raíces más profundas se hunden en la historia de odio contra los conversos, cuya sutil venganza ha sido dejar su huella en la mejor literatura de España y sembrar, también profundamente, como sólo la creación artística puede hacerlo, una semilla de disidencia que sin cesar rebrota.

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José Manuel Fajardo

José Manuel Fajardo nació en Granada (España), en 1957, y reside en Lisboa. Escritor, periodista y traductor. Como novelista ha publicado Una belleza convulsa, A pedir de boca y la trilogía "Tríptico sefardí", integrada por las novelas Carta del fin del mundo, El converso y Mi nombre es Jamaica. Es autor de los ensayos históricos La epopeya de los locos, Las naves del tiempo y Vidas exageradas, y del libro de relatos Maneras de estar. Es coautor, junto con Antonio Sarabia y José Ovejero, de la novela Primeras noticias de Noela Duarte. Y en colaboración con el fotógrafo Daniel Mordzinski publicó el libro de viajes La senda de los moriscos. Ha obtenido en España el Premio Internacional de Periodismo Rey de España y, en Francia, el premio literario Charles Brisset y el premio Alberto-Benveniste a la mejor obra literaria sobre cultura sefardí. Su obra está traducida al francés, italiano, alemán, portugués, griego, rumano y serbio. @FajardoJM

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