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Carlos Pérez Merinero, escritor tan irreverente e iconoclasta como original y único - Zenda
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Carlos Pérez Merinero, escritor tan irreverente e iconoclasta como original y único

En mi caso, leer novela negra fue la consecuencia de ver todas aquellas películas adaptadas de las novelas de Chandler, Hammett y W.R. Burnett entre otros. Cómo no sentir fascinación siendo un crío por aquellos largometrajes en blanco y negro de gabardinas, sombreros, cigarrillos, whiskys y metralletas. En aquel entonces el blanco y negro no...

En mi caso, leer novela negra fue la consecuencia de ver todas aquellas películas adaptadas de las novelas de Chandler, Hammett y W.R. Burnett entre otros. Cómo no sentir fascinación siendo un crío por aquellos largometrajes en blanco y negro de gabardinas, sombreros, cigarrillos, whiskys y metralletas. En aquel entonces el blanco y negro no solo estaba en las películas. También estaba presente en el barrio. Quizás porque llovía más y la lluvia potencia los claroscuros en detrimento de los colores; quizás porque el pensamiento en las postrimerías de la dictadura franquista era digital: estabas con el régimen o eras un rojo judeomasónico, o blanco o negro; quizás porque todo, en realidad, era digital: soltero o casado, la 1 o la 2 de TVE, carne o pescado, mar o montaña…

"Carlos Pérez Merinero nos contaba una historia en cada una de sus obras que flotaba, eso sí sobre un paisaje literario muy lírico y psicológico que marcaría la trayectoria del genial novelista hasta su muerte"

Ya de niño me di cuenta de una cosa: la novela negra enganchaba. Por eso la abandonaba premeditadamente y pasaba a otras cosas, para no perdérmelas, para satisfacer mi curiosidad de lector y esas pequeñas inquietudes de saber que tenemos todos. Pero irremediablemente volvía a la novela negra, hasta que volvía a dejarla de forma deliberada. Bueno, el caso es que así estuve toda la vida para llegar a un punto de no retorno, ese punto en que el yonqui se da cuenta de que está enganchado y de que no hay vuelta atrás, ese punto en que uno se da cuenta de que todo lo que se salga del género le aburre, porque la novela negra le ha explotado dentro del alma como un castillo de fuegos artificiales pringándolo todo de un esmalte que no hay aguarrás que lo haga desprenderse.

En mi caso, cuando hablo de novela negra me estoy refiriendo a la tradición americana que iniciaron Hammett y Daly y que continuaron el grandioso Chandler, Burnett, Goodis, Westlake, Himes, Thompson, Ellroy, Cain, McBain, Chase, Sallis, Crumley, Mosley o Block, entre muchos otros, porque esto es lo grande de la novela negra, que hay muchos otros con gran variedad de perspectivas convertidas en subgéneros con muy ricos matices. Ir descubriendo poco a poco a todos estos autores fue una verdadera fiesta.

En un determinado momento descubrí que también había autores españoles que hacían buena novela negra, sobre todo en el tardofranquismo, de forma bastante marginal, casi clandestina, y más tarde en la transición. Fue así como conocí a Manuel de Pedrolo y a González Ledesma, y más tarde a Andreu, Miguel Agustí, Fuster, Juan Madrid, Ibáñez, Quinto, Ribera y algunos más; bastantes más, para ser exactos, cada uno con sus perspectivas, con sus maneras de abordar el género. Pero de entre todos estos autores españoles, siempre me llamó la atención uno de ellos, alguien distinto, alguien con una originalidad fuera de lo común, alguien que no se preocupaba demasiado por las descripciones, ni siquiera por las localizaciones de sus novelas. Carlos Pérez Merinero nos contaba una historia en cada una de sus obras que flotaba, eso sí, sobre un paisaje literario muy lírico y psicológico que marcaría la trayectoria del genial novelista hasta su muerte.

"Antonio Domínguez y los duros pasajes de sexo y violencia de la novela narrados en primera persona por boca del protagonista escandalizaron a más de un gilipollas"

Carlos nace en Écija el 17 de octubre de 1950, pero desde los dos años vive en las provincias de Gerona y Palencia para terminar viviendo durante diez años en Jerez, donde cursaría el bachillerato. En 1966 llegó a Madrid para quedarse definitivamente y estudió la carrera de Económicas. En ese período recibió premios de poesía, participó en actividades relacionadas con el cine y escribió con su hermano David algunos libros dedicados al séptimo arte. Tras ejercer de profesor universitario en un colegio mayor fue guionista y director de cine y finalmente decidió dedicarse a la Literatura.

Es así como en 1981 se publica Días de guardar, su primera novela, cuyo protagonista, Antonio Domínguez, era un «cabrón con pintas» —empleando el lenguaje del propio autor—. La novela puede considerarse un hito dentro de la novela negra en España. Mientras los demás autores elegían a policías, detectives, periodistas, abogados, cobradores de deudas, etc., que investigaban un caso, Carlos elige a un delincuente mezquino, egoísta, machista y psicópata para protagonizar su novela, algo que había bordado Jim Thompson en Estados Unidos, pero muy novedoso en España. Debido a que se publicó en la colección de novela negra de Bruguera en formato bolsillo, la novela se distribuyó bien, vendiéndose una cantidad de ejemplares que en función de las fuentes oscila entre diez y doce mil. Unos cuantos miles de lectores descubrieron a un nuevo autor transgresor, irreverente e iconoclasta que Salvador Jiménez de Parga, en su ensayo sobre novela negra, efectivamente, comparó con Jim Thompson, pero que irrumpió en un ambiente en el que los tentáculos de la dictadura franquista todavía marcaban la hoja de ruta, en un país tan puritano como para llevar al número uno de la lista de superventas a Los pajaritos de María Jesús y su acordeón (que hay que joderse) y a diseñar un logo tan carca para el mundial de fútbol del 82 como el jodido Naranjito (que también hay que joderse). Antonio Domínguez y los duros pasajes de sexo y violencia de la novela narrados en primera persona por boca del protagonista escandalizaron a más de un gilipollas que, lejos de ver la calidad de la escritura o la originalidad del texto o la capacidad del autor para adentrarse en la mente de un delincuente psicópata o simplemente la novedad de narrar de esta forma dentro de la narrativa española o, en definitiva, la limpieza de la escritura de Carlos al no consignar en la trama nada superfluo o periférico, se dedicaron a criticar a un autor que ni entendían ni llegaron a entender nunca. No deja de ser curioso ni genial cómo algo que cualquier autor tarda años en quitarse de encima (el lastre literario que uno lleva dentro por causa de estudios superiores de literatura o filología —como expresaba el propio Paul Auster no hace mucho en una entrevista— y que impide escribir una buena historia sin adornos y florituras superfluas y rimbombantes), Carlos lo consigue en su primera novela.

«Y la culpa de todo la tienen los periodistas. Por mi madre, que con las tripas del mejor ahorcaba al peor. ¿Se han fijado alguna vez en la cantidad de paridas que se escriben en los periódicos? Pues si no se han fijado, fíjense. Cosas que le interesen a uno, lo que se dice cosas que le interesen a uno, hay que buscarlas con la lupa. Sin embargo, chorradas todas las que quieran. Pero eso sí, le dan un barniz los tíos que parece que nos va a ir la vida en que tal menda de nombre impronunciable gane las elecciones en Dinamarca o que en los Estados Unidos no vendan trigo a los rojazos de los rusos. La monda en bicicleta, vamos».

La novela se reeditaría en 2014, más de treinta años después de haber sido publicada en Bruguera, en la editorial Reino de Cordelia, con prólogo del escritor Óscar Urra, gran conocedor de la obra del ecijano, que comentaba en el mismo que «Carlos Pérez Merinero era el más conocido de los escritores españoles de novela negra menos conocidos», definición que queda para los anales de los prólogos por su genialidad y todo lo que implica.

«Cuando vuelvo al cuarto ella duerme como una bendita. Serán gilipollas, desagradecidas y todo lo que ustedes quieran, pero tengo que reconocer —si tengo una virtud, esa es la de ser objetivo— que están buenísimas. La ves así, durmiendo, en pelotita viva, y te dan ganas de olvidarte de que es lunes y de que la tienes un poco floja y de ponerte sobre ella y tirar de vareta. Se iba a despertar con toda la mandanga dentro».

"En 1982 la editorial Cátedra publica Las reglas del juego, otra crook story hilarante en donde unos delincuentes de medio pelo planean secuestrar al presidente de la FIFA en pleno mundial del ochenta y dos"

Una novela pionera en España, sin duda, en una época en que se publican algunos títulos de otros escritores que van a marcar la pauta en el noir español. En 1977 se publica Los mares del Sur, de Vázquez Montalbán, que establece el canon de detective chandleriano a la española. En el mismo año se publica Demasiado para Gálvez, de Jorge Martínez Reverte, que indaga en el descubrimiento de diversas tramas financieras a través de su protagonista, un periodista llamado Gálvez. En 1980 se publica Un beso de amigo, de Juan Madrid, que elige a un cobrador de deudas llamado Toni Romano para llevarnos por las calles y la noche de Madrid, evitando así al estereotipo de detective americano que en España no existe como tal. En ese mismo año se publica Prótesis, de Andreu Martín, que nos narra de forma dura y violenta la historia de unos delincuentes y un policía. También en el mismo año la editorial Edelvives, en su colección Ala Delta, publica La triple dama, de Julián Ibáñez, una novela cuyo protagonista es un antiguo futbolista que recibe una oferta de trabajo del presidente de su antiguo club, un trabajo nada convencional, por supuesto. Y en 1981 es cuando aparece Días de guardar.

Carlos sigue la línea trazada en su primera novela, y en 1982 la editorial Cátedra publica Las reglas del juego, otra crook story hilarante en donde unos delincuentes de medio pelo planean secuestrar al presidente de la FIFA en pleno mundial del ochenta y dos, que se celebra precisamente en España. La novela empieza con un atraco frustrado. A partir de ahí el lector empieza a ver por dónde van a ir los tiros. Que la cosa se complica con unos giros de los acontecimientos impredecibles nos lo va contando Luisito, el protagonista, que quiere ser un gángster para eludir el trabajo en la churrería de su abuela. La novela no es precisamente un canto a la esperanza, con una carga de crítica social considerable. Eso sí, las dosis de humor que seguirían presentes en las restantes novelas de Merinero, por lo menos en las de la primera época, son memorables. Baste decir que en uno de los capítulos, en el que Luisito acude con Ortega (el jefe de la banda) a sonsacar información a un tipo al que encuentran en la cama con su amante, el chico, que como se ha dicho es el narrador, se está cagando y mal que bien puede realizar su cometido.

«—¡Vamos, a qué esperas! ¡Dispárale! —dijo Ortega.

Que me cagaba, es que me cagaba. Me dejé de disparos y de leches. Lo primero es lo primero.

—¡Espera… espera un momento —y salí entacado de la habitación.

—¿Adónde vas? —se desgañitó Ortega.

No le respondí. Me puse a abrir y cerrar puertas como un descosido hasta que di con el cagódromo. Me fui hasta la taza con una sed de justicia que sólo ella podía apagar y me bajé los pantalones y calzoncillos —perdiditos de caca, por cierto— con una velocidad que ni Frégoli (un transformista que según contaron un día en la tele era virguero para estas cosas) ni hostias».

O cuando la banda se va a la casa de campo de Ortega, y Luisito se hace ilusiones porque cree que van a preparar el golpe y lo que hacen es prepararse y comerse un conejo al ajillo.

«Mis expectativas de asistir a una reunión de esas de película pronto cayeron por tierra. En cuanto que llegamos a la casa lo primero que hicieron Ortega y Tito fue irse a descuartizar un conejo para prepararlo al ajillo. ¡En vez de sentarse alrededor de una mesa con Bernedo y conmigo para trabajar en el proyecto, van los tíos y se marchan a la cocina a hacer un conejo al ajillo! Bonita manera de empezar un plan de esta envergadura, me dije, pero como donde hay patrón no manda marinero me metí la lengua en el culo y me fui con Bernedo a la puerta a fumarme un cigarrito».

La editorial El Garaje la reedita ahora, en 2018, y se presenta el sábado 14 de julio a las 12.30 h. en la librería Sin Tarima (calle magdalena 32). Harán de oficiantes su hermano David, Carlos Rodríguez Crespo, escritor y estudioso de la obra de Merinero, Manuel Blanco Chivite, periodista y ex convicto por su lucha antifranquista, y Paco Gómez Escribano, es decir, mi menda, para el que es un honor asistir a la presentación junto a David, Manuel y Carlos.

"En 1986, de la mano de Júcar, en su mítica colección Etiqueta Negra, ve la luz La mano armada, una novela, según el propio autor, antifranquista"

En 1983 (otra vez Bruguera y la colección Libro Amigo) se publica El ángel triste al precio de trescientas veinticinco pesetas. El protagonista de la misma vuelve a ser un tipo solitario, introvertido y de alguna manera feliz al haberse convertido en un anacoreta dentro de su propio salón, encerrado y viendo películas. Hasta que esa paz se trunca por razones externas.

En 1986, de la mano de Júcar, en su mítica colección Etiqueta Negra, ve la luz La mano armada, una novela, según el propio autor, antifranquista. Y así es. Merinero vuelve a meterse en la piel de un indeseable, que en este caso es un policía, que a la vez es el narrador en primera persona, en la que tan cómodo se encuentra el autor, de la historia. Carlos Rodríguez Crespo lo explica fenomenal en la revista Jot Down:

«En La mano armada volverá a recuperar parte de estos elementos constituyentes pero optando por ridiculizar a la policía franquista. Si bien la obsesión por las relaciones sexuales, la referida cosificación de la mujer y, en suma, la dominación masculina forma parte de un universo representacional común, en esta ficción el narrador, que igualmente escribe en primera persona, es un policía franquista que participa en una célula secreta, La mano armada, constituida con el objetivo de reprimir y asesinar a núcleos insurgentes contrarios al régimen del general Franco. El lenguaje procaz y el cinismo del narrador, unidos a pasajes de hilaridad ciertamente insurgentes, componen un fresco que anima una interpretación entre la empatía y el rechazo, con el trasfondo de una crítica desprovista de concesiones al aparato policial de los sesenta del pasado siglo. La novela, publicada en diciembre de 1986 por la editorial Júcar, dentro de su colección Etiqueta Negra, bien puede entenderse como una aproximación al terrorismo de Estado, en un año en el que la crítica a la dictadura ya estaba normalizada y los GAL planeaban en el debate público, y obviamente los atentados perpetrados por ETA: en este sentido, La mano armada cumple la función de revisar la genealogía de tales acciones terroristas permitidas, si no promovidas, por altas instancias políticas».

Después vendrían El papel de víctima (1988), Llamando a las puertas del infierno (Premio Alfa 7 de novela policíaca, 1988), Las noches contadas (1990), Desgracias personales (1993), Razones para ser feliz (1995), Caras conocidas (2003), Sangre nuestra (2005), La niña que hacía llorar a la gente (2010), La estrella de la fortuna (2016), La santa hermandad (2017) y Carlos Pérez Merinero: Obra póstuma (2018), que incluye las novelas Salido de madre y La casa de todos.

"Desgraciadamente, Carlos Pérez Merinero muere en el año 2012, así que a partir de ahí todas las novelas son reediciones o novelas póstumas"

Razones para ser feliz, Sangre nuestra y La niña que hacía llorar a la gente son novelas tardías, de una época en la que el autor se había retirado del mundo y vivía con su madre en un piso del barrio de la Concepción, medio aislado y convertido en una especie de anacoreta, como alguno de sus personajes. Las tres forman parte de la trilogía Fronteras de la inocencia, y en las tres los protagonistas son niños, niños malditos y traumatizados. En esta etapa, Carlos gusta de experimentar con diversas opciones narrativas, como la segunda persona del singular y la primera persona del plural que, si bien están ya inventadas, son difíciles de utilizar sin romper el ritmo de las novelas.

Desgraciadamente, Carlos Pérez Merinero muere en el año 2012, así que a partir de ahí todas las novelas son reediciones o novelas póstumas que David, su hermano, va rescatando afortunadamente del cajón, para goce y deleite de la corte merinerista que, sin ser una secta, es sin embargo un club selecto y reducido que ha convertido a Carlos y a sus novelas en un escritor de culto cuyas obras también son de culto. Novelas, sobre todo las antiguas, que hoy en día solo es posible conseguir en las tiendas de segunda mano y a veces ni eso, para vergüenza de un país que no sabe cuidar de su memoria histórica literaria y en general de toda su memoria artística.

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Autor: Carlos Pérez Merinero. Título: Las reglas del juego. Editorial: El Garaje. Venta: Amazon y Casa del libro

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Paco Gómez Escribano

Paco Gómez Escribano es Ingeniero Técnico Industrial en la rama de Electrónica. Sus poemas y relatos están publicados en diversas antologías, ya que ha sido finalista en distintos premios. Suele frecuentar y participar en los principales festivales de Novela Negra de la geografía española. Escribe en diversas publicaciones dedicadas al género negro, en sus blogs y en su página web. Hasta ahora ha publicado seis novelas: El círculo alquímico (2011) y Al otro lado (2012), ambas con la editorial Ledoria, calificadas como “Thrillers esotéricos”, con gran éxito entre sus lectores; Yonqui(2014) con la editorial Erein, Lumpen (2015) con la editorial Pan de Letras, escrita a cuatro manos con el escritor Luis Gutiérrez Maluenda, Manguis (2016) con la editorial Erein y #MadridPrisión (2017) con la editorial Black & Noir. Con Yonqui entra de lleno en el género negro. Junto a Lumpen, Manguis y #MadridPrisión, las novelas comprenden un viaje físico y literario por distintas épocas del barrio del propio autor, Canillejas, situado al este de Madrid. Actualmente imparte clases de Formación Profesional en un instituto público de Madrid. @gomezescribano

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