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Ahora le toca a la lengua española - Arturo Pérez-Reverte
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Ahora le toca a la lengua española

No me había dado cuenta hasta que hace unos días, mientras lamentaba las incorrecciones ortográficas de una cuenta oficial en Twitter de un ministerio, leí un mensaje que acababan de enviarme y que me causó el efecto de un rayo. De pronto, con un fogonazo de lucidez aterradora, fui consciente de algo en lo que...

No me había dado cuenta hasta que hace unos días, mientras lamentaba las incorrecciones ortográficas de una cuenta oficial en Twitter de un ministerio, leí un mensaje que acababan de enviarme y que me causó el efecto de un rayo. De pronto, con un fogonazo de lucidez aterradora, fui consciente de algo en lo que no había reparado hasta ese momento. El mensaje decía, literalmente: «Las reglas ortográficas son un recurso elitista para mantener al pueblo a distancia, llamarlo inculto y situarse por encima de él».

No fue la estupidez del concepto lo que me asombró  –todos somos estúpidos de vez en cuando, o con cierta frecuencia–, sino la perfecta formulación, por escrito, de algo que hasta entonces me había pasado inadvertido: un fenómeno inquietante y muy peligroso que se produce en España en los últimos tiempos. En determinados medios, sobre todo redes sociales, empieza a identificarse el correcto uso de la lengua española con un pensamiento reaccionario; con una ideología próxima a lo que aquí llamamos derecha. A cambio, cada vez más, se alaba la incorrección ortográfica y gramatical como actividad libre, progresista, supuestamente propia de la izquierda. Según esta perversa idea, escribir mal, incluso expresarse mal, ya no es algo de lo que haya que avergonzarse. Al contrario: se disfraza de acto insumiso frente a unas reglas ortográficas o gramaticales que, al ser reglas, sólo pueden ser defendidas por el inmovilismo reaccionario para salvaguardar sus privilegios, sean éstos los que sean. Ello es, figúrense, muy conveniente para determinados sectores; pues cualquier desharrapado de la lengua puede así justificar sus carencias, su desidia, su rechazo a aprender; de forma que no es extraño que tantos –y de forma preocupante, muchos jóvenes– se apunten a esa coartada o pretexto. No escribo mal porque no sepa, es el argumento. Lo hago porque es más rompedor y práctico. Más moderno.

Todo eso, que ya por sí es inquietante, se agrava con la utilización interesada que de ello hacen algunos sectores políticos, en esta España tan propensa secularmente a demolerse a sí misma. Jugando con la incultura, la falta de ganas de aprender y la demagogia de fácil calado, no pocos trileros del cuento chino se apuntan a esa moda, denigrando por activa o pasiva cualquier referencia de autoridad lingüística; a la que, si no se ajusta a sus objetivos políticos inmediatos, no dudan, como digo, en calificar de reaccionaria, derechista e incluso fascista, términos que en España hemos convertido en sinónimos. Con el añadido de que a menudo son esos mismos actores políticos los que también son incultos, y de este modo pretenden enmascarar sus propias deficiencias, mediocridad y falta de conocimientos. Otras veces, aunque los interesados saben perfectamente cuáles son las reglas, las vulneran con toda deliberación para ajustar el habla a sus intereses específicos, sin importarles el daño causado.

Tampoco el sector más irresponsable o demagógico del feminismo militante es ajeno al problema. Resulta de lo más comprensible que el feminismo necesario, inteligente, admirable –el disparatado, analfabeto y folklórico es otra cosa–, se sienta a menudo encorsetado por las limitaciones de una lengua que, como todas las del mundo, ha mantenido a la mujer relegada a segundo plano durante siglos. Aunque es conveniente recordar que el habla es un mecanismo social vivo y cambiante, pero también forjado a lo largo de esos siglos; y que las academias lo que hacen es registrar el uso que en cada época hacen los hablantes y orientar sobre las reglas necesarias para comunicarse con exactitud y limpieza, así como para entender lo que se lee y se dice, tanto si ha sido dicho o escrito ahora como hace trescientos o quinientos años. Por eso los diccionarios son una especie de registros notariales de los idiomas y sus usos. Forzar esos delicados mecanismos, pretender cambiar de golpe lo que a veces lleva centurias sedimentándose en la lengua, no es posible de un día para otro, haciéndolo por simple decreto como algunos pretenden. Y a veces, incluso con la mejor voluntad, hasta resulta imposible. Si Cervantes escribió una novela ejemplar llamada La ilustre fregona, ninguna feminista del mundo, culta o inculta, ministra o simple ciudadana, conseguirá que esa palabra cervantina, fregona, pierda su sentido original en los diccionarios. Se puede aspirar, de acuerdo con las academias, a que quede claro que es un término despectivo y poco usado –cosa que la RAE, en este caso, hace años detalla–, pero jamás podrá conseguir nadie que se modifique el sentido de lo que en su momento, con profunda ironía y de acuerdo con el habla de su tiempo, escribió Cervantes. Del mismo modo que, yéndonos a Lope de Vega, cualquier hablante debe poder encontrar en un diccionario el sentido de títulos como La dama boba o La villana de Getafe.

Se está llegando así a una situación extremadamente crítica. Del mismo modo que se ha logrado que partidarios o defensores sinceros del feminismo sean tachados de machistas cuando no se pliegan a los disparates extremos del feminismo folklórico, a los defensores de la lengua española, de sus reglas ortográficas y gramaticales, de sus diccionarios y de su correcto uso, se les está colgando también la etiqueta de reaccionarios y derechistas –lo sean o no– por oposición a cierta presunta o discutible izquierda que, ajena a complejos lingüísticos, convierte la mala redacción y la mala expresión en argumentos de lucha contra el encorsetamiento reaccionario de una casta intelectual que –aquí está el principal y más dañino argumento– mantiene reglas elitistas para distanciarse del pueblo que no ha tenido, como ella, el privilegio de acceder a una educación (como si ésta no fuera gratuita y obligatoria en España hasta los dieciséis años). Del mismo modo que, según marca esta tendencia, quien no se pliega al chantaje del feminismo folklórico es machista y todo machista es inevitablemente de derechas, quien respeta las reglas del idioma es reaccionario, está contra la libertad del pueblo, y por consecuencia es también de derechas. Pues, como todo el mundo sabe, no existen machistas de izquierdas, ni maltratadores de izquierdas, ni taurinos de izquierdas, ni acosadores de izquierdas, ni tampoco cumplidores de las reglas del idioma que lo sean. Resumiendo: como toda norma es imposición reaccionaria y todo acto de libertad es propio de la izquierda, quien defiende las normas básicas de la lengua es un fascista. En conclusión, todo buen y honrado antifascista debe escribir y hablar como le salga de los cojones. O de los ovarios.

No sé si los españoles somos conscientes –y me temo que no– de la gravedad de lo que está ocurriendo con nuestro idioma común. Del desprestigio social de la norma y el jalear del disparate, alentados por dos factores básicos: la dejadez e incompetencia de numerosos maestros (algunos ejercicios escolares que me remiten, con preguntas llenas de faltas ortográficas y gramaticales, de atroz sintaxis, son para expulsar de la docencia a sus perpetradores), que tienen a los jóvenes sumidos en el mayor de los desconciertos, y el infame oportunismo de la clase política, que siempre encuentra en la demagogia barata oportunidad de afianzar posiciones. Pero no pueden tampoco eludir su responsabilidad los medios informativos; sobre todo las televisiones, donde hace tiempo desapareció la indispensable figura del corrector de estilo –un sueldo menos–, y que con tan contumaz descaro difunden y asientan aberraciones lingüísticas que desorientan a los espectadores y destrozan el habla razonablemente culta. Y más, teniendo en cuenta que el Diccionario de la Lengua Española no lo hace sólo la RAE, sino también las academias de 22 países de habla hispana (de ahí tantas palabras que llaman la atención o indignan a quienes ignoran ese hecho), abarcando el habla no sólo de 50 millones de españoles que nos creemos dueños y árbitros de la lengua, sino de 550 millones de hispanohablantes, muchos de los cuales ven con estupor nuestro disparate suicida y perpetuo.

Tampoco la Real Academia Española, todo hay que decirlo, es ajena a los daños causados y por causar. En vez de afirmar públicamente su magisterio, explicando con detalle el porqué de la norma y su necesidad, exponiendo cómo se hacen los diccionarios, las gramáticas y las ortografías, dando referencias útiles y denunciando los malos usos como hace la Academia Francesa, en los últimos tiempos la Española vacila, duda y a menudo se contradice a sí misma, desdiciéndose según los titulares de prensa y las coacciones de la opinión pública y las redes sociales, intentando congraciarse y no meterse en problemas. Esa pusilanimidad académica que algunos miembros de la institución llevamos denunciando casi una década ante la timorata pasividad de otros compañeros, ese abandono de responsabilidades y competencias, esa renuncia a defender el uso correcto –y a veces hasta el simple uso a secas– de la lengua española, ese no atreverse a ejercer la autoridad indiscutible que la Academia posee, envalentonan a los aventureros de la lengua. Y crecidas ante esa pasividad y esos complejos, cada día surgen nuevas iniciativas absurdas, a cuál más disparatada, para que la RAE elimine tal acepción de una palabra, modifique otra y se pliegue, en suma, a los intereses particulares y, lo que es peor, a la ignorancia y estupidez de quienes en creciente número, con la osadía de la ignorancia o la mala fe del interés político, se atreven a enmendarle la plana. Por eso, en el contexto actual, pese a que de las nueve mujeres académicas admitidas en tres siglos seis han ingresado en los últimos ocho años, pese a su formidable e indispensable labor para quienes hablan la lengua española, la Academia es considerada por muchos despistados –basta asomarse a Twitter– una institución reaccionaria, machista, apolillada y autoritaria. Cuando en realidad, gracias a algunos de sus académicos, sólo es una institución acomplejada, indecisa y cobarde.

Y ojo. Aquí no se trata de banderitas y pasiones más o menos nacionales. Aquí estamos hablando de un patrimonio lingüístico de extraordinaria importancia; un tesoro inmenso de siglos de perfección y cultura. De algo que además nos da prestigio internacional, negocio, trabajo y dinero. Hablamos de una lengua, la española, que es utilizada por cientos de millones de hispanohablantes que hasta hoy, gracias precisamente a la Real Academia Española y a sus academias hermanas, manejan la misma Ortografía, la misma Gramática y el mismo Diccionario; cosa que no ocurre con ninguna otra lengua del mundo. Constituyendo así entre todos, a una y otra orilla del Atlántico, un asombroso milagro panhispánico. Un espléndido territorio sin fronteras. Una verdadera patria común, cuya auténtica y noble bandera es El Quijote.

__________

Publicado el 24 de junio de 2018 en XL Semanal.

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Arturo Pérez-Reverte

Editor y cofundador de Zenda. Arturo Pérez-Reverte nació en Cartagena, España, en 1951. Fue reportero de guerra durante veintiún años. Con más de veinte millones de ejemplares vendidos en todo el mundo, muchas de sus novelas han sido llevadas al cine y a la televisión. Hoy comparte su vida entre la literatura, el mar y la navegación. Es miembro de la Real Academia Española. perezreverte.com · @perezreverte · fb.com/perezreverte ·  mypublicinbox.com/perezreverte

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Ricarrob
Ricarrob
4 meses hace

No sé si ha sido un lapsus, si ha sido una interferencia inconsciente freudiana o ha sido intencionada la frase, don Arturo. Lo del «huevo de la cara» o como decir también «el ojo de la entrepierna», me ha sorprendido. Pero, bueno, el sr. Pérez-Reverte siempre nos sorprende. Pensándolo bien, sí, algunos parecen tener los huevos en la cara y el cerebro en el culo.

Quizás sí, todo el proceso completo, no solamente Napoleón, me refiero a la Ilustración y la Revolución, sin olvidarnos de la Revolución Americana y la Inglesa y tampoco olvidemos el proceso que se inició con el Renacimiento y sus repúblicas, trajeron cambios y modernidad. Un proceso de libertades y concienciación ante el sometimiento, iniciados desde la Edad Media. Cambios y moderniad. Incluso en España a pesar del rey Felón.

Pero, de nuevo, toda Europa, incluida España, se cubrirían de sangre.

Parece que todo progreso social y político humanos siempre tienen que estar teñidos de ese rojo elemento.

Cambios y modernidad. Pero, también grandes retrocesos. El XIX es el siglo del gran desarrollo de los fatídicos nacionalismos en toda Europa, germen de las terribles masacres del siglo XX. Quizás la culminación de Napoleón, el final de su proceso, sea la IIGM, con guerra prusiana de por medio.

Congreso de Viena, Santa Alianza, etc. La gran diplomacia en su momento más álgido. Talleyrand, Metternich, personajes irrepetibles que forjaron todo esto en una arquitectura de efímera palabrería sin fin. Nunca se habló tanto para tan poco. Las élites europeas volcadas en el mantenimiento del staus quo y de sus privilegios de clase. Hasta esto también influyó en España: para salvarle el culo a Fernandito el Felón con los 100.000 hijos de la madre que los parió (de nuevo una invasión francesa) y terminar con el breve liberalismo.

Poder, élites, privilegios, cargos públicos, dinero, koldos, software de la Complutense, falcons… … … nada ha cambiado. No hay revolución que cambie todo esto.

Un huevo de la cara.
Excelente artículo, don Arturo.

Toni Fernández
Toni Fernández
4 meses hace
Responder a  Ricarrob

Mencione usted de vez en cuando en sus largas diatribas algún chanchullo del PP, no? Es que si no, vamos a pensar que usted no es ecuánime, sino más bien un sectario. Y le escribe alguien que desprecia a los políticos españoles, a todos. Y a quienes les siguen. Por razones obvias.

Basurillas
Basurillas
4 meses hace
Responder a  Toni Fernández

Bien, muy bien contestado, en mi opinión, querido amigo. Y me voy a atrever a apoyarle, aunque desde luego no lo necesite, con mis propios argumentos:
Para mi, históricamente y hasta la fecha, la izquierda (en su más puro espíritu) sólo tiene, o tuvo, o debió tener, tres valores fundamentales y esenciales que la diferenciaba del resto de ideologías o ideas políticas.
El primero la COHERENCIA con sus postulados, los cuales estaban totalmente alejados de los nacionalismos y aspiraban a crear mejores condiciones para toda la población, sin excepción o limitación. Ya podemos ver en nuestro país que esto se ha traicionado con unos compañeros de viaje totalmente alejados de esa idea fundamental, no importándole a los partidos del gobierno auparse al poder con ellos y convirtiendo, o intentándolo, a unos ciudadanos en ciudadanos de primera y otros de segunda con menos igualdad, derechos y financiación, y todo ello con tal de permanecer en el poder. Y si esto no logran cumplirlo en un país ¿cómo van a hacerlo en todo el mundo, lo que debería ser su objetivo primordial?
Por otra parte, como segundo valor, esa coherencia siempre ha estado ligada a la VERDAD en sus teorías, postulados y afirmaciones. Ya hemos visto múltiples veces como actualmente, para esta supuesta izquierda, la verdad es un mero instrumento que cambia de un día para otro, destruyendo la confianza legítima de sus votantes. Y sin verdad ¿quién podra confiar más en ellos?
El tercer valor, y el más doloroso en su falta de respeto, es la ÉTICA y HONRADEZ en sus planteamientos, programas y, en especial, en la consecución de los mismos. Reiteradamente hemos visto que para esta supuesta izquierda, la corrupción, la vejación de propios y contrarios, la falta de respeto a las reglas del juego que todos nos dimos, y el sacar partido del poder de forma amoral se ha convertido, y por desgracia reiteradamente, en su seña identificativa.
Ser de izquierdas es como el amor, el cariño, el respeto y la fidelidad a un o una amante. Una vez que te traiciona y te defrauda es dificil perdonar y volver junto a él o ella. Ese es mi caso.

Ricarrob
Ricarrob
4 meses hace
Responder a  Toni Fernández

Perdóneme, sr. Fernández, en mi tardanza en contestarle. Realmente ya le contesté a usted pero, por las maravillas de la tecnología, no se añadió mi comentario y respuesta.

Lo primero, decirle que si leyera usted habitualmente mis comentarios sabría que, por mi parte, critico tanto a tirios como a troyanos, a los «hunos» como a los «hotros». No sé decirle exactamente en qué porcentaje exacto, no llevo la cuenta.

Lo segundo, decirle que escribo estas humildes líneas solamente por placer y por desahogo, no por lo que piense nadie de mí que me la trae al pairo. Yo sé lo que soy y cómo soy y eso no va a cambiar por lo que digan o piensen los demás.

Lo tercero es decirle que es lógico y saludable criticar más a quien disfruta del poder en un momento determinado. Las gentes que gobiernan deben estar preparadas para recibir críticas, asumirlas y deben conocer lo que realmente piensa la gente de ellos y de su ejercicio del poder. Como le digo, en una democracia, esto debe ser un ejercicio sano y saludable.

Por último, decirle que quizás me excedo más en criticar a esto que yo llamo la izquierda cutre de este país que no tiene parangón con ninguna otra izquierda democrática del mundo Occidental.

La acusación de sectario es muy fuerte y solamente se debe aplicar a quién es un fanático y un dogmático de alguna de las ideologías que el ser humano desgraciadamente ha dido capaz de inventar (casi todas terminadas es «ismos») y, además, intenta imponerlas por la fuerza a los demás. Siento decirle que yo no reuno ninguna de esas características y decirle, además, que criticar al poder no es sectario, ni nunca lo ha sido. Error de concepto, en mi opinión.

Reflexione, por favor, sobre estas humildes palabras.

Saludos cordiales.

Basurillas
Basurillas
4 meses hace
Responder a  Ricarrob

Esas maravillas de la tecnología que menciona han hecho también, cual duendes juguetones, que su comentario señor Ricarrob desapareciera de su lugar inicial y mi comentario, como apoyo al suyo, aparezca ahora antes que el de usted y pierda asi su sentido inicial.

Ricarrob
Ricarrob
4 meses hace
Responder a  Basurillas

Nunca un comentario, hecho con buena intención, pierde su sentido. El tiempo es relativo y, aunque no sabemos manejarlo, controlarlo, tiene realmente poca importancia. Cuando somos capaces, pocas veces, de abstraernos de nuestra materialidad, el éxtasis sexual es una de ellas, la rememoranza nostálgica es otra, el dolor intenso por la pérdida de un ser querido es otra, la comunión con la naturaleza en un éxtasis bucólico otra, el tiempo deja de tener sentido y, nosotros, pobres humanos, somos capaces de controlarlo… por breves momentos.

Un abrazo.

jose carlos seghiri pizarro
jose carlos seghiri pizarro
4 meses hace

Es fascinante, como todo lo que escribe. El Asedio, Un Día de Cólera, El Husar.
España no estaba preparada para recibir los valores que venían con las águilas de la Libertad. España era un país del Clero y la Corona, aquí imperaba la Inquisición y no sirvió de nada abrir las cárceles de la Inquisición. Un país analfabeto y embrutecido por catecismo, misas y rosarios de la aurora con el que asustaban a las gentes que dormían.

Ricarrob
Ricarrob
4 meses hace

Efectivamente. Y los mega-millones de rosarios meramente mecánicos y las mega-millones de misas meramente presenciales, se repitieron durante los nefastos 40 años de franco-puritanismo. Nunca jamás un país perdió tanto el tiempo. Misas y rosarios en un país en el que el Maestro estaba ausente e ignorado.

Sí, embrutecimiento.

Basurillas
Basurillas
4 meses hace

Las pulsiones por mantener lo mismo de siempre, lo conocido, aquello con lo que te encuentras a gusto aunque lo reconozcas desfasado, incompleto y superado es una constante en la humanidad, tras haber probado nuevas formas de entender la existencia y descubrir nuevos valores morales, políticos y económicos. Lo que ahora denominamos graciosamente «salir de la zona de confort» es lo que pedía Europa tras el follón napoleónico. No había vuelta atrás. Las viejas cuitas dinásticas, la fe concebida como dogma inquebrantable y el olvido de la burguesía como motor de la organización social tenían los días contados, por mucho que la llamada restauración intentase volver a la situación anterior. Napoleón, a pesar de sus desastres bélicos en sus últimos años, había inoculado con éxito en la sociedad el gérmen de la modernidad y de un nuevo pensamiento que ya se encontraba rondando en el ambiente con anterioridad. A partir de ahora todo se examinaría y se pondrìa en duda y el respeto debería ser nuevamente ganado sin tener en cuenta formas ancestrales y caducas.

Julia
Julia
4 meses hace

Sr Pérez Reverte:
No cabe duda de que le apasiona la Historia y disfruta contándola. Yo la estudié y conozco lo suficiente para tener una ideíta, saber de qué estamos hablando y poseer una opinión.
Yo opino de lo que conozco y puedo dar mi parecer basado en la razón, lógica o sentido común de otros temas ajenos a mi entorno y me divierte . Soy como los comentaristas de TV que opinan de todo y salen en las tertulias, salvo que a mí me gusta opinar por escrito.

En un discurso, mi suegro dijo que ‘la Aldea de Arriba (barrio) casi pudo haber sido nuestro Waterloo’ (pronunció vaterló) por dificultad en una canalización .
La gente comentó: Don Alfredo ha dicho que la Aldea de Arriba es el váter de Soutelo.

Sabe una cosa que he aprendido? El carajo. Una cestita en un palo no se si mayor menor, al que mandaban para otear el horizonte.
Me gusta la frase, Vete al carajo! aunque tenga distinto significado del de antaño.
Buen día Capitán.

Basurillas
Basurillas
4 meses hace
Responder a  Julia

Buenas noches doña Julia, el nombre correcto de esa cestita, siendo purista, es «cofa», la cofa. Otra palabra naútica interesante y que puede resultar equívoca es «jardin». No suele ser conveniente, en términos profesionales o laborales «meterse en muchos jardines».
Una duda me queda preguntarle a usted ¿el Soutelo al que se refiere es al de Pontevedra en Galicia?
Un saludo.

Raulmanny
Raulmanny
4 meses hace

Armand de Caulaincourt, un general y diplomatico frances trato de disuadir a Napoleon de la invasion a Rusia pero fue con el como parte de su Estado Mayor. Mas de un siglo despues sus memorias sobre esa campaña fueron estudiadas por generales alemanes durante la operacion Barbarossa. No aprendieron las lecciones.

Basurillas
Basurillas
4 meses hace
Responder a  Raulmanny

Buenas noches. Sí, es posible que no las aprendieran. Pero tambíen es posible que si lo hicieran y sacasen las conclusiones correspondientes, pero el tío Adolfo las despreciara, igual que despreciaba a la mayoría del alto mando de la Wehrmacht, pensando que él era un iluminado por la gracia y no se podía equivocar. Le díó igual retrasar el principio de la operación más de un mes para ayudar al nefasto Mussolini en su desastre griego (lo que tal vez le impidió conquistar Moscú por la precipitada llegada del «general invierno» ruso); no le importó no prever dotar de material de invierno para las tropas y medios mecánicos del ejército (se murieron de frío o se quedaron parados entre el hielo y la nieve); no le importó, algunos meses más tarde, declarar también la guerra a los Estados Unidos, con todos los ingentes medios de toda índole que esta nación dedicó para ayudar a los soviéticos; y desde luego no le importó destinar y malgastar millones de marcos y recursos sin fin para asesinar a incontables personas en el holocausto judío. Hitler se consideraba infalible tras la derrota de Francia, a pesar de haber intentado sin éxito vencer a los británicos, y pagó con creces esta creencia. Casi igual que Napoleón. Sólo ellos fueron los culpables.

Aguijón
Aguijón
4 meses hace

«Gran Bretaña siempre dispuesta a desestabilizar Europa mandase quien mandase en ella…»
Un apunte solamente:
Memorias de Sir Winston Spencer Churchill, capitulo:
Un intervalo trágico, España.
Allí se pueden extraer notas interesantes al respecto…
Ese texto es el que debe incluirse en los libros de historia de la ESO y no la propaganda falsaria de Portillo, pagada por Churchill precisamente cuando la División Azul combatía en Rusia.

Francisco Brun
4 meses hace

Los fragmentos de la historia con los que nos ilustra el señor Pérez Reverte parece que se produjeron en lapsos de tiempo relativamente cortos, pero si nos detenemos a pensar en las miles y miles de trifulcas, combates, pactos, traiciones, muertes o amoríos; no existe en mi opinión un camino preciso de hechos desencadenantes y es muy probable que la indigestión por una comilona del día anterior realizada por algún hombre poderoso, cambió el curso y el destino de millones de almas para siempre.
Hoy, ahora mismo, tenemos que rogar que Putin, XI Jinping, Joe Biden, o algún otro, no pasen una mala noche con sus respectivas señoras y estas, a su vez, no se alteren por falta de cariño; porque mañana mismo, se podría desintegrar el mundo entero.
Por fortuna esto seguramente no ocurrirá y nuestra única preocupación se concentra en manejar, nosotros, los de a pie, a nuestras respectivas mujeres, lo que es muy simple, solo se necesitan dos palabras dichas en forma enérgica para terminar de una vez por todas y para siempre con los caprichos femeninos…¡Si querida!. Y el mundo seguirá su curso.

Cordial saludo

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