La siguiente cita está tomada de una entrevista realizada a Arturo Pérez-Reverte en octubre de 2011, con motivo de los veinte años que el autor cumplía como columnista del suplemento dominical XLSemanal:
¿Sabes qué pasa? Yo no soy el Arturo Pérez-Reverte que escribe en XLSemanal. La gente piensa que yo soy así. Que yo voy por la vida agrediendo e insultando. Yo soy un tipo, como bien sabes, bastante correcto. Nunca digo tacos hablando en la vida normal ni nada. Lo que pasa es que ése es un personaje literario que tiene una actitud de gruñón y agresivo y, como tal, debo ser fiel a él. Y el lector veterano lo sabe. [1]
Debí de leer esta entrevista seguramente en el momento de su publicación, o no mucho tiempo después, y fue la principal razón de que me decidiera a dedicar el TFM de mi Máster en Literatura Española e Hispanoamericana, allá por el año 2012, a los artículos de este autor, a partir del cual he elaborado el presente texto. Yo por entonces era lector habitual (aunque no diría tanto como fiel seguidor) de su columna dominical, y me pareció que en esta entrevista aparecían unas claves interesantes en las que poder ahondar con mi trabajo: ¿existe un Arturo Pérez-Reverte real, de carne y hueso, y otro Arturo Pérez-Reverte autor? Y, dentro del Arturo Pérez-Reverte autor, ¿existen a su vez dos Arturos Pérez-Reverte, uno novelista y otro articulista? Más aún: ¿es esto un caso aislado, o es una práctica habitual en los autores de desdoblarse en distintos «yos» según el tipo de texto que escriben? ¿Se trata de un simple juego de voces narrativas, o de algo más profundo?
En aquel (tan lejano ya, nos parece) año 2011, yo estaba aún muy lejos de convertirme en autor y poder responder a esas preguntas por mí mismo. Mi único acercamiento al tema había sido la lectura del relato de Borges titulado Borges y yo, donde el argentino distingue entre su «yo» autor y su «yo» de carne y hueso, el cual sólo conoce de lo que le ocurre al otro, al Borges autor, a través del correo, o «en ternas de profesores, o en diccionarios bibliográficos», como si este, el Borges que escribe, no fuera sino un agente externo a su propia persona, ajeno a él mismo.
El objetivo de mi trabajo fue, por tanto, averiguar si era cierto que algunos autores se desdoblan a la hora de ponerse frente a la página, concretamente a la hora de elaborar artículos periodísticos. Es decir, si a la hora de redactar este tipo de textos, los autores adoptan una suerte de «personalidad» propia, singular y distinta de la personalidad que estos pudieran tener en la vida real, o de la que se pudiera traslucir de sus novelas y textos de ficción.
No me llevó mucho averiguar que este desdoblamiento a la hora de encarar artículos periodísticos no sólo es una técnica habitual, sino que incluso suele remarcarse con el uso de seudónimos y, en ocasiones, hasta con el de heterónimos o «alter egos» con una circunstancia personal y características propias distintas de las del autor real. El Juan de Mairena, junto con los otros apócrifos de nuestro Antonio Machado, es quizá el mejor ejemplo dentro de las letras hispánicas. Justamente al hablar de Juan de Mairena afirma el catedrático Antonio Fernández Ferrer lo siguiente: «Hablar de lo apócrifo es, en realidad, tratar de la literatura misma, pues el recurso del desdoblamiento ficticio ha sido frecuentado en numerosas ocasiones como ficción de segundo grado, juego con el juego que, ya de entrada, supone lo literario» [2].
Un «juego con el juego». Posiblemente sea esta la mejor manera de definir ese desdoblamiento de personalidad de algunos autores a la hora de afrontar según qué parcelas de sus obras. Quien decide desdoblarse a sí mismo en su texto, o firmarlo con un heterónimo, introduce un nivel más de profundidad en el juego ficcional que de por sí supone la literatura. No se trata de que un autor decida emplear simplemente un narrador que pretenda ser el auténtico autor del texto, como ocurre en tantas y tantas obras (por ejemplo, con el procedimiento del «manuscrito encontrado», que ya usara Cervantes en el Quijote), sino de que el autor se ficcionalice a sí mismo, bien como un personaje más en la trama (como en la llamada «autoficción», a veces con un nombre verdadero, como el «Javier Cercas» de Soldados de Salamina, a veces con uno parecido, como el «Arturo Belano» de Roberto Bolaño o el «Juan Marés» de Juan Marsé); bien como creador del texto dentro del texto (el ejemplo por antonomasia en la literatura española es el «Unamuno» de Niebla); o bien como creador del texto fuera del texto, usando una identidad falsa, un heterónimo, que puede estar más o menos desarrollado en tanto que personaje, como el citado «Juan de Mairena» machadiano, o el «Tomé de Burguillos» de Lope de Vega, o los célebres heterónimos de Pessoa.
El recurso de la ficcionalización del yo, si bien es empleado en todos los géneros literarios, es especialmente común en un subgénero que, por su propia idiosincrasia, se encuentra en una situación limítrofe entre la realidad y la ficción: el articulismo. Ya hemos citado al «Juan de Mairena» de Machado, y podríamos citar también al «Fígaro» de Larra o al «Curioso Parlante» de Mesonero Romanos, así como a Azorín, que antes de convertirse en Azorín usó los seudónimos de «Ahrimán» o «Cándido» para sus artículos, o, más cercano en el tiempo, el «Robinson Urbano», seudónimo de los comienzos como articulista de Muñoz Molina, o el seudónimo «Francisco Umbral» (sí, era un seudónimo), que el autor usara desde sus comienzos periodísticos.
Pero claro, hasta donde sabemos, «Arturo Pérez-Reverte» no es ningún seudónimo ni heterónimo (según el DRAE, un «heterónimo» es una ‘identidad literaria ficticia, creada por un autor, que le atribuye una biografía y un estilo particular’, algo más elaborado, en definitiva, que un mero seudónimo). Arturo Pérez-Reverte firma sus artículos periodísticos con su propio nombre, y, en su caso, por tanto, el juego ficcional no es tan evidente como en los autores antes citados. Es decir: cuando leemos a Juan de Mairena, oímos de fondo la voz personal de Antonio Machado, pero filtrada a través de su heterónimo. Sin embargo, ¿ocurre así en el caso de Arturo Pérez-Reverte? ¿Es cierto, como declaraba él en el año 2011, que existe un Arturo Pérez-Reverte «personaje literario», esa voz gruñona, a veces deliberadamente soez e incluso hiriente, que hay que distinguir de modo claro del ser humano de carne y hueso, e incluso del novelista? Mi respuesta, después de analizar pormenorizadamente el corpus completo (o prácticamente completo) de sus artículos publicados hasta el año 2012, es que sí. Arturo Pérez-Reverte, en su vertiente de articulista, posee una serie de cualidades que, consideradas en su conjunto, configuran una suerte de «personalidad», o, más ajustadamente, un «ethos», según la teoría acuñada por el profesor Fernando López Pan [3]. El «ethos», aplicado al articulismo, vendría a ser la «visión del mundo», el «talante» que el articulista se fabrica poco a poco en sus textos, la imagen que proyecta de sí mismo.
Paso a continuación a exponer cuáles son los rasgos de esa «personalidad» propia del Arturo Pérez-Reverte articulista.
1 El humor a través del lenguaje
Como ya hiciera Valle-Inclán con Luces de bohemia, o Larra en sus artículos, Pérez-Reverte camufla su crítica corrosiva y pesimista de la realidad española bajo el manto del absurdo, la parodia y la hipérbole. El humor, la ironía y el sarcasmo recorren toda su producción articulística; son su eje vertebrador. Al contrario, eso sí, que en los casos de Valle-Inclán o Larra, no es el suyo un humor basado en la descripción de sucesos o situaciones (aunque recurra a ello en alguna ocasión), sino que, como afirma el doctor Martín Nogales, «es un humor […] basado en el lenguaje» [4]. ¿Cómo se desarrolla su humor a través del lenguaje? Sobre todo, mediante el uso del registro coloquial (esto es una diferencia esencial entre Reverte y Larra, con quien a menudo ha sido comparado: Larra nunca cae en el registro popular, ni siquiera para denostarlo). Como coloquialismos entendemos barbarismos, jerga callejera y criminal, y expresiones humorísticas. Algunos ejemplos de los coloquialismos habituales del autor son los siguientes (no incluyo el artículo del que tomo cada uno de ellos por no extender innecesariamente la longitud de este texto): *arradio, *afoto, *asín, *palante, *sesienten, *cagüentodo, *gudmorning, *Bemeuve, picoleto, madera, talego, boquera (por ‘chivato’), lumi (por ‘prostituta’), jaco (por ‘heroína’), sirlar (por ‘robar, rajar’), verdes las han segado, importa un huevo de pato, cada perro se lama su pija, disfrutar como un cochino en un maizal.
2 El léxico malsonante y ofensivo
El Arturo Pérez-Reverte articulista es un malhablado. No es ningún secreto. Y él mismo se refiere a este aspecto en su artículo «El insulto»:
Porque no es lo mismo decirle a uno hijoputa así, de corrido, como quien no quiere la cosa, que vocalizar bien hijo de puta, o mejor hijo de la gran puta, con una pequeña y precisa explosión labial en la p, que es donde está el nudo de la cuestión.
Y no puedo menos que citar unas líneas incluidas en su artículo «Insultando, que es gerundio (I)», donde se insiste en la idea de que el Arturo Pérez-Reverte «gruñón y agresivo» de los artículos no es sino una mera voz narrativa, un alter ego, un personaje:
Aunque, en lo que a mí se refiere, lo cierto es que sólo insulto por escrito. En la vida real, fuera de este gruñón personaje semanal cuyo talante, vocabulario y patente de corso me veo obligado a sostener desde hace casi catorce años —faltaría más, amariconarse a estas alturas—, soy un fulano más bien cortés. Gano mucho con el trato, dice mi editora.
3 Neologismos, pleonasmos, eufemismos, arcaísmos, expresiones deformadas
El Arturo Pérez-Reverte articulista es un creador de lenguaje. Por sus líneas circulan neologismos (palabras de creación propia) como *picolandia, *pijolandio (por ‘pijo’), o *engañainfantes; a veces en forma de siglas y acrónimos: JASG (‘Jóvenes Aunque Sobradamente Gilipollas’), MOTRACAT (‘Mando Operativo Transferido Catalán’), UPEF (‘Unidad Productora de Esfuerzo Físico’); pleonasmos humorísticos, como ministro francés de la Francia, estilo anglosajón estadounidense de América, ningún otro sitio del mundo mundial, una merienda de negros de color, pluralidades multiplurales, a mí personalmente en mi propia mismidad; eufemismos, como los que usa para referirse al término «morir»: decir adiós muy buenas, dejar de fumar, quedar listo de papeles, quedar mirando a Triana, picar billete, o hacer el mutis; arcaísmos, la mayoría pertenecientes al Siglo de Oro (que para eso el autor es el creador de la saga del capitán Alatriste), como rediez, pardiez, vive dios, voto a dios, voto a tal, rediós; y expresiones deformadas, como Rita Karenina la cantaora, lo cortés no quita lo caliente, le sientan igualito que a un Cristo una chupa de cuero y una recortá, allí atan a los rottweilers con longanizas, y es que ahí está la madre del agnus, mi nombre es Med, Moha-med, o diseño divino de la muerte súbita.
4 El «territorio Reverte»: el mar, las letras y las armas
Según un estudio de María José Cantalapiedra González [5], más de la mitad de la producción articulística de Arturo Pérez-Reverte gira en torno a tres ejes temáticos: el mar, las letras y las guerras. Partiendo de esa premisa, podemos extraer ya una conclusión: la «visión del mundo» que se proyecta en sus artículos es extremadamente personal, una visión que va de «dentro afuera», por decirlo de alguna forma. Arturo Pérez-Reverte escribe principalmente sobre aquello que le apasiona o angustia; sobre aquello que mejor conoce. No se limita a hablar de los temas que están de actualidad en su momento: sus artículos, junto con sus novelas, forman una suerte de «microcosmos» donde ciertos temas se repiten insistentemente. Antonio Moreno se pregunta si no sería posible hablar de un «mundo revertiano» o «territorio Reverte» [6], atendiendo a la uniformidad estilística de sus novelas, y que desde luego se podría ampliar a su querencia por esos tres ejes temáticos (el mar, las letras y las armas), de los cuales voy a hablar a continuación, concretándolos y añadiendo algún tema más.
5 El problema de España
En el artículo «La desgracia de nacer aquí» —donde nos cuenta cómo Leandro Fernández de Moratín o Goya, por sus ideas progresistas y renovadoras, tuvieron que exiliarse a Francia tras la vuelta de Fernando VII al poder—, Arturo Pérez-Reverte expone de forma clara su postura con respecto a la idiosincrasia española, sin duda uno de sus temas predilectos:
Pobre España, me decía, tantas veces a punto de levantar la cabeza, de salir de la oscuridad y el patetismo de pueblo y la incultura y la estupidez y la violencia; y cada vez que estuvimos a punto de abrir la ventana para que entrase el aire, vino un fraile con un haz de leña, o una invasión francesa, o un canalla coronado como Fernando VII, o un espadón descontento con las últimas medallas y la marcha del escalafón, y todo se fue de nuevo a hacer puñetas: otra vez el cerrojazo, y el triunfo de la sinrazón, y el exilio.
La España que dibuja el autor en sus artículos es un país por encima del cual sobrevuela la sombra machadiana de Caín, un país de analfabetos y desagradecidos, cuya ignorancia y malicia sólo es superada por la ignorancia y malicia de sus gobernantes —«país de hijos de puta», es el epíteto empleado a menudo por el columnista—. Una visión de España similar a la que nos ofrece Goya en su Duelo a garrotazos, y que, según él mismo repite a menudo, tendría su origen en el Concilio de Trento, donde España erró en su decisión de cerrarse sobre sí misma, condenando su futuro a la superstición y oscuridad impuestas desde los púlpitos.
6 La guerra y el periodismo
Es por todos sabido el pasado del autor como corresponsal de guerra y periodista en TVE y otros medios, y estas facetas de su existencia no sólo han tenido cabida en sus novelas (como en El pintor de batallas o Territorio comanche), sino también en sus artículos, de tal modo que son multitud los dedicados a estos dos asuntos, muchos de ellos circunscritos al conflicto en los Balcanes, en el que el autor estuvo presente. En cuanto a su particular visión del periodismo, la expone, entre otros, en su artículo titulado «Cuando éramos honrados mercenarios», donde habla sobre su experiencia en el diario Pueblo:
En él [en el diario] se daba la mayor concentración imaginable de golfos, burlangas, caimanes y buscavidas por metro cuadrado. Era una pintoresca peña de tipos resabiados, sin escrúpulos, capaces de matar a su madre o prostituir a su hermana por una exclusiva, sin que les temblara el pulso. Y que a pesar de eso —o tal vez por eso— eran los mejores periodistas del mundo.
Se trata, claro, de una visión un tanto romántica en los tiempos de periodismo hecho para el clickbait en RRSS que corren actualmente, si es que acaso (y esto es un apunte personal) el periodismo actual sigue siendo el mismo oficio de antaño y no otro diferente, aunque conserve el mismo nombre.
7 Lengua y RAE
En su artículo «Mi propio manifiesto (I)», el Arturo Pérez-Reverte articulista habla así de su lengua:
Detesto cualquier nacionalismo radical: lo mismo el de arriba España que el de viva mi pueblo y su patrona. […] Pero hay un nacionalismo en el que milito sin complejos: el de la lengua que comparto, no sólo con los españoles, sino con cuatrocientos millones de personas capaces, si se lo proponen, de leer el Quijote en su escritura original. Amo esa lengua-nación con pasión extrema. Cuando me hicieron académico de la RAE acepté batirme por ella cuando fuera necesario. Y eso hago ahora.
Dice estar dispuesto a «batirse» por la lengua española, y no cabe duda de que lo hace, si atendemos a la forma tan contundente que tiene de tomar partido en algunas de las polémicas lingüísticas en boga en la actualidad. Otras cuestiones a las que se refiere frecuentemente son la de los excesos del lenguaje políticamente correcto, plagado de eufemismos y circunloquios que considera totalmente absurdos, o la de la complicada (o no, también esto quede al criterio del lector) situación del castellano en los territorios bilingües del estado, especialmente en Cataluña, un asunto este que, en el momento de la publicación de muchos de sus artículos sobre el particular, hace más de una década, ya era delicado, y que hoy, según están las cosas, es mejor no entrar, o hacerlo sólo si va uno ataviado con chaleco antibalas.
Conclusión
La conclusión es que, efectivamente, existe un Arturo Pérez-Reverte articulista al que podemos distinguir del Arturo Pérez-Reverte de carne y hueso, e incluso del Arturo Pérez-Reverte novelista, ya que la «personalidad» o «ethos» desarrollado por el autor en sus artículos es lo suficientemente consistente como para considerarlo poco menos que un «alter ego», algo así como un heterónimo carente de nombre o circunstancia. El Arturo Pérez-Reverte articulista es un tipo que, como hemos visto, usa coloquialismos, neologismos, arcaísmos, entre otros procedimientos lingüísticos, y que posee asimismo un universo temático relativamente bien delimitado. Tanto es así que, al contrario de lo que ocurre con otros articulistas (incluso con otros también muy notables), es relativamente sencillo para cualquiera de sus lectores habituales averiguar si un artículo pertenece o no a él únicamente con leer unas pocas líneas.
En definitiva, podemos considerar el articulista que firma como Arturo Pérez-Reverte no es sino una más de las creaciones del autor, quizá la más personal de todas, y desde luego la más longeva en el tiempo, porque es un personaje que va ya para los treinta años de existencia, y sin final a la vista.
El presente artículo es una adaptación del TFM del Máster en Literatura Española e Hispanoamericana que realicé en la Universidad de Salamanca en el curso 2011-2012, con el título La ficcionalización del “yo” en los artículos de Arturo Pérez-Reverte, y que defendí en el mes de junio del año 2012. Como curiosidad, me gustaría resaltar que entre los presentes se encontraba el escritor Fernando Iwasaki, con quien intercambié algunos comentarios sobre el mismo, y quien podrá servir quizá de testigo en el caso de que alguien dude de la autenticidad de mi título.
[1] Benedicte, David: «En la corte del rey Arturo». XLSemanal, núm. 1252, octubre 2011.
[2] Fernández Ferrer, Antonio: «Prólogo». En Machado, Antonio: Juan de Mairena I. Madrid: Catedra, 2003.
[3] López Pan, Fernando. «El ethos retórico, un rasgo común a todas las modalidades del género columna». Ínsula, vol. 703-704, julio-agosto 2005, págs. 12-15.
[4] Martín Nogales, José Luis: «La coherencia del huracán». Prólogo a Pérez-Reverte, Arturo: No me cogeréis vivo. Madrid: Punto de lectura, 2007.
[5] Cantalapiedra González, María José; Rivero Santamaría, Diana; Iturregui Mardaras, Leire: «La contaminación entre articulista y novelista: Arturo Pérez-Reverte». En Actas del I Congreso Internacional Latina de Comunicación Social. La Laguna, Tenerife: Miércoles, 9 – viernes, 11 de diciembre de 2009.
[6] Moreno, Antonio: «Arturo Pérez-Reverte: Variaciones en torno a un mismo estilo». En López de Abiada, José Manuel y López Bernasocchi, Augusta (eds.): Territorio Reverte. Ensayos sobre la obra de Arturo Pérez-Reverte. Madrid: Verbum, 2000.
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