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Antonio Orejudo: “Se puede decir cualquier gilipollez siempre y cuando esté bien escrita” - Zenda
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Antonio Orejudo: “Se puede decir cualquier gilipollez siempre y cuando esté bien escrita”

En Un momento de descanso (Tusquets, 2011), Antonio Orejudo (Madrid, 1963) cuenta cómo una estudiante negra se despierta con su propio ronquido mientras uno de los protagonistas de la novela, Arturo Cifuentes, imparte una clase. Cuando esta joven abre los ojos, el profesor le suelta una frase cargada de ironía y sus compañeros rompen a...

En Un momento de descanso (Tusquets, 2011), Antonio Orejudo (Madrid, 1963) cuenta cómo una estudiante negra se despierta con su propio ronquido mientras uno de los protagonistas de la novela, Arturo Cifuentes, imparte una clase. Cuando esta joven abre los ojos, el profesor le suelta una frase cargada de ironía y sus compañeros rompen a reír. Meses después, cuando la alumna suspende, denuncia al personaje y lo arrastra a una tormenta en la que, desatados e implacables, soplan los vientos huracanados y cuasi orwellianos de la «corrección política» y la «discriminación positiva».

En Grandes éxitos (Tusquets, 2018), el escritor madrileño cuenta que ese episodio está basado en algo que le ocurrió en sus propias carnes —qué folclórico me ha quedado esto— en EEUU. La protagonista real se llamaba Gloria. Arrastrando esta experiencia, entre otros motivos, decidió trasladar su ejercicio docente a España como por probar, de casualidad, y tras leer, en la sección de anuncios de un periódico —creo que El País, aunque puede que me equivoque: escribo de memoria— que la Universidad de Almería ofrecía una plaza de profesor de Literatura. Cursó la solicitud y el centro lo fichó. En su diario, el autor plasmó así la cosa: «Esta tarde me ha llamado la Universidad de Almería y me ha estropeado la siesta». La frase recuerda a la que escribió Kafka el 2 de agosto de 1914: «Hoy Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde fui a nadar».

Grandes éxitos ha servido como excusa para conversar con un escritor que sobresale por conjugar savoir faire literario con situaciones que provocan sonrisas y buen humor. Reivindico a Orejudo, a Millás, a John Kennedy Toole, al Don DeLillo de Ruido de fondo, al Martin Amis de Dinero e, incluso, al Faulkner de Mientras agonizo. ¿Por qué la alta cultura debe ser ceniza? Una vez, el músico y escritor Igor Paskual me dijo: «Los intelectuales amargados han identificado felicidad con estupidez».

Orejudo lo suscribe.

P: Cuénteme cómo es eso de que trabajó de negro para el cine.

R: Cuando yo terminé la carrera, no sé si la había terminado siquiera, estaba como todo el mundo: a verlas venir. Tenía una novia que tenía conexiones con el mundo del cine y tal, y en algún momento debió de comentar: “Mi novio escribe”. Estaban muy desesperados por un guion que no les acababa de gustar, y me dijeron: “Dialoga una secuencia, a ver cómo lo haces”. Yo, con mi furor de juventud, no dialogué una secuencia: dialogué la película entera. Y lo fliparon. La verdad, me salió muy bien.

"Nos han dicho que la literatura nos enseña a vivir, y yo creo que sucede exactamente lo contrario"

P: ¿Cómo se llamaba la película?

R: Te la voy a decir ahora… (Piensa) Es una película que pasó totalmente inadvertida en su momento. Se llamaba Loco veneno. La protagonizaba Pablo Carbonell. Creo que fue su primera y no sé si única película. Entonces, se quedaron los diálogos de aquella película y o no me pagaron nada o me dieron el equivalente a…

P: A lo que cuestan este gin tonic y esta caña.

R: Algo así. Ahí empezó mi resentimiento con la gente del cine. Siempre he tenido mucho resentimiento con esa gente. La he considerado gente poco seria. Luego ya he ido conociendo a tipos más fiables y me he reconciliado un poco, pero durante un tiempo estuve un poco mosqueado. No fue mi único trabajo. Luego hice una colaboración, ya firmándola, en una película infame, macho. Se llamaba… ¿Cómo se llamaba? Ni me acuerdo. El director se llamaba Calvo Sotelo.

P: Señor Orejudo: ¿hasta qué punto la literatura es una estafa?

R: (Piensa) Nos han dicho que la literatura nos enseña a vivir, y yo creo que sucede exactamente lo contrario. Tenemos ejemplos en la propia literatura. Cuando alguien intenta aplicar a su propia vida las enseñanzas de la literatura fracasa siempre. El ejemplo más claro está en El Quijote. Pero no sólo El Quijote: Madame Bovary… Incluso nosotros mismos. No me gusta hablar solamente de la literatura. En realidad, hablo de la ficción. Si aplicas a tu propia vida el modo de comportamiento de tus héroes favoritos cinematográficos también fracasarás. La ficción responde a una serie de reglas que no son las reglas de la vida. Las decisiones que toma un autor cuando construye una ficción responden a mil cosas que nada tienen que ver con la vida. Y al contrario: cuando tú estás viviendo y tomas una decisión, la tomas en función de otro tipo de parámetros, ¿no? Yo no pienso en términos vitales, sino en términos de verosimilitud, de tensión de la trama, de ritmo… Así es como tomo las decisiones de comportamiento en mis personajes. Si tú tomas un personaje mío o de cualquier otro escritor para aprender a vivir estás cometiendo un error.

"Un escritor siempre es un estafador o, más que un estafador, un prestidigitador"

P: ¿Se considera usted un estafador?

R: Un escritor siempre es un estafador o, más que un estafador, un prestidigitador. Todo lo que podamos considerar que tiene de estafador un prestidigitador lo tiene un escritor. Un escritor es alguien que hace posibles cosas que no son posibles con una serie de trucos verbales: manipulación de palabras, etcétera. En ese sentido, es un estafador, un prestidigitador.

P: ¿Cómo es eso de que “la mayoría de los desastres colectivos parten de una confusión entre la vida y la literatura”?

R: Lo que te acabo de explicar. Llevado al terreno de la religión es muy evidente. Si tienes un libro que, en realidad, es una recopilación de chascarrillos folclóricos, de tradiciones, pero lo haces pasar por la ley, pues eso también conduce al fracaso. Y si además piensas que es la única verdad, y los de otro libro dicen lo mismo del suyo, pues conduce al fracaso. Me parece que el caso de las religiones ejemplifica muy bien lo que acabo de decirte: la literatura y la vida discurren por veredas paralelas.

"La literatura no tiene mucho futuro"

P: ¿La literatura es un arma cargada de futuro?

R: No. La literatura no tiene mucho futuro, de hecho. Soy bastante pesimista. Tengo hijos en edad de empezar a interesarse por la literatura y no están interesados en absoluto. Pero, sobre todo, tengo alumnos. Tengo bastante contacto con gente de 18, 19, 20 años, que me permite hacer una prospección de cuáles son, si es que los hay, los futuros lectores. Creo que la literatura, que nunca ha sido una actividad mayoritaria, tiende a convertirse en algo tan irrelevante como la filatelia. Hubo un tiempo en que la literatura sí era algo que la gente elegía para su ocio o su formación. Eso ya ha pasado.

P: ¿Y la prensa? Me sorprendió la parte en la que apunta que, durante su etapa de columnista en eldiario.es, cree que “nadie apreciara mis esfuerzos por escribir bien”.

R: Sí. Tenía esa sensación. La sensación de que el buen periodismo o el buen análisis de prensa estaban en otro lugar, no en el estilo. Y yo soy un novelista. Al estilo le doy una importancia máxima, más que al contenido, incluso. Pienso que se puede decir cualquier gilipollez siempre y cuando esté bien escrita. Me indigna que algo no esté bien escrito. Y creo que eso es un valor equivocado en la prensa. Creo que la prensa, por su manera de ser, de consumirse, requiere otras habilidades que yo no tenía. Era una vaca en un garaje.

"Soy un ignorante en 50.000 áreas, pero creo que todavía no he perdido la vergüenza de serlo"

P: Casi al final de Grandes éxitos, escribe que, ahora, “la vergüenza de la ignorancia” ha desaparecido. Jesús Quintero dijo una vez que “los analfabetos de hoy son los peores porque, en la mayoría de los casos, han tenido acceso a la educación. Saben leer y escribir, pero no ejercen”.

R: Sí. Una de las peores cosas que se puede ser es ser un ignorante que no tiene vergüenza de serlo. Todos somos ignorantes. Yo soy un ignorante en 50.000 áreas, pero creo que todavía no he perdido la vergüenza de serlo. Trato de ocultarlo. Si alguien me dice “¿has leído tal?” y considero que debería haberlo leído y no lo he leído, me avergüenzo e intento leerlo lo antes posible. Creo que eso cada vez existe menos. Hay una especie casi de orgullo: “Yo de esto no sé y la culpa la tiene la materia que yo ignoro, y no yo ignorando la materia”.

"Nunca se ha leído tanto como actualmente. Solamente en la consulta de Twitter y en los estados de Facebook lees más hoy en un día que lo que ha leído un campesino medieval en todas sus generaciones. Ahora, cuando hablamos de leer o de no leer, ¿estamos hablando de eso?"

P: ¿La gente lee más pero lee peor?

R: Creo que nunca se ha leído tanto como actualmente. Solamente en la consulta de Twitter y en los estados de Facebook lees más hoy en un día que lo que ha leído un campesino medieval en todas sus generaciones. Ahora, cuando hablamos de leer o de no leer, ¿estamos hablando de eso, de estados de Facebook o de tuits? No. Hablamos de si la gente lee una serie de libros que nosotros consideramos fundamentales. ¿Quiénes somos nosotros? Hay una especie de acuerdo social. Qué sé yo: La metamorfosis de Kafka o El proceso son libros que habría que leer. Habrá muchos otros libros, pero había un grupito que todo el mundo estaba de acuerdo que había que leer. Ya no. Esos libros ya no se leen. Mi hijo no tiene ninguna necesidad de leer El proceso. Ni lo echa en falta ni creo que sepa que existe. ¿Son mis hijos unos frikis? No. Creo que esto está muy extendido. La gente ha dejado de considerar necesaria la lectura de ciertos textos, o la lectura, incluso. Los libros que a mí me decían cosas, ahora no dicen nada a la gente.

P: Escribe que existe un “descrédito de la literatura de ficción que flota en nuestro ambiente cultural”. ¿Cómo es nuestro ambiente cultural?

R: Hay probablemente un exceso de ficción. Nunca se ha consumido tanta ficción como ahora, pero no se consume en el formato de letra impresa, que es como durante mucho tiempo ha circulado. Circuló de manera oral; cuando se inventó la escritura, de manera impresa. Ahora circula a través de películas y series. El consumo de ficción goza de muy buena salud, y eso no va a morir nunca.

P: No sé si compartirá esto conmigo, pero, en mi opinión, ahora, quienes presumen de cultos, no hablan de los libros que han leído, sino de las series que han visto.

R: De eso no nos vamos a cansar nunca. Existe una necesidad de consumir ficción. Lo que ocurre es que la gente ha dejado de consumir ficción como se ha consumido durante mucho tiempo. No es ni bueno ni malo: es un hecho. También hubo un momento en el que la gente dejó de escuchar cuentos. Antes, la literatura era que la abuela o el señor tal te contara una historia. Nadie sabía leer y se contaban historias. ¿Es bueno o malo? Da igual: sucedió. Los libros: se consumía ficción por escrito. Pues esto está dejando de suceder. ¿El ambiente cultural? Creo que es un ambiente medieval, audiovisual. Algunas veces dicen: “Vivimos en un mundo audiovisual”. Yo me río un poco. Yo, que soy profe de literatura y enseño cosas de la Edad Media, pienso que la verdadera época audiovisual fue la Edad Media. Nadie sabía leer ni escribir. Imagínate a un cura en el púlpito, con toda la iglesia llena de pinturas del Infierno, diciendo: “¡¡Os vais a condenar, mirad aquella pared!!”. Noto que me hago viejo porque provengo de un mundo en donde la letra impresa era el vehículo del saber, y noto que ese mundo está cambiando. Nunca he sido viejo antes, y creo que la vejez es eso (risas): ver que el mundo en el que te has criado empieza a estar caduco. Me da la impresión de que la brecha generacional entre mis hijos y yo está ahí. Muchas veces he dicho que tengo más cosas en común con Petrarca que con mi propio hijo. Mi hijo se dedica a cosas de Youtube, y tal… Yo hablaría con más familiaridad con Petrarca de libros que con mi hijo de eso.

P: “Si Cervantes volviera a la Tierra, volvería a morir del mismo modo, ignorado por la cultura oficial y despreciado en la práctica por los mismos que hoy lo elogian sobre el papel”.

R: Sí. Hay mucha gente que se le llena la boca de Cervantes, del humor, «a mí me encanta el humor…», pero en la práctica, cuando se enfrentan a un libro cervantino, humorístico… ¿Qué es un libro cervantino? Vamos a definir qué es un libro cervantino. Mira, un libro cervantino es un libro que aparentemente no tiene importancia y que, sin embargo, debajo de él, si lo lees con una cierta atención, es una bomba de relojería. Eso es un libro cervantino para mí. Una de las características de la literatura que hace Cervantes es esa. De hecho, sus libros como que pasaron un poco sin pena ni gloria y, con el tiempo, hostia, han ido dejando un sedimento y la gente ha ido descubriendo que estaban cargados de pólvora, que eran peligrosos, y han ido explotando con el tiempo. Bueno, muchos de los que hoy elogian a Cervantes desprecian a ese tipo de literatura. Una literatura que se ofrece como sin importancia, simpática, alegre, y que, sin embargo, tiene carga de profundidad. A eso me refiero cuando digo que muchos de los que aplauden a Cervantes se les llena la boca con la palabra «humor», pero cuando leen un libro humorístico, alegre, dicen: «Menuda tontería. No me gusta el buen humor en la literatura». Cervantes es un autor bienhumorado.

P: Cuenta que todas sus novelas están escritas contra algo. ¿Contra quién está escrita esta ropa vieja?

R: Contra mí. Completamente. Abro las puertas de mis inseguridades, mis miedos, mis comienzos, de mi cocina literaria, cómo hago las cosas y, en cierto modo, desmitifico un poco al escritor. La voz que ahí habla no se las da de nada y te deja ver cómo las cosas pasan un poco por casualidad, por azar, y que no hay detrás un tipo… Vamos, la imagen que tengo de ese yo que habla ahí no es de un tío precisamente brillante, sino de un tío bastante inseguro, de andar por casa, un igual al lector. Tenía mucho interés en que eso fuera así. El escritor no está nunca por encima del lector. Está al mismo nivel y, algunas veces, por debajo del lector.

"Muchos de esos que hablan bien de esa literatura cervantina, en verdad la detestan. Desprecian la literatura amable"

P: ¿Tiene algún cocido entre manos?

R: Hombre, siempre hay alguna cosa a la que le doy vueltas, pero soy un escritor lento. Es una excepción en mí sacar un libro un año después de haber sacado otro. Muchos de esos textos estaban escritos y eso ha facilitado la elaboración del libro. Sin embargo, ha salido un libro nuevo: la idea inicial del libro era, simplemente, una recopilación de textos; al ir añadiéndole esas introducciones, joder, me he dado cuenta de que lo importante en el libro son las introducciones más que los textos. Pero sí, siempre estamos los escritores dando vueltas un poco a qué hacer. Aunque yo creo que es muy saludable tener siempre en la cabeza la idea de que el mundo puede pasar perfectamente sin un libro de Antonio Orejudo (risas).

P: Siga estafando con su literatura cervantina, señor Orejudo. En mi opinión, es usted el escritor español en activo más divertido. Y conste que lo digo como elogio: no me gustan los cenizos que privan a sus lectores de la sonrisa y de la ironía.

R: Y de la facilidad de leer. No quiero dificultar nada. Hay muchos escritores que hacen de la dificultad un valor literario. Odio eso que me dices. Esa literatura del modernismo anglosajón, de Faulkner, de Joyce, es la literatura de mis hermanos mayores, y yo estoy en el lugar opuesto. Insisto: muchos de esos que hablan bien de esa literatura cervantina, en verdad la detestan. Desprecian la literatura amable. Y Cervantes era muy amable con el lector, lo tenía muy en cuenta.

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Jesús Fernández Úbeda

Jesús Fernández Úbeda (Ciudad Real, 1989) es periodista por obra y gracia —o desgracia— de la Universidad Complutense de Madrid. Escribe en Zenda y en Libertad Digital. Además, ha cubierto un par de giras de Enrique Bunbury y escribió el press release de su último álbum, Expectativas. También hizo de compilador, o como se diga, en El último pistolero, de Raúl del Pozo. Aterrizaje forzoso (Cultiva Libros, 2018) es su primer libro. En Twitter @jfubeda89

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