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El Estado soy yo - Zenda
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El Estado soy yo

Los eslóganes, al igual que las banderas y las medallas, que diría La Polla Records, son chapas de hojalata y trapos de colores, si no se hacen efectivos.   La información extraída del informe de Amnistía Internacional 2017/18 asegura que en Rusia: Hubo nuevas restricciones de los derechos a la libertad de expresión, asociación y...

Los eslóganes, al igual que las banderas y las medallas, que diría La Polla Records, son chapas de hojalata y trapos de colores, si no se hacen efectivos.

 

La información extraída del informe de Amnistía Internacional 2017/18 asegura que en Rusia:

Hubo nuevas restricciones de los derechos a la libertad de expresión, asociación y reunión pacífica. Continuaron el hostigamiento y la intimidación a los defensores y defensoras de los derechos humanos y a las ONG independientes. Se limitaron los derechos culturales mediante, entre otras cosas, represalias y autocensura. Las minorías religiosas continuaron sufriendo hostigamiento y persecución. Se vulneró con frecuencia el derecho a un juicio justo. Persistieron la tortura y otros malos tratos; el trabajo de los órganos independientes que vigilaban los lugares de detención se menoscabó aún más. Continuaron cometiéndose violaciones graves de derechos humanos en el Cáucaso Septentrional. Ejerció su derecho de veto para bloquear las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU sobre Siria. Se negó la protección de sus derechos a las personas migrantes y refugiadas. Se despenalizaron algunas formas de violencia intrafamiliar. Las personas LGBTI continuaron sufriendo discriminación y violencia; las autoridades chechenas sometieron a los hombres gays a una campaña coordinada de secuestros, tortura y homicidios.

"Anteriormente a Rusia, otros tantos países que se pasaban por los bajos los derechos fundamentales del ser humano se han responsabilizado de la organización de grandes citas deportivas y culturales"

Este, sin embargo, será el país encargado de organizar, en apenas tres semanas, el próximo Mundial de Fútbol. Recordemos, además (sobre todo para quien no sea aficionado a este deporte) que sus ultras han sido protagonistas en los últimos tiempos de los más encarnizados enfrentamientos en las competiciones que han jugado sus equipos, convirtiendo los aledaños de los estadios europeos en auténticos campos de batalla. Bilbao, Marsella, Liverpool, entre otras ciudades, han sufrido sus consecuencias.

Anteriormente a Rusia, otros tantos países que se pasaban por los bajos los derechos fundamentales del ser humano se han responsabilizado de la organización de grandes citas deportivas y culturales.

Pedirle a las federaciones que digan basta ya, que se nieguen a celebrar eventos de esta magnitud en países que no respeten los derechos humanos parece una quimera; la conciencia siempre es pequeña cuando se mira en el espejo de los billetes. Y, sin embargo, estamos obligados a ello si queremos convertir el deporte y la cultura en una fiesta y en un ejemplo, sobre todo para los más pequeños.

La responsabilidad individual no se lleva y es mejor desviar las culpas al paraguas protector de papá Estado. No queremos admitir que no existe tal paraguas, que solo lo conformamos nosotros: los que nos cobijamos debajo de él. Somos, al mismo tiempo, el paraguas y el individuo que lo sujeta por el mango. En definitiva, sin perdernos en metáforas, al igual que el Rey Sol, el Estado soy yo. También tú y tú y tú. Sí, y también tú. El Estado somos nosotros.

"Los deportistas alegan que ellos simplemente juegan donde les dicen y que no saben nada de política. Los aficionados, que ellos solo quieren ver deporte"

Los deportistas alegan que ellos simplemente juegan donde les dicen y que no saben nada de política. Los aficionados que ellos solo quieren ver deporte. Pues tan sencillo como dejar de jugar donde a uno le dicen y empezar a hacerlo donde uno quiere. Tan sencillo como dejar de ver deporte donde a uno le dicen y empezar a verlo donde uno quiere.

Recientemente, en diciembre de 2017, la ucraniana Anna Muzychuk, doble Campeona del Mundo de Ajedrez, se negó a jugar en Arabia Saudí, “un país (cito literalmente sus palabras) donde se trata a las mujeres como ciudadanas de segunda”, renunciando con su decisión a sus títulos.

Recalco de nuevo, por si a alguien se le ha escapado, que estamos hablando de la dos veces Campeona del Mundo de esta competición. El gesto sería loable si se hubiese producido en cualquiera de las participantes, pero la vara para medir la valentía es directamente proporcional a la renuncia que conlleva.

Aunque a casi nadie le importase mi decisión, señaló posteriormente, la reivindicación de la igualdad en el deporte es la mejor victoria que se puede tener.

Efectivamente, a casi nadie le importó, al margen de a unos cuantos frikis (entre ellos yo) de este deporte-ciencia-arte. Su ejemplo pasó desapercibido para la mayoría de la prensa y se perdió en algunos escuetos reportajes dentro de las páginas pares de los diarios y las versiones online. Una pena.

Supongo que la responsabilidad también es de ese ente etéreo, el Estado, que decide irremisiblemente qué es y qué no es noticia.

"Si Anna Muzychuk pudo hacerlo, si pudo renunciar a su título, ejerciendo su responsabilidad individual y su sentido de la ética, es obvio que los demás también pueden"

El dinero que gana una jugadora de ajedrez de élite es irrisorio si lo comparamos con el que gana un futbolista, por ejemplo. En su caso una renuncia de ese calibre no es baladí y supone, probablemente, tirar por tierra la mayor fuente de ingresos de esa temporada y quién sabe si parte de las posteriores.

Sí Anna Muzychuk pudo hacerlo, si pudo renunciar a su título, ejerciendo su responsabilidad individual y su sentido de la ética, es obvio que los demás también pueden, que los demás también podemos.

Esta temporada, la Cadena SER promovió un eslogan para acabar con la violencia y el racismo en los estadios de fútbol: Sin respeto no hay juego.

Los eslóganes, al igual que las banderas y las medallas, que diría La Polla Records, son chapas de hojalata y trapos de colores, si no se hacen efectivos. Pongámoslo en práctica. No vayamos a Rusia, no encendamos la televisión, no juguemos en sus estadios.

Si Flaubert, según algunos le atribuyen, aseguraba que Madame Bovary era él, demostremos que también nosotros podemos ser el Estado, que el Estado será como queramos nosotros que sea. El Estado soy yo.

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David Vicente

Después de desarrollar varios trabajos (mozo de almacén, operario en una panificadora industrial, camarero o vendedor de colchones, entre otros) desarrolló su carrera profesional dentro del sector editorial y el mundo de la comunicación. Ha trabajado como corrector, lector y editor para distintas editoriales; y como redactor y colaborador freelance para diversos medios de comunicación. Ejerció como jefe de redacción en el canal de literatura Literalia Televisión y se ocupó de la dirección editorial del sello independiente Ediciones Baladí. Hasta el momento ha publicado las novelas Un pequeño paso para el hombre (Editorial Tagus, 2012reeditado por VdB Ediciones, 2015), seleccionada como uno de los cinco mejores debuts literarios del año 2012 por El Cultural del diario El Mundo; Esto podría ser un gambito de dama, pero es una canción de amor (Editorial Almuzara, 2016), y el libro de relatos El sonido de los sapos (Editorial Tagus, 2013; reeditado por Inventa Editores, 2016). Además de la obra de teatro infantil en edición bilingüe, La hormiga que quiso ser persona (Inventa Editores, 2017). Actualmente dirige la escuela creativa La Posada de Hojalata  e imparte talleres de escritura creativa.  Ha sido galardonado con el XLVIII Premio Internacional de Novela Corta por su obra Isbrük, que será publicada en los próximos meses por la editorial Pre-Textos. @Davidvicentev

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