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La poesía vive oculta entre las cosas (y III) - Zenda
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La poesía vive oculta entre las cosas (y III)

Fotograma de Alicia en el país de las maravillas (2010), de Tim Burton. Otro de mis encuentros con la poesía “escondida” en la prosa empezó a hacerse notar cuando llegué a la página 223 de la biografía de Lewis Carroll, escrita por Morton N. Cohen (Anagrama). En este caso, el biógrafo está hablando de varias niñas —...

Fotograma de Alicia en el país de las maravillas (2010), de Tim Burton.

Otro de mis encuentros con la poesía “escondida” en la prosa empezó a hacerse notar cuando llegué a la página 223 de la biografía de Lewis Carroll, escrita por Morton N. Cohen (Anagrama). En este caso, el biógrafo está hablando de varias niñas — Alicia Liddell y sus dos hermanas— pero yo he preferido centrar la acción en Alicia y usar el singular en lugar del plural como se puede leer en el libro.

Lewis Carroll (pseudónimo de Charles Dodgson) mantuvo una buena amistad con la familia Liddell, sobre todo con sus hijas Alice (la Alicia de los libros), Lorina y Edith. Carroll era muy aficionado a la fotografía y son conocidas muchas de las fotos de las tres niñas posando para él, así como sus paseos y excursiones por las afueras de Oxford. La propia Alicia escribió estas impresiones:

«Muchos de los cuentos del Sr. Dodgson nos fueron contados en nuestras excursiones por el río, cerca de Oxford. Me parece que el principio de Alicia nos fue relatado en una tarde de verano (…). Las tres le pedimos “cuéntenos una historia”, y así comenzó su relato, siempre delicioso. Algunas veces, para mortificarnos o porque realmente estaba cansado, el Sr. Dodgson se detenía repentinamente diciéndonos: “Esto es todo, hasta la próxima vez”. “¡Ah, pero esta es la próxima vez!”, exclámabamos las tres al mismo tiempo, (…) y la narración se reanudaba nuevamente».

Lewis Carroll

Cuando yo publico estos poemas que forman parte de uno de los capítulos del libro Poesía para los que leen prosa (Visor, 2006), la llamada corrección política no está en el punto que vive ahora. Y mucho menos cuando en 1998 la editorial Anagrama publica esta biografía (edición del original en Alfred A. Knopf, Inc. Nueva York, 1995). Estoy seguro de que algunas de las líneas de este texto pueden remover, como ocurre con algunas de las puntualizaciones que se han hecho a Lolita, de Nabokov, y otras obras de arte literario y pictórico. Cohen cuenta que Carroll no solo mantenía amistad con las hijas de los Liddell (con quienes pasado el tiempo llegó a enemistarse), sino que también fotografiaba y llevaba de paseo, incluso a cenar, a otras niñas, siempre con la aprobación de sus respectivas madres. La editorial La Felguera publicó hace un tiempo El hombre que amaba a las niñas. «Correspondencia y retratos», de Servando Rocha, en el que rastrea a través de las cartas del escritor su fascinación por Alicia. Sea como fuere, en este texto de Cohen, que contiene una exhaustiva investigación de la vida de Carroll, yo encontré la belleza poética que he pretendido reflejar.

 

Ilustración de John Tenniel para la primera edición de «Alicia en el país de las maravillas» (1865)

Este es el texto de Morton N. Cohen. He marcado en negrita lo que —con alguna licencia— he trasladado al verso:

Iban a remar juntos, él las “sacaba» a pasar el día en Londres y las llevaba al teatro para introducirlas en el mundo de los actores y la interpretación; las acompañaba a las galerías de arte, museos, a las casas de amigos para alimentarlas bien. Inventaba juegos para ellas, tanto para dentro como para fuera de casa; jugaba con ellas a esos juegos y a otros; les enseñaba matemáticas y lógica; les compraba infinidad de objetos, desde plumas a ropa. Las acompañaba en sus visitas a Oxford; las invitaba a alojarse con sus hermanas en Guildford; las llevaba a residir con él en su alojamiento a orillas del mar, pagándoles el viaje de ida y vuelta; les leía; les cantaba. Les explicaba su fe religiosa de manera sincera y sencilla; les ofrecía su tutela moral cada vez que la necesitaban. Las colmaba de regalos. Les regalaba libros, dedicados por él mismo, a veces con versos acrósticos que había compuesto para ellas pulcramente transcritos en la portadilla. Rezaba por ellas; apreciaba sus mechones de pelo; les pagaba sus clases de arte, sus clases de francés. Las llevaba al médico, al dentista.
Registraba cuidadosamente sus nombres completos y sus fechas de cumpleaños y comprobaba su crecimiento con muescas tras de una puerta. Las subía a sus rodillas, las acariciaba, las besaba. Les enviaba un aluvión de cartas, muchas de ellas con garabatos, dibujos, chistes, bromas. Inventaba rompecabezas, juegos de palabras y travesuras; bromeaba, fingía, fantaseaba. Ideó un nuevo tipo de cartas; las cartas-jeroglífico; las cartas en forma de molinete circular; las cartas con escritura invertida que debían leerse poniéndolas frente a un espejo; las cartas que había que leer empezando por el final; las cartas con acertijos, bromas y acrósticos; las cartas mágicas con letra minúscula que requieren una lupa para leerse, escritas en papel del tamaño de un sello de correos; las cartas en verso, las cartas poéticas escritas en prosa (para comprobar si el destinatario descubre las rimas y metros ocultos); las cartas con efectos visuales, con un escarabajo o una araña deslizándose por la página. En estas cartas vertió la esencia de sí mismo, ellas le permitieron ganarse un puesto en la historia del arte epistolar”.

 

Y este es el poema que titulé así:

EL AMOR DE LEWIS CARROLL, SEGÚN MORTON N. COHEN

Iban a remar juntos, la llevaba al teatro,
la acompañaba a las galerías de arte, a los museos,
inventaba juegos para ella, le enseñaba matemáticas
y lógica;
le compraba infinidad de objetos: desde plumas a ropa,
la colmaba de regalos,
le escribía versos acrósticos
y rezaba por ella;
le leía, le cantaba y le pagaba sus clases de arte, de francés
y la llevaba al médico;
la subía a las rodillas, la acariciaba, la abrazaba
y la besaba.
Fingía y fantaseaba.
Le enviaba un aluvión de cartas con garabatos, dibujos, acertijos
y chistes;
cartas mágicas escritas en papel del tamaño de un sello de correos,
cartas en verso, cartas poéticas en prosa,
cartas que debían ser leídas por el final.

En estas cartas vertió la esencia de sí mismo,
estas cartas le permitieron ganarse un puesto en la historia
del arte epistolar.

«Alicia…» con ilustraciones de John Tenniel y traducción de Jaime de Ojeda (Alianza editorial)

 

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Miguel Munárriz

Miguel Munárriz, periodista y escritor nacido en Gijón, en 1951, es socio fundador de Dos Passos, agencia literaria y comunicación. Ha coordinado “La Esfera”, suplemento cultural de El Mundo (Premio Nacional de Fomento de la Lectura). Dirigió la comunicación de Alfaguara, Taurus y Aguilar. Cofundador de revistas literarias, es autor de las obras Vivir de milagro, Poesía para los que leen prosa, Los mejores poemas de amor y Va pensiero. En 2022 publicó el libro La escritura contra el tiempo y recibió el premio María Elvira Muñiz por su trabajo de promoción de la lectura. Desde 2016 hasta 2022 ha sido el coordinador de contenidos de Zenda. @miguel_munarriz / miguelmunarriz.com

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