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Excelentérrimo, Forges - Zenda
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Excelentérrimo, Forges

Se fue Forges y nos quedamos con la misma cara que si se nos hubiese muerto un familiar. Habían sido tantos años desayunándonos con sus viñetas, comulgando abiertamente o identificándonos a escondidas con sus personajes y sus situaciones, que era difícil asimilar que se había acabado la fiesta. Ocurre siempre que muere alguien cuya obra...

Se fue Forges y nos quedamos con la misma cara que si se nos hubiese muerto un familiar. Habían sido tantos años desayunándonos con sus viñetas, comulgando abiertamente o identificándonos a escondidas con sus personajes y sus situaciones, que era difícil asimilar que se había acabado la fiesta. Ocurre siempre que muere alguien cuya obra nos ha venido acompañando hasta el punto de que le atribuimos la capacidad de forjar en mayor o menor medida determinados rasgos de nuestra personalidad. Hay gente a la que conocemos de toda la vida aunque no la hayamos tratado nunca, pero en el caso de Forges creo que sucedía exactamente a la inversa: era él quien nos conocía tan bien como si nos hubiese parido.

Hombre lúcido y coherente, no se puede decir que descuidara el momento propicio para irse. Unas horas antes, una orden judicial ordenaba el secuestro de un ensayo periodístico, otro magistrado le calcaba tres años y pico de cárcel a un rapero sólo por escribir alguna que otra macarrada y una feria de arte contemporáneo retiraba una instalación para evitar suspicacias políticas. Unas horas después de conocerse el deceso, varios miles de jubilados la liaban parda ante las mismas puertas del Congreso de los Diputados. España es asín: un chiste constante, aunque casi nunca tenga gracia. Todos nos preguntamos qué hubiera dicho Forges de haber contado con la oportunidad de glosar con sus rotuladores los hechos que se sucedieron en sus momentos últimos y póstumos, y lo hicimos porque la gran virtud de ese hombre que siempre parecía estar de buen humor fue la de saber concentrar en unos pocos trazos todo nuestro esperpento y nuestra mala leche, no con la mirada ácida de quien pretende ajustar cuentas, sino con la proximidad y la ternura de quien persigue, ante todo, la comprensión y el resquicio por donde permitir que entre el afecto. 

"No hubo causa noble, del feminismo a la difusión de la lectura, que no encontrara hueco en sus viñetas, muchas veces con bastante antelación respecto al momento en que la sociedad tomó conciencia de la importancia de esas reivindicaciones."
 Forges adquirió pronto galones como retratista del tiempo que le tocaba vivir, y lejos de instalarse prematuramente en los laureles fue consolidando esa merecida fama con el paso de las décadas y el oído fino para captar los cambios de la época. Recuerdo que en una ocasión, hace ya algunos años, le escuché a Quino decir que él no se sentía capacitado para reinventar a Mafalda: que no tenía ni idea de lo que podía haber sido de ella ni se veía con fuerzas para resucitarla, otra vez niña, en el fragor del mundo actual. Antonio Fraguas logró que sus viñetas, día a día, fueran reflejando la evolución de su país, e hizo que sus personajes ya icónicos progresaran en la misma medida. El funcionario franquista del bigotillo se trocó en los muy contemporáneos burócratas de nuestra era, llegó el wi-fi al pueblo de las dos ancianas y hasta los náufragos condenados en su islote tuvieron oportuna noticia del desembarco de la telefonía móvil. No hubo causa noble, del feminismo a la difusión de la lectura, que no encontrara hueco en sus viñetas, muchas veces con bastante antelación respecto al momento en que la sociedad tomó conciencia de la importancia de esas reivindicaciones, y fue un continuo defensor de los olvidados por la historia y por el presente, desde los muertos en las cunetas de nuestra encantadora dictadura hasta las víctimas de todos los terremotos de Haití. Y mientras tanto, como si nada, tiraba de un lenguaje que encadenaba la creación de sufijos con la incorporación de vetustas voces de germanía que yacían arrumbadas en polvorientos diccionarios para dar alas a un español que paulatinamente se incorporó al habla de nuestras calles. Eso, bien lo sabemos los que andamos por estos vericuetos de la escritura, sólo está a la altura de los grandes.

Forges lo fue desde muy pronto. En 1976, cuando poco más de una década llevaba de carrera, sus amigos Jesús Munárriz, Luis Eduardo Aute y Rosa León le quisieron hacer un homenaje. Aute me contó una vez que todo surgió como una chirigota, que los tres vivían muy cerca unos de otros y que la cosa no iba a tener más importancia que el de un simple choteo entre compadres. La cosa terminó cobrando fuerza y de tal empeño nació un disco, Forgesound, que nunca llegó a reeditarse en cedé y que hoy cuesta Dios y ayuda encontrar, aunque sea en vinilo de cuarta o quinta mano. La canción que cierra el álbum se prodiga en elogios a un artista para el que no escatiman epítetos y cuya obra en curso ya había dado buena cuenta de la flora y la fauna nacionales. Quienes le conocieron de cerca no dejan de asegurar que era un hombre bueno. 

"Quizás fuese Forges uno de los pocos hombres de consenso que ha dado recientemente nuestra incomprensible madre patria."
 Quienes sólo llegamos a saber de él por la visión que él tenía de nosotros, podríamos añadir a su elenco de virtudes la clarividencia y la valentía. En este país en el que todos andamos a la mínima para poner a caldo al vecino, algo tuvo que hacer bien un tipo cuya muerte se llora de Galicia a Murcia, pasando por la Gomera, y al que además se piropea sin la menor duda desde todos los frentes políticos. Quizás fuese Forges uno de los pocos hombres de consenso que ha dado recientemente nuestra incomprensible madre patria. Sus libros, al menos, se colaron por todas partes. Contaba el periodista Daniel Arjona una anécdota que no me resisto a transcribir. En una ocasión en que un Jorge Luis Borges ya anciano vino de visita por España, tuvo un problema en la boca que le obligó a acudir urgentemente a un dentista. El profesional hizo su trabajo y al terminar, emocionadísimo, le dijo al argentino que era un gran admirador suyo de siempre y le preguntó si sería tan amable de firmarle uno de sus libros. El autor de El Aleph, ya ciego, accedió y quienes le acompañaban no tuvieron arrestos para decirle que aquel dentista acababa de meter la pata y el libro que estaba firmando no era suyo. Ya se pueden imaginar ustedes de quién era en realidad. Excelentérrimo, Forges.

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Miguel Barrero

Ha publicado las novelas Espejo (premio Asturias Joven), La vuelta a casa, Los últimos días de Michi Panero (premio Juan Pablo Forner), La existencia de Dios, Camposanto en Collioure (Prix International de Littérature de la Fondation Antonio Machado), La tinta del calamar (premio Rodolfo Walsh) y El rinoceronte y el poeta, así como el libro de viajes Las tierras del fin del mundo. Ha formado parte del programa 10 de 30 para la difusión de la nueva literatura española en el exterior. @MiguelBarrero Foto: Muel de Dios.

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