J. M. Caballero Bonald (Jerez de la Frontera, 1926). Maestro del idioma y crítico con el poder, su obra poética y narrativa es un engranaje lingüístico contra el convencionalismo y la banalidad. Caballero Bonald concibe su poesía como un ejercicio crítico y contestatario a partir de la memoria. Irónico e inteligente, su itinerario está hecho de experiencias vividas y escritas; el flamenco, el mar, el buen vino, la amistad y los viajes son algunas de sus señas de identidad. Irrumpió en 1952 con Las adivinaciones, y en 2013 fue galardonado con el Premio Cervantes. No ha dejado nunca de escribir, y a sus 91 años ha regalado a Zenda dos poemas inéditos. “Pertenecen a un dudoso proyecto de libro que seguramente se quedará en eso, en proyecto. Son los dos primeros que escribí, y a mí me gustan”, escribe el poeta al enviarlos. A nosotros también. Y su palabra, además, nos conmueve y nos hace sentir, con él, que “nada de lo visible podrá prevalecer…”.
ACASO LA POESÍA
La palabra poesía contiene una premonitoria dosis de perplejidad, develación, incertidumbre. Algo iluminativo va a traspasar la declinante piel del tiempo cuando ya el tiempo no sea más que un amasijo de páginas sobrantes. Se abrirá la azarosa espesura del abecedario y otras nuevas palabras se irán desposeyendo de sus signos. Nada de lo visible podrá prevalecer en esa vacilante pulsión indagatoria que subyace debajo de los verbos. La palabra poesía es ya en sí misma una proximidad ineficiente, un atisbo de luz en el confín del páramo, una simulación ambigua de la vida: lo que queda después de haber malbaratado todas las acepciones del decir.
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ANTES DE TIEMPO
Los escombros se nutren cada noche de los escombros de la víspera. Forman como una sucesión despiadada que concierne a la tenacidad del infortunio y actúa igual que un sumidero de despojos semejantes a afrentas. Se arrastran desperdicios como sierpes, desocupan las hojas el sitio de las alas y al final todo consiste en una irreparable diseminación de pérdidas. El somero anticipo de nuestra inanidad remite a esa vacua condición de residuo que asoma por los intersticios malsanos de la realidad. Antes de tiempo ocurren las exequias de la desmemoria y esa retrospectiva invalidez nos acerca a la consumación, nos desvalija de todo lo que un día atesoramos.
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