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El juego favorito, Leonard Cohen - Zenda
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El juego favorito, prólogo de Ray Loriga

Ray Loriga prologa la nueva edición de Lumen de El juego favorito, de Leonard Cohen, una novela lírica y profunda, que remite a los amores trágicos propios del universo del artista canadiense. Comparezco aquí para pagar una deuda. Para intentar pagarla, en realidad, como la rata que unos niños llamados Breavman y Krantz se prestaron...

Ray Loriga prologa la nueva edición de Lumen de El juego favorito, de Leonard Cohen, una novela lírica y profunda, que remite a los amores trágicos propios del universo del artista canadiense.

Comparezco aquí para pagar una deuda. Para intentar pagarla, en realidad, como la rata que unos niños llamados Breavman y Krantz se prestaron el uno al otro  y que no regresó a manos de su dueño sino muerta. Pero no les voy a contar la novela, y evitaré en adelante la tentación de citarla, lo cual es muy difícil además de tentador, pero necesario. Al fin y al cabo lo que pudiese citar fuera de su natural circunstancia está dentro de este libro, incluidos esos dos amigos de la infancia, en delicado y certero contexto.

De niño nunca leí los prólogos antes de terminar los libros a no ser que fuesen escritos por el propio autor; sigo sin hacerlo, pero eso no los convierte en epílogos, ni siquiera en ultílogos. Los convierte sencillamente en prólogos redactados por otro autor, leídos luego. Lo cual es otra cosa. Pero venía, decía, a pagar una deuda, o a tratar de pagarla.

"El señor Cohen, me deslumbró y ayudó con su técnica. Conseguir (él lo consigue) una novela fragmentaria y coherente la requiere, y una muy precisa."

En 1992 o 1993, vaya usted a saber, ya que los años de juventud se juntan en la memoria gracias a esa mezcla de ilusión, intransigencia, ansiedad, dramatismo y Dios sabe cuantas cosas más, estaba yo tratando de escribir una segunda novela cuando di precisamente con este libro (es un decir, un buen amigo me lo prestó, como otra de esas ratas que van de mano en mano en el mundo de los niños) y no les voy a decir que cambió mi vida, de eso Cohen no tiene culpa alguna, pero sí (y ese es un sí fehaciente) que me ayudó a soñar con escribir, o mejor dicho a conseguir que escribir dejase de ser un sueño. Otra vez.

De esto último tampoco tiene culpa Cohen, vaya por delante o por detrás. Ni pretendo ponerme a su altura.

Lo diré con menos palabras, o con sólo una: técnica.

El señor Cohen, me deslumbró y ayudó con su técnica. Conseguir (él lo consigue) una novela fragmentaria y coherente la requiere, y una muy precisa. Una suerte de coreografía que danza alrededor y a través de una hoguera sin abrasar a su cuerpo de baile.

En esta memoria activa y virulenta del pasado inmediato, niñez, adolescencia y juventud se reunían, se reúnen, en una precisa escritura, habilidades literarias nada comunes. Como conseguir por ejemplo que las huellas encajen con los pasos, aun cuando su presencia en la página alterne su sonido y su visibilidad.

"Todo por fin vivo de nuevo en el pulso de una sola voz. Vivo en su fraseo, en la firme marca de cada palabra escrita, en el ritmo, orden y tono adecuados."

Lo que consigue Cohen, y consigue Proust, por poner un ejemplo instalado con justicia en la memoria lectora, es devolver a cada cosa, a cada instante, el brillo que tuvo en el pasado. Y cuando escribo brillo me refiero a la intensidad que impregnó ese recuerdo, sea dolor, deseo, dulzura, crueldad, desprecio, miedo, extrañeza o desconcierto, y el resto de las mil causas imprecisas que condenan y a la vez —curiosa paradoja— salvan un recuerdo.

Nadie come pescado podrido.

Todo por fin vivo de nuevo en el pulso de una sola voz. Vivo en su fraseo, en la firme marca de cada palabra escrita, en el ritmo, orden y tono adecuados. Vivo y por lo tanto vivible, emocionante, compartido y comprensible.

Como una incisión, su herida y su cicatriz.

Venía a pagar una deuda, y al releer la novela he contraído otra.

Supongo que soy también un poco judío.

O que me gustaría serlo.

Supongo que Cohen se ríe.

Tal vez no.

¿Quién sabe?

Por lo demás. Encontrarán aquí todo lo importante: Europa, América, pasado, futuro, campos de concentración, juegos hermosos y otros malditos. Conceptos de clase y clases de ideas. Niñas y niños, hombres y mujeres, atados y desatados por el sexo. Amistades, lealtades, traiciones e impresiones.

Y, por supuesto, Mont Royal y un par de ratas muertas.

Y un gran escritor que decidió en la isla de Hydra no hacer muchas más novelas y ponerse a hacer canciones.

Le doy las gracias por la última decisión, y me niego a dárselas por la primera.

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Autor: Leonard Cohen. Título: El juego favorito. Editorial: Lumen. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro

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Ray Loriga

Ray Loriga (Madrid, 1967), novelista, guionista y director de cine, es autor de las novelas Lo peor de todo (1992), Héroes (1993), Caídos del cielo (1995), Tokio ya no nos quiere (1999), Trífero (2000 y 2014), El hombre que inventó Manhattan (2004), Ya sólo habla de amor (2008), El bebedor de lágrimas (2011), Za Za, emperador de Ibiza (2014), Rendición (2017; Premio Alfaguara de novela) y Sábado, domingo (2019); de Sombrero y Mississippi (2010), y de los libros de relatos Días extraños (1994), Días aún más extraños (2007) y Los oficiales y El destino de Cordelia (2009). Su obra literaria, traducida a quince idiomas, es una de las mejor valoradas por la crítica nacional e internacional. Como guionista de cine ha colaborado, entre otros, con Pedro Almodóvar y Carlos Saura. Ha dirigido las películas La pistola de mi hermano, adaptación de su novela Caídos del cielo, y Teresa, el cuerpo de Cristo. Ha colaborado en publicaciones como Ajoblanco, El Europeo, El País y El Canto de la Tripulación.

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