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Prólogo de Dani Rovira y primeras páginas de Animales, de Silvia Barquero - Zenda
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Prólogo de Dani Rovira y primeras páginas de Animales, de Silvia Barquero

Animales, la revolución pendiente es una llamada a la acción que Silvia Barquero, presidenta del partido PACMA, hace intercalando emocionantes historias —como la de la gorila Koko— con duras realidades que todavía quedan por cambiar. Un libro que habla del respeto a su capacidad de sentir, su interés en vivir y no ser maltratados. A...

Animales, la revolución pendiente es una llamada a la acción que Silvia Barquero, presidenta del partido PACMA, hace intercalando emocionantes historias —como la de la gorila Koko— con duras realidades que todavía quedan por cambiar. Un libro que habla del respeto a su capacidad de sentir, su interés en vivir y no ser maltratados.

A continuación, puedes leer el prólogo de Dani Rovira y las primeras páginas de Animales, la revolución pendiente, de Silvia Barquero.

 

Prólogo de Dani Rovira

La responsabilidad de ser la pequeña «avanzadilla» de un libro a modo de prólogo es proporcional al nivel de halago que uno siente cuando se lo confían. Y creéme, no pude sentirme más halagado.

En tus manos tienes un libro sin miedo, porque no cabe. Cuando un libro se llena de lucha por lo que se cree que es justo, pasión por lo que se ama, datos, argumentos de peso y esperanza por mejorar las cosas, desde luego, no le queda sitio para la cobardía.

Y definir Animales. La revolución pendiente es definir a su autora, Silvia Barquero. Una mujer valiente, consecuente y sobre todo con un nivel de evolución y compromiso ante nuestra naturaleza, los animales y los semejantes, dignos del mayor revolucionario.

Y es por eso por lo que, cuando se supone que vivimos en una sociedad evolucionada, existen personas que son puntas de lanza, cuya evolución se les queda pequeña, y por eso nos invitan a «re-evolucionar» con ellos.

Conocer a Silvia es un canto a la empatía. Es «re-conciliarte» con un mundo donde los conflictos internos y externos, a muchos, nos quitan a veces el sueño.

Y lo mejor de saber que existe una persona así es darse cuenta de que esto no se puede hacer en solitario. Detrás de ella se necesita mucha gente. Gente ávida de una sociedad donde el amor por la naturaleza, los animales y todo lo que la Tierra nos «cede» (porque esto no es nuestro, aunque nos lo hayamos adueñado) sea amor de verdad. Un amor que nos lleve a levantarnos de nuestro sofá y nos empuje a la acción, por pequeña o grande que sea, y dejemos de decir «qué lástima» cada vez que una atroz noticia sobre animales nos incomode o «nos corte el rollo» para, acto seguido, seguir con lo nuestro.

Quizá este sea un libro que hace años hubiera guardado en mi estantería porque me hubiera dado miedo leerlo. Porque ojos que no ven… Pero a día de hoy no puedo volver la cara del lugar donde está el problema. Negar tu mirada al sufrimiento y a las injusticias es, en cierta manera, formar parte de ello. Tu indiferencia te hace cómplice.

Deberíamos empezar a cuestionar todas las convenciones (y no solo algunas) que venimos arrastrando desde nuestra infancia, porque así nos las vendieron. Que los toros no sufren en una plaza, que la vaca se ríe, que los niños vienen de París, que el delfín es feliz dando saltos con un aro, que si te tocas «ahí abajo» te quedas ciego, que el oso del circo es graciosísimo porque se pone de pie con un gorrito azul, que el ratoncito Pérez colecciona dientes de niños o que el descubrimiento de América fue precioso y se llama «colonización» porque les echaban colonia a las civilizaciones que vivían allí previamente. ¡Por favor! ¿Hemos dejado de ser niños o no?

Hace años que me planteé si quería formar parte del problema o parte de la solución. Y no es cosa baladí posicionarse. Ya no solo por ser un personaje público observado por una lupa gigante o por ser atacado e insultado porque tu posicionamiento no coincide con el de otros, sino porque la vida nos va planteando contradicciones que tendremos que ir aclarando de manera conforme a nuestra evolución.

Pero qué bonito es tener contradicciones. Eso quiere decir que ha surgido el conflicto interior y la razón de eso es que, aunque sea por un instante, has dejado de girar la cabeza ante eso que te incomoda. Ya no eres indiferente al dolor y el sufrimiento ajeno. Y eso es un gran paso para ti y uno gigantesco para la humanidad.

No os dejéis amilanar cuando por hacer algo bueno por la sociedad, por la naturaleza o los animales os lluevan críticas por no hacerlo por otra cosa. Si amas a los perros y eres voluntario de una protectora, habrá gente que dirá que lo primero son las personas que lo pasan mal en la calle. Si ayudas a los niños del Sahara, muchos te vendrán con que lo primero son los niños de España… Si eres vegano te atacarán con que las proteínas de la carne son muy importantes, y así no se consigue nada. Y como esos habréis de soportar aluviones de ataques de personas (queridas o no) que quizá tengan que barrer primero su casa antes de criticar la del vecino. O simplemente lanzan ataques porque se sienten atacados y prefieren echar los balones fuera en vez de afrontar sus primeras contradicciones.

Esto es todo un camino, largo y sin prisas. Como bien dice Silvia, ahora estamos en un momento buenísimo comparado con hace quince años en cuanto a leyes, concienciación, grados de solidaridad e información. Pero aún parece que queda todo por hacer y el camino es largo. El de las administraciones, la sociedad y el nuestro propio.

Todos tenemos dentro una revolución pendiente. En el momento que pensemos que hemos evolucionado del todo, habremos perdido la batalla. Nos convertiremos en alguien que ya está anclado a una época y a una idea fija y que poco a poco va tornando al blanco y negro. Una de esas personas, precisamente, contra las que luchamos.

Gracias, Silvia, por este legado tan necesario, por seguir planteando preguntas, por invitarnos a la contradicción. Yo sigo caminando, deshaciendo los muchos nudos que la vida me va planteando, teniendo cada vez menos miedo, porque la pasión y la fe en un mundo mejor no me dejan espacio.

Gracias por enseñarnos que tener el poder no es tener la razón. Si de verdad nos creemos seres superiores al resto de habitantes del planeta, demostrémoslo con empatía, inteligencia y amor. Mucho amor, que de eso podemos fabricar toneladas.

Tenemos muchas cosas en común con los animales, como el hambre, la sed, la necesidad de cobijo, la libertad para movernos, el dolor… tengámoslo siempre presente cuando nos asalte la duda en el camino.

Por eso os invito a seguir estas páginas. Puede que las disfrutéis y las sufráis a partes iguales, pero no hay prisa. Si algo arde o se quema dentro de ti cuando las leas, es que quizá algo esté evolucionando ahí dentro. No te asustes, porque es una maravillosa y generosa emoción que dirá mucho de ti. No hay prisa, tenemos toda una vida para ir deshaciendo nudos. Y en el camino, cada vez hay más gente.

Me gusta pensar que la vida es una constante «revolución pendiente».

(Dani Rovira)

 

Desde lo más profundo de mi corazón

Este libro está dedicado a todas las personas que tratan de hacer de este mundo un sitio mejor, incluyendo en su círculo de compasión a los animales.

Mi corazón está con aquellas personas que cada día de su vida alimentan a los gatos de su barrio, haga frío o calor, en días festivos, vacaciones y fiestas de guardar, sin recibir un solo céntimo por ello, vacunando y esterilizando, pagando los gastos veterinarios de su bolsillo. Gracias a vosotras, esos gatos nunca estarán solos, cuentan con buena gente defendiéndolos.

Con las personas voluntarias, colaboradoras y trabajadoras de las cientos de asociaciones protectoras de animales que rescatan cada día infinidad de perros, gatos, conejos, pájaros y otros animales necesitados, abandonados por manos insensibles e ignorados por los políticos, ocupados por temas siempre más importantes. A quienes acudís los fines de semana a las protectoras a pasear a los perros que esperan una familia que los adopte, a los que difundís en redes sociales a los animales que llevan años en los centros de acogida sin que nadie les brinde una oportunidad por ser mayores, muy grandes o por no ser de raza.

Con los activistas que reparten folletos a pie de calle, mostrando la realidad que permanece oculta a los ojos de los ciudadanos. Estáis plantando semillas. Algunas no germinarán, pero el surco que marcáis en muchas de las personas que reciben vuestro mensaje se convertirá en una experiencia que dará frutos en el futuro.

Con quienes dais voz a los animales siendo ejemplo de respeto, en vuestro entorno, entre vuestros compañeros de trabajo, vuestros familiares y amigos, respondiendo siempre atentamente a sus preguntas, facilitándoles información, dándoles constantemente un motivo para considerar un cambio en sus vidas que tenga en cuenta el trato a los animales.

Con las personas que día a día llevan adelante los santuarios de animales, oasis de libertad y verdaderos ejemplos del mundo que queremos para los animales. Vacas, cerdos, gallinas, ovejas, rescatados de los centros de explotación y muerte y convertidos, gracias a vosotros, en embajadores de esa nueva relación que pretendemos con el resto de animales.

Con los que han documentado lo que ocurre, armándose de valor para adentrarse en ese infierno en la Tierra que son las granjas peleteras, granjas de cría de animales y mataderos. Las imágenes que obtenéis mientras enjugáis vuestras lágrimas, han servido para cambiar las conciencias de millones personas. Vosotros materializáis la frase «si los mataderos tuvieran paredes de cristal, todo el mundo sería vegetariano».

Gracias a todos aquellos que nos movilizamos, que decidimos cambiar nuestros hábitos, que generamos conversación en redes sociales, entre nuestros amigos, familiares y conocidos. El futuro pertenece a quienes defendemos a los animales.

La revolución pendiente

Hay una revolución pendiente, una revolución personal, política y social que debemos afrontar hasta conseguir derribar las barreras mentales que hemos construido para separarnos del resto de animales.

Estamos viviendo un momento histórico de ruptura con el pasado. La balanza se inclina inexorablemente por el peso de pequeños avances históricos que han desembocado en una nueva concepción de nuestra relación con los animales, con el medio ambiente y las personas. Todo está acelerándose. Lo que antes eran procesos de años, ahora se da en un breve espacio de tiempo. Parece como si todo el mundo viviese más deprisa.

Cada vez más personas hemos elegido la «no violencia» como la manera de estar en el mundo, de no ser cómplice de la terrible maquinaria de opresión y dolor que mueve el engranaje de un mundo viejo, obsoleto, anacrónico, cuyos estertores llenan actualmente los titulares de los periódicos. Porque no olvidemos que todo elemento agónico trata de aferrarse y de lanzar sus últimas andanadas con mayor fiereza, y es a lo que estamos asistiendo en estos tiempos convulsos.

Así pues, una vez conscientes de que este momento que nos ha tocado vivir contiene la pasión, la fuerza desgarradora de los comienzos y los albores de una nueva concepción civilizatoria, atrevámonos a ser actores y no meros espectadores de este Tiempo Nuevo que hemos tenido la suerte de poder vivir.

Un movimiento re-evolucionario

Durante los años que llevo trabajando en cuerpo y alma por los derechos de los animales, he tenido oportunidad de conocer a muchísimas personas comprometidas con la causa de los derechos de los animales, conozco sus esperanzas, sueños y aspiraciones. Son personas fuertes, que dan lo que tienen sin miedo. Sacrifican su vida personal, familiar, su tiempo de ocio y su descanso para ayudar a los animales. Son capaces de emplear todo su dinero en pagar una abultada factura veterinaria para ayudar a un gato enfermo o hacer guardia durante días para conseguir el documento gráfico que demuestra lo que ocurre tras los muros de las explotaciones.

Las personas que formamos parte del movimiento en defensa de los animales tratamos de encarnar los valores que deberían imperar en la sociedad: compasión, ética y respeto hacia los demás, incluidos los animales. Somos capaces de ponernos en el lugar de quien sufre, de hacer nuestro su sufrimiento, de anteponer los intereses de quienes se ven perjudicados por nuestros actos, o de renunciar a determinados privilegios por evitar un daño a terceros.

A los activistas animalistas, sometidos a una crítica feroz por parte de quienes de cualquier modo se benefician de la explotación de los animales, ridiculizados en redes sociales, e incluso rechazados en su entorno familiar, muy pocos les han agradecido y reconocido su valía, nadie les ha dicho lo imporatantes que son para quienes no pueden defenderse por sí mismos. Por todo lo que hacen, merecen un reconocimiento. Merecen, además, el máximo respeto por trabajar en una causa justa, legítima y solidaria. Y además merece la pena que todos contribuyamos a conseguir el objetivo: que aquellos a los que tanto esfuerzo dedican, sean legalmente reconocidos y protegidos.

Cada uno de nosotros somos portavoces de quienes no pueden defenderse por sí mismos. Somos muy valiosos, porque estamos cambiando la realidad de los animales en nuestro país. Y nos vemos acompañados por una ciudadanía cada vez más consciente del cambio necesario para nuestros compañeros de planeta. Por cada crítica que recibimos, convencemos a una persona, y esa persona será de nuevo altavoz en su entorno de esta idea tan sencilla de entender, pero tan difícil de conseguir, que es el debido respeto para los animales.

Saber que hay personas que siguen trabajando, bajo toda suerte de contrariedades, nos tiene que animar a continuar empujando todos juntos, cada día, en la misma dirección. Los que sufren no merecen menos:

—Los cientos de miles de perros y gatos abandonados que dan con sus huesos en frías y oscuras perreras, animales sanos, jóvenes o cachorros a los que se les pone fecha de ejecución sin políticas de «sacrificio cero» que salven sus vidas.

—Los toros ahogados en el Mediterráneo, los toros abrasados por el fuego, los toros ensogados, los perseguidos por las calles hasta la extenuación o los miles que mueren de forma atroz en las plazas de toros.

—Los millones de perdices, conejos, jabalíes, gamos, ciervos… abatidos por las balas de los cazadores.

—Los cientos de millones de pollos, vacas y cerdos que malviven en granjas industriales y son enviados al matadero con apenas unos meses de vida.

Toda la violencia y abusos que padecen los animales debería formar parte de nuestro pasado, pero sigue sucediendo hoy, cada día, delante de nosotros, mientras los gobiernos de uno y otro signo siguen mirando a otro lado, ignorando este problema, como si no existiera.

Pero hay buenas noticias, cada vez somos más quienes no podemos soportarlo, decimos basta y presionamos para conseguir ese sueño de un mundo mejor donde no tengan cabida el maltrato, la explotación o la tortura de animales.

Queremos una sociedad cimentada en valores, donde los niños sean educados en el respeto y la empatía hacia todos los seres que sufren. Porque sabemos que solo así conseguiremos erradicar el maltrato y la violencia que corrompen, nada más empezar a crecer, las raíces de nuestra sociedad. Hay una historia especial que me conmovió y me sigue conmoviendo cada vez que la vuelvo a ver: un niño al que sus padres llevaron a presenciar la matanza del cerdo. Aparece en uno de los vídeos con los que documentamos la grotesca «matanza tradicional del cerdo», en la que los animales son degollados, entre chillidos y estertores, mientras son plena y dolorosamente conscientes de lo que sucede. Mientras todo esto ocurre, en las imágenes se puede ver a un niño, anónimo, de espaldas, preguntando a sus mayores por qué le hacían eso al animal. Incrédulo, con la inocencia de quien ve con ojos aún sensibles un acto atroz para el que sus mayores están inmunizados, exclamaba entre sollozos: «¡A los animales no se les mata!».

Decía Gandhi que una sociedad se puede medir por el trato que dispensa a los animales. Si tratamos con respeto, consideración y cuidado a los más desfavorecidos, ya sean personas o animales, sabremos la altura moral de la sociedad a la que pertenecemos. A la nuestra, definitivamente, le queda mucho camino por recorrer.

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Autor: Silvia Barquero. Título: Animales. Editorial: La esfera de los libros. Venta: Amazon y Fnac

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