Antes de que saltara a la fama como su novela Luna de Lobos, Julio Llamazares había publicado dos poemarios, uno en 1979 y otro en 1982, en los que ya latían las preocupaciones vertebrales de toda su obra. Ahora Cátedra los reúne en un solo volumen.
En Zenda publicamos cinco poemas de La lentitud de los bueyes/Memoria de la nieve (Cátedra), de Julio Llamazares.
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Nuestra quietud es dulce y azul y torturada en esta hora.
Todo es tan lento como el pasar de un buey sobre la nieve.
Todo tan blando como las bayas rojas del acebo.
Nuestro abandono es grande como la existencia, profundo como el sabor de las frutas machacadas. Nuestro abandono no termina con el cansancio.
No es un error la lentitud, ni habitan nuestra alma las oquedades del conocimiento.
En algún zarzal lejano anida un pájaro de aceite que nace con el día. Siento su sed granate algunas veces. Su abandono es tan dulce como el nuestro.
Su lentitud no está desposeída de costumbre.
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De vez en vez, la tristeza.
No esa tristeza dulce y húmeda que empaña los cristales en las tardes de invierno.
Me refiero a la tristeza que amarga en la lengua. Hablo de la tristeza que madura lentamente en el panal del corazón.
De pronto nos inunda como la luz de un farol negro. Como el ladrón que nos aborda en un recodo del camino.
Amarga por lo antigua y por lo intensa. Quema como resina vertida en el dolor.
Es la tristeza que queda como poso del olvido.
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Vendrá el silencio, y cruzaré la nada. Y encontraré la muerte flotando sobre el heno.
Viejas leyendas acecharán mis pasos en el lugar donde germina la superstición.
Y en los últimos páramos, la escarcha borrará las huellas de mi ausencia para que así podáis seguir alimentándoos de olvido.
(¿Acaso recordáis la lentitud de vuestros padres cuando la hierba ya ha ocupado su lugar?)
El barro que ahora habito se fundirá en vosotros como el esparto aplicado a las heridas.
Frutos agraces traspasarán mi alma cuando abandone los lugares profesados en la cohabitación.
Pero seguramente nadie recordará mi forma ni la oquedad silente que ocupará mi sitio.
Seguramente entonces, al borde de la nada, más allá del silencio, yo estaré preguntándome el porqué del olvido, la abrasada razón por la que el tiempo coloca amargas hierbas sobre nosotros.
Y una sustancia antigua, como de tallos verdes, manará lentamente del silencio como única respuesta.
***
No existe otra espiral que el bramido del tiempo.
Amasar la memoria es bondad de alfareros, lentitud de veranos en fabulación.
Las grosellas derraman granates en la nieve y los silencios más antiguos en humo y humildad se desvanecen.
¿Dónde encontrar ahora el amargor del muérdago y el agua?
¿Dónde la ocultación de las leyendas y los bardos?
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Los bardos llegaban con el verano. Por los verdes caminos vagaban de aldea en aldea.
Y siempre había algún anciano que decía: vienen del país de la nieve, del país de los bosques y los lagos helados.
Y les agasajaban con manteca y arándanos maduros.
Pero los bardos jamás se detenían más de un día en cada aldea.
Al amanecer, seguían su camino. Los niños les llamábamos llorando inútilmente.
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Autor: Julio Llamazares. Título: La lentitud de los bueyes/Memoria de la nieve. Editorial: Cátedra. Venta: Todos tus libros.
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