Imagen de portada: Salman Toor, Four Friends, 2019.
En la Escuela de Imaginadores acabamos de publicar la antología Bocas que gritan en un bosque de escarcha. Hoy, traemos a Zenda una muestra del libro y, al mismo tiempo, una perfecta metáfora de la actualidad que nos afecta a todos. Una historia que consigue sintetizar con las justas y exactas palabras lo que nos está ocurriendo, la esencia de estos tiempos, la división, la polarización. Lo que nos parte a todos en dos por dentro. Sí, a nosotros.
El imaginador Eduardo S. Aznar (Madrid, 1970), jurista y criminólogo de formación, es autor de la novela El manipulador de sueños (Playa de Ákaba) y del libro de cuentos Inquietudes y compañía (Playa de Ákaba). En su relato «El cuaderno de nosotros» no solo juega con las voces, con la pluralidad del punto de vista y los cambios a lo largo del tiempo, sino que acierta de lleno en la diana.
Léanlo hasta el final. En algún momento tendremos que solucionar esto.
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El cuaderno de nosotros
Yo no soy yo: tú no eres ni él ni ella: ellos no son ellos.
Evelyn Waugh, Retorno a Brideshead
21 de junio de 1982
Hoy, que hemos acabado quinto de EGB, empezamos el cuaderno.
Ya hemos hecho los turnos y todo, sin pelearse, así que cada semana, o cuando toque, uno tendrá el cuaderno y escribirá lo que nos pase, pero así, en plural, como si escribiéramos todos a la vez, porque es el cuaderno de los cinco. Lo hemos jurado:
Juramos estar siempre juntos y escribir todo lo que nos pase en este cuaderno. Al que le toque el cuaderno escribirá como si fuéramos los cinco los que escribimos. Firmado: Irina, Paquito, Fer, Marta y Gloria.
Queremos contarlo todo. Íbamos a hacer un álbum de fotos, pero los mayores (los padres, sobre todo) se las guardan para ellos. Además, nunca hay fotos de los momentos más divertidos, o más peliagudos. Y, de todas formas, en las fotos hay cosas que no salen. Como aquel día, en la sala de profesores. Mucho después nos hicimos una foto delante de la ventana de la sala que da a la calle. Pero allí no se ve lo que pasó. ¡Jopé, menuda aventura!
No se puede entrar nunca en la sala de los profes, sobre todo cuando no hay nadie. Pero una tarde, después de las clases, cuando creímos que no quedaba nadie, vimos la puerta abierta y nos colamos. Había muchas estanterías con los libros de los profes, y papeles, muchos papeles. Marta encontró una carpeta que ponía «exámenes». Justo cuando la estábamos abriendo oímos voces. Nos escondimos rápido detrás de la puerta, pegados a la pared, y oímos cómo alguien metía las llaves en la cerradura. Esperamos un buen rato, sin movernos ni hacer ruido. Y cuando intentamos abrir la puerta, nada: ¡Estábamos encerrados!
La sala solo tiene esa puerta, y dos ventanas a las que no llegábamos. Fer y Paquito hicieron una torre humana y Gloria se subió encima. Cuando ya estaba abriendo la ventana, la torre empezó a menearse y ¡todos abajo! Sin querer tiramos una estantería, que cayó sobre la mesa de los profes, cubierta con un cristal. Se rompió en mil trozos y metió un ruido enorme. Nos quedamos mudos y sin saber qué hacer, hasta que Paquito apoyó una silla en la estantería caída, se subió y alcanzó la ventana. Salimos todos con tanta prisa que Irina perdió allí su pulsera, aunque ella no se dio cuenta en ese momento.
Pasamos varios días muertos de miedo. Y cuando empezábamos a pensar que se habían olvidado, apareció en medio de clase el director, con la pulsera en la mano. Preguntó muy serio de quién era. Algunos compañeros se volvieron para mirar a Irina, la pulsera era muy bonita y ella la llevaba siempre. Después de un rato en silencio, Irina se levantó llorando. Enseguida, Marta se levantó también, la cogió de la mano y salieron juntas a la pizarra, donde estaba el director. Y luego, uno a uno, Paquito, Fer, Gloria, nos pusimos también de pie y fuimos con ellas.
Nos cayó una buena, decían que nos iban a expulsar, pero al final solo nos castigaron un mes sin recreo, limpiando las clases y el salón de actos, que estaba muy sucio y lleno de trastos. Y en casa hubo más jaleo. ¡Mucho más jaleo!
No hay fotos de nada de esto. Ni tampoco de cuando el hermano de Paquito estuvo malo, muy malo. Alguno de los mayores lloraba porque creían que se iba a morir. Entonces, los cuatro nos turnamos para estar con él. Cogerle la mano o abrazarle, entretenerlo, ver la tele juntos o leerle cuentos. A Paquito, claro, no al hermano, que estaba en el hospital. Al final se puso bueno, y ya casi ni nos acordamos.
Contaremos todo lo que hagamos. Y así, cuando seamos mayores, como nuestros padres, y más mayores, como nuestros abuelos, veremos las fotos del álbum, leeremos juntos el cuaderno y recordaremos quiénes éramos.
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3 de julio de 1990
Ayer quedamos los cinco para celebrar que hemos terminado el primer año de universidad. Cuando estábamos terminando COU, Juan Carlos, de Letras mixtas y amigo de Fer, nos dijo que este año ya sería todo diferente, que la universidad nos separaría. Que si habíamos sido tan amigos y habíamos seguido juntos era porque íbamos al mismo colegio. Y que ahora, cada uno en una facultad o en una escuela diferente, haríamos nuevos amigos y terminaríamos por separarnos.
Pero ha pasado un año, y seguimos juntos los cinco. No nos hemos visto a diario, claro. Tampoco hemos intercambiado apuntes ni hemos hecho trabajos juntos. Pero seguimos compartiendo en el cuaderno lo que nos pasa.
El mundo va muy deprisa: ha caído el muro, ya no existe el telón de acero, tenemos cadenas de televisión privadas en España. Hay novias y novios nuevos. Así que tenemos un montón de cosas de que hablar. Pero lo que mola más es que seguimos juntos. Los cinco continúan. ¡El cuaderno continúa!
Los novios, como antes los padres, no entienden esta manía nuestra. Hablan del cuaderno como si estuvieran celosos, y nosotros nos partimos de risa. Hemos empezado a planear un viajecito a la playa, los cinco, con nuestras parejas y lo primero que nos han preguntado, con mucho retintín, ha sido:
—Os llevaréis el cuadernito, ¿no?
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20 de junio de 2000
Ayer nos casamos. Irina dijo el «Sí quiero», pero los cinco estábamos en la boda, mucho antes de la ceremonia. Hemos conocido a todos sus novios, las relaciones más o menos largas, las alegrías y las decepciones. Por eso estábamos seguros de que este sí era el bueno.
¡Por fin! Irina ha sido la última, nos ha costado colocarla. El primero fue Paquito y la última ella. Nos hemos divertido un montón en cada una de las bodas, y no digamos ya en las despedidas. Nos reímos mucho con todo, bebimos y bailamos a tope. Por supuesto, todos hemos sido testigos de cada uno de los demás. Y, también tenemos que contarlo, nos sentimos orgullosos cuando nos hacemos fotos los cinco (o sea, los cuatro con el novio o la novia) y la gente comenta: «Fíjate. Son amigos desde los cinco años. Qué buen grupo. Ya no quedan amistades así».
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20 de junio de 2012
Ayer enterramos a Paquito.
Ha sido todo muy rápido. Empezó a sentir molestias y se hizo unos análisis. Le operaron y empezó un tratamiento muy agresivo que casi acaba con él. Al final, no sirvió de nada. No ha durado ni un año.
Ahora nos vemos y hablamos menos. Las entradas del cuaderno (hace años que es un archivo de word) se van espaciando más. Pero cambiamos correos, mensajes. Y seguimos escribiendo y por turno, como siempre, nos pasamos el archivo del cuaderno. De esta forma, el que lo recibe se entera de todo lo que le pasa al resto.
Así sabemos hasta qué punto están siendo malos tiempos. Irina se separó, nunca hemos sabido muy bien por qué. La hija de Marta tiene una enfermedad que no termina de superar. A Fer le echaron del trabajo. Antes, Paquito había cerrado su negocio. La crisis, los recortes, están siendo brutales para todos, y estaba intentando despegar cuando…
Ayer, ante su tumba, volvimos a jurar lo mismo que hace treinta años: seguiremos juntos los cinco, porque el cuaderno será la voz, también, de Paquito. Al menos aquí, seguiremos siendo nosotros cinco.
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20 de junio de 2021
El viernes estuvimos cenando juntos y nos dieron las tantas. Teníamos mucho que contarnos, porque, aunque seguimos escribiendo en el cuaderno, ahora en la nube, y nos vamos poniendo al día, había pasado casi un año desde la última vez que quedamos.
El covid nos ha impedido vernos, aunque afortunadamente está pasando sin hacernos daño directo. Discrepamos por las vacunas, por el confinamiento, las prohibiciones… Bueno, nos contagiamos un poco de las discusiones que hay en todas partes, pero también hablamos de nuestras cosas. Irina va a volver a casarse. Fer, en cambio, se ha divorciado, pero está estupendo, tiene la custodia compartida y se lleva muy bien con su ex. Aunque entre la casa nueva y el sueldo bajo le da para pocas fiestas, está contento. A Marta, en cambio, la encontramos un poco tristona. Su hija no termina de remontar.
Al final casi tuvieron que echarnos del restaurante, que, como todos, tiene los horarios restringidos por la pandemia, y otra vez salió el tema y las discusiones. Estaba lloviendo y tuvimos que coger varios taxis, así que nos separamos con sonrisas apresuradas y promesas de volver a vernos muy pronto. Esperamos que sea así.
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28 de diciembre de 2022
La política (los políticos, más bien) inundan las conversaciones en el trabajo, en el almuerzo, con la familia.
Nunca habíamos escrito aquí sobre política, porque era algo de cada uno. Siempre hemos sabido que unos pensaban, simpatizaban o votaban a partidos distintos que los otros. Lo hablábamos alguna vez, discutíamos poco y medio en broma, y reíamos juntos. Como no era algo de los cinco, algo nuestro, pues no estaba en el cuaderno. Ahora la política está en el aire, en la comida, en las cañas que nos tomamos.
El 24 por la tarde quedamos para felicitarnos y brindar por las navidades, como siempre. Empezamos con risas, pero en seguida salieron los temas que están a todas horas en las noticias, en las redes, en la calle. Fuimos subiendo el tono y acabamos a voces. Estábamos en el bareto del barrio, el de siempre, y la gente, algunos conocidos, nos miraban, más extrañados que enfadados.
Y así nos hemos despedido. Bueno, a lo mejor enfadados no, pero demasiado serios. Y también un poco extrañados. Como si no nos reconociéramos.
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3 de julio de 2023
Llevábamos sin vernos desde Navidad, y nos ha costado un montón organizar una quedada. Hoy hemos hablado poco de nosotros, de la familia, del trabajo o la salud. En cambio, no hemos parado de hablar de las elecciones. De las manifestaciones a las que vamos con amigos nuevos, o con antiguos conocidos, con los que antes no teníamos ninguna relación, ninguna amistad. Nos manifestamos frente a la sede del partido del gobierno o de la oposición, pero sin coincidir: unos vamos a una calle, y otros a otra, unos por la mañana y otros por la noche, vitoreando o abucheando a nuestros ídolos y a los contrarios.
Durante la comida nos pedimos explicaciones unos a otros, nos preguntamos, retándonos, por qué lo hacemos. Y respondemos que votamos a los nuestros, que nos manifestamos porque todo (el trabajo, el país, el sistema) peligra por culpa de los otros. Porque los otros son peores. No malos. Peores.
Nos acusamos con insultos que también son nuevos, como «equidistante». En un momento dado, alguien dice que lo dejemos, que no nos vamos a poner de acuerdo. Nos callamos y pedimos otra ronda, que es la última.
Al separarnos, los abrazos, los besos y las promesas de volver a quedar pronto, no tienen, ni de lejos, el mismo calor de la bronca. Nos despedimos sin sonrisas, y con un «venga, ya hablamos», que suena casi como una amenaza.
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20 de junio de 2026
Seguimos escribiendo, aunque falte la mitad del grupo.
En los últimos meses dejamos de quedar, dejamos de hablarnos. La otra mitad dejó de escribir, con excusas de falta de tiempo, y hace más de un año que el archivo de la nube no registra edición ni actividad alguna por su parte. Y si nosotros continuamos es porque queremos creer que el cuaderno, que ha sido nuestro pegamento de contacto durante cuarenta años, puede servir para volver a unirnos. ¡Basta con que la otra mitad reconozca que no tiene razón, que no se puede ser tan radical, que su gente es lo peor, que…! Con esa esperanza seguimos escribiendo el cuaderno en plural, para que un día pueda servir para todos nosotros, igual que antes.
A veces tenemos noticias de la otra mitad, por terceros, pero nadie da el paso de volver a quedar, de volver a llamar. Hemos pasado cerca de sus casas, y nos hemos mirado, preguntándonos sin hablar: «Ahí vive… ¿Te acuerdas?». Pero pasamos de largo sin llegar a decir nada en voz alta.
Hay otra cosa que pensamos, pero de la que tampoco nos atrevemos a hablar. Solo aquí, en el cuaderno: si cuando los de esta mitad quedamos, no discutimos y estamos más tranquilos, ¿no será que estamos mejor sin la otra mitad?
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21 de junio de 2031
Hace una semana del funeral de la hija de Marta. Mandó varios mensajes a la otra mitad, pero ni contestaron ni se presentaron para acompañarla. Solo después del funeral llegaron los mensajes, escritos con prisa, con abreviaturas: «L sto. mcho. Fza. Bss». Catorce letras después de cincuenta años juntos.
No nos hemos visto en los últimos seis. Ni siquiera Marta tiene relación con su hermana Gloria.
No sabemos si queda alguna razón para seguir escribiendo aquí. Como tampoco si la hubo para empezar a gritar a favor y en contra de personas que no conocemos. De personas que no nos conocen. Que nunca gritarán ni se pelearán por nosotros.
Vamos siendo mayores, y nos sentimos solos. Cuando empezamos el cuaderno, pensábamos que lo leeríamos cuando llegásemos a estas edades, para recordar. Ahora duele hacerlo.
Hemos pensado borrarlo, eliminar los archivos y las copias. Pero tampoco hay razón para eso. El cuaderno cuenta una historia, de principio a fin, y así debe conservarse. Lo que no sabemos es dónde guardarlo. Deberíamos decírselo a Irina y a Gloria, pero nos da miedo que nos devuelvan el correo, o que lo borren sin abrirlo. Es mejor quedarnos con la duda.
Podemos colgarlo en la red. Quizá pueda servirle a alguien de lectura, de entretenimiento, o de algo más. A lo mejor lo leen aquellos a los que aclamábamos o insultábamos, los que tanto nos animaban a movilizarnos unos contra otros. Tal vez así descubran si a ellos les ha merecido la pena.
Pero lo más probable es que reciba muy pocas visitas, y acabe como muchos otros relatos. Abandonado. Olvidado.
Así nos sentimos sin la otra mitad.
Sin la mitad de nosotros.
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