El escritor colombiano Juan Cárdenas ha escrito un ensayo que debería ser lectura obligatoria para todas aquellas personas que quieran entender por qué hay que defender la alta literatura hasta la extenuación. Como leemos en la contraportada, este libro es «una grieta luminosa en el imperturbable territorio de lo mayoritario».
En Zenda reproducimos las primeras páginas de La ligereza (Periférica), de Juan Cárdenas.
***
Todo gran arte trae consigo la marca de la ligereza. No importa cuán pesado luzca, no importa si sus procedimientos y sus materiales evocan el fárrago o la mole. El gran arte siempre parece flotar, cosa tanto más sorprendente si se trata de objetos voluminosos: las catedrales góticas, como naves espaciales a punto de despegar; los párrafos de Rabelais y Cervantes; cualquier página de Onetti; las conversaciones diabólicas de Thomas Mann; la composición abisal de Velázquez; los edificios de Lina Bo Bardi. Obras pesadas pero que logran suspenderse en el aire, no sabemos si a pesar o a causa de su densidad. La ligereza, por tanto, como seña del gran arte. Dan ganas de soltar esta fórmula: si no flota, no es arte. Si se hunde, casi con toda seguridad, no será gran arte. El arte mediocre finge flotar o, incluso peor, hace todo lo posible por no elevarse, por verse grave y adoptar las muecas exteriores de aquello que antes ha sido identificado con el gran arte. Su marca es la imitación de todo lo que tiene un peso innecesario. El arte mediocre logra a veces simular el aspecto del arte, pero nunca se eleva. La modernidad exploró las posibilidades de la ligereza y sólo allí donde el arte moderno alcanzó a ser ligero pudo superar su condición de mera moda. El arte moderno se vincula por eso a unas tradiciones antiguas cuando consigue la flotabilidad de un globo poligonal hecho de papel de colores. Paul Klee, Calder, Hélio Oiticica, Kafka, Lygia Clark, Lygia Pape, Trilce, Josef Albers, Jesús Rafael Soto. Capas y capas de materia, sedimentaciones de historia humana y natural que adquieren de repente una forma grácil, aérea, como queriendo regresar al cielo, al espacio exterior, a las estrellas, de donde alguna vez vino toda la materia del mundo. Tampoco es fácil distinguir la ligereza. Por desgracia vivimos en un mundo que confunde la ligereza con la frivolidad. Y no hay nada más pesado, nada más insoportablemente pesado que la frivolidad. La frivolidad en el arte es una rama triste de la repostería: ese merengue que promete quebrarse y liberar un polvillo etéreo y, sin embargo, al mínimo contacto con los dientes acaba derramando dentro de la boca el veneno cremoso y multicolor de la ideología dominante. Nadie sabe cómo se movieron las gigantescas piedras con las que se construyeron los templos y los monumentos de la Antigüedad. A mí se me ocurre una respuesta elemental: arte. Si algo pesa demasiado, basta un poco de arte para moverlo. Por supuesto, nada es más difícil que la ligereza. El arte siempre es dificilísimo. Sólo que hay un tipo de arte que revela la dificultad y otro que la oculta. Hay quienes creen que es fácil jugar al fútbol como Andrés Iniesta, pero eso ocurre porque el arte de Andrés Iniesta nunca parece esforzado. Parte de su encanto y su eficacia radica ahí, en su capacidad de ocultar la extrema dificultad bajo unos gestos naturales, incluso humildes. Hay quienes creen que escribir como Dante o George Eliot es difícil. Y esa gente tiene razón: es extremadamente difícil. La cosa es que ni Dante ni George Eliot se molestan en ocultarlo. Lo que hacen es tremendamente exigente y así te lo hacen saber. Siempre hay alguna forma de virtuosismo involucrada en el arte. Todo gran artista es, a su manera, un virtuoso de algo, aunque la obra de arte dista mucho de quedar reducida a una exhibición de habilidades extraordinarias. El virtuosismo brilla en exceso allí donde no hay ligereza, donde no hay arte: la canción de rock sinfónico con un solo de guitarra eléctrica interminable, ejecutado a toda velocidad y sin atisbo de levedad. Lo veloz no siempre es leve, porque la velocidad es relativa, de ahí que haya cosas lentísimas que, aun con una masa enorme, pueden volar, como las nubes o las Gymnopédies. Y qué decir de ese afán por emular el fisiculturismo: trescientas páginas escritas de un tirón sin un solo punto, treinta y seis narradores combinados, nueve puntos de vista, saltos de tiempo que te dejan bizco, estructura fractal, descoyuntamientos, papiroflexia y otras ingeniosidades. La musculatura aceitosa reflejada en el espejo del obramaestrismo. Esto parece arte, ergo debe de ser arte. Algunas obras que juegan con el universo de los niños son ligeras; otras se hunden como pesos de plomo por cuenta de su regodeo en el infantilismo.
(…)
—————————————
Autor: Juan Cárdenas. Título: La ligereza. Editorial: Periférica. Venta: Todos tus libros.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: