Me pilló por sorpresa el comienzo de la Eurocopa, como si no le hubieran hecho publicidad. De pronto teníamos un campeonato para amenizar el verano y suavizarnos el ánimo, muy alterado por la actualidad política, pero yo no iba con España, no sabía quién era España y hasta deseaba que perdiera todos los partidos. Es como esos grupos de música que quisiste mucho y que siguen sacando discos aunque tú ya no los escuches. Te preguntas por qué lo hacen.
El caso es que España ha ganado a todo el mundo, a todo el mundo europeo, y mañana juega la final, como diría Rajoy, contra la temible Inglaterra. La victoria genera afición, como el éxito genera amistades, y ambas, afición y amistad, desaparecen cuando llega la derrota. Esto lo pongo por poner.
Lo que quiero poner aquí realmente es una serie de tentativas de respuesta a la pregunta: ¿por qué nos gusta el fútbol? Cada vez hay más mujeres y más vascos a los que les gusta el fútbol.
Podemos empezar con lo malo, con la paranoia, la conspiración y el dinero. A lo mejor el fútbol nos gusta porque, a diferencia de la Eurocopa, se ha hecho publicidad muy efectiva sobre él. Los jefes del fútbol son muy listos, y descubrieron un día la solidaridad, y empezaron a asociar este deporte con todas las cosas buenas del mundo. Según cambiaban las cosas buenas del mundo, cambiaba el eslogan de las camisetas.
Ahora el eslogan es “Respect”, respeto. ¿Respeto a qué? ¡A todo! ¡A lo que toque! Es bastante genial eso de “Respect”, no le puedes poner un pero.
Luego iban conquistando países, civilizaciones y trozos del mapa. La publi sacaba niños pobres jugando al fútbol con balones hechos de trapos (no sé si me lo estoy inventando, pero era algo similar), y entonces el fútbol era de todos, se podía practicar en cualquier plaza del planeta, con apenas una cosa que rodase y se dejara patear.
Luego estaría que el fútbol lo ponen por la tele, los partidos, digo, y sale en anuncios, y Nike y Adidas fichan jugadores y los vuelven a poner por la tele, y en los carteles de la carretera.
Sumemos a esta atmósfera irrespirablemente futbolística el gran dinero y el gran soborno, cosas que no sabemos ni sabremos nunca, petróleo, dictaduras, manejos. Vale.
Aún así, yo no creo que el fútbol sea más popular que el crícket porque han hecho mejor la promoción. El crícket no lo vería nadie ni aunque te obligaran a verlo como en La naranja mecánica, con los párpados enganchados y gotitas de colirio.
O el golf.
Deportes con pelota hay muchos, pero sólo nos gusta siempre el fútbol. Si hay un Michael Jordan, eventualmente, seguimos el baloncesto; si hay una Arancha Sánchez Vicario (no recuerdo momento más tenístico para mí que aquél), seguimos el tenis. Hace nada había una Carolina Marín que nos hacía considerar un poco el bádminton. Pero todos pasan, Jordan, Vicario, Marín, y al final siempre volvemos al fútbol.
Un deporte, para enganchar y ser negocio, necesita héroes. El fútbol es una máquina de producir héroes, bien que a toda prisa y desde la más absoluta temeridad. Ahora Lamine Yamal es un héroe, y todos creen y aseguran que tenemos héroe para diez o quince años. Lo cierto es que hace no tanto (2020), el héroe iba a ser Ansu Fati, y ahora mismo no sé ni dónde juega Ansu Fati. Decenas de jugadores hacen una buena temporada, un buen gol, y salen en portada y nos entusiasman. Pasados doce meses, no sabemos dónde juegan.
¿Dónde juega Asensio?
Pensando en el fútbol en sí, en su mecánica, podemos aventurar algunos motivos para su éxito popular. Es verdad que todos son motivos favorables precisamente porque nos dan la razón. Quiero decir que no estoy muy seguro de lo que voy a decir.
Pienso por ejemplo que el baloncesto es un coñazo porque meten canasta casi siempre. Es un deporte donde pierdes porque no has metido canasta, no porque la has metido. Se meten como un millón de canastas por partido. En el fútbol, ganas porque metes gol, sin ninguna duda. Si el otro mete gol, tú tienes que meter otro gol, 2-1. Al final el mejor partido es el que acaba 3-2. Más allá de eso, no es fútbol, sino abuso, como saben los expertos. Un 8-9 es un partido, o con porteros muy malos, o con defensas muy malos o amañado desde el primer minuto. Al fútbol se va a ver cinco goles como mucho. Un 5-0 es fútbol todavía.
Sucede por tanto que entre gol y gol, habiendo sólo uno o dos o cinco, tiene que pasar algo. Y lo que pasa, valga la redundancia, son los pases. Los jugadores se pasan la pelota con el pie hasta que se la quitan, y luego el otro equipo hace eso mismo hasta que la pierde. No parece muy emocionante.
Sin embargo, quizá ahí, en la línea de sombra, en el abismo de aburrimiento es donde el fútbol genera más afición. Por un lado, estamos todos esperando el gol, siempre imprevisible, siempre un subidón. Cuando meten gol, en un partido importante y lo meten los nuestros, nadie se acuerda de que llevamos sesenta minutos aburriéndonos. Se da por bueno todo ese tedio. Además, y esto habría que mirarlo en algún laboratorio social, entre gol y gol, o entre que llega por fin un gol, la gente está en paz.
Pensemos en el tipo solitario en su casa viendo fútbol, un Georgia-Eslovaquia. Está en paz. El fútbol donde no se marca gol (o sea, el 89% del tiempo del partido) es sedante, tranquilísimo, nada invasivo. Puedes ver y no ver el partido, mientras miras el partido. Piensas en tus cosas y, al mismo tiempo, no piensas en nada. Es como jugar al Buscaminas, es el mínimo de atención imprescindible para lograr esparcimiento sin sufrir cansancio.
Y está, claro, el verde del campo. Yo creo que si pusieran el campo de otro color, nadie vería el fútbol. Amarillo, azul, morado. Nadie vería el fútbol si no fuera verde el campo.
El efecto es alargado: después de ver mucho fútbol, ya sólo ver el verde del campo en la tele te relaja, te pone contento, te pone como mínimo menos triste, porque has pasado grandes ratos mirando una pantalla casi completamente verde, y te acuerdas.
Por otro lado, está el fútbol en compañía, ya sea en una casa, ya en un bar. Esto no habría que explicarlo demasiado. Es, sin duda, de los momentos sociales más maravillosos que pueden vivirse en este valle de lágrimas. Ver el fútbol con amigos. Con novias. Con la familia.
En estas reuniones, ese tiempo donde no meten gol (el 89%) se emplea en ponerse al día, hablarse, comprenderse. Como hay fútbol delante, la gente, por lo que sea, se cuenta cosas íntimas y emotivas, no es como que se pongan a hablar del 4-3-3 sin parar. Los hombres en particular, reunidos por el fútbol, se lo cuentan todo. El fútbol está en la tele para tener algo de lo que hablar mientras se nos ocurre otra cosa que decir, preguntar o confesar.
Quizá las mujeres que han descubierto el fútbol lo que han descubierto es una nueva manera de conversar. A mí me parece muy bien que las mujeres aprendan a expresar sus sentimientos.
Y luego está la épica, el momento, la Historia con mayúsculas. Vivir una final con amigos es poco más o menos como ir a su boda. El golazo y el triunfo resuenan en cada espectador (en este caso, telespectador) y crean una corriente salvaje de amistad y compañía. En otros deportes, sólo el final del encuentro puede igualarse a los tres o cuatro momentos de intensidad extrema que tiene el fútbol. Quizá por eso nos gusta más que el baloncesto o el tenis: el final es importante, pero lo bonito siempre va a pasar antes del final.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: