Muy valorado Juan Manuel:
Por cierto que estoy deseando leerla, pero todavía no la he leído. Para escribir esta carta me he puesto al día comprando dos de tus novelas anteriores, La vida invisible y El séptimo velo en mi librería de viejo habitual, El Desván del Libro, en Madrid. Estos libros parecen estupendos y ya los he empezado a degustar, sobre todo el primero. “Degustar”, aunque parezca retórico, es un buen verbo para expresar lo que significa leerte. Como me dijo hace poco el catedrático de Literatura Española José Ignacio Díez, que fue mi director de tesis y que por cierto presidió el tribunal de tu tesis doctoral, tus libros “se disfrutan mucho”. Y es una gran verdad.
Algo que me ocurre leyéndolos es que lo hago con una sonrisa en los labios. Y a veces, bastante a menudo, esa sonrisa se convierte en amplia sonrisa, cuando no en risa abierta. Sí, disfruto mucho leyéndote. Creo que tu prosa tiene un gran valor, y que lo esencial de tus libros, de tus textos, es esa prosa, muy capaz de crear los más variados contenidos, el lenguaje más sorprendente y más sabroso. Tu prosa suena siempre a literatura, es literatura, y por eso creo que has tenido tanto éxito, porque en España había un sector de lectores que estaban esperando eso, que buscaban eso, que estaban necesitados de literatura, de buena literatura.
Tu prosa me suena de otra época, perdona que te lo diga —a lo mejor no te gusta el comentario—, pero yo lo digo como algo muy positivo. Quizá lo que entendamos por literatura suene siempre a otra época. Si no recuerdo mal Aristóteles hablaba de la extrañeza del lenguaje literario. Es decir, en la literatura tiene que sonar diferente, raro, extraño; tiene que haber ahí una desviación del lenguaje normal, cotidiano, pero que enriquezca a éste. Tú eso lo consigues sobradamente. Me gusta mucho leerte. Como dice mi profesor, Ignacio Díez, insisto, se disfruta mucho leyéndote.
A veces me recuerdas a Ramón Gómez de la Serna, al que tampoco he leído tanto, pero sí lo suficiente para reconocer cierto aire en tus textos, si no me equivoco. También me recuerdas, en ocasiones, a Valle-Inclán, y es posible que a otros escritores de esa época que tuviste que investigar profundamente para escribir Las máscaras del héroe.
Por cierto que este libro, de los que te he leído, es mi favorito hasta ahora. Aunque debo decir que todos me han gustado en general, quizá porque en todos he encontrado lo que ya te he dicho en esta carta: literatura, una gran prosa, y también, por qué no decirlo, un gran contenido, porque todos dicen algo, además de decirlo muy bien.
Lo primero que leí tuyo, si no recuerdo mal, fue Coños, cogido de la biblioteca de mi Facultad (Filología, en la Complutense). Y creo que lo leí porque lo recomendaba mucho Umbral, al que entonces empezaba a leer apasionadamente. Recuerdo la edición magnífica de Coños y sus ilustraciones, si la memoria no me falla. En su día dijo Umbral que le había llamado mucho la atención este libro porque le había recordado a Senos, de Gómez de la Serna, y que le había suscitado curiosidad ver lo que había escrito un autor joven en esa línea. Luego leí y compré los cuentos de El silencio del patinador, y por fin Las máscaras del héroe, que es un libro que ha fascinado no sólo a mí, sino también a amigos míos que no son tan apasionados de la literatura como yo, aunque les guste leer y les gusten los libros. Conseguir esto, llegar a un público menos entregado, digamos, tiene todavía más mérito a mi modo de ver.
Cuando ganaste el Premio Planeta, en 1997, yo estaba estudiando 4º de carrera, y me acuerdo que me daba clase el catedrático Antonio Prieto, que además de profesor era novelista y editor en Planeta. Él formaba parte del tribunal del Premio, y recuerdo bien que un grupo de compañeros le felicitamos al llegar a clase por haberse concedido ese premio. En aquella época los escritores jóvenes no ganaban los premios; era algo desolador. Me acuerdo que unos años antes José Ángel Mañas quedó finalista del Premio Nadal con Historias del Kronen, y yo lo viví como un triunfo de la literatura joven. Pensándolo desde la perspectiva actual, un puesto de finalista no era demasiado, pero entonces, dada la situación, sí que me lo pareció, y por otra parte esa novela, aparte del premio, tuvo fortuna y se convirtió en un título mítico, o algo parecido. Además, hicieron una película que tuvo bastante éxito.
Estos años te he leído mucho menos, los últimos veinte años quizá, o más de veinte años. Hace poco nos vimos en una fiesta de la revista Zenda y me dijiste que a lo mejor te había dejado de leer porque te consideraba un autor de derechas. No creo que fuera por eso, sino, como te dije, porque los lectores, las personas, tenemos nuestras fases, nuestras etapas, y con el tiempo se puede volver a lo que en su día nos entusiasmó. Yo he estado sin leer muchos años a Pérez-Reverte, por ejemplo, y luego me lo he leído casi todo. Además, no se puede leer a todos los escritores, hay que descubrir nuevos campos, pero ya digo que se puede volver a lo que nos hice felices y ahondar en aquello, con la ventaja de que ya lo conocemos y que por tanto nos resulta más fácil de profundizar. Eso me ocurre ahora con tus libros.
En esta época en la que todo el mundo escribe, o lo parece, en que todo el mundo quiere publicar, en que los nuevos escritores, o los que se entienden por tales, dicen escribir sin leer, tú me pareces el fenómeno justamente contrario. Es decir, tú eres una persona que se ha preparado concienzudamente como escritor, que lo ha leído todo o casi todo, que ha escrito mucho y bueno, y que en pocos años ya hizo una obra sólida, como pueden ser tus tres primeros libros, por ejemplo. En resumen, me pareces un escritor verdadero, por decirlo con el lenguaje coloquial, y creo que así lo han reconocido los editores, los lectores, los premios.
También eres lo contrario de la persona famosa en cualquier terreno que publica un libro. Tú sólo tienes tu nombre de escritor, un nombre al calor de una obra, una obra trabajada con esmero, monacalmente, como si no recuerdo mal sugería en ti Umbral. Tú has dicho que ser escritor era un sacerdocio, y con los años que pasan cada vez estoy más de acuerdo contigo. Pero claro, quizá es un sacerdocio si estamos hablando de un escritor especial, de lo que antes, quizá, entendíamos por un escritor, como esos autores de los que hablas en Las máscaras del héroe: Baroja, Gómez de la Serna, Valle-Inclán. Esa gente no era otra cosa que literatura, no se podían separar de lo que es la literatura. Esto no lo entiende todo el mundo, sólo la propia literatura, las obras, los libros, y al final los que las leen con arrobo. También nuestros semejantes lo suelen entender, pero fíjate, es posible que no todos, porque no todos nos tomamos igual la literatura. Tampoco la vida, claro.
En fin, Juan Manuel, que me estoy extendiendo un poco en la carta y no quiero que me salga muy larga. Sólo quería decirte que está siendo un placer para mí leer tus libros, y que me gustó mucho encontrarme contigo en las fiestas de Zenda, recientemente. Hablé más en la primera porque tenía más que decirte. En la segunda apenas te mencioné tu nueva novela, que acababa de aparecer. Supongo que en esta carta te estoy diciendo todo lo que no te dije aquel día, todo lo que se me debió de amontonar en la mente sin hallar las palabras justas.
Seguiré leyendo tus textos, sonriendo con ellos, a veces riendo con ellos, disfrutando siempre de tu prosa, de tu literatura, pues siempre lo que escribes lo es, y esto me parece lo mejor que se puede decir de una obra. Hace muchos años, en 1998, me dedicaste Las máscaras del héroe, “una novela que trata de la dignidad del fracaso”, con “la promesa de mi amistad”. Y sí creo que tú y yo podríamos ser muy amigos, grandes amigos. Te agradezco todo, lo leído y lo escrito, también lo vivido, que poco a poco va creciendo.
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