El primer paso es reconocer la posible adicción. He de confesar que, aunque no soy muy seguidor del cine romántico, sí suelo ver todas las películas pertenecientes al subgénero «Amores Breves».
No sé por qué, tal vez por la melancolía que despiertan, pero sobre todo porque suelen ser obras protagonizadas por un elenco en estado de gracia, intérpretes a quienes se les concede tiempo y espacio para la exploración de sus personajes, para ahondar en sus heridas abiertas, y a la postre conmover al personal.
Así que acudí al pase de prensa de Fuera de temporada, que se estrena este 5 de julio, con la mayor de las expectativas.
Esto no es algo necesariamente bueno. De hecho, suele jugar a la contra y llevar a juzgar de manera injusta una película.
Sin embargo, no es el caso.
Estamos ante un drama romántico intenso y lírico, que nunca traspasa la línea de la edulcoración: emociona sin embustes gracias a una sinceridad que se mete por los poros de la piel del espectador.
¿De qué va?: Mathieu vive en parís, Alice en una pequeña ciudad costera de Francia. Él tiene cincuenta años y es un actor conocido. Ella tiene más de 40 años y es profesora de piano. Hace unos quince años se enamoraron. Luego se separaron. Desde entonces, el tiempo ha pasado, cada uno ha seguido su camino y las heridas han ido cicatrizando poco a poco. Cuando Mathieu decide darse un respiro en un balneario alejado de todo, se reencuentra casualmente con Alice.
Tres años después de concluir su trilogía del trabajo, el director Stéphane Brizé se reinventa con una obra alejada de sus anteriores proyectos. No es que llegue a dar un giro de 180 grados, pero aquí demuestra una elegancia y un detallismo en el que hasta entonces no se había prodigado mucho.
En esta ocasión, uno podría imaginarse la tentación del cineasta galo: limitarse a poner la cámara ante sus dos actores y dejar que se luciesen. Punto. Pero no es así: disfrutamos de un juego con las secuencias de montaje que subvierte ligeramente el cliché que solemos encontrar en este tipo de películas.
En el subgénero de los amores breves suelen encontrarse largas escenas donde los protagonistas hablan y hablan; mantienen algunos diálogos profundos y otros más cotidianos. El caso es ver a los dos enamorados contarse, durante hora y media, anécdotas cotidianas (que si aquellas vacaciones que tuvimos, que si la vez en la que fuimos a no sé dónde…) y también traumas y heridas abiertas (tirarse platos a la cabeza, rasgarse las vestiduras…).
Pero el guion escrito a cuatro manos entre el director y Marie Drucker no va por esos derroteros: sí, los dos protagonistas conversan, pero a lo sumo no habrá más de tres o cuatro escenas con diálogos extensos. Se conjugan con mucha sabiduría las escenas más íntimas con otras más externas, acaso igual de dolorosas, pero mucho más livianas y cortas por montaje paralelo.
Esto es un acierto, hace que el conjunto no sea espeso y pueda ser apto para cualquier tipo de espectador. Aunque es verdad que tarda en arrancar, las cosas como son. Y la falta de estas escenas desgarradoras puede llevar al finalizar la proyección a cierta sensación de inconcreción, como que el film no es todo lo profundo que podría haber sido. Que no se le ha sacado toda la chicha, vaya.
Con todo, el poder magnético de la película es total gracias a los dos actores, que están impresionantes.
A simple vista, Guillaume Canet puede parecer que se limita a poner el piloto automático al interpretar un papel que, a priori, se adivina muy cercano a su realidad, es cierto. Pero escenifica muy bien el doble juego entre el personaje público y la persona cansada de tanta exposición social, además de derrochar un carisma sin parangón.
Y respecto a Alba Rohrwacher, qué decir. Es tal vez la que se lleva el gato al agua. Su vulnerabilidad… su mundo interior… sabe cómo relacionarse con la cámara y algunos de los mejores parlamentos son suyos.
Aunque lo importante, al final, es que juntos tienen la química suficiente para conseguir humedecer los ojos del público. Fuera de temporada es una reflexión sobre la soledad que inevitablemente sobreviene a la mediana edad y cómo, a veces, ni siquiera el amor es un ungüento capaz de sanarnos.
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