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Todo lo que me llevó al "Extraño verano de Tom Harvey" - Zenda
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Todo lo que me llevó al «Extraño verano de Tom Harvey»

Hace muchos años, cuando empezaba a tontear con la idea de ser escritor, hicimos un viaje a Italia para seguir la pista de algunos clásicos. Truman Capote aseguraba que había una piedra con forma de silla en algún lugar de Ischia, así que decidimos ir a buscarla. A él, a sus relatos… a la inspiración....

Primero Italia

Hace muchos años, cuando empezaba a tontear con la idea de ser escritor, hicimos un viaje a Italia para seguir la pista de algunos clásicos. Truman Capote aseguraba que había una piedra con forma de silla en algún lugar de Ischia, así que decidimos ir a buscarla. A él, a sus relatos… a la inspiración.

Lo primero que comprendimos es que Capote debía ir mejor armado financieramente que nosotros (o es que los tiempos habían cambiado…) Después de una semana en Roma estábamos ya arruinados, de modo que cogimos un tren y nos fuimos al sur, a un pueblito italiano llamado Agropoli, cerca de Nápoles, a refugio de unos amigos.  Allí, sin mucho dinero, sólo se podía disfrutar del clima y de los libros. Todos los días íbamos  a una playita llamada Il Fortino, leíamos y tomábamos el sol: una vida, lo que se dice, “dura”.

No voy a hablar de todos los títulos que pasaron por mis manos en aquellos días, pero hubo un par de lecturas gozosas, muy disfrutadas, que ahora, recién lanzado El Extraño verano de Tom Harvey cobran sentido:

Maldad bajo el sol de Agatha Christie (1941), que originalmente transcurre en una isla balneario del sur de Inglaterra, pero que Guy Hamilton transportó a una isla del Adriático en su versión cinematográfica de 1982. Un elenco de sospechosos, un resort de lujo, botes de bronceador y una pequeña cala donde la guapa Arlena Marshall va a terminar sus días debajo de un gran sombrero de paja; y,  por supuesto, el cerebral y sabelotodo Hercules Poirot, con su bañador de pata y su mostacho. En cualquiera de las dos versiones (novela y película), es una maldad deliciosa, pero el libro además se puede disfrutar en una tumbona, quizás bien acompañado con un martini blanco con lima. Yo, al menos, puedo recordar mis pies jugueteando gozosamente en la arena mientras apostaba por un sospechoso u otro ¿hay algo más veraniego que un buen «quién lo hizo»?

"Pero aquello no era Mongibello, y no había rastro de Dickie Greenleaf, aunque yo me sentía como todo un Ripley dispuesto a partirle el remo en la cabeza a quien quisiera que pudiera darme un pasaporte permanente a ese mundo azul salpicado de velas blancas."

Otro título reseñable fue El Talento de Mr. Ripley ¿Era posible que yo fuera a leer ese libro frente al mismísimo Tirreno? Pero aquello no era Mongibello, y no había rastro de Dickie Greenleaf, aunque yo me sentía como todo un Ripley dispuesto a partirle el remo en la cabeza a quien quisiera que pudiera darme un pasaporte permanente a ese mundo azul salpicado de velas blancas. Y además, en la fantástica adaptación que Anthony Minghella llevó al cine en 1999, apareció Chet Baker. Su disco clave: Chet Baker Sings y el corte My Funny Valentine y sería todo esto, más tarde lo que me haría volver a Italia en El Extraño verano de Tom Harvey. Seguid leyendo y veréis por qué.

Estuve un mes en Amalfi y nunca encontré la piedra de la que Truman Capote hablaba en sus memorias italianas (Los Perros Ladran). Sin embargo, recorriendo Ischia en una Vespa, dimos con la casa de Luchino Visconti y juré que si algún día escribía algo ambientado en ese lugar del mundo, habría un director de cine y una villa enigmática tal y como  ha terminado siendo.

Y ese fue el fin de Italia, pero solo por un tiempo.

Ámsterdam 

Una noche de 2011. Llovía y soplaba un viento helado en los canales de Ámsterdam y yo iba perdido con mi bicicleta buscando la casa de un tal Antonio donde había una fiesta. Mojado y con el cabreo entre los dientes, iba pagando la novatada de perderme en aquel laberinto de casas y canales absolutamente idénticos. Pantalones empapados, cara de frío, paré a cubierto de la marquesina de un hotel. Abrí Google Maps para ver si me aclaraba pero aquello era como una broma malvada.  Así que llamé a Antonio, el chaval de la fiesta, a ver si podía explicarme cómo llegar a su casa. Mientras sonaba un tono tras otro, me fijé en un placa que había junto a la puerta del hotel. La estampa de un trompetista labrada en bronce y la inscripción: “El trompetista y cantante Chet Baker murió aquí el 13 de Mayo de 1988” ¿Que Chet Baker murió en un hotel de Amsterdam?

"Chet flotando en mi mente toda la noche y esa misma semana, obsesionado, dediqué muchas horas a escucharle e investigar su vida."

Antonio terminó cogiendo el teléfono y explicándome cómo llegar a su casa del Barrio Chino. El edificio era una ruina pero a los estudiantes del conservatorio les salía gratis y esa noche estaba lleno de gente desde la primera hasta la tercera planta.  Había grandes cuadros en las paredes, cosas extrañas y surrealistas hechas por un pintor que también vivía allí. En el gran salón de la primera planta, unos chavales tocaban jazz.  Unos jovencísimos jazzmen recién llegados de Estados Unidos y que estaban reclutando gente para irse a Alemania a tocar. Memoricé la escena, apunté los personajes y el dato: Chet. Chet flotando en mi mente toda la noche y esa misma semana, obsesionado, dediqué muchas horas a escucharle e investigar su vida. El documental Let’s Get Lost (Bruce Weber, 1988) — coronación de una semana de intensa Baker-ización — termina explicando su final: cayó desde una ventana del Prins Hendrik Hotel, supuestamente colocado de “speedball”, mientras tocaba para los tejados de Ámsterdam.

Y yo veo a un tipo parecido a Chet en mi cabeza. Me sonríe durante un instante y desaparece. De pronto, me parece que un nuevo personaje acaba de nacer. ¿Tom?

Y para terminar: Roma. 2016

Regreso a Roma años más tarde para promocionar un libro (La Strada Delle Ombre, la traducción Italiana de El Mal Camino).

La primera vez que pisé Roma soñaba con ser escritor, ahora llegaba a la ciudad eterna con dos novelas bajo el brazo, pero seguía siendo el mismo freakie de siempre.  En la primera tarde libre me planté en el Trastevere en busca de mitología, cosas que he ido viendo en películas y en libros, pequeños “iconos” de mi “iconografía particular” (como las escaleras de Manhattan donde los Rolling Stones cantaban Waiting on a friend o la silla-roca de Capote en Ischia).

Terminé en una mesita bebiendo cerveza y escuchando conversaciones. Unos chavales americanos que hacían su primer curso de Historia del Arte en la John Cabot University.  ¡Cuatro años estudiando arte en Roma! Y unos músicos trasteaban un blues desde el interior de un barecito a las orillas del Tiber. Todo esto me removió por dentro y de pronto creí que veía una historia. Agatha, Chet, Roma, Jazz, y aquellos recuerdos azules de Amalfi y me dije: ¿por qué has dejado esperar a Italia tanto tiempo?

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Autor: Mikel Santiago. Título: El extraño verano de Tom Harvey. Editorial: Ediciones B. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro

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Mikel Santiago

Mikel Santiago nació en un pueblo marinero de Vizcaya en 1975. El piano de su hermana, que siempre resonaba por la casa, despertó en él un apetito muy temprano por la música. De sus primeras lecturas recuerda las obras de Sherlock Holmes, Los Cinco y Edgar Alan Poe. Ha vivido en Irlanda, de donde sacó las ideas para escribir esta novela, y actualmente reside en Ámsterdam, donde trabaja en el mundo del software. Cuando no está entre ordenadores, se dedica a escribir y a tocar la guitarra con su banda de blues-rock. La última noche en Tremore Beach, su debut literario, se ha convertido en un fenómeno antes de su publicación y ha hecho que se le compare con maestros como Stephen King, Jöel Dicker o John Connolly. @mikelsantiago

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