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Hay un monstruo en el lago, de Laura Fernández - Zenda
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Hay un monstruo en el lago, de Laura Fernández

En 1933, un matrimonio escocés aseguró haber visto una enorme criatura emergiendo de la superficie del Lago Ness. La noticia se convirtió en el reclamo turístico más bizarro, a la par que provechoso, de todos los tiempos. Laura Fernández viajó a ese lugar y ahora publica la crónica de su viaje. En Zenda reproducimos las...

En 1933, un matrimonio escocés aseguró haber visto una enorme criatura emergiendo de la superficie del Lago Ness. La noticia se convirtió en el reclamo turístico más bizarro, a la par que provechoso, de todos los tiempos. Laura Fernández viajó a ese lugar y ahora publica la crónica de su viaje.

En Zenda reproducimos las primeras páginas de Hay un monstruo en el lago (enDebate), de Laura Fernández.

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El señor y la señora MacKay / Un minúsculo breve en el Inverness Courier / ¿Ha dicho usted la palabra (MONSTRUO)? / Luces de Navidad en la estación de tren / Un hotel llamado Drumnadrochit / El (PRINCIPIO)

No eran más que un hombre y una mujer en un coche. Recorrían una carretera aún por asfaltar. El coche era la clase de coche que parece un coche de caballos con ruedas. Un cómodo pero aparatoso montón de temblequeante chatarra de la época. La época es la época de los años 30. El año, en concreto, es 1933. La pareja, el señor y la señora MacKay, regresan a su hotel, el Drumnadrochit Hotel, después de haber pasado la mañana en Inverness. El lugar es Escocia, sí, y la carretera es la carretera que bordea el lago Ness. Durante incontables siglos, el lago Ness, el Loch Ness, fue un sitio remoto y solitario, inaccesible. No hubo más ojos humanos posándose en su manto negro, esa superficie aparentemente sólida de agua oscura y mutante, que tanto tiende a dibujar pequeñas islas líquidas, en un intento metaacuático de contener un lago, infinitos, dentro del propio lago, como a encresparse y fingirse, por momentos, mar abierto, o permanecer, sin más, como un inalterable y densísimo misterio acuoso, que los ojos de los pescadores locales, y de algún que otro viajero ocasional. Intrépidos caminantes, o prehistóricos senderistas, que se atrevían a cruzar el highlander Gran Glen, o Great Glen, esto es, la escarpada colección de valles que se extiende a lo largo de más de 100 kilómetros desde Inverness, en el fiordo de Moray, hasta Fort William, en el extremo de otro loch, el Loch Linnhe. Puede que existiesen senderos, pero no había un camino. Ningún lugar desde el que poder contemplar el lago en el que, supuestamente, habita el monstruo más famoso del planeta.

El único, en realidad.

No fue hasta el siglo XVIII que no se construyó un camino. Se construyó junto a la costa para aprovisionar una guarnición militar. Se le dio un nombre. Ruta Militar del General Wade, se le llamó, porque fue el tal general Wade quien lo construyó. Voló rocas con pólvora para hacerlo. Y durante un tiempo, una parte del lago fue visible desde el camino, desde la ruta del General Wade. Pero luego dejó de serlo, porque el camino se borró. Crecieron matorrales, incluso árboles, y el camino desapareció. Oh, existían los senderos, pero ¿adónde llevaban? No a la clase de lugares que cualquiera querría frecuentar, así que se diría que el lago estuvo solo mucho tiempo. Pero aquel año, 1933, el año en el que el señor y la señora McKay regresan a su hotel, el hotel que, casualmente, regentan, el Drumnadrochit Hotel, convertido hoy en algo llamado The Loch Ness Centre, un encantadoramente kitsch híbrido de museo dedicado a una criatura que quizá no exista y centro de investigación –oh, montones de datos aquí y allá– del lago en el que supuestamente dicha criatura habita, había dejado de estarlo. Porque aquel año, 1933, se había hecho el primer intento serio de construir una carretera que bordease el lago. Se habían vuelto a volar algunas rocas, esta vez, con dinamita, y coches y camiones habían empezado a circular.

Fijémonos en el coche de los MacKay, ¿no les parece un coche de caballos con ruedas? Uhm, sin duda. Aldie MacKay contempla el lago desde el asiento de copiloto. El agua está en calma y las nubes y los matorrales, los árboles y las montañas, se reflejan en ella como lo harían en un enorme espejo oscuro, pero nada deformante. Como comprobaré yo misma, casi un siglo después, a bordo de un pequeño barco, un pequeño barco con cafetería, una cafetería en la que sirven (MONSTER SNACKS) y (MONSTER ALCOHOLIC DRINKS), y, por supuesto, (MONSTER SOFT DRINKS), podría pasar por una pista de patinaje sobre hielo, un hielo negruzcamente verdoso, que a ratos amarillea, al romperse y volverse líquido espumoso, tras la popa del barco. Y ese es el aspecto que tiene aquel día, el día en el que Aldie y su marido regresan a su hotel. Hasta que (UN MOMENTO) (¿QUÉ ES ESO?) ella ve algo moverse en el agua. Al principio se dice, y esto es lo que le cuenta a Alex Campbell, el corresponsal del Inverness Courier que, dos semanas después, publicará en tan modesto rotativo local, un minúsculo breve al respecto, que podría tratarse de una mera pelea entre un par de patos salvajes. Pero ¿acaso estaba viendo Aldie a unos patos? Lo único que veía era una giba gigante alejarse. Es decir, algo que había emergido del lago con otro algo a su espalda. La giba. Una protuberancia similar a la de los camellos o, mejor, a la de ciertos dinosaurios. Una pequeña montaña sobre una superficie que no era, claramente, la superficie del lago sino otra cosa. Y a esa pequeña montaña le siguió otra. Aldie MacKay calculó que las dos gibas juntas podían alcanzar los seis metros de longitud. Eso le contó a Campbell. Le dijo también que las gibas habían dibujado una enorme estela a su paso, y que, al principio, se habían dirigido al muelle de Aldourie, el muelle del castillo de Aldourie, el muelle en el que oficialmente dio comienzo la leyenda del (MONSTRUO) del lago Ness, la leyenda de (NESSIE), pero que, en el último momento, viraron bruscamente a la izquierda, describiendo una trayectoria semicircular, y que, finalmente, se hundieron, provocando algo parecido a una pequeña colección de olas sumergibles a su alrededor. Ese montón de olas fue lo único que vio el señor MacKay cuando acertó a detener el coche, y ¿acaso habló de ellas con Alex Campbell? Oh, no. La única que habló con Campbell fue Aldie.

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Autora: Laura Fernández. Título: Hay un monstruo en el lago. Editorial: enDebate. Venta: Todostuslibros.com

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