En 2023 Ediciones Trea apostó por Oficio de difuntos, de Luis López Suárez. Anteriormente, el autor ha publicado libros como No todo fue mentira (Devenir, 2008), Con paso incierto (Trea, 2017) y la plaquette titulada Ocho sonetos fúnebres («Heracles y Nosotros», 2020). La nueva obra, que supone una depuración de sus procedimientos compositivos, indaga en las condiciones de la existencia a través de la revisión del discurso vital codificado en la historia de las civilizaciones —la Biblia, la cultura antigua o el humanismo, por ejemplo—. A través de ese rastreo de lo antropológico, López Suárez diseña un decir y un ritmo propios que revelan la destrucción que acarrea todo tiempo y la vanidad de un mundo que destrona cualquier esperanza de permanencia.
Antes de adentrarse en los poemas, el lector encontrará un prólogo redactado por la catedrática de literatura española Rosa Navarro Durán, cuya escritura «Desde el umbral» glosa y sintetiza el conjunto. En efecto, la noción de conjunto cobra relieve en este libro, ya que, pese a que los poemas se sostienen independientemente, se aprecia una estructura trabada para que los textos dialoguen entre sí y actualicen las expectativas y los marcos de referencia del receptor. En Oficio de difuntos se distinguen dos secciones: la primera, titulada con el lema horapoliano «quo modo manes», y la segunda, que recibe el nombre de «jardín de sombra».
Una y otra parte nos hablan de cómo el mundo y la vida se apagan, bien a través del enfrentamiento con la realidad «a la manera de las sombras» o bien a través de habitar un jardín de tinieblas. Los contrastes lumínicos y la inclinación hacia la opacidad de la existencia responden a un interés acentuado por lo visual en la literatura de López Suárez. Así, la primera mitad del libro, «quo modo manes», se agrupa mediante dos poemas capitales derivados de la pintura de Valdés Leal. Inaugura la sección «in ictu oculi» —todos los textos se titulan con minúscula inicial, resaltando la pequeñez de la escritura— y le da término «finis gloriae mundi».
El poema «in ictu oculi» recupera la semántica del cuadro del pintor barroco, por lo que el tema principal se ajusta a la fugacidad de la vida y a la vanidad de la existencia. A partir de esa premisa temática, el desarrollo del texto cobra total independencia, y nos encontramos con un sujeto lírico que se mira al espejo sin reconocerse, que siente que su calavera va consumiendo sus facciones para recordar las lecciones de las vanitas barrocas y que invierte la precaución estoica al recordarle a la propia muerte que ella también muere:
no sabes calavera
flor ingrata de mi jardín de sombra
que a ti también te ha de borrar el tiempo
polvo en el polvo (p. 21).
Entre «in ictu oculi» y «finis gloriae mundi» se sucederán poemas en los que en todos los espacios se filtra la presencia de la muerte y de la pérdida. A la pieza inicial sigue otro texto en el que la voz poemática solapa el discurso de la muerte con el del propio poeta, pues es el hombre quien lleva la muerte en su mismo cuerpo. Nacemos muriendo, somos el motor de nuestra vida, también el origen inconsciente de nuestra destrucción, y no hay forma de esquivar la ley de la existencia:
yo soy el monstruo que consume tu vida […]
nunca
me has visto
nunca
podrás alcanzarme
jamás
destruirme
ni siquiera
sabes que existo (pp. 23-24).
A la deriva como un objeto arrojado al mar, a expensas de la caligrafía violeta de una tarde que será la del declive definitivo, los versos de López Suárez discurren por espacios habitables que se han desmoronado con el paso incierto de los años: la armonía idealizada del hortus conclusus se tritura por el desorden del tiempo hasta devenir flor marchita, fruto podrido y palabra sin significado; las ruinas nos enseñan que quanta Roma fuit se ha vuelto «[…] mera confusión de nombres / y de siglos», mundo hostil para un sujeto que se identifica como nieto de Anquises y que piensa que, junto a sus contemporáneos, «como lobos / vagamos bruma entre la bruma» (p. 32); una «fuente en el parque» testimonia la destrucción de la memoria, dado que su protagonista, Tritón, ha sido exiliado de los mares y trasladado al casco urbano de un municipio que entiende el progreso como ornato y no como análisis y reflexión del entorno; cada 29 de mayo se mira diferente desde la caída de Constantinopla, a la que se llama «Nueva Roma imagen / de la Jerusalén celeste»; y el propio cuerpo no es luz ni se observa en los reflejos, sino que se reduce a sombra que, solo al cerrar los párpados, se contempla de veras «en la oscuridad de la conciencia» (p. 37).
Todo ello conduce a una visión del mundo como lugar en estado de descomposición. En «finis gloriae mundi», cuyo título refiere a la vanitas de Valdés Leal, se habla ni más ni menos que de la irrelevancia del ser humano, de su intrascendencia. Se lo despoja de cualquier rasgo distintivo respecto de las especies carroñeras:
no hay soledad sobre los gatos muertos
las moscas se agolpan y sus larvas
producen vértigo por su informe abundancia
abierta como abismo en el cuerpo que pudre
hacia la nada o hacia
la mera continuidad de la existenciasolamente
una engañosa percepción libera al hombre
de contemplar su pavorosa
irrelevante multitud
incesante y caótica
sobre la superficie de la tierra
o de la nada
como las moscas sobre los gatos muertos (p. 38).
En cuanto a la sección «jardín de sombra», cabe destacar la irrupción del tema del amor. Si vivir quo modo manes implica la aceptación de una vida en penumbra, hay momentos en que las tinieblas se erigen en jardín y en que tienen cabida los fogonazos vanos de la existencia, como la mano amada agarrando una flor, aunque «[…] su gesto / persiste unos instantes / en la misma claridad / que lo hace inútil» (p. 41). Porque hay labios que son fortalezas inexpugnables y porque hay momentos que nos atrapan, la sombra también es jardín:
no venías hacia mí
tú sonreías
desde lejos al verme
y lanzabas tus ojos como redes
que mis ojos colmabany silbaban tus labios un reclamo
al que acudían los míos
como corzos
desde lejos
por Amor capturados (p. 45).
Ahora bien, pronto la sombra retoma su fuerza destructiva y oscurece la historia de amor, haciendo desaparecer la figura amada. En «lauda Sion», de nuevo, la codificación religiosa se desplaza hacia una expresión terrenal de alabanza hacia un cuerpo extinto que supone una negación de la derrota ante la ley de vida: «amo tu cuerpo destruido / […] // […] / porque dentro de mí como en un cofre / guardo para ti tu vida imperecedera // ¿dónde está la derrota? / tu mano tierra y aire / entre las mías» (pp. 46-47).
Este amor añade los temas de la destrucción, de la ruina de la vida y de la inaccesibilidad de la palabra poética a una realidad plena. Ya solo se puede invocar a la amada, pero nunca traerla a la vida. Este es el tema de poemas como «flow my tears», titulado como la canción de John Dowland, de otro que comienza por el verso «tu piel quema en mis manos», del «salmo 42 sicut cervus» o de «Narciso». En los cuatro el sujeto lírico busca a la amada, intenta nombrarla o tocarla, pero ni las palabras remiten a alguien ni las caricias encuentran su destino. En esta parte del poemario se intensifica el uso de imágenes y expresiones vinculadas a lo acuático para resaltar una sed que no se sacia. Si en el salmo 42 el alma está sedienta, como el ciervo que acude al arroyo, de Dios, en el poema de López Suárez es el amante el que pretende aliviar una sed imposible de saciar por la venida de la parca. El poema actualiza el ubi sunt desde la pasión y la frustración por el encuentro de los enamorados: «dónde / dónde tu cuerpo / vasto como río caudaloso / dónde tu voz de fuente / tus brazos torrenciales», y concluye con la sensación de estar rodeado por el gemido de la muerte: «como el ciervo / solo en medio del soto / inmóvil / presiento la amenaza / y un gemido / atraviesa sediento la espesura» (pp. 51-52). La soledad de la no correspondencia y el desvanecimiento del mundo, del otro y del yo confluyen en el poema último, en el que ya no cabe resignación ante el apagamiento, sino que se normaliza de manera estoica. Dice el último poema:
ni tan siquiera tierra
pues de la tierra cabe
siempre un gesto de vidasolo hay tiempo
fuente
que en su propio venero
se consume (p. 56).
En suma, Oficio de difuntos es un libro que apuesta por una revisión de tradición cultural desde la perspectiva del deterioro físico e intelectual tanto del entorno como de la vida propia. No desde y hacia la luz, sino desde y hacia las sombras, Luis López Suárez se entrega al verso. Tal vez el mayor punto de originalidad de este libro resida en la reapropiación de temas y motivos extraídos de la Biblia y llevados a asuntos personales. También en la libre interpretación de la pintura barroca, de las vanitas y de los paisajes con ruinas o en descomposición. Con Oficio de difuntos el autor consolida su trayectoria dentro de una lírica de ascendencia metafísica, elegíaca, estoica e introspectiva.
—————————————
Autor: Luis López Suárez. Título: Oficio de difuntos. Editorial: Trea. Venta: Todos tus libros.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: