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Víctor Arribas: "La mujer en el western tiene una importancia capital" - Zenda
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Víctor Arribas: «La mujer en el western tiene una importancia capital»

El periodista Víctor Arribas, que estos días presenta en la Feria del Libro de Madrid El western (Notorius Ediciones), estima que es un “grave error” considerar este género cinematográfico algo exclusivamente masculino, demasiado viril para nuestros días: “La mujer en el western tiene una importancia capital. Ahí están las de John Ford y Howard Hawks,...

El periodista Víctor Arribas, que estos días presenta en la Feria del Libro de Madrid El western (Notorius Ediciones), estima que es un “grave error” considerar este género cinematográfico algo exclusivamente masculino, demasiado viril para nuestros días: “La mujer en el western tiene una importancia capital. Ahí están las de John Ford y Howard Hawks, entendidas, unas y otras, desde dos puntos de vista muy diferentes. La importancia de la cuestión femenina en estas producciones es muy grande. Recordaré solo una, Johnny Guitar (Nicholas Ray, 1954), cuyas protagonistas son dos mujeres enfrentadas a muerte y los hombres, donde salen mejor retratados, es en la cocina. Se invierten los papeles”.

Como cualquier buen amante de estas cintas de caballistas, como aún las llamaban en el Hollywood silente, Arribas lamenta que en la actualidad estén prácticamente prohibidas a los niños que siempre fueron sus primeros aficionados. Era en la infancia, sin saber leer aún los títulos de crédito, cuando se forjaban las grandes pasiones por las películas del Oeste. “Las televisiones deberían fomentar esa afición. Las autonómicas, y alguna privada, solían emitir algún western en su programación de sobremesa y allí encontraron un buen nicho de audiencia”, se lamenta nuestro periodista y cinéfilo.

"Es difícil hablar de genocidio cuando no existía ni siquiera el concepto de genocidio como tal"

Y los juicios de Arribas sobre el particular son los juicios de un auténtico experto: de televisión sabe un rato largo. Sobradamente conocido por los telespectadores como conductor de informativos en Telemadrid y en TVE, ha simultaneado su actividad catódica con la literaria. Su bibliografía cinéfila ya se extiende a lo largo de varios títulos. Destacan entre ellos los dos volúmenes dedicados al noir clásico, también publicados por Notorius Ediciones, y diversas colaboraciones en textos colectivos.

“Cuando son buenas películas la gente las ve, da igual el género al que pertenezcan” y, ya entrando en el mayor inconveniente que presenta el western para su reposición en la antena y en la cartelera de nuestros días, el escritor sostiene: “el problema que tenemos ahora con el mundo de lo bien pensante y lo políticamente correcto es peliagudo. Recuerdo que ha habido propuestas políticas para que se dejaran de poner películas del oeste en las televisiones públicas. Esto me parece un error tan grave como lo de considerar el western algo exclusivamente masculino. La justificación que se da es el genocidio de los indios. Es difícil hablar de genocidio cuando no existía ni siquiera el concepto de genocidio como tal. Es posterior, nace un siglo después con el holocausto judío. Pero ahora está de moda defender a las minorías raciales, agrediendo y atacando a los que históricamente estaban enfrente en los conflictos, y volvemos al gran error. El cine americano del Oeste es cultura, por encima de todo. Es transmisión de valores, es la épica de un país, un gran país, que es un continente en realidad, que va de océano a océano”.

Puede que todo se deba a que la épica de este tiempo no es otra que la del pragmatismo, la del cobarde, la de la falta de escrúpulos para salir adelante bajo cualquier circunstancia; la épica del todo vale, lo que sea. Entre las cincuenta y cinco cintas estudiadas por Arribas en sus nuevas páginas —uno de esos espléndidos volúmenes, profusamente ilustrados, que publica Notorius Ediciones— hay una —Murieron con las botas puestas (Raoul Walsh, 1942)— que fue objeto de la mayor crítica que el mismo Hollywood ha proferido contra el western: Pequeño gran hombre (Arthur Penn, 1970). Protagonizada por Dustin Hoffman, el antihéroe por excelencia de la pantalla de finales de los 60, aquel filme fue la desmitificación de todo el cine del Oeste, desde las guerras indias hasta los pistoleros, desde las chicas del salón hasta los forajidos.

"El western precisaba una renovación y lo nuevo fueron los efectismos del western europeo"

Arribas, defensor a ultranza de los clásicos —John Ford, Howard Hawks, Raoul Walsh, Anthony Mann, John Sturges…— no tiene en consideración a Arthur Penn —“hizo un western muy manierista, El Zurdo (1958)”—. A su juicio, la respuesta del oeste, tanto a la crítica iniciada por Arthur Penn, que fue el paradigma de los años siguientes, como a la interpretación, a su juicio espuria, del “western europeo, fue el clasicismo. Un clasicismo que, de alguna manera, fue a tumbar el oportunismo del spaghetti western”, defiende el cinéfilo. “Sergio Leone y compañía se aprovecharon de que Ford y John Wayne ya estaban mayores, el western de Hollywood estaba en decadencia, habían envejecido sus mitos y sus fórmulas narrativas. El western precisaba una renovación y lo nuevo fueron los efectismos del western europeo: esos primeros planos larguísimos de una mirada de Lee Van Cleef, que, ya en los cinco primeros segundos, sabes lo que te quiere decir. Pero a partir del duodécimo, no entiendes a qué viene tanta duración o una cámara lenta del pistolero sacando el revólver”.

Si se trata de ralentizados, Víctor Arribas se queda con aquellos con los que Sam Peckinpah sublimaba su violencia, las efusiones de sangre que sucedían a sus disparos, algo inconcebible en las cintas de Ford, aunque el crepúsculo del western uniera a ambos. Sí señor, uno y otro realizaron los dos títulos fundamentales de tan brillante ocaso, al maestro le debemos El hombre que mató a Liberty Valance (1962), en la que Tom Doniphon (John Duke Wayne), tras perderlo todo, al cabo de los años, estará a punto de ser enterrado sin sus botas, sin su cinturón y sin su revólver; el viejo Sam —quien murió prematuramente, consumido por el alcohol y las drogas, expulsado de la industria fílmica por indómito, insoportable e inadaptado— fue el artífice de Grupo Salvaje (1969). En sus secuencias, la ley ya hace mucho que se ha impuesto en San Rafael (Texas), con lo que Pike Bishop (William Holden) y su gente, no tendrán vuelta atrás una vez crucen el río Grande. Solo les quedará morir matando al general Mapache (Emilio Fernández) y toda su milicia en Agua Verde (México). El gran Sam Peckinpah era un nihilista y Víctor Arribas aún se entusiasma recordando Suite Peckinpah (Pedro González Bermúdez, 2019), el documental conducido por Lupita Peckinpah —la hija del cineasta— en donde se nos descubre cómo fue el final de los días del último de los grandes realizadores de películas de vaqueros, lejos del mundanal ruido, en verdadero Oeste, en Livingston (Montana).

"Ford dejará constancia de cómo a tratado a los indios en su cine. Más que sus masacres, le ha interesado mostrar la incomprensión que recibían por parte de los blancos"

Grupo Salvaje cierra el conjunto de los títulos estudiados en el volumen que nos ocupa; Tierra de audaces (Henry King, 1939), lo abre. Entre uno y otro, en ese recorrido por el medio centenar largo de filmes estudiados, Víctor Arribas nos propone, con la pasión del cinéfilo y el rigor del periodista, un recorrido por un género que, a su juicio —y al de la mayor parte de la cinefilia—, “es el cine por excelencia. Los duelos —Pasión de los fuertes (John Ford, 1946), El último tren de Gun Hill (John Sturges, 1959)—, los pioneros —Más allá de Missouri (William A. Wellman, 1951—, las caravanas —Caravana de mujeres (también de Wellman y del 51)—… Todo, está todo. Hablamos de un texto de vocación enciclopédica en el que, cuanto concierne al western, sino es sintetizado en uno de los capítulos dedicados a cada una de las películas antologadas, es merecedor de uno de los artículos interiores, destacados dentro de dichos capítulos.

Si dijéramos que el western proindio empieza con John Ford en Fort Apache (1948), porque en sus secuencias el maestro es el primero que dignifica a los apaches al fotografiarlos con harapos y no con las plumas habituales y el resto de los pintoresquismos, Víctor Arribas estaría de acuerdo. “Ford comprendió perfectamente las motivaciones de los indios y nos los mostró tal y como eran. Se fue a Monument Valley, fue la tercera película que rodó en ese lugar, tras La diligencia (1939) y Pasión de los fuertes y, una vez allí, recurrió a una tribu, los navajo, para interpretar a sus indios: sus apaches y sus comanches”.

Y, ya aludiendo a uno de esos artículos interiores, incluidos en los capítulos, explica: “El trato a los indios en Fort Apache fue un embrión de lo que después, ya con posterioridad, nos mostraría en El gran combate (1964). Aquí, por última vez, Ford dejará constancia de cómo a tratado a los indios en su cine. Más que sus masacres, le ha interesado mostrar la incomprensión que recibían por parte de los blancos. Aquí nos presenta a los Cheyenne como una tribu que va vagando, todos desarrapados, harapientos, de un sitio a otro y nadie sabe dónde meterlos. En esas películas, John Ford hizo un acto de desagravio muy importante al pueblo indio”.

"En los últimos diez años ha habido grandes westerns"

Y, por supuesto, ese western psicológico que tiene una de sus cotas más altas en Solo ante el peligro (Fred Zinnemann, 1952). “Esta respuesta al macartismo, la caza de brujas y la intolerancia reaccionaria, que, en Estados Unidos, en los años 50, hubo mucha, tuvo su origen en Carl Foreman, el guionista, y en Stanley Kramer, el productor, que eran gente progresista. Los profesionales (Richard Brooks, 1966) obedece a esa misma óptica a partir de ese giro en que, los profesionales en cuestión, toman conciencia de que el opresor no es Raza (Jack Palance), sino Grant (Ralph Bellamy), quien los ha contratado para rescatar a María (Claudia Cardinale)”.

Pero de las conclusiones a las que llega Arribas partiendo de Solo ante el peligro, quizás llame más la atención esa respuesta de la que, a juicio del cinéfilo, es objeto Will Kane (Gary Cooper), el marshal de Solo ante el peligro, tras rebajarse a buscar ayuda entre los parroquianos. “Howard Hawks y John Wayne hacen Río Bravo (1959) en respuesta a que un sheriff tuviera que pedir ayuda de esa manera, de esa forma lastimosa”, comenta. “Por eso, Hawks se inventa la historia de Río Bravo para demostrar que un sheriff, por muy difícil que sea la situación que tiene que afrontar, no anda por ahí, pidiendo ayuda en la iglesia y todas esas cosas”.

"Esa escena de Raíces profundas que mencionas es la mejor pelea del cine del Oeste"

Arribas no tiene dudas, todas las agresiones que haya podido tener el género han sido enmendadas con un regreso a los clásicos. Ahora bien, que nadie se llame a engaño. “En los últimos diez años ha habido grandes westerns, películas dirigidas por Tommy Lee Jones. Son cintas en las que hay una evolución del cine del Oeste mezclado con otros géneros, por ejemplo, el fantástico.

Por último, comento a Víctor Arribas un recuerdo sobre las maravillas que nos han ocupado: “Yo tenía un amigo que aseguraba que, la máxima expresión de la hombría y el coraje a la que había asistido, era esa secuencia de Raíces profundas (George Stevens, 1952), en la que el pequeño Joey Starrett (Brandon de Wilde), al ver que Shane (Alan Ladd) va a enfrentarse a todos los matones que le han desafiado en la taberna, le hace ver que son muchos. A lo que Shane responde: no querrás que huya como un cobarde”.

“Esa que mencionas es la mejor pelea del cine del Oeste” me comenta Víctor Arribas a modo de despedida. Es una pena que, en nuestros tiempos, prácticamente, prohíban a los niños las cintas de vaqueros. Ahora bien, los adultos que tengan por norma no darle nunca la mano a un pistolero zurdo, en estas páginas tienen todo un regreso al universo del western.

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Javier Memba

Tintinófilo, escritor y periodista con casi cuarenta años de experiencia –su primer texto apareció en la revista Ozono en 1978–, Javier Memba (Madrid, 1959) es colaborador habitual del diario EL MUNDO desde 1990. Estudioso del cine antiguo, tanto en este rotativo madrileño como en el resto de los medios donde ha publicado sus cientos de piezas, ha demostrado un decidido interés por cuanto concierne a la gran pantalla. Puede y debe decirse que el setenta por ciento de su actividad literaria viene a dar cuenta de su actividad cinéfila. Ha dado a la estampa La nouvelle vague (2003 y 2009), El cine de terror de la Universal (2004 y 2006), La década de oro de la ciencia-ficción (2005) –edición corregida y aumentada tres años después en La edad de oro de la ciencia ficción–La serie B (2006), La Hammer (2007) e Historia del cine universal (2008). Asimismo ha sido guionista de cine, radio y televisión. Como novelista se dio a conocer en títulos como Homenaje a Kid Valencia (1989), Disciplina (1991) o Good-bye, señorita Julia (1993) y ha reunido algunos de sus artículos en Mi adorada Nicole y otras perversiones (2007). Vinilos rock español (2009) fue una evocación nostálgica del rock y de quienes le amaron en España mientras éste se grabó en vinilo. Cuanto sabemos de Bosco Rincón (2010) supuso su regreso a la narrativa tras quince años de ausencia. La nueva era del cine de ciencia-ficción (2011), junto a La edad de oro de la ciencia-ficción, constituye una historia completa del género, aunque ambos textos son de lectura independiente. No halagaron opiniones (2014), un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada, es su última publicación hasta la fecha. Blog El insolidario · @javiermemba

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