Martín Rodríguez es un poeta nacido en Buenos Aires, Argentina, en 1978. Fundó junto a otros, en 2013, la revista Panamá donde publica actualmente sus artículos. Publicó Agua negra (1998), Lampiño (2003, con el que obtuvo el primer premio de poesía del Fondo Nacional de las Artes), Maternidad Sardá (2005), Paraguay (2012) y Ministerio de Desarrollo Social (2012-2018), entre otros. El 11 de abril de 2022 falleció su madre a quien dedicó Balada para una prisionera. En 2014 publicó una serie de ensayos sobre política llamado Orden y progresismo. Y en 2019, junto a Pablo Touzón, publicó La grieta desnuda, libro de ensayo político. Presentamos una selección de su obra poética.
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El amor pasado
La gloria de acero del pasado:
es más caro un kilo de carne que un kilo de auto.
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Vendrá el viento de una primavera sin flores…
Soy el espíritu del feto
víctima del Misoprostol
difundido en el CESAC 89.
Soy las hojas acumuladas del otoño pasado, cuando no pasó nada.
Subo, subo, subo
por el tronco del árbol de problemas
hasta la solución final
al contacto del sol.
Como un gusano por un tronco al que la luz fulminará.
Hubiera sido marxista.
Hubiera sido cooperativista.
Hubiera sido jesuita.
Pero acá estoy.
Guillotinado por los jacobinos del futuro.
Una revolución que aspira a que nazca nada.
Un mundo viejo gobernando lo de siempre.
Hay que nacer más. Hay que nacer. Hay que ser más en la tierra.
Millones. Billones.
Arroz, arroz. Arroz. Playas de arroz.
Una playa infinita de arroz. China.
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Saludo
Saludo a los condenados a cadena perpetua,
al policía que pone la rodilla sobre la pared
y juega al candy crush.
Saludo al mozo,
al hombre-empanada
que para en la plaza a comer del tupper
arroz con pollo frío, frito.
Al condenado a arresto domiciliario.
Saludo al hijo de padres separados sentado
al fondo del aula esperando que lo llamen
del gabinete psicopedagógico.
Al profesor de música que viaja en tren
con el pullover andino, una guitarra criolla abrazada
entre las piernas, el tren que lleva a los condenados a la silla
eléctrica, los condenados a morir bajo la gota
de agua, gota que cae
una tras otra
sobre la cabeza
del profesor de música, su guitarra, con paciencia,
su condena, despacio: soportar la nota
de la gota en su cabeza, do sostenido.
Saludo al de la cola de la farmacia que acompaña
a la vecina a la inyección. Salud, condenado de la tierra!
Al condenado con la condena en suspenso.
Al remisero, al repartidor de tarjetas de prostitutas
del centro, condenado a la clandestinidad. Sin madre, sin padre.
Suerte, amigo, en tu primer día de trabajo a prueba!
Saludo los condenados a menos de tres años.
Los que cumplen condena y no alcanzaron a pagar los honorarios,
la terapia, la terapia de pareja, clonazepan
para no llevar las cosas hasta el fondo
tortura de la gota: los condenados a prisión domiciliaria
tocan la guitarra como si estuvieran
arriba de un tren que lleva las cosas a la solución final: ganado
o perdido, el tren, todo tren, condenados
en el tren.
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Mariposas de Lüdenscheid
En Lüdenscheid, en 1917,
los niños alemanes mataron 47.990 mariposas.
Ni una más ni una menos según registros. Y eso tiene que ver con todo.
Lo hicieron para cuidar las cosechas. Así como otros
recogían carozos para hacer aceite. Y otros juntaban
semillas de girasol
entre las vías del tren.
Cuando llegó a Alemania el invierno de los Nabos
ninguna otra cosa se podía comer más que Nabos.
Nabo hervido, pan de Nabo.
Alemania se quedó sin papas.
El niño que corrió una mariposa entre las plantaciones
también pudo decir que hizo la guerra.
Chochos los niños paraguayos si esa hubiera sido la consigna 50 años antes.
Y no convertirse en hombres a la velocidad de la luz.
¿Cuánta fuerza hace falta para cumplir esas misiones?
Hace falta siempre la fuerza que hace la tierra para que coman de ella.
47.990 mariposas.
Las mariposas son como las papas: ya no existen.
El ascenso del alma en el humo oscuro de una papa hirviente.
Entra el primer tractor a Villarrica. Lo maneja un niño de ojos celestísimos.
Miles de mariposas alrededor.
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Vista del Frente Enemigo de lejos
La guerra no es economía, la guerra no es
la forma religiosa, ni la política.
La guerra es amor propio.
La guerra es la continuidad de la guerra.
La guerra es amor propio.
Es orgullo.
Cantemos la unidad a palos.
Cantemos la unidad.
Cantemos.
La guerra es un salto de nuestras vidas y de nuestras muertes
hacia otras vidas, hacia otras muertes.
Hay que hacer la guerra para entrar al mundo.
Cantemos, cantemos. Cantemos por el verdugo.
Porque un día el muerto, el rengo, el que perdió la mano, el huérfano,
se levantan del polvo y marchan, marchan con nosotros.
Se levantan de las tumbas, de las tumbas
masivas a la orilla del río,
y el río mismo se abre para que salgan.
Un día todos se levantan y vuelven. Un día todos vuelven,
vuelve el hueso de la mano a la carne de la mano,
un día -y para eso hay que cantar-
cantar la vuelta del orgullo para el que murió empalado:
cantar para que su orgullo se restablezca,
la ceniza tiene que resurgir del rojo
vivo de esa garganta que gritó porque vio perderse todo.
Todos tienen que volver.
Todos tienen que cantar.
Están en el agua.
Quieren vernos ahí, junto a ellos.
Tenemos que cantar tan fuerte
como ellos hacen silencio.
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Fuerza
Juntá a los perdidos.
Que vayan detrás tuyo.
Juntá a los que tiraron la toalla.
Juntá a los que se quedaron dormidos en el tren,
en el colectivo, en la vuelta a casa.
Juntá a los que no tienen casa.
Juntá a los que comen comida fría.
Juntalos en tus brazos,
hacelos polvo en vos.
Juntá los huesos.
Nadie quiso llegar con las manos vacías
y llenaron de flores tu habitación.
Yo puse la rosa en el vaso de agua junto a tu cama.
Después, te habías tomado el agua,
te habías comido la flor.
Juntá a los que cavaron.
Juntá a los que no llegaste a defender.
Juntá tus secretos.
Y por si hay sed, juntá lluvia.
¿Qué juntaste en un bostezo?
El polvo del piropo antiguo.
En cada mujer bosteza una dama.
Juntá porque todo empieza también.
Juntá los pañales meados de una fiebre amarilla.
Juntá y no dejes nada acá.
Juntá, juntá,
y llevate todo.
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País natal
Querido diario: mi país natal
fue un departamento
de fugitivos y plantas que parecían carnívoras.
Y una vecina que me cuidaba en las tardes.
Una señora que casi nadie visitaba.
Me quedaba horas con ella en su casa, me leía la Biblia.
Recuerdo aún el tacto de ese primer papel.
Papel de azúcar, parecía.
Ella leía, y me hacía dar vuelta las páginas a mí.
Yo daba vuelta la página con miedo de romperla.
Es el libro de los solitarios.
Los solos y solas del mundo.
La luz de las velas cuando se corta la luz.
Las parábolas abrían un espacio
para separar la paja del trigo
hasta que los romanos levantaban la cruz.
Dormíamos la siesta la vecina y yo.
El ruido del ascensor nos sobresaltaba.
Ella esperaba que su hijo llegara a visitarla,
yo esperaba la hora en que me buscaran.
¿Sabías? Las tardes pueden ser más infinitas que las noches.
“Hay higos en la mesa, comé”, me decía.
Los higos sabían a carne pero no se lo decía.
“Rechinarán los dientes”, leía ella, y rechinaban.
La casa de mi vecina era un teatro.
Ella y yo, único público.
La tarde se estiraba.
La vecina se dormía de nuevo.
No te duermas.
Una tarde larga es como hacer un pozo en el tiempo.
Un pozo en la tierra
para cavar en la luz del día una noche.
En esos minutos yo tenía oído absoluto:
escuchaba cañerías, el ascensor, pájaros en la ventana,
voces de vecinos y hasta el silbido de la nariz de ella,
ya dormida, como el prólogo de un ronquido.
De niño aprendés a escuchar y separar los sonidos como bloques,
los sonidos de cada cosa, los sonidos que bombea cada cosa
porque cada cosa lleva una bomba dentro, ¿sabías?
Tic tac hace el sonido de una bomba
pero el cable que la haría explotar está roto,
los expertos cortaron el cable correcto.
Aunque hay personas que no cortaron su cable correcto
y viven a punto de explotar, como mi madre.
Su guerra no terminó y se escucha el tic tac.
Le dije a la vecina que ella nunca levantó la bandera blanca.
Le dije que mi madre iba a explotar
porque tiene una bomba
tic tac tic tac.
“Cortá el cable correcto”, me dijo la vecina y leyó:
“Mantente despierto, porque no sabes ni el día ni la hora”.
***
Electricidad + Dios
Mi madre me parió aturdida.
Nací en Woodstock,
en un parque municipal abandonado.
Mi madre parió aturdida.
Vino el colimba con su guitarra
a cantar el sapo cancionero
y la prendió fuego.
Los folcloristas del salón arrasado
arrastran un piano de los pelos.
Lo hacen cantar cerca, cerca.
Saltan las teclas.
El violín se entierra en un pozo.
La música es electricidad + Dios.
Medio millón de desertores y fantasmas en la ruta.
Nací en Woodstock, en un parque
municipal abandonado.
Todos huían a las montañas.
Todos los Mesías con sus demos rechazados.
Ella hizo círculo de pis y amamantó ahí.
La oscurana nos cuida
con su abrigo de piel.
Ojo por ojo, diente por diente.
Un soldado tocó un violín que se olvidaron en la fuga.
Salían chispas de la noche.
Parir es comer.
Me sacó de un pozo una carcajada.
Del sol distinguimos el olor:
cuando está casi a punto
de quemarse la carne,
nacemos.
***
Si
La enfermera quiere amamantar
La enfermera está loca
La enfermera tiene una pasión pública que la vacía.
La enfermera sabe que esa criatura fue abandonada,
dejada la cuna flotando
en el agua, sin nombre,
la enfermera hace suya esa sangre
la sangre es pública
la sangre puede saquearse.
La enfermera está sacada: su sangre
en la punta de la aguja,
en los labios,
repite el nombre que quiere ponerle,
lo escribe en un azulejo,
flota.
La enfermera flota en un jardín
de flores arrancadas.
La enfermera recogió todas las flores
y se las puso en el pecho,
mientras se le hacía agua la boca.
***
(canta)
esta música da sombra.
el barullo de los muertos.
el tumulto de los muertos en las sombras.
hay que llevar flores ahí, a la sed de los muertos,
piden agua porque piden su disolución.
Y no siempre se puede llenar el silencio del hueso.
yo me detengo para oír el río. la tierra
colorada, el viento
en los árboles a la orilla, la hoja del sauce
que cae para apagar su sed…
y siento que por ese momento tengo raíz, tengo sed,
tengo mi árbol de ciruela, una sombra donde dormir
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