Hace nada, por escrito o mentalmente (ya ni me acuerdo), me vi calificando la lectura de ciertas novelas como “ir a misa”; también acudir al cine a ver algunas películas es como ir a misa. La comparación era un poco a lo tonto, quizá derivada de la noción “doctrina” y aledaños: doctrinal, adoctrinar, catequizar y por ahí todo seguido hasta la cruz, hasta la crucifixión.
El caso es que me volvió a la cabeza el símil misal, y me pareció más acertado y enjundioso de lo que en principio creía. Primero hay que decir algo, y luego ver qué querías decir; suele uno sorprenderse.
A nadie se le escapa que vivimos un tiempo artísticamente terrorífico. Esta frase, por ejemplo, es errónea: a mucha gente se le escapa. Es un tiempo, el artístico nuestro, de apoteósicas buenas intenciones. Todo lo que hace décadas era menor y desdeñable hoy alcanza categoría principal. Antes bastaba con una cita de André Gide para acabar con algunos debates: “Con las buenas intenciones sólo se hacen malas novelas”. Realmente ahí se terminaba la discusión.
Ahora hay mucha gente (pienso sobre todo en los jóvenes) que no debe de entender la frase, o que la encontrará satánica.
El panorama cultural despliega catálogos de escalofrío. A veces me paro a leer todos seguidos los resúmenes de Filmin, un catálogo, en efecto; de las películas nuevas y de directores desconocidos que suben del tirón, una tarde. Podemos hacerlo ahora mismo (recortados, claro; día 21 de mayo de 2024): “una historia conmovedora sobre una familia marroquí corriente”; “esta película nos sumerge en la herencia colonial de Brasil”; “el día a día de una madre trabajadora en los tiempos en que el capitalismo salvaje no da tregua”; “el sueño de su vida, construir una aeronave impulsada únicamente con energías renovables”, “la historia de comerciantes de pequeños establecimientos tradicionales”; “la directora lidera una lucha por el derecho a respirar aire limpio”; “Marin sufre de bipolaridad y Wilde, su hermana, siempre la ha ayudado”. Eso es.
Los resúmenes de las novedades editoriales darían un mosaico de argumentos más o menos calcado del anterior, una mujer que, una familia palestina que, una relación tóxica por, un cambio climático si, un capitalismo malvado donde.
No entiendo que la gente pinche en alguna de estas películas o abra alguno de estos libros. Lo hacen. Pagan.
Yo nunca daría al play para ver una película que tratara sobre “la dura vida en la oficina, donde los jefes se aprovechan de los subordinados y la ambición por un ascenso lo pudre todo”. Pero es la sinopsis que podría anticiparnos El apartamento, de Billy Wilder, un clásico que todos adoramos. El resumen de la obra en Filmin dice: “C. C. Baxter es un modesto pero ambicioso empleado de una compañía de seguros de Manhattan. Está soltero y vive solo en un discreto apartamento que presta ocasionalmente a sus superiores para sus citas amorosas. Tiene la esperanza de que estos favores le sirvan para mejorar su posición en la empresa”.
Por lo que sea, los resúmenes y reclamos para las películas clásicas no se han corrompido por completo, y podemos observar que las películas como Dios manda nos hablan de personas concretas, en situaciones concretas (tiempo, lugar) y con un conflicto atractivo (ceder tu casa para las infidelidades ajenas). Eso es interesante.
Las películas y los libros de hoy, o muchos de ellos, no son interesantes. Sus creadores saben lo que quieren decir, que es básicamente un cliché muy propagado en prensa, y luego se esfuerzan de forma inaudita para que su creación no desborde nunca los confines de ese cliché, y sea exactamente lo que Filmin dice que es. Un versículo.
Billy Wilder no comienza a escribir El apartamento pensando en la que le va a liar al capitalismo, con épica ridícula. Comienza con la humildad de reconocer que en esa historia que se le ha ocurrido (empleado cede apartamento para sexo incógnito) hay muchas posibilidades de hacer una buena película, de entretener al público y de plantear situaciones expresivas, quizá hasta elevadas.
Y así sucede.
Lo gracioso con estas películas y novelas burdamente morales es que mi desinterés en adentrarme en sus páginas y fotogramas no procede de la hostilidad. Como casi todo el mundo, estoy de acuerdo en no destruir el planeta y en no marginar a la gente. Precisamente porque estoy de acuerdo no entiendo qué sentido tiene pasarme dos horas de mi vida estando de acuerdo con algo.
Aquí volvemos a la misa. La misa, salvo que te toque un cura creativo (creo que hay alguno), no es sorprendente, no entretiene ni encuentra a otro Dios que aquel que ya estaba en la puerta de la iglesia cuando entraste, quizá crucificado. La gente que yo he visto que iba a misa no iba para aprender nada, sino para reafirmarse en verdades que ya conoce y que nunca se ha parado a pensar por sí misma. También se va mucho a misa en los pueblos para que los demás te vean ir a misa, para ser una persona que va a misa, respetable. Por ello, el desarrollo de la liturgia se suele vivir en duermevela, sin atender demasiado a nada de lo que hace o dice el cura en el altar. Los niños, particularmente, no hacen ni puñetero caso.
Entiendo por tanto que ir a ver determinadas películas y comprar y leer (si acaso) determinados libros es la nueva forma de ir a misa, ahora que tan poca gente debe de acudir a la iglesia. Es la manera moderna de ser respetable, y de poder ocultar simultáneamente tus muy probables bajezas. Alguien que se ve todas esas películas de Filmin seguidas no puede ser buena persona.
Gran parte de la cultura actual (al menos, por lo que toca al cine y a la literatura) es doctrina reiterada, se consume con la total seguridad de que no va a exceder determinados márgenes bíblicos y se recomienda con la feliz confianza de que no hace daño a nadie. Esto último es verdad. Como nada, esa novela o esa película sólo hacen daño al propio cine o a la propia literatura, pues los más jóvenes deben de pensar ya que rodar películas y escribir novelas es algo privativo de ciudadanos ejemplares y dichosos, que difunden una moral y un bien indubitables. Por tanto, si alguna vez quieren dedicarse al cine o a la narrativa harán basura parecida a la que les dijeron en su día que era encomiable.
Poniéndonos en lo peor, no sabe uno qué pasará con tanto gran cine y tanta gran literatura hechos en el siglo XX. Acabarán siendo incomprensibles.
O, lo que es más exacto, pecado.
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