Pascual Cebollada, que fuera un prestigioso crítico cinematográfico en la España pretérita, en un artículo publicado en las páginas del diario Ya del 16 de diciembre de 1966, escribía: “Walt Disney no nació en Mojácar. Aunque nos pese y en nuestros periódicos se haya dicho”.
Naturalmente, entre sus biógrafos no faltan quienes estiman que Walt, en realidad, no era tan malo. El propio dibujante fue el primero en desdibujar los detalles de todos aquellos aspectos de su biografía sobre los que le interesó proyectar la sombra de la duda. “Disney es una cosa, una imagen en la mente del público —comentaba el propio cineasta ya en los años 60, cuando, en efecto, era eso—. Disney es algo que les sugiere cierta clase de entretenimiento, una cosa familiar, y todo está ligado a ese nombre. Yo ya no soy Disney. Lo era antes, pero ahora Disney es algo que hemos puesto en la mente del público”.
Lo que sí está claro es que a Walt Disney le mató el tabaco con 61 años, que cuando murió tenía más proyectos que fuerzas para ponerlos en marcha, y que el quince de mayo de 1928 —hace hoy 96 años—, el primero y más representativo de todos sus personajes, Mickey Mouse, se presentaba por primera vez ante el público en una sala de Sunset Boulevard. Plane Crazy se titula el cortometraje, y es una parodia del vuelo transoceánico de Charles Lindbergh. El dibujante anhelaba conocer la reacción del público para pulir los gags de ese ratón antropomorfizado, en cuya agilidad y en su capacidad para esquivar los batacazos, con el tiempo, los comentaristas más agudos llegarían a ver una parodia de Douglas Fairbanks. Otros, los atentos a las grandezas de los asuntos sociales antes que a los mitos, veían en la buena disposición del ratón de hocico oscilante ante las adversidades una invitación al optimismo del New Deal impulsado por Franklin D. Roosevelt.
Sí señor, hace casi un siglo Mickey Mouse tenía tanto futuro que nuestros días ya le aguardaban. Hoy nadie diría que es un anciano de 96 años. Eso sí, aquellos niños que le tuvieron como uno de los iconos de su infancia en el siglo XX saben que conoció tiempos mejores. Pero ya en Plane Crazy, aquel primer cortometraje, tenía algo de pasado. Tras romper con la Universal, el estudio para Disney y Ub Iwerks el primero de sus muchos y muy buenos colaboradores habían creado su primer personaje, Oswald, el conejo afortunado —en cuanto a la plástica un precedente de Mickey; en cuanto a la especie animal y la estrella del roedor, otro tanto respecto al futuro Bugs Bunny—.
Aguijoneados por la adversidad, Disney y Ub deciden crear un nuevo personaje: “Tenía especial predilección por los ratones. Los ratones se reunían en mi papelera cuando me quedaba hasta tarde, trabajando en mi estudio de Kansas City”, habría de recordar el cineasta. “Yo los sacaba y los ponía en cajitas sobre mi mesa”.
Mickey se le ocurrió durante un viaje en tren que le llevó desde Nueva York hasta Hollywood. Puso a Iwerks al corriente de sus planes y entre los dos acometieron el trabajo: la creación de un icono infantil del siglo XX. Hermosa tarea, por supuesto.
Son tantas las habladurías, ya con la calidad de las leyendas, que nunca sabremos la verdad sobre Walt Disney. Es muy probable que fuera mejor cuentista que dibujante, lo que ya es decir, puesto que fue un dibujante incuestionable. Contaba a sus colaboradores la película que quería hacer con tanta pasión que les contagiaba su entusiasmo. Cuando no le organizaban una huelga, bien es cierto. De Iwerks se decía que podía realizar 700 dibujos al día. Ya en Plane Crazy aparece Minnie, la novia de Mickey. Aunque la cinta no gustó tanto como su creador esperaba.
El cine ya empezaba a abandonar la imagen silente, y el sonido llega a Mickey Mouse en su segundo corto: Galloping Gaucho. Con el color, que se estrenó en The Concert (1935), los espectadores descubrieron que los calzones del ratoncito eran rojos y hubo que ponerle guantes para resaltar sus manos. Su mejor momento fue el fragmento de El aprendiz de brujo, sobre el poema sinfónico de Paul Dukas, que Mickey protagonizó dentro de Fantasía (VV. AA., 1940).
Puede que aquellos niños del baby boom de los años 60 fueran los últimos en tenerle en tan alta estima como le tuvieron las infancias pretéritas. Hoy sigue siendo un icono de la niñez —seguro que su imagen aún decora algunas guarderías— pero el ratón que aportó tanto optimismo al New Deal ya no es ni sombra de lo que era.
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