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La gran exclusiva - Netflix - Crítica - Juanma González - Zenda
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La gran exclusiva (Netflix): Los escándalos ingleses son mejores que los americanos

Claro que en La gran exclusiva en realidad hay para ambos, para los ingleses y para los americanos. La película de Netflix reproduce la preparación de la entrevista del príncipe Andrés en medio del escándalo de Jeffrey Epstein, uno de los últimos clavos en el ataúd de Buckingham y, para algunos, el primero del definitivo...

¿Podría asegurarse que los ingleses son mejores que los americanos? En el caso de hagiografías como la de la reina fallecida, The Queen, y relatos como los de La gran exclusiva, casi seguro que sí. La serie sobre Isabel II, en esas cinco temporadas que quizá deberían ser más a tenor de ciertos acontecimientos recientes, el dramaturgo Peter Morgan compaginó historia y folletín en una serie emblema de la plataforma Netflix. Y en el caso de la segunda, una película de reciente estreno en la misma plataforma sobre la entrevista que acabó con la reputación del príncipe Andrés, el guionista Peter Moffat y el director Philip Martin demuestran que la ironía británica maquilla mejor la falta de profundidad que ciertas derivas panfletarias del reciente cine de no-denuncia proveniente de Estados Unidos.

"La película de Netflix reproduce la preparación de la entrevista del príncipe Andrés en medio del escándalo de Jeffrey Epstein"

Claro que en La gran exclusiva en realidad hay para ambos, para los ingleses y para los americanos. La película de Netflix reproduce la preparación de la entrevista del príncipe Andrés en medio del escándalo de Jeffrey Epstein, uno de los últimos clavos en el ataúd de Buckingham y, para algunos, el primero del definitivo desengaño de un país con una realeza no especialmente dispuesta a afrontar realidades. En un país identificado con su aristocracia pero a la vez tendente al amarillismo, escuchar al hijo favorito de la Reina explicar los pormenores de su sudoración debió de representar una especie de culmen del bochorno, la satisfacción del hambre oculta de esos escándalos sexuales que Buckingham ocasionalmente tan bien sabe servir.

La gran exclusiva es, atendiendo a esa regla no escrita que nosotros mismos hemos establecido, mejor que olvidados intentos USA de marcar territorio con respecto a los abusos de esa élite malvada. Nadie se acuerda ya de El escándalo, una producción con la inevitable Margot Robbie sobre el CEO Roger Ailes, ni tampoco de la miniserie La voz más alta, sobre el mismo caso, u otra docena de productos realizados más o menos apresuradamente en medio del wokismo como estrategia de marketing. Es peor, eso sí, que otra película sobre una conversación pendiente, la también olvidada (pero inmerecidamente) El desafío: Frost/Nixon, de Ron Howard, que ignoraba esas consideraciones y se apuntaba a otra clase de reflexión sobre periodismo y política, que la aquí presente también desea jugar.

"La gran exclusiva destaca por su corrección general y por el interés que le imprimen los actores a un guion dinámico pero manipulador"

Como recia producción británica que es, La gran exclusiva destaca por su corrección general y por el interés que le imprimen los actores a un guion dinámico pero manipulador. Tiene ese aroma a buena televisión británica y no al moralismo impostado de esas homólogas estadounidenses que, muy interesadamente, hemos escogido para demostrar nuestra tesis. Algo que sirve al guionista Peter Moffat (ninguna vinculación que sepamos a Steven Moffat, uno de los renovadores de otro mito británico, el Doctor Who) para analizar algo que, de nuevo, es muy inglés: la importancia de un servicio de información pública de calidad como es la BBC en tiempos de redes sociales, noticias de entretenimiento barato e internet desaforado.

Lo mejor de la película es que no es discursiva y retrata a tres mujeres trabajadoras en posiciones muy distintas sin ser complaciente con ellas. Ni las periodistas Sam McAlister y Emily Maitlis (Billie Piper y Gillian Anderson, esta última lo mejor de todo el tinglado… y es americana) ni la secretaria del príncipe, Amanda Thirsk (Keeley Hawes), son heroínas ingenuas enfrentando siglos de patriarcado. Tampoco el príncipe Andrés, encarnado por un maquilladísimo Rufus Sewell (en una de esas decisiones discutibles de casting compensadas por la decente labor del actor), es solo un tirano infame y deforme, al menos tanto como un necio absorto y banal. Todos son personajes capaces de ejercer cierta crueldad y, a su manera, atrapados en determinados sistemas de poder que son los que verdaderamente analiza una película entretenida pero nunca brillante o profunda.

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Juan Manuel González

Nacido en Madrid y licenciado en Historia del Arte y Comunicación Audiovisual, solo se siente feliz cuando chapotea en la cultura popular, de la que no para de repetir que se merece un análisis al margen de la mercadotecnia. Jefe de sección del portal Chic y orgulloso redactor de lo que venga en Libertad Digital, colabora en esRadio hablando de cine y series. Lector ávido de lo que caiga en sus manos, le gusta cabalgar en su coche hacia el amanecer. @confecinepata

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