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Javier Sáez de Ibarra: «El libro de cuentos no tiene nada que envidiar a la novela» - Zenda
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Javier Sáez de Ibarra: «El libro de cuentos no tiene nada que envidiar a la novela»

Un réquiem europeo (Páginas de espuma), la ficción se vuelve —en muchas ocasiones— política, pues Javier Sáez de Ibarra aprovecha sus personajes para alzar la voz contra la Europa que amenaza marchitarse, esa parte podrida de los ciudadanos que parece ansiosa por contaminar todo lo demás.

Javier Sáez de Ibarra es un escritor a medio camino entre el Renacimiento y el socialismo más revolucionario. Hace casi dos décadas obtuvo el Premio Ribera del Duero con Mirar al agua: Cuentos plásticos, un libro de relatos que buceaba en el universo del arte moderno.

El autor, ya entonces, enarboló la bandera de la experimentación narrativa. No se doblegó a la tendencia del realismo en los cuentos y se dedicó a jugar con cada nueva composición, a indagar en nuevas estructuras, nuevas formas de ficcionar.

En el título que hoy nos convoca, Un réquiem europeo (Páginas de Espuma), la ficción se vuelve —en muchas ocasiones— política, pues el autor aprovecha sus personajes para alzar la voz contra la Europa que amenaza marchitarse, esa parte podrida de los ciudadanos que parece ansiosa por contaminar todo lo demás.

Zenda se reúne con Sáez de Ibarra en la sede de su editorial. Hablamos con él del género, de la literatura de lo más íntimo, de ética y política. Nos encontramos con un escritor que navega en el territorio fértil de la filosofía, la política y la religión. Comenzamos

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—La estructura de este libro de relatos es un réquiem. ¿Por qué eligió esta estructura para esta antología?

"Me pareció una idea original que fuera un réquiem, como lo son las obras musicales de autores clásicos, como Mozart"

—Me pareció una idea original que fuera un réquiem, como lo son las obras musicales de autores clásicos, como Mozart. La idea es hacer un cuento para cada parte o cada himno del réquiem. Me parecía que creativamente era muy interesante y fértil, podía establecerse un diálogo valioso entre el contenido de cada parte, lo que indica el himno, y el relato. La propia estructura de principio a fin del réquiem, o del libro, me ofrecía la posibilidad de establecer un itinerario, desde el introito, la introducción (tanto en la obra como en el himno) hasta la bendición final, donde acaba la ceremonia y donde acaba el libro. Me parecía que era un juego muy fértil que ofrecía muchas posibilidades creativas.

—Uno de sus relatos está protagonizado por un robot que se rebela contra sus creadores. ¿Cuánto tiene de Bartleby este personaje?

—Interesante pregunta. Bartleby no quiere hacer, no quiere obedecer… Si no recuerdo mal, el autor no nos dice exactamente por qué se opone. Hay un punto de contacto con la máquina sagrada en que la máquina también se opone a hacer lo que le dicen, pero en su caso es por unas razones éticas, que descubre, que se lo imposibilitan y que, sin embargo, sus creadores propician que esa máquina realice lo que le pide. Ella, amparándose en su propia libertad, en su propia conciencia —que acaba de descubrir— se opone a ello, y por esto colapsa.

—Bajo la apariencia de relatos realistas o de ciencia ficción nos está mostrando grandes virtudes o conceptos para el ser humano, como la ética, que protagoniza varios textos. ¿Es este el objetivo de sus relatos?

—Sí. Creo que fundamentalmente hay una llamada a la ética, un cuestionamiento de los comportamientos personales, sociales y políticos que se dan en Europa. Es una pregunta sobre si Europa moralmente está muerta y si nosotros, europeos —con nuestra indiferencia, crueldad, egoísmo— también lo estamos. Fundamentalmente es un libro que plantea preguntas éticas al lector.

—Los relatos “Muere una europea” (sobre los ancianos fallecidos, abandonados en residencias de la Comunidad de Madrid) y “Los condenados” (sobre el trabajo de Open Arms) sirven para denunciar atrocidades que vemos todos los días. ¿Cree que la literatura puede ayudar a concienciar sobre estos temas?

"Frente a lo mudable y lo rápido del periodismo, digamos que volver atrás con las armas de la literatura y de la ficción nos ayuda a repensar cosas que hemos vivido"

—Sí, sin duda. Frente a lo mudable y lo rápido del periodismo, digamos que volver atrás con las armas de la literatura y de la ficción nos ayuda a repensar cosas que hemos vivido, de las que no somos plenamente conscientes. De hecho, me planteé esa pregunta: “¿Por qué escribir sobre hechos del pasado si ya el periodismo los ha dicho?”. Pero ¡qué frágil es nuestra memoria! ¡Y qué pocas consecuencias sacamos de lo que ocurre! ¡Qué poco nos hacemos cargo de lo que ocurre! La literatura permite acercar la lupa a esos acontecimientos.

—Otros textos, como “La carne humana” o “Cuento sobre el destino”, son relatos que beben directamente de la cotidianeidad de las relaciones afectivas. ¿Siente pudor, o algo de pudor, por contar la vida tal y como es, sin maquillarla?

—Tengo pudor para hablar de mí. Yo soy un autor que no recurre a la memoria personal, más bien a la mirada a lo exterior. No soy nada pudoroso, al contrario, soy incluso agresivo en el sentido de que intento llegar hasta el fondo de las cosas. Si tuviera que hablar de mí me costaría mucho más, quizá no lo haría.

—El sentido del humor protagoniza uno de sus textos, “La Moraleja”. ¿Qué peso tiene el humor en su trayectoria?

—Creo que es una herramienta que no uso mucho, no es algo que me caracterice. Casi siempre tiene un carácter muy de tradición española. Me siento muy cercano a la tradición española, desde Quevedo para acá. Incluso diría desde Fernando de Rojas para acá. Suele ser casi siempre un humor bastante irónico y casi, diría, sarcástico. A veces sirve para ahondar más en las heridas. Es una forma de abordar la realidad desde otro punto.

—Han pasado ya quince años desde que ganó el Premio Ribera del Duero. ¿Cómo ha cambiado el cuento desde entonces?

"Diría que hay un cuento mayoritario que suele ser convencional, realista. Sobre todo, trata de relaciones humanas, psicológico"

—Es una pregunta muy difícil de contestar. Diría que hay un cuento mayoritario que suele ser convencional, realista. Sobre todo, trata de relaciones humanas, psicológico. Otro tipo de cuento recurre a lo extravagante, a lo inesperado, a lo insólito, a personajes descacharrantes. Creo que el cuento se suele mover en esas dos vertientes. Yo no me sitúo en ninguna de las dos. Busco un cuento más filosófico, más intelectual, más crítico. El Premio Ribera del Duero empezó en 2009. Los ganadores del Premio somos muy distintos unos de otros. Puede ser una muestra de lo que se hace, pero ni mucho menos agota el cuento, que es muy amplio en España. Cada año se publican 60 o 70 libros de cuentos, que van todos al Setenil.

—¿Cómo ha evolucionado usted como escritor desde ese primer libro?

—Me he mantenido en unas constantes desde el principio. Un constante interés por lo filosófico, lo social, lo político… y por otro lado un deseo de que un libro de cuentos no sea homogéneo. Me gusta que haya estructuras, formas, estilos… ¡que el lector se sorprenda por estos cambios! Esto es algo que me caracteriza. En mis textos hay experimentos, pruebas, ensayos…

—¿Qué es para usted la literatura?

—La literatura es mi vida. Te diré algo que se contradice un poco con la opinión mayoritaria: la mayoría de los escritores dicen “yo soy, ante todo, un lector”. No, para mí lo esencial es escribir. Si tuviera que elegir entre leer y escribir elegiría escribir. La escritura siempre va primero, el niño empieza a escribir. Antes de leer ya está escribiendo, haciendo garabatos. Para mí la literatura es la expresión de mis inquietudes, de mis deseos, de mis miedos y de mis búsquedas personales.

—A menudo se dice que el cuento es el hermano pequeño de la novela. ¿Qué le viene a la cabeza cuando oye esa frase?

"En un libro de quince cuentos, unidos por una cierta temática, tienes una pluralidad de miradas interesantísima"

—Me parece un error. Es como decir que la novela es la hermana pequeña del ensayo o que la poesía es la hermana pequeña del cuento. Son géneros completamente distintos que tienen sus cualidades y sus limitaciones. La cualidad de la novela es que a través de la trama puedes construir un gran tejido social y personal, reflejar una época. El libro de cuentos (más que el cuento) permite una pluralidad de miradas sobre la realidad que muy pocas novelas tienen. Hay que irse al Ulises de Joyce para encontrar una novela que sea tan poliédrica. La mayoría de las novelas que leemos no lo son, como mucho hay dos o tres personajes que confrontan. En un libro de quince cuentos, unidos por una cierta temática, tienes una pluralidad de miradas interesantísima. El libro de cuentos no tiene nada que envidiar a la novela.

—Hay otra frase incluso peor: que uno tiene una idea que no le llega para una novela, y por eso escribió un cuento.

—(Risas) ¡Eso es absurdo! El cuento se trunca. En este libro hay un cuento sobre tres hermanas que están peleando por una herencia y el hermano está mirándolas. El lector se pregunta qué pasó después, cómo se reparten la herencia. Eso no se dice porque el foco está en la tensión que se crea. No es necesario alargar eso, no tendría sentido. El cuento no es corto porque le falte contenido, es corto porque desea intensidad, desea fijarse en un momento.

—¿Cómo surgió la idea de escribir los relatos que compondrían esta antología? ¿Cuándo pensó que tenía una antología entre manos?

—Pensé primero la idea de hacer un réquiem, me pareció una idea fascinante para ponerme a trabajar. Algunos cuentos que están ahí eran cuentos que tenía escritos, pero había aquí un lugar para ellos. El propio concepto de réquiem fue muy sugerente y motivó muchos de los cuentos.

—Cuéntenos su proceso de escritura. ¿Cómo le llega la idea que se convierte en germen para hacer un relato? ¿Tiene el cuento claro, de principio a fin, antes de comenzar a escribirlo, o se pone a escribir y el propio cuento le sorprende?

"Yo soy el primer lector de mis relatos, el primero que se sorprende, y eso es una experiencia de gran felicidad"

—En mi caso ocurre algo que es inexplicable y a la vez un regalo. Normalmente la idea del cuento y la forma en que lo voy a contar vienen a la vez. El cuento nace casi siempre de una intuición o de una pregunta y yo no conozco el final, ni siquiera el desarrollo. De hecho, algunos cuentos (por ejemplo, mi libro Bulevar) me vinieron completos y su escritura fue una experiencia. Estaba escribiendo algo que ya sabía. Una de las maravillas de escribir un cuento es que no sabes dónde te va a llevar. Yo soy el primer lector de mis relatos, el primero que se sorprende, y eso es una experiencia de gran felicidad.

—¿Está escribiendo nuevos textos? ¿Nos puede comentar qué tiene entre manos?

—No soy un escritor disciplinado. Escribo cuando me surge el deseo, y entonces sí, me pongo a ello. Siempre van apareciendo cuentos en mi imaginación: al cabo del año tres, cuatro, seis… Ahora estoy pensando en la idea de un libro más filosófico, más ensayístico.

—¿Cuándo y cómo se dio cuenta de que el cuento iba a ser su género?

—Empecé a escribir cuentos de adolescente, incluso niño. Antes de saber lo que era el género.  Escribía historias, pero no tenía el concepto de género ni tenía modelos a los que imitar. Leí bastante a Edgar Allan Poe (una antología de cuentos de horror), leí El gato negro y me marcó. ¡Fue impresionante! También leí de pequeño, a una edad muy temprana, El buscón, de Quevedo, y me reí mucho. Todo esto ha estado en el origen de mi escritura.

—¿Quiénes son sus referentes literarios en el género?

"Yo no sé qué maestros tengo. Vengo de una literatura de la intensidad más bien. Ahí estarían Fernando de Rojas, Quevedo, Lorca…"

—No podría decir que están en el origen de mi escritura como para llamarlos “maestros”. Yo no sé qué maestros tengo. Vengo de una literatura de la intensidad más bien. Ahí estarían Fernando de Rojas, Quevedo, Lorca… autores que señalan el dramatismo de la vida. Mis escritores de cuento favoritos son Edgar Allan Poe, Chéjov, Hemingway, Carver, Borges, Rulfo. Mercè Rodoreda me fascina. Me siento cercano a Ana María Matute, Aldecoa es otro de mis favoritos. Unos por lo intenso, otros por la capacidad de ver en lo ordinario y en la vida común de la gente, por la postura ética tanto en Ana María Matute (que es siempre la mirada sobre las víctimas), en eso es muy cercana a Aldecoa.

—¿Qué libros tiene sobre la mesilla?

—Leo mucha Historia. Estoy revisando textos sobre la Revolución Rusa. Estoy leyendo un ensayo sobre Nietzsche, que es un autor que me resulta inspirador. También estoy leyendo Extravíos, de Esther Peñas, sobre el que quiero hacer un pequeño trabajo.

—¿Qué es escribir?

—Es mostrar el corazón y la cabeza. Sacar fuera lo que a uno le duele. Por eso es curioso que durante muchos años fui muy pudoroso para enseñar lo que escribía. Era incapaz de enseñar lo que hacía porque era como revelar un secreto. Fui durante años un escritor oculto hasta que, en una conversación, un amigo me dijo “comparte lo que haces”, y eso me desatascó, y ¡hasta hoy!

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Raquel Jiménez Jiménez

Chica prensa (gabinete de comunicación) y estudiante aficionada a la Historia. A veces hago reseñas y entrevistas. Me encanta el teatro, ¿Qué sería de nosotros sin él?

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