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Al este del Arbat, de Hanna Krall - Zenda
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Al este del Arbat, de Hanna Krall

En 1966, una periodista polaca, Hanna Krall, decidió viajar a Rusia y escribir lo que de verdad allí viera. Era una investigación peligrosa: Polonia era una nación aliada de la URSS y Moscú vigilaba con celo que no se escribiera nada inapropiado sobre el orbe soviético. Pero Krall saltó por encima de la censura y...

En 1966, una periodista polaca, Hanna Krall, decidió viajar a Rusia y escribir lo que de verdad allí viera. Era una investigación peligrosa: Polonia era una nación aliada de la URSS y Moscú vigilaba con celo que no se escribiera nada inapropiado sobre el orbe soviético. Pero Krall saltó por encima de la censura y dejó huella en la historia del periodismo, además de convertirse en una de las maestras de la mismísima Svetlana Aleksiévich.

En Zenda reproducimos el arranque del prólogo que el periodista polaco Mariusz Szczygiel ha escrito para Al este del Arbat, de Hanna Krall (La Caja Books)

***

Prólogo

Cómo Hanna Krall sorteó el cerco

Mariusz Szczygieł

1.

Se ha cumplido mi sueño. Cuarenta y dos años después de la primera edición, y treinta y uno después de la última, Al este del Arbat vuelve a ver la luz.

Este libro nos recuerda que Hanna Krall fue una contrabandista. Y contrabandista de la Unión Soviética, nada menos.

No hay mejor calificativo para su método de reportera que el contrabando.

2.

Nos encontramos en la época en que el mayor amigo de la República Popular de Polonia era la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. De esta última se puede escribir bien o no escribir en absoluto. La imagen del aliado en los medios, la literatura y el cine polacos estaba controlada, censurada y limitada. Por ella velaban dos instituciones: el Comité Central del Partido Obrero Unificado de Polonia y la Oficina Principal del Control de Publicaciones y Espectáculos, conocida como oficina de la censura. (Como solía decir Teresa Torańska, sin el visto bueno de la censura, ni siquiera se podía imprimir la etiqueta de unas bragas).

Por hacernos una idea, tras la edición en 1960 de los dos primeros volúmenes del Diccionario de la lengua polaca, su autor, uno de los más destacados humanistas del país, el catedrático Witold Doroszewski, fue convocado junto con sus colaboradores a comparecer ante la Comisión de Cultura del Comité Central del POUP. Las autoridades tachaban de clericales y antisoviéticos los dos volúmenes del diccionario. El clericalismo se manifestaba, por ejemplo, en la entrada librar, porque incluía como ejemplo la expresión Dios me libre, y en la entrada querer, Dios no lo quiera. El antisovietismo se ponía de manifiesto en la entrada huésped, pues los autores citaban el proverbio «Huésped a deshora es peor que un tártaro». Llegó a sus oídos que aquello podía ofender a la República Autónoma Socialista Soviética Tártara.

Con la entrada milagro, los representantes de las máximas autoridades reprocharon al diccionario que aunara clericalismo y antisovietismo. Los funcionarios se pusieron nerviosos ante la cita «¡Virgen santa que defiendes la pura Częstochowa y resplandeces en la Puerta del Alba! ¡Tú, que proteges al vulgo del castillo de Nowogródek con su pueblo fiel! Como a mí, que siendo un niño me devolviste a la vida por un milagro», debido a que «el milagro tendría que ocurrir en el territorio de la URSS, cosa inconcebible».

Witold Doroszewski, autor de Fundamentos de la gramática polaca, catedrático universitario desde 1930, se vio obligado a rebatir los reproches de los funcionarios del Partido con toda la seriedad del mundo. Pese a que el catedrático era un hombre excepcionalmente contenido, le temblaba la voz. Como castigo, la tirada prevista del diccionario —veinte mil ejemplares— se vio reducida a catorce mil.

La palabra leninismo, procedente de más allá de la frontera oriental, tuvo su propio valedor: un asistente de Władysław Gomułka, primer secretario del Comité Central del POUP, velaba por que leninismo no tuviera en el diccionario menos líneas que lémur y lenocinio. (Tenía diecisiete, que después de 1989 quedaron reducidas a seis).

Con semejante susceptibilidad de las autoridades respecto a la Unión Soviética se las tuvo que ver la reportera de treinta años que decidió describir la vida en aquel país.

Al escribir acerca de la URSS en aquella época, uno se exponía a dos peligros. Si escribía la verdad, podía hacer enfadar a las autoridades y el texto de todos modos no se imprimiría. Si escribía mentiras, es decir, lo que deseaban las autoridades, se arriesgaba al ridículo, al rechazo de los lectores e incluso a ser tildado de lacayo de Moscú.

3.

Un acertijo para lectores jóvenes.

He aquí la frase acerca de las posibilidades de llegar a la localidad de Vershina en Siberia: «El autobús circula a diario, con la excepción de los días que llueve, cuando se acumula la nieve o el barro primaveral u otoñal, o cuando el camino se llena de baches tras la lluvia, el barro y la nieve».

Los críticos señalaron esa frase como un ejemplo del estilo magistral de Krall y de cómo transmitir una información genialmente construida. ¿Qué hay de extraordinario en ella?

A saber: Krall escribe que el autobús a Vershina circula a diario, pero al mismo tiempo escribe de manera velada que el autobús a la aldea siberiana no circula casi nunca. No lo dice directamente, porque la Unión Soviética debe ser un modelo de felicidad en el que todo está condenado al éxito.

Małgorzata Szejnert llama a este método «sortear el cerco».

4.

Krall, junto con su marido, el periodista de Życie Warszawy [Vida de Varsovia] Jerzy Szperkowicz, marchó a la URSS en 1966. Trabajaron allí durante tres años.

—El secretario de redacción de Życie Warszawy era entonces Leopold Unger, quien más tarde sería columnista de la revista Kultura de París —cuenta Hanna Krall—. Fue testigo de nuestra boda y fue él quien tuvo la idea de enviarnos a la Unión Soviética. Jerzy sabía bien el ruso, porque había nacido en Vilnius, y, como suele decir, la Unión Soviética llamó a su puerta. Yo todavía no trabajaba en Polityka, pero fui a ver al director del departamento extranjero, Henryk Zdanowski, y le propuse que, ya que iba a viajar con mi marido, tal vez podría también escribir algo desde allí para Polityka. Se mostró medianamente encantado.

Al fin y al cabo, no me podía decir que escribir desde allí sería un aburrimiento atroz. Me dijo: «Inténtelo usted». El primer reportaje que envié desde Moscú fue «Una velada poética», y después unos cuantos más; pasado un tiempo, regresé unos días a Varsovia. Cuando fui a ver a Zdanowski, ya se comportaba de otra manera. «En las reuniones de la redacción, sus textos, colega, son muy bien valorados». Los lectores tampoco pasaron por alto esos reportajes. A cada paso me repetían que desde allí nunca habían llegado textos así. Me extrañó mucho, porque los había escrito lo mejor que sabía.

5.

Al este del Arbat (Arbat es una calle histórica en el centro de Moscú) no se debe leer hoy como un libro sobre la Unión Soviética, sino como un libro sobre cómo escribir sobre la Unión Soviética. Acerca de la verdadera naturaleza del Imperio soviético aparecería más tarde una literatura no atenazada por la censura. Arbat (como se solía llamar al libro), en cambio, fue escrito de una manera nueva y específica. Una manera que permitía al censor (las más de las veces inteligente y consciente de lo que en realidad quería transmitir la autora) aceptar el texto para su ulterior impresión, al lector tener la sensación de no estar siendo engañado y a la autora no hacer el ridículo escribiendo textos debidamente correctos.

Ese sortear el cerco, tan habitual para muchos reporteros, y sobre todo reporteras de los años setenta y ochenta (especialmente para Łopieńska, Szejnert y Szymańska), se inició precisamente a finales de los años sesenta con los «reportajes soviéticos» de Krall.

«La reportera —escribe Wiesław Kot en el ensayo Hanna Krall (Poznań, 2000)— evita formular diagnósticos generalizadores, y nos sorprende con pequeñas estampas costumbristas».

Deja al ingenio del lector el hecho de que el verdadero diagnóstico se oculte tras acontecimientos aparentemente triviales e insignificantes. Otro elemento del juego con el lector polaco es dar la palabra, siempre que sea posible, a los interlocutores locales, a los que la autora cita aparentemente con la mejor intención, aunque en realidad lo haga con el fin de lograr un efecto de autodesacreditación.

[…]

—————————————

Autora: Hanna Krall. Título: Al este del Arbat. Traducción: Agata Orzeszek y Ernesto Rubio. Editorial: La Caja Books. Venta: Todostuslibros.

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