La novela que convoca a Zenda con Jordi Soler, su autor, es una historia que reúne en 300 páginas los mitos primigenios, desde Grecia hasta México. En el reino del toro sagrado (editado por Alfaguara) es una historia de amor, de poder y de codicia.
Jordi Soler escarba —en En el reino del toro sagrado— en los resortes del poder y del amor. Lo hace apoyado en los mitos clásicos en los que se sostiene su magnífica trama, una historia envolvente que hará sucumbir al lector ante una tragedia anunciada.
Hablamos con Soler de mitos, poder y amor. Descubrimos con el autor veracruzano qué se esconde en el reino del toro sagrado y los entresijos de su escritura. Hablamos con Jordi Soler sobre Artemisa y el embrujo que causa en los demás, sobre historias de amor y poder y sobre las asignaturas pendientes que tiene en la literatura.
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—¿Quién es Jordi Soler para quien no lo conozca?
—Un escritor mexicano hijo del exilio catalán en Veracruz.
—¿Qué ocurre en el reino del toro sagrado?
—Es la puesta en escena de un mito griego, el mito de Pasifae, en la sierra de Veracruz. Es la historia de una mujer que se enamora de un toro.
—Esta es una historia de varios grandes amores u obsesiones: la de Teodorico, la del toro sagrado, la de Jesuso y también la del propio narrador por Artemisa. ¿Quién es Artemisa para ejercer tal imán sobre ellos?
—Artemisa es una mujer muy bella que vive en un entorno de gente radicalmente distinta a ella. Ella es descendiente de una familia griega y vive en un pueblo indígena de la sierra de Veracruz. Artemisa es una mujer no solamente muy bella y excepcional en ese entorno, sino que es tremendamente consciente del poder que emana su belleza. Este es un tema complicado de tratar en el siglo XXI, que es el siglo de la igualdad. La gente decente celebramos que la gran revolución de Occidente del último siglo es la de las mujeres. Celebramos también que la igualdad se acerca a la perfección. Hombres y mujeres somos objetos legales casi ya con los mismos derechos, lo cual es para celebrarse. Dicho esto, no se puede obviar que existen mujeres como Artemisa que a partir de su belleza ejercen un poder insólito y que llegan a unos sitios a los que, sin esa belleza, no hubieran podido llegar. Artemisa sabe esto. Vive en una situación ambigua. Le molesta terriblemente que se piense que ha llegado donde ha llegado por su belleza, porque ha echado adelante un rancho y tiene diversos talentos, pero soporta menos que pase una criatura viva enfrente de ella y no se arrodille ante esa belleza. Esta es una de las fuentes de poder de la novela. La otra fuente de poder es Teodorico, que es un cacique cuyo poder es sordo y diabólico. Del poder de Artemisa te puedes defender porque es a partir de la seducción. Si Artemisa quiere que seas su perro y tú no quieres ser su perro, te das la media vuelta y te vas. Si Teodorico te quiere castigar y tú no quieres que te castigue, te pasará por encima de todas maneras.
—¿Existen muchas Artemisas en la vida real?
—Algunas, sí.
—¿Es esta una historia de amor o una historia de poder?
—Está escrita exactamente en la intersección entre el amor y el poder. No cabe duda de que hay amor, si extendemos el concepto. Es un amor torcido, un amor tóxico, un amor enfermizo, un amor mortal. Un amor, al fin. Pero también, como en todas las relaciones en distintos grados (amorosas, quiero decir), hay una batalla de poder tremenda. De hecho, en la relación que electrifica la novela (Artemisa y Teodorico) en ciertos momentos los dos son víctimas y en ciertos momentos son victimarios, victimaries.
—Los mitos griegos, y también los mexicanos, tienen un gran peso en este libro. ¿Lo tenía planeado así?
—No planeo en absoluto mis novelas, sino que empiezan de una imagen. Esta imagen es la de un toro blanco saliendo del agua. En el mito griego sale enfrente del reino de Minos, en la isla de Creta. Aquí lo he puesto a salir de una laguna en la selva de Veracruz porque es una imagen que me obsesiona desde que era muy joven. Acudo a los mitos griegos desde que empecé a leer porque me parece que ahí hay un archivo de sabiduría que nos sirve a los habitantes del siglo XXI. Todo lo que le puede pasar a una persona está descrito ahí. Porque los mitos fueron inventados por unas criaturas desvalidas igual que nosotros. No hemos cambiado nada. Por tanto, ahí están nuestros anhelos, nuestros miedos, nuestras expectativas. Fue concebida así. Quería escribir una novela que empezara con un toro saliendo del agua y, para poder poner esa imagen, tuve que inventar 300 páginas.
—¿Qué papel juega la cultura helénica y griega en la novela? No solamente está ese trasfondo del mito que nos ha contado, sino que el propio Teodorico está obsesionado con la cultura griega.
—Sí, además el modelo de relación entre Teodorico y Artemisa es el de Afrodita y Vulcano. Vulcano, como sabes, era este hombre moreno, contrahecho que trabajaba en la fragua. Estaba en un sótano y olía mal. Todo esto nos dice el mito y acaba emparejado con Afrodita, que era una mujer bellísima y límpida. Aunque luego Afrodita le pone los cuernos todo el tiempo al pobre Vulcano. Es curioso que en la mitología griega los buenos y los fuertes son siempre rubios. No sé si de ahí viene la obsesión que en esta novela llega hasta el pueblo de Veracruz. Es probable que sea una línea directa de la mitología griega. Como decías hace un momento, no sólo está la mitología griega sino la prehispánica mexicana, que es al final lo mismo. Las mismas tribulaciones de las personas se pueden revisitar hoy en los mitos mexicanos. Seguramente porque Grecia y México son dos territorios fundados en un mito.
—¿Cree usted que cualquier historia de amor está condenada a acabar mal?
—No. Desde luego que no. Las historias de amor que acaban mal nos dan más literatura que las que acaban bien. Las que acaban bien se construyen hacia adentro, y no hay por qué decir nada. Hay esperanza.
—En esta novela narra algo muy cruento de una manera absolutamente bella. ¿Es posible narrar el horror con belleza?
—Te agradezco mucho que digas eso. La última escena del libro es probablemente la escena más cruel que he escrito en mi vida después de catorce novelas. Fue doloroso para mí escribirla. Pero también me queda claro que es un mito griego, que alguien ya lo escribió. Cuando vi que la novela iba a acabar ahí (por esto que te decía de que no hago esquemas), cuando vislumbré ese final, pensé que la novela tenía que ser un crescendo permanente para que mi lector llegara a toda velocidad a esa escena y se estrellara contra esa imagen con la misma violencia con la que yo me estrellé.
—¿Los mitos ayudan a explicarnos?
—Totalmente. No hay rincón de tu existencia que no se aparte de un mito. Todo está ahí.
—Esta novela está ambientada en un pueblo ficticio, Los Abismos, de Veracruz. ¿Podría existir una novela como ésta fuera de México?
—Sí. Aunque la violencia de los mitos griegos y mexicanos consuena en un territorio violento como es este pueblo. Seguramente podría existir aquí, pero el grado de violencia ambiental no sería el mismo y, consecuentemente, la historia no contaría con ese vehículo tan importante. La violencia del mito griego, del mexicano, y la del siglo XXI en esa sierra, están hechas de la misma materia. En una ciudad tan civilizada como Madrid esto sería un poco excéntrico.
—Cuéntenos cómo es su proceso de escritura.
—Lo he afinado a lo largo de las novelas que he escrito. Para esta novela he ensayado una nueva técnica que me ayuda a conciliar el sueño. Todas las noches, desde que era muy joven, en lugar de recurrir a los somníferos o al tequila, hago ejercicios de ensoñación hasta que me quedo dormido. En este ejercicio voy revisitando las casas en donde he vivido a lo largo de mi vida, con énfasis en mi casa primigenia. Seguramente por una onda lacaniana, recurro al volcán donde está la erupción original. Me meto en aquella casa en Veracruz y voy recorriendo los pasillos, y cuando voy llegando a mi habitación, que estaba al fondo del pasillo, ya estoy dormido. No llego a verme dormir en mi cama. Esto me sirve para dormir. Durante los tres años que me ha llevado escribir esta novela he aplicado esta misma planta arquitectónica onírica para ensoñar el plató de mi novela. De manera que, como ejercicio antes de dormir, me iba metiendo en la casa de Artemisa, la veía beber whisky, me metía al establo del toro, al castillo de Teodorico, deambulaba por Los Abismos. La técnica consiste en que al día siguiente me despertaba muy temprano —como me despierto siempre para trabajar— y simplemente escribía lo que había soñado. Esa es mi técnica.
—Cuéntenos, si puede, próximos proyectos que tiene en mente.
—Tengo una novela casi terminada (pero los tiempos editoriales van por otro lado) de la que no quiero revelar nada todavía. Por otra parte, está a punto de salir una antología del ensayista mexicano Alfonso Reyes. Saldrá en abril en la editorial Debate. Son los textos que Reyes, gran amigo de Ortega y Gasset, escribió entre 1914 y 1924, en su década madrileña. Está por salir una antología, en una colección que se llama Poesía Portátil, del poeta mexicano Octavio Paz.
—Díganos cuál es su asignatura pendiente en la literatura.
—Siento que tengo sólo asignaturas pendientes en la literatura. Creo que me faltan por escribir (quisiera que fueran) veinte novelas. Pero por la edad que tengo quizá no sean veinte, pero si fueran veinte esa sería mi asignatura pendiente.
—Cuéntenos qué es para usted escribir.
—Tengo un estilo de vida… yo podría ser protestante tranquilamente, porque siento que tengo que trabajar arduamente para merecer el día que está a punto de comenzar. Por eso empiezo a trabajar a las 5 de la mañana todos los días. Seguramente porque nací en el campo, esto tiene que ver con mi espíritu campesino. Trabajo toda la mañana, y al mediodía, cuando termino mi jornada de novela, siento que ya puedo salir a la calle, comer con mis amigos, sentarme a leer… siento que he pagado el precio de ese día. Ese precio lo pago desde hace más de cuarenta años. Nunca he hecho otra cosa con mi existencia. Mi vida es tremendamente aburrida, y tremendamente apasionante para mí.
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