En pocas ocasiones uno lee a un autor español bajo la impresión de leer a un cuentista hispanoamericano. Si bien la novela es el artefacto supremo, el rey o la reina de las letras en suelo ibérico, en algunos países latinoamericanos suele ser el cuento lo que más retrata a una tradición literaria. Es lo que ocurre con la lectura de A las dos serán las tres, de Sergi Pàmies (Anagrama, 2024): se tiene la sensación de leer a un cuentista de la otra orilla del Atlántico.
—¿Por qué están parados los relojes?
—Para que no pase el tiempo.
Título que vemos deslizarse solo hacia el párrafo final del último relato, “La narrativa breve” —que ayudará a entender historias de una dimensión inaccesible—, en alusión a ese momento en el que, para marcar el fin del clima de verano y el inicio del clima invernal, los relojes se retrasan una hora a las tres de la madrugada de finales de octubre, momento en el que ocurre “una amalgama de pasado, presente y futuro”.
Estos relatos tienen la virtud de un lenguaje depurado, sin estridencias, en el que se emplean recursos de máxima economía del cuento y que, a la vez, nos hace preguntarnos si se trata de cuentos o memorias, o memorias en forma de cuentos, o más bien cuentos memoriosos o memorables, en los que también intuimos las licencias de una ficción dosificada para que el engranaje de los relatos funcione como la maquinaria de un reloj.
Pàmies es un orfebre del relato que nos presenta en castellano una “versión del autor” del libro publicado en catalán apenas meses atrás —A les dues seran les tres (Quaderns Crema, 2023)— que nos lleva a la infancia y a la adolescencia del autor. Y esto lo hace no para quedarse sumergido allí sino para crear un efecto de contraste con la realidad del presente narrativo que pareciera discurrir entre 2017 —cuando dos amantes se citan a través de una aplicación el día de los atentados yihadistas en la Rambla— y los tiempos de pandemia.
En estas idas al pasado y vueltas al presente hay vértigo emocional y una marcada influencia materna, como en el estupendo relato “Por qué no toco la guitarra”, cuando la madre le compra dicho instrumento —por las finanzas limitadas— cuando lo que quería el futuro escritor de niño era tocar el clarinete. Y ello más como una conjetura que una certeza: “Aunque tocara la guitarra, no sería guitarrista; pero aunque no escribiera, sería escritor”.
Los cuentos oscilan entre la primera y la tercera persona. Algunos tienen que ver con Francia, el lugar de nacimiento del escritor debido al exilio forzado de los padres, tras un periplo que incluye casi una década de vida en México. Al decidir los padres regresar de golpe a España, el personaje tuvo que dejar sus amistades francesas y venirse a Barcelona, aprender el idioma, catalanizarse y adaptarse a la nueva vida.
El hablar un francés impecable lo llevó a que con Trois Rivières, siendo un escritor debutante, compartiera cartelera de invitado junto a Manuel Vázquez Montalbán en una feria del libro en Quebec, Canadá. Luego de mantener una prudente distancia durante los vuelos, Pàmies termina haciendo el papel de traductor del maestro durante la feria. No porque Vázquez Montalbán no hablara la lengua, sino por sus problemas de audición. Esta experiencia de cercanía marca a Pàmies decididamente.
El humor está asimismo muy presente los cuentos: “Al viajar en turística, levantarse y flexionar las rodillas como un caballo de escuela andaluza para evitar el riesgo de trombosis”. O, con la muerte de Franco, se va con el hermano y los amigos a la Rambla adscribiéndose a un seudoanarquismo desvergonzado para gritar exigencias tales como: “¡Queremos dónuts sin agujeros!”. O cuando especula sobre posibles temas de una novela donde todos los personajes son comunistas y sordos.
En estos cuentos que no dan tregua hay medicinas necesarias (Orfidal o Fortasec), así como padecimientos tales como arritmias, taquicardias, palpitaciones, ansiedad, incontinencia fecal, subidas de peso, fobias con origen psicosomático en la infancia, bulimia y diabetes.
Situaciones corporales que, junto a otros hilos, conectan los cuentos entre sí para arrojar un esbozo de un mundo íntimo de un narrador sensible y de una personalidad implícitamente discreta, tímida, comedida y considerada de las demás personas, y de la que no está exenta su empedernida afición al fútbol. La literatura, de igual manera, está presente, bien sea en las divertidas historias relacionadas con congresos literarios o el viaje de un presumido reportero de élite que padece de alirufobia y viaja a Mallorca a entrevistar a un inglés Premio Nobel de Literatura que, a mitad de entrevista, manda traer dos gatos, lo que le causa un ataque de pánico.
Hay dos relatos que impactan particularmente en lo emocional. Uno sería “Te quiero”, sobre una pareja cuya primera relación fue el día de la inauguración de los Juegos Olímpicos de Barcelona y, tras treinta años de matrimonio, ve cómo el fuego se fue apagando (“la monotonía equivale a las lesiones de un deportista”). En “México” confiesa que lo que aprendió la madre sobre periodismo fue con Alfonso Reyes. El maestro llegaba a las clases con una caja llena de objetos y le pedía a cada alumno que tomara uno para agudizar la mirada y despertar las habilidades descriptivas. Décadas más tarde el hijo —que toma el apellido de la madre— está en la residencia donde murió. Le entregan una caja con sus objetos y piensa que tiene que escribir las palabras que leerá en su funeral a partir de los objetos de esa caja, tal cual como le enseñó Reyes a su madre.
Estamos ante un libro de cuentos de un narrador que en “No saber inglés” nos plantea, durante una seria turbulencia en un vuelo, que su última voluntad sería la de escribir. Escribir, como estos relatos preciosos y potentes que nos demuestran que no hay que derivar hacia lo fantástico ni desbordar la ficción para escribir los mejores cuentos, con todo y la engañosa promiscuidad que existe entre ficción y verdad.
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Autor: Sergi Pàmies. Título: A las dos serán las tres. Editorial: Anagrama. Venta: Todos tus libros.
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