El 28 de febrero de 1942 fue sábado, un sábado que, entre otros bebés llamados a ser notables cuando fueran adultos, vio nacer a la futura actriz Ali Larter. No faltará quien la recuerde en películas de miedo como House on Haunted Hill (William Malone, 1999), Destino final (James Wong, 2000) o algunas entregas de la serie Héroes (Tim Kring, 2006). El 28 de febrero de 1942 también vino al mundo el actor y realizador Frank Bornner, uno de los protagonistas de Equinox (Jack Woods, Mark Thomas McGee, Dennis Muren, 1970), un pequeño clásico del cine independiente —casi aficionado— sobre los terrores que desencadena un libro que nunca debió ser abierto. Siendo el caso que el 28 de febrero de 1942 también fue el día en que nació Brian Jones, el maldito y el malvado de los Rolling Stones, casi podría decirse que esta fecha, en los años bisiestos, es especialmente dada a las extrañas fantasías de la especie, más que a los momentos estelares de la humanidad. Pero es mejor no aventurar augurios por ese camino ya que, como todos sabemos, este 2024 que nos ocupa también es un año bisiesto.
Siempre ha sido una broma, naturalmente. Pero con Jones, la broma cobró trazas de leyenda. Como las supuestas drogas que, ya muerto el neonato de hoy, buscaba para ellos spanish Tony durante la grabación, en el verano de 1971 de Exile on Main St. Aquello fue en Nellcôte, allá en la Costa Azul. Todavía es ahora cuando aquel doble álbum sigue siendo la mejor grabación de la banda. Ya entonces, los Rolling habían olvidado a Brian Jones.
Sin embargo, en 1962, fue Brian Jones quien, justo antes de la primera actuación de la formación, cuando aún no tenían nombre, sugirió que se llamasen The Rolling Stones en alusión a Rollin’ Stone, un tema del bluesman estadounidense Muddy Waters. Era tanta la pasión por el blues de todos los que pululaban por la escena del rock británico de los primeros 60 que muchos se referían al rhytm & blues —una mixtura del jazz y el blues evolucionada— cuando les preguntaban por la música que hacían o escuchaban.
En este amor al blues del quinteto de Richmond —que también llamaban a los Stones algunos de sus primeros fanáticos, en base a sus actuaciones dominicales en el club Crawdaddy de esta zona residencial de Londres— podría hallarse el origen del estigma y la perversión de Jones.
Dicen que hubo dos músicos que perfeccionaron la técnica con que tocaban su instrumento merced a la venta del alma al Maligno. El primero fue Niccolò Paganini, romántico para más inri. También llamado el “violinista vampiro”, por su aspecto sombrío, se decía que este músico, uno de los más dotados de su tiempo (1782 y 1840) adquirió su virtuosismo tras el terrible pacto con Mefistófeles. El mismo Robert Johnson, el bluesman capaz de enloquecer con su guitarra a sus audiencias, aseguraba haberle vendido el alma al Demonio en un cruce de caminos para alcanzar su magisterio. Desde luego, algunas de sus piezas de título inequívoco —Hellhound on My Train, Me and the Devil Blues— apuntan maneras en ese sentido. De modo que, desde los tiempos de Johnson (1911-1938), puede y debe decirse que al Diablo le gusta el blues —especialmente los del delta del Misisipi— tanto como a los Rolling.
Seguro que significa algo que 1938, el año que Robert Johnson vino al mundo, también fuera bisiesto. Y hay una coincidencia más, como Jones y tantos otros grandes del rock y el blues —Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison—, que bien podían haberse encontrado con el Ángel caído en el backstage de cualquiera de sus conciertos menos afortunados, Robert Johnson también murió con 27 años. Será mejor no seguir conjeturando por ese camino.
Hijo de una profesora de piano y un aficionado al jazz, Brian Jones creció en un hogar de melómanos. Instrumentista virtuoso desde niño, como si todo lo antedicho fuera cierto, fue la guitarra rítmica de los Rolling; y, siendo capaz de tocar cualquier instrumento, también fue una suerte de hombre orquesta de la banda. Y, sobre todo, fue aquel en quien, principalmente, pensaban aquellos que, ante los primeros escándalos del Swinging London, se preguntaban en las portadas de la prensa británica, a cuatro columnas, si los buenos padres del reino serían capaces de dejar que su hija saliera con un Rolling.
«Si alguna vez hubo alguien que vivió el rock & roll genuinamente y caracterizó a los Rolling Stones en todos sus aspectos, mucho antes de que los cinco asumiéramos un estilo, ese fue Brian Jones», habría de recordarle Bill Wyman en sus memorias.
Inquieto e introvertido, a Brian Jones nunca le gustó el deporte. De niño fingía ataques de asma para no tener que jugar al fútbol. Lo suyo era la música. Debutó como clarinetista profesional en una orquesta con apenas quince años. La de Brian Jones hubiera sido la historia del Stone maldito, pero con las chicas fue un auténtico malvado. Que se sepa, dejó embarazadas a seis. A Anita Pallenberg cuando era su novia le daba tales palizas que, en la última, durante un retiro en Marruecos con todos ellos estupefactos, Keith Richards tuvo que llevársela.
Aquello fue el principio de la rivalidad entre los entonces dos guitarristas de los Rolling. Dos años después, cuando sus compañeros le visitaron para decirle que le expulsaban de la formación, Jones se limitó a decir que quería hacer su propia música.
No hay noticia de que tras su muerte pagase deuda alguna. Sí de que nació un día como el de hoy, de un año bisiesto como el que nos ocupa.
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