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Charada - Zenda
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Charada

Charada, RAE, dixit, es “Pasatiempo consistente en adivinar una palabra a partir de alguna pista sobre su significado y sobre el de otras que se forman con sílabas de la palabra buscada”. Con eso descubrimos poco de lo que trata Charada (Charade, 1963), la maravillosa película dirigida por Stanley Donen.

Charada, RAE dixit, es “pasatiempo consistente en adivinar una palabra a partir de alguna pista sobre su significado y sobre el de otras que se forman con sílabas de la palabra buscada”. Con eso descubrimos poco de lo que trata Charada (Charade, 1963), la maravillosa película dirigida por Stanley Donen. Prefiero describirlo como un fascinante, seductor cóctel cuyos ingredientes son Hitchcock, París, Cary Grant, Audrey Hepburn y Henry Mancini. Imbatible.

Hitchcock porque el talento sofisticado y elegante de Donen, con la ayuda de su guionista Peter Stone, toma al maestro y lo sirve de una manera tan inteligente como irresistible. Por ejemplo. El oscuro personaje protagonista de Sospecha, encarnado por Cary Grant, seductor, estafador y nada presunto asesino, sobre todo en la maravillosa novela de Frances Iles, ahora felizmente reeditada en España, lo transforman Donen, Stone, y posiblemente el propio Grant, en un impostor que asume cuatro identidades distintas, cuatro vidas diferentes, cuatro profesiones diferentes, que vuelven loca de dudas y también de irreprimible amor a Audrey Hepburn. Y no estoy nada seguro de que el gris funcionario del tesoro estadounidense final de la película, de nombre y apellidos improbables, Brian Cruikshank, un personaje de Oliver Twist, sea el verdadero. Pero allá Audrey si, rendida de amor, le entrega el macguffin de la película y decide vivir junto a ese encantador tipo y tener hijos a los que poner los distintos nombres usados por Cary. Donen y Stone también usan Con la muerte en los talones, las falsas apariencias, las persecuciones frenéticas, las cabinas telefónicas, las habitaciones de los hoteles, las terrazas de los edificios, las cornisas y los balcones como un espejo en el que reflejar las conspiraciones, las venganzas del pasado, la crueldad de las decisiones y, claro, si se trata de Hitch, un cierto perverso sentido del humor, especialmente servido en diálogos de alta comedia, punzantes, irónicos.

"Tan sutilmente hitchcockianos son Donen y Stone que toman la levedad del macguffin del maestro y la dotan de una imprevista robustez en la trama"

Y no olvidemos la magistral estructura de la película, elemento dorsal, según Sir Alfred, para construir un guión, que toma a un personaje humanamente desvalido (a Audrey le matan el marido y le vacían el apartamento y la vida) y la suben a un carrusel en el que una banda de ex soldados americanos de la Segunda Guerra Mundial persiguen un montón de oro nazi convertido en dólares que robaron en la guerra. Hay un caballo en el tablero, un inefable Walter Matthau, que introduce inexcusablemente a Billy Wilder en la película (no puedo detallarles más), y a Cary Grant, que, ejem, debería ser el rey pero que se asemeja más a un móvil alfil. Tan sutilmente hitchcockianos son Donen y Stone que toman la levedad del macguffin del maestro, diseñado sobre la idea de La carta robada, escrita por Edgar Allan Poe, y la dotan de una imprevista robustez en la trama de la película.

Luego está París, un París que ya apenas existe y que Donen y su director de fotografía, Charles Lang, filman con enamorada devoción. Los hoteles baratos, las orillas del Sena, con homenaje a Gene Kelly, antiguo compinche de Donen, el mercadillo de sellos y el guiñol para niños de los Campos Elíseos, los taxis, el mercado de Irma la Douce, esto es, Les Halles, el metro tan parado en el tiempo que parece un decorado de una película de Melville o Truffaut sobre la Resistencia… Donen acaba la película en las columnatas del Palais Royal y en un teatro cercano, de nuevo, Pánico en la escena, para que quede claro que todo ha sido una comedia, una farsa, un vodevil repleto de enredos, equívocos y meras apariencias. Un poco, burla burlando, el teatro del mundo calderoniano. Ese hermoso, romántico París es un París visto por el ojo de alguien que está enamorado de París, Donen lo certificó en Una cara con ángel, también con Audrey, y rezuma aire de nouvelle vague. Como si Charada fuera la película que hubieran querido rodar Godard, A bout de souffle y las películas con Anna Karina, Truffaut, Besos robados y Domicilio conyugal, Rohmer, Chabrol o Rivette.

"Vestida de Givenchy, gastando bromas privadas a Cary, mirando como sólo puede mirar una chica que desayuna en Tiffany's, Charada es Audrey"

Y claro, el toque secreto del cóctel Charada es cómo fusionar comedia screwball sofisticada, romántica, con thriller. Para mí, que lo lograra Stanley Donen es pura y simplemente porque contaba, y en muy buena forma, y con química fascinante de pareja, con Cary Grant y Audrey Hepburn. Si dices comedia o thriller te sale Cary Grant, si dices comedia, suave melodrama o cualquier película te sale Audrey Hepburn. Vestida de Givenchy, gastando bromas privadas a Cary, mirando como sólo puede mirar una chica que desayuna en Tiffany’s, Charada es Audrey. Donen nos permite ver cómo al elegante Grant le desgarran trajes muy caros, se los manchan de helado e incluso lo vemos cantando bajo la lluvia de una ducha vestido, ante la fascinada mirada de Hepburn.

Y Henry Mancini, que a veces se parece tanto a Michel Legrand que parece francés. Como Legrand, El secreto de Thomas Crown, parece tan Mancini que parece americano. Donen nos cita con Mancini, Cary, Audrey y París, en un viaje nocturno en bateau mouche por la Sena, sí, no me corrijan: por la Sena. Renuncio a describirlo pero lo guardo en mi corazón. Dios bendiga a Stanley Donen.

***

Charada (Charade, 1963). Producida y dirigida por Stanley Donen. Guión de Peter Stone, basado en un argumento de Peter Stone y Marc Behm, adaptando el relato The Unsuspecting Wife, de Peter Stone y Marc Behm. Director de fotografía, Charles Lang. Montaje de James Clark. Música, Henry Mancini. Vestuario, Givenchy. Dirección de arte, Jean D’Eaubonne. Interpretada por Cary Grant, Audrey Hepburn, Walter Matthau, George Kennedy, James Coburn, Dominique Miot, Jacques Marin, Ned Glass, Paul Bonifax, Thomas Chelimsky. Duración, 113 minutos.

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Eduardo Torres-Dulce

Eduardo Torres-Dulce Lifante (1950), licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid, accedió por oposición a la carrera fiscal en 1975. Ha compaginado desde siempre la profesión jurídica con su dedicación a la escritura, la crítica y la enseñanza cinematográficas. Ha ejercido la crítica en publicaciones como Nueva Lente, Contracampo, La Clave y Telva. Formó parte del Comité de Redacción de la Revista Nickelodeon y, desde su fundación, es el crítico cinematográfico del periódico Expansión. Asimismo, colabora con el magazine Fuera de Serie. Durante varios años ha ejercido la enseñanza sobre materias cinematográficas en la Escuela de Cine de la Comunidad de Madrid (ECAM) y en la Facultad de Periodismo de la Universidad de Navarra, el Colegio de Economistas de Madrid, Politeia y el Club Zayas. Ha participado con asiduidad los programas de televisión ¡Qué grande es el cine! (RTVE) y Cine en Blanco y Negro (Telemadrid). Desde hace muchos años forma parte del equipo del programa radiofónico Cowboys de Medianoche (esRadio). Es autor de los libros de cine Armas, mujeres y relojes suizos (Nickelodeon-Notorious), Jinetes en el cielo (Notorious), El salario del miedo (Notorious), Los amores difíciles (Notorious), y editor de Casablanca (Notorious), como también autor en diversos volúmenes colectivos.

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