Rafael Narbona (Madrid, 1963) fue profesor de Filosofía en Secundaria durante 18 años. Uno tiene la sensación al hablar con él, al entrevistarlo, de que sus alumnos fueron muy afortunados. No se considera un filósofo sino un “comunicador”, un “mediador”, un “seductor”, que es como piensa que debe ser un buen profesor.
En las palabras de Rafael Narbona se trasluce un ingente número de lecturas, asimiladas y disfrutadas, buen sentido, vital e intelectual, espíritu optimista y esperanzado.
Sus libros publicados son los siguientes: Miedo de ser dos (2014), El sueño de Ares (2015), Peregrinos del absoluto (2020), El coleccionista de asombros (2021), Retrato del reportero adolescente (2021) e Ira (2022). En su libro sobre Tintín, Retrato del reportero adolescente, ofreció una obra documentada, amena y original, entre el ensayo y la novela.
Acaba de publicar Maestros de la felicidad (Roca Editorial), que considera su mejor libro hasta ahora, una especie de legado personal sobre todo lo que sabe y lo que siente. Es un libro que es él mismo, pero también la historia de la filosofía, con un gran deseo de llegar al lector.
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—¿Qué es un “maestro de la felicidad”?
—Alguien que te enseña a vivir bien, que parece una tarea muy sencilla pero que en el fondo constituye el mayor reto de la existencia humana. Al fin y al cabo no es suficiente transitar por el mundo, también hay que disfrutar de las cosas y no siempre es fácil porque la vida está salpicada de dificultades; vivimos una época que ha abrazado el nihilismo, la desesperanza, el desarraigo. Por eso yo creo que son muy importantes los maestros de la felicidad. Nos ayudan a darle sentido a nuestra vida y a habitar el mundo de una manera inteligente.
—¿Por qué la filosofía es necesaria?
—Porque el ser humano más que hambre de poder, de placer… necesita encontrar un sentido a las cosas. Eso ya lo comentaba Viktor Frankl citando una frase de Nietzsche: Si el ser humano encuentra un porqué, podrá soportar cualquier cómo. Verdaderamente nuestra peculiaridad como especie nos obliga a hallar explicaciones, motivos, argumentos, cosas que le den sentido, consistencia y profundidad a la vida. La filosofía es una maravillosa herramienta para comprender mejor el mundo y para poder aprovechar las distintas oportunidades que van surgiendo en el camino.
—¿Tú te consideras filósofo?
—No, yo me considero más bien un profesor de Filosofía. He sido profesor de Filosofía la mayor parte de mi carrera profesional. Un filósofo es alguien que elabora un sistema, que tiene una interpretación compleja de las cosas, y yo simplemente me dedico a esbozar ideas, a dar pinceladas, a aprovechar los hallazgos de otros. Yo creo que la palabra filósofo hay que reservarla para grandes autores como Nietzsche, como Sócrates, como Platón, se esté de acuerdo o no con ellos. Pero han elaborado una imagen compleja de la vida, y otros nos limitamos a comentar fundamentalmente su filosofía, sus planteamientos, sus hallazgos.
—De algún modo tu libro es como un libro de filosofía muy completo.
—Sí, pero no pretende ser un manual. Yo no he querido transformar mi libro en una obra académica, pero al mismo tiempo es cierto que es un recorrido por la Historia de la Filosofía, que comienza con los grandes poemas griegos, con la Ilíada, con la Odisea. No son textos filosóficos, pero ahí estaba la primera imagen del mundo que elaboran los griegos, una cultura que ha sido esencial en el desarrollo de nuestra civilización. Y luego hago todo un recorrido hasta la posmodernidad, con lo cual sí que es una historia de la Filosofía bastante completa; es un libro extenso que tiene casi 600 páginas, pero no es un libro académico.
—Desde luego no lo es.
—Además está sesgado en todo momento por el propósito de destacar las ideas que nos ayudan a vivir mejor, a enfrentarnos a la adversidad, al sufrimiento, a los desengaños, a las pérdidas. Tiene pues un sesgo basado en la búsqueda de la esperanza, con lo cual es una historia de la filosofía muy peculiar, que además está salpicada de aspectos autobiográficos. De hecho entre capítulo y capítulo hay una serie de interludios donde yo narro aspectos de mi vida.
—Los relatos autobiográficos son muy característicos del libro, y son muy importantes.
—Sí, porque yo a partir de los ocho años, cuando mi padre muere repentinamente de un infarto (mi padre era un escritor hoy olvidado, pero que sigue teniendo un hueco en las enciclopedias), a partir de que mi padre fallece prematuramente, mi perspectiva del mundo cambia radicalmente. De repente de alguna manera se acaba mi infancia de forma abrupta, y la muerte desgraciadamente siempre ha tenido una presencia muy intensa en mi recorrido, porque luego a los 20 años perdí a mi hermano mayor, más adelante, cuando tenía cincuenta y tantos años perdí a mi madre y a mi hermana con una diferencia de 20 días.
—¿Qué significó todo esto para ti?
—Yo consideraba que mi vida aportaba argumentos inicialmente para vivir con desesperanza, pero al mismo tiempo también el desafío, el reto de superar ese dolor. Por eso yo he intentado enlazar lo que es el desafío filosófico y mi trayectoria vital. Yo creo que cuando las ideas no se encarnan, cuando no están respaldadas por una vivencia, no son más que esbozos abstractos. En cambio cuando las ideas están respaldadas por experiencias biográficas adquieren más densidad, tienen más autenticidad y son más convincentes.
—¿De qué manera la filosofía te ha ayudado en tus malos momentos?
—La filosofía me ha dado argumentos para vivir y argumentos para superar las tragedias que han salpicado mi vida. Por ejemplo con Sócrates aprendí que es esencial conocerse a sí mismo. Uno tiene que conocer sus posibilidades y sus límites. Tenemos más posibilidades que las que creemos.
—¿Tendemos a subestimarnos?
—Yo cito muy a menudo la tragedia de los Andes, este grupo de uruguayos que se estrellaron en un avión y contra todo pronóstico sobrevivieron. El ser humano tiene más recursos de los que parece, y yo los he buscado en la filosofía, por ejemplo Spinoza me ha aportado también algo fundamental: no somos totalmente libres, estamos condicionados, por nuestro entorno, por nuestras experiencias, pero también tenemos la posibilidad de comprender y conocer ese condicionamiento y superarlo.
—¿En qué consiste la verdadera sabiduría?
—Consiste no en no estar condicionado y determinado, porque eso es imposible, pero sí en ser capaz de que esos condicionamientos no anulen nuestra libertad. Hay que luchar por ser libres y eso se consigue mediante la comprensión, y la filosofía nos ayuda a comprender mejor las cosas. De Nietzsche, por citar a otro autor, aprendí a amar la vida, incluso cuando duele. Hay muchas ideas de Nietzsche que me parecen abominables desde el punto de vista político y moral, pero yo celebro mucho esa exaltación de la vida.
—¿Por qué la celebras tanto?
—La vida no es fácil, nadie pasa por este mundo sin algún tipo de herida, sin algún tipo de rasguño, y en cualquier caso todos somos mortales, sabemos que tenemos las horas contadas. Pero sin embargo hay que celebrar la vida, porque en la vida es donde encontramos el amor, la amistad, la esperanza… y a mí la filosofía me ha proporcionado herramientas para superar cosas, como para enfrentarme con el Alzheimer de mi madre, el suicidio de mi hermano mayor, la muerte de mi padre, otras enfermedades que han aparecido en mi vida. Y para no renegar de la existencia. Yo creo que el mayor fracaso de la vida es maldecir la vida.
—Tú hablas de muchos filósofos. ¿Cuál es el que más te gusta?
—Eso me lo preguntan muy a menudo, pero es que yo no he sido nunca de un filósofo de cabecera. Es muy típico en el ámbito académico especializarse en un autor y cada vez que te hacen una pregunta buscar una cita de ese autor porque supuestamente ahí está todo. Eso es como pertenecer a una secta casi, la secta de los heideggerianos, la secta de los foucaultianos, la secta de los platónicos… y yo nunca he tenido un autor de referencia, porque me parece que tan interesante es Platón como Aristóteles, San Agustín como Santo Tomás…
—¿Cómo has actuado entonces en este sentido?
—Yo he ido tomando de cada autor lo que me ha parecido valioso. Por ejemplo, a Platón lo admiro mucho, pero su hostilidad hacia la materia, hacia el cuerpo, me parece un gravísimo error. El cuerpo es lo que nos permite interactuar con el mundo, relacionarnos con los demás, desarrollar una identidad, forjar una manera de ser, y me parece un gravísimo error tener una percepción negativa del cuerpo y de la materia. Por eso el cristianismo habla de la resurrección del cuerpo y del alma, porque el ser humano es una totalidad.
—Entonces no te has ajustado a ningún filósofo.
—No me he ajustado a un autor y no lo he convertido en un catecismo, lo cual me parece bastante empobrecedor, porque en todos los autores hay hallazgos pero también graves carencias.
—¿Por qué Jesús, del que hablas en el libro, es tan importante?
—Jesús es un personaje indudablemente histórico; los intentos de demostrar que ha sido un invento de la posteridad no son sólidos. Realmente no hay biografías oficiales de Jesús. En aquella época sólo se escribía sobre reyes, sobre conquistadores… A fin de cuentas, qué era Jesús, un galileo que trabajaba como artesano, que había nacido en una región insignificante del mundo. Ningún autor romano le habría considerado un personaje digno de escribir una biografía sobre él. Pero lo cierto es que Jesús cambia la mentalidad del mundo. En el mundo antiguo no existían conceptos como la compasión, la misericordia… Sí había el concepto de magnanimidad. El ser magnánimo sí que tenía gestos paternalistas, por ejemplo los grandes patricios romanos, que donaban comida por ejemplo, o que organizaban unos juegos.
—Pero el mensaje de Jesús es diferente.
—Jesús nos viene a decir que el ser humano es la imagen de Dios y que merece compasión y respeto; algo como “ama a tus enemigos” nadie se había atrevido a decirlo. En el mundo antiguo al enemigo se le esclaviza y se le extermina. Que muchas iglesias se hayan desviado de las enseñanzas de Jesús, no significa que éstas no tengan validez, y nos guste o no cosas como la Declaración Universal de los Derechos Humanos o la idea que hay en todos los códigos penales de que el sentido de la pena es rehabilitar proceden del cristianismo.
—Jesús cambió nuestra cultura.
—Vivimos en una cultura cristiana, en una civilización cristiana, lo cual no significa suscribir los dogmas de las Iglesias. Por ejemplo yo no comparto por ejemplo la moral sexual de la iglesia católica, pero sí creo que el pensamiento de Jesús, que está fundamentalmente en los Evangelios, en el “Sermón de la Montaña”, en las “Bienaventuranzas”, realmente ha mejorado el mundo y nos ha ayudado a contemplar al ser humano con más respeto.
—El libro es muy ameno, yo diría que de manera muy consciente, muy deliberada. ¿Por qué?
—Es que a mí no me gusta aburrirme leyendo, y además creo que es un fracaso por parte de un escritor, o por parte de un profesor. Yo cuando era profesor si mis alumnos se aburrían experimentaba una frustración enorme y de inmediato buscaba algún recurso, alguna forma de atraer su atención. El aburrimiento es antipedagógico porque dejas de prestar atención. Realmente sólo se aprende lo que te apasiona.
—¿Cómo has escrito tu libro?
—He intentado hacer un libro muy ameno, un libro muy accesible, que al mismo tiempo fuera elegante y sencillo porque quería llegar al mayor número posible de lectores. No sé si lo he conseguido, pero desde luego mi propósito no era hacer un texto académico, hermético, sino un texto por el que pudiera transitar cualquier persona que tuviera una cultura media, con curiosidad y ganas de aprender. Yo creo que los grandes maestros del cine, como John Ford o Billy Wilder, son muy amenos.
—¿Por qué es tan importante esa amenidad?
—La amenidad, la capacidad de entretener, de seducir, es esencial, porque si no el lector cierra el libro y pierdes la oportunidad de comunicarte con él. Y la escritura fundamentalmente es un acto de comunicación. No sólo es la expresión del autor, que lo es, pero sobre todo es un acto de comunicación. Nadie habla solo, nadie escribe para sí mismo. Yo escribo para los otros, como digo al final del libro, en la bibliografía. Siempre he pensado en el lector, y por eso he intentado ahuyentar el aburrimiento contando historias, haciendo la exposición lo más sencilla posible, con notas líricas…
—El libro está escrito por el escritor, pero también a mi modo de ver por el profesor. ¿Cómo debe ser un buen profesor?
—Yo creo que un buen profesor, como he dicho antes, debe ser un seductor. Realmente si un profesor no es capaz de seducir a sus alumnos, lo más que va a conseguir es que por obligación memoricen cosas que no les interesan y que van a olvidar. La mayor parte de las cosas que estudiamos las olvidamos, con lo cual eso es muy empobrecedor.
—¿Qué debe hacer un buen profesor en tu opinión, o en tu experiencia?
—Un buen profesor no debe ser un manipulador, por supuesto; debe ser honesto, no debe intentar atraer a sus alumnos hacia una ideología determinada, pero sí debe mostrarles de cada autor, o de cada acontecimiento, ese lado que ha despertado el interés de la posteridad, con lo cual un buen profesor debe ser un gran comunicador, que es lo que he intentado ser en este libro. Si a mí me preguntan si soy un filósofo, yo diría no, soy un comunicador. Ése es mi propósito, comunicar. Y un profesor que no sabe comunicar, que no sabe seducir, es un mal profesor.
—¿Estamos en una buena época para la filosofía?
—En teoría no, pero en la práctica los libros de filosofía suscitan mucho interés, y ahí está el éxito que tuvo en su momento El mundo de Sofía, de Jostein Gaarder, que es un libro de los años 80 que ha vendido 80 millones de ejemplares. Y luego han salido muchos libros, como Más Platón y menos prozac y otros libros de divulgación, pienso por ejemplo en José Carlos Ruiz o Javier Gomá, que son dos filósofos españoles, y que están teniendo muy buena recepción entre el público. En su momento también Savater o José Antonio Marina, o Rafael Argullol.
—Entonces hay interés por la filosofía.
—Yo creo que sigue persistiendo, no ha desaparecido, incluso está un poco de moda, pero eso sí, hay que adaptarla al lenguaje de nuestro tiempo. Muy pocas personas están en condiciones de meterse en la Suma teológica de Santo Tomás, o de leerse Ser y tiempo de Heidegger, o la Fenomenología del espíritu de Hegel. Por eso un profesor, un comunicador, es un puente, un mediador entre los autores y los lectores.
—¿Los grandes libros filosóficos son muy difíciles?
—Yo creo que los textos clásicos siguen siendo como ocho miles; son bastante inaccesibles. No pasa por ejemplo con Platón, que es un gran literato, pero sí puede pasar con la Ética de Spinoza, por ejemplo, que está escrita en un estilo escolástico. Yo creo que es un buen momento para que los comunicadores, los mediadores, tiendan puentes entre los lectores y los clásicos, y pienso que en ese espacio sí que hay una posibilidad de llegar a muchos lectores.
—Para la Revolución Francesa la filosofía fue fundamental.
—Sí, realmente, aunque se diga que la filosofía no sirva para nada, la filosofía ha cambiado el mundo. Sin los ilustrados no se hubiera producido la Revolución Francesa. Sin ella no seríamos ciudadanos, no habría aparecido la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, no existirían las libertades que todos gozamos. Aunque inicialmente Voltaire o Diderot o D´Alambert no pensaron tanto en el pueblo llano, sus ideas, al tener un carácter divulgativo, al intentar mediante la Enciclopedia acercar el conocimiento a un público más amplio, transformaron la sociedad, y crearon conceptos como la división de poderes.
—¿Podrías poner algún otro ejemplo?
—Sin el Contrato social de Rousseau, que también tiene sus zonas sombrías, como cuando habla de la voluntad general, no existiría la democracia tal como la conocemos. Con lo cual decir que la filosofía es inútil es algo refutado por la historia. También algunas ideas nefastas, por ejemplo de Nietzsche, influyeron en la configuración del pensamiento nazi, aunque se diga lo contrario. Pero Nietzsche habla en El Anticristo de que el primer artículo del amor al hombre consiste en eliminar a los débiles, en ayudarles a morir.
—Luego la filosofía influye mucho en la realidad, en la historia.
—Las ideas filosóficas influyen y configuran el mundo, y ahora mismo incluso en los conflictos que hay en diferentes regiones hay diferentes formas de interpretar la vida, la historia, los valores… con lo cual el pensamiento está detrás de todas las acciones humanas. La filosofía no es un saber periclitado, un saber caduco, sino que es algo vivo, lo que ocurre es que se va transformando, y cada vez tiene un lenguaje distinto. ¿Qué sería del hombre sin ideas que sostuvieran sus actos?
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