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El fraseo del chulazo: Dion DiMucci - Zenda
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El fraseo del chulazo: Dion DiMucci

Un talento con estrella: el tipo afortunado que en el último momento decidió no subirse a la avioneta en la que perdieron la vida Buddy Holly, Ritchie Valens y The Big Bopper; el joven destruido por la heroína que supo burlar un destino cantado y fatal; el hombre enamorado de su mujer desde que ella...

No queda nadie como él. Alguien que empezara a grabar en los cincuenta y que saque nuevo disco en unos días. Que fuera tan bueno sin haber cumplido los veinte y que dé gusto escucharlo hoy con ochenta y cuatro. Con esa habilidad para integrar de forma natural y atractiva, en su voz y en sus maneras, peligro y seducción, actitud y romanticismo, arrogancia y sensibilidad, orgullo y fragilidad, descaro y ternura. El fraseo del chulazo, en concreto del chulazo de Nueva York, fue el suyo sin discusión. Él es el gran Dion DiMucci.

Un talento con estrella: el tipo afortunado que en el último momento decidió no subirse a la avioneta en la que perdieron la vida Buddy Holly, Ritchie Valens y The Big Bopper; el joven destruido por la heroína que supo burlar un destino cantado y fatal; el hombre enamorado de su mujer desde que ella tenía 13 años y él 15; el músico versátil que supo reinventarse varias veces sin dejar de ser nunca él mismo. Para avalar esto último contamos con un Premio Nobel de Literatura y su admirador confeso, un tal Bob Dylan, que escribió en Filosofía de la canción moderna (Anagrama) que “Dion DiMucci evolucionó a lo largo de su carrera con cambios aparentes, pero preservando siempre rasgos reconocibles en cada uno de sus avatares. No una reencarnación en el sentido más estricto, sino una asombrosa serie de renacimientos, que lo llevaron desde el adolescente majo y enamorado hasta el vagabundo curtido, del amigo introspectivo al afilado rey de la jungla urbana en ropa de cuero que sirvió de patrón para su paisano italo-rocker Bruce Springteen. Más recientemente, cumplió uno de sus primeros sueños al convertirse en una especie de vieja leyenda, un bluesman de otro Delta”.

"Prefería entrar en una pandilla, ser un tipo duro, pelearse por defender su territorio en el barrio y hacer cosas aún más estúpidas con tal de no escuchar a sus padres gritarse en el salón de casa"

El “adolescente majo y enamorado” es el Dion de Dion and the Belmonts, el grupo de doo-wop con el que conoció su primer éxito. Para entonces, ya llevaba unos cuantos años emulando a Hank Williams. En el primero de sus dos libros de memorias (¡a ver si algún editor se anima!) dedica varias páginas al impacto que le supuso escuchar por la radio, con diez añitos, «l’m So Lonesome I Could Cry». Era un crío con intuiciones certeras: la música podía ser lo suyo, se le daba bien, se sentía seguro, incluso podía ser, por qué no, el billete para salir de una situación precaria en las aceras italianas del Bronx, donde vivía con un padre con ínfulas artísticas, bohemio y fracasado, alérgico al trabajo y a la responsabilidad, y con una madre que se las apañaba para que Dion y sus dos hermanas tuvieran algo de ropa que ponerse y comida en la mesa. “Mi madre me enseñó a ser honesto. Mi padre me enseñó a robar, a deslizar en las tiendas cosas en mis bolsillos, como si fuera un juego”. Nunca dejó de adorarles.

Eso sí, prefería entrar en una pandilla, ser un tipo duro, pelearse por defender su territorio en el barrio y hacer cosas aún más estúpidas con tal de no escuchar a sus padres gritarse en el salón de casa. Es fácil hacerse una idea del universo en el que creció viendo los créditos iniciales de la película Una historia del Bronx, dirigida por Robert De Niro y protagonizada por Chazz Palminteri, autor también del guion. La banda sonora de esos primeros minutos la pone «I Wonder Why», la primera canción de su primer disco con los Belmonts para el sello Laurie Records. “Cantábamos sobre sentimientos adolescentes con palabras adolescentes que reflejaban emociones verdaderamente adolescentes”.

Los Belmonts, en honor a la avenida del mismo nombre, eran del barrio y con apellidos que delataban el origen familiar: Carlo Mastrangelo, Freddie Milano y Angelo D’Aleo. Consiguieron jugar en la misma liga de calidad que los grupos negros de duduá que levantaban sinfonías callejeras en las esquinas de Nueva York. Ellos también sabían conjugar sus voces como instrumentos y, sin renunciar a las enseñanzas del góspel, comunicar energía vitalista y optimismo pop. Grabaron pocos discos porque Dion no tardó en querer hacerlo en solitario; se volvieron a juntar años después para algún disco más y para un directo formidable en 1973 grabado en el Madison Square Garden.

"Dion ha tenido que aclarar esto más de una vez porque, suele quejarse, tiende a creerse que detrás de Sue está su esposa Susan Butterfield"

Dion no era —o no era solo— un ídolo guapo que luce un peinado impecable. Nuestro hombre invertía horas ante el espejo y gastaba en ropa lo suyo, pero sabía cantar y componer; su primer número uno, en 1961, es precisamente una composición propia a medias con Ernie Maresca: «Runaround Sue». En su fabulosa e imprescindible historia del pop (Yeah! Yeah! Yeah!, editorial Turner), Bob Stanley opina que aunque parecía tipificar “el cliché del italoamericano machista, su especialidad era caer en las garras de alguna lagarta de Bronx”. Es el caso de la citada Sue, inspirada en una chica de su barrio cuyo interés por un chico desaparecía por completo en el mismo momento en que conseguía su atención. Dion ha tenido que aclarar esto más de una vez porque, suele quejarse, tiende a creerse que detrás de Sue está su esposa, Susan Butterfield. Con esas palmas y armonías, esta vez cortesía de Del-Satins, la canción se mantiene como uno de esos clásicos inoxidables de la infancia del rock and roll.

En el siguiente pelotazo, «The Wanderer», parecía ir de lo contrario, del guapo castigador que tiene una mujer en cada puerto y todas son intercambiables. Dion, que aquí ya rockea en estado de gracia y da el personaje a las mil maravillas, lamenta que pocos reparen en que la letra realmente cuenta la historia de un desgraciado (“soy tan feliz como un payaso”). Algo parecido le pasaba a él. Con cuatro discos largos a sus espaldas, teníamos la fachada de un triunfador que ocultaba un desastre: el consumo de heroína se le había ido de las manos. Encima la escena musical se había renovado de forma radical con la invasión británica de los Beatles, quienes por cierto, seguramente por decisión de John Lennon, le hicieron un homenaje eterno al incluirle en el collage de figuras de la portada del Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band.

Heroína

La primera vez que Dion esnifó heroína aún no había cumplido 15 años. Con ella el subidón traía consigo la desaparición de sus problemas, de sus miedos, inseguridades y dudas. La sensación, contaba, no solo era que todo a su alrededor era idílico, sino que además le pertenecía. Tenía superpoderes gracias a ese polvo blanco al que iba a tratar como una amante secreta cuya identidad nadie más que él tenía por qué conocer. Le daba la fuerza para pensar a lo grande y la confianza para dar rienda suelta a toda la ambición que llevaba dentro. Por ejemplo, dar el paso en 1963 y casarse. O fichar, un año antes, por Columbia, la mayor discográfica del país. En el nuevo sello, de la mano de John Hammond, productor y cazatalentos, recibe el todopoderoso influjo folk de Dylan (de quien versiona «It’s All Over Now, Baby Blue») y se adentra en la obra de los grandes del blues descubriendo que si hay un club musical cuyo carné desea, es ése.

En 1963 lanza nada más y nada menos que cuatro álbumes: Love Came to Me, Dion Sings to Sandy, Ruby Baby y Donna the Prima Donna. Por culpa de las drogas no vuelve a tener disco a su nombre hasta 1968, año de Dion, sin duda uno de los grandes trabajos de los sesenta, con una versión impagable del «Purple Haze» de Jimmy Hendrix y su último gran éxito en lo alto de las listas, «Abraham, Martin and John». Primero no le acababa de ver la gracia a una canción que habla del asesinato de Lincoln, Luther King y los dos hermanos Kennedy. Felizmente, fue su suegra quien le hizo cambiar de opinión.

Él mismo admitirá que 1966 es el año en que toca fondo y que todo 1967 no fue sino un “largo fin de semana perdido”. “Aquellos días eran una sucesión interminable de horas entre el remordimiento y la rebelión”. El mismo material que antes le elevaba ahora le entierra. Por primera vez toma conciencia de que necesita ayuda profesional e ingresa en una clínica de desintoxicación. Sospecha pronto que lo duro no va a ser superar el mono en un centro especializado, que lo realmente jodido será después, salir al mundo solo, sin muletas.

La medicina divina

A Dion le llevaba su padre de pequeño a la iglesia de Monte Carmelo todos los domingos durante sus primeros ocho años de vida. No era porque su progenitor fuera especialmente religioso, sino por lo mucho que le gustaba el modo en que tocaba el organista. Cuando éste murió, dejaron de ir para siempre. Así que Dion no tuvo a Dios en sus pensamientos hasta que se fue a vivir en 1968 un tiempo con los padres de su mujer. Con ellos la religión católica entra en su vida. Lee con pasión las Epístolas a Timoteo de San Pablo y se identifica plenamente con ese Apóstol que “también fue un gran pecador, impetuoso, que experimentó asimismo una conversión bastante repentina. Fue él quien me mostró que podía creer en Jesús”.

"¿Quién ha sido el rey musical de Nueva York? Un candidato claro en su momento fue Dion, que tiene canciones como New York City Song, King of the New York Streets o New York Is My Home"

La serenidad se instaló poco a poco en su ánimo y eso se reflejó en sus discos de los primeros años setenta, empezando por el mismo título (Sit Down, Old Friend, You are Not Alone, Sanctuary). Con discos como Only Jesus (1981) o I Put Away My Idols (1984) se vuelca en la música cristiana y recibe una nominación a los premios Grammy en la categoría de góspel. Entre medias entrega un disco de culto creciente, Born to Be with You (1975), abiertamente confesional y terapéutico para el artista, producido por Phil Spector con su habitual talento para la sobredosis instrumental. De esa época son también dos trabajos muy estimables como Streetheart (1976) y Return of the Wanderer (1978).

En los noventa adopta su pose más rockera (Yo Frankie, Déjà Nu…) y con el nuevo siglo decide convertirse, ya por fin, en el bluesman que siempre quiso ser (Bronx in Blue, Son of Skip James, Tank Full of Blues…) y que sigue siendo desde entonces.

Entre reyes anda el juego

¿Quién ha sido el rey (musical) de Nueva York? Un candidato claro en su momento fue Dion, que tiene canciones como «New York City Song», «King of the New York Streets» o «New York Is My Home». Otro, un poco más tarde, que mereció la corona como pocos fue Lou Reed. Pues de chulazo a chulazo, que entre monarcas anda el juego, porque Reed fue el encargado, en 1989, de presentar a Dion en su ceremonia de inclusión en el Rock and Roll Hall of Fame, y allí la voz del chaval del Bronx volvió a ser la protagonista. “Era”, recordó Reed, “como ninguna otra que yo hubiera oído antes. Podía realizar todos aquellos increíbles giros vocales, alargar las sílabas sin esfuerzo, remontarse a tanta altura como para alcanzar el firmamento y bailar para siempre entre las estrellas. Una voz que había absorbido y moldeado en el interior de su propia alma todas aquellas influencias, como el vino se transforma en sangre; una voz que no tenía igual, remarcable e inequívocamente neoyorquina. Puro Bronx Soul. La clase de voz que no se olvida nunca”.

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Luis Pardo

Nacido el año de El Padrino y Ziggy Stardust, Luis Pardo es licenciado en Periodismo y socio director de la agencia de comunicación Alabra. Empezó en Abc el siglo pasado y a estas alturas aún no ha publicado ningún libro que le permita, por fin, citar a Borges y decir eso de que está más orgulloso de los libros que ha leído que de los que ha escrito.

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