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Por un puñado de troncos - Zenda
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Por un puñado de troncos

Hoy en día, hay en Whatcom poco más que 200.000 habitantes y una maratón anual. Se encuentra en el estado de Washington, en el extremo norte de la costa oeste de Estados Unidos, y a pocos kilómetros de la frontera con Canadá. Es un lugar joven —porque tiene poco más que siglo y medio—, prodigioso,...

Hoy en día, hay en Whatcom poco más que 200.000 habitantes y una maratón anual. Se encuentra en el estado de Washington, en el extremo norte de la costa oeste de Estados Unidos, y a pocos kilómetros de la frontera con Canadá. Es un lugar joven —porque tiene poco más que siglo y medio—, prodigioso, natural, salvaje y con una población de apenas treinta habitantes por kilómetro cuadrado: con todos estos mimbres, no sería difícil hacerse una composición de lugar idílica y romántica de los primeros pasos que, allá por mediados del siglo XIX, forjaron el asentamiento.

Pero la realidad, por supuesto, es otra: lo joven se torna ancestral; lo prodigioso, mortal; lo natural, inhóspito; y lo salvaje, implacable. A finales de los años 80, la escritora de no ficción Annie Dillard se desplazó hasta la bahía de Bellingham y acabó por vivir allí cinco años, que culminaron en 1992 con la monumental Quienes viven, merecedora de un Premio Pulitzer y que ahora, incomprensiblemente casi 25 años después, ha traído a España la joven editorial Sabina para inaugurar su catálogo de novela.

"La ligereza y facilidad con que la muerte puede llamar a sus puertas se hace patente; la sensación de peligro se imbrica con la belleza de los parajes, con el dominio de la tierra."

Aquí, en siete libros repartidos en poco más de quinientas páginas, se cuentan casi los primeros cincuenta años de vida de la bahía, con los triunfos, fracasos, anhelos y esperanzas de los personajes que se van concitando en ella atraídos por toda clase de motivos —desde la ambición hasta la supervivencia; desde el miedo hasta la desesperación—. Sin embargo, todos ellos (igual que las tribus indias que ya estaban allí) tienen un nexo, algo en común: el diálogo con esa naturaleza muda e impertérrita que los va viendo pasar, que los va dejando hacer, que reacciona cuando la hieren y que mata sin motivo alguno.

Poco importa, en el relato de Dillard, el quién o el qué; importa en cambio el entramado que sustenta este diálogo con el puro suelo, con la tierra y los intentos por domarla: por eso, por primera vez en su trayectoria, acudió a la ficción para dejar constancia de hasta el último recoveco de sus vidas (y muertes).

Así, en primera instancia se van entreverando personajes de toda clase y condición en sus páginas; y, a vista del lector, comienza una lucha intestina por que la fatalidad no los toque. No necesariamente por hermanamiento o solidaridad sino —esto es lo más humano— por pura supervivencia, orillando poco a poco cualquier ambición que no sea esa. La ligereza y facilidad con que la muerte puede llamar a sus puertas se hace patente; la sensación de peligro se imbrica con la belleza de los parajes, con el dominio de la tierra. Y así es como, paulatinamente, llega la civilización.

"Ya estremece, por sí misma, la historia frágil y cruenta de quienes se aventuraron a lo desconocido sin saber siquiera si llegarían hasta allá."

Los latigazos de Whatcom, que vienen a ser universales, impulsan el relato hasta las puertas del siglo XX, donde Dillard se detiene para dar por concluido este duelo (y dar paso a otro, seguramente, en el que aún estamos inmersos): el hombre ha ganado, se ha asentado, ha sobrevivido, ha perdido toda esperanza y luego la ha recuperado de un modo más violento, avaricioso y moderno, que llega hasta nuestros días.

Entonces, dos de los personajes reflexionan y se dicen: «Estos nuevos jóvenes […] siguen sin ganas las nuevas modas y no esperan más que ganar millones. Nunca conocerán los sentimientos que nos asaltaron, a nosotros, que hemos vivido en tiempos más grandiosos y más nobles.»

Ya estremece, por sí misma, la historia frágil y cruenta de quienes se aventuraron a lo desconocido sin saber siquiera si llegarían hasta allá; lo es más, lo redondea, saber que en todo este tiempo lo esencial apenas ha cambiado. Que Whatcom, en fin, podría estar en cualquier parte.

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Autora: Annie Dillard. Título: Quienes viven (Premio Pulitzer, 1975). Editorial: Sabina. Venta: Amazon y Fnac

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Alejandro Carantoña

Letras, compases y buenos alimentos. Operero. Junta/vuelcaletras. Escribí Cuestión de oficio con Emilio Sagi. Doy clase en ISTRAD. Columneo en El Comercio. @AlexCarantona

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