Lo que me ha llevado a escribir esta obra es el destino. Por alguna razón debía concluir un libro que rindiera homenaje a una persona que siempre admiré: mi buena amiga Raquel. Mi nombre surgió durante una “canalización espiritual” a la que ella había acudido tras habérsele concedido la incapacidad laboral por las múltiples dolencias físicas que sufría —síndrome de Klippel-Feil, Siringomielia y síndrome de Arnold-Chiari—.
Raquel me reveló el mensaje de aquella sesión esa misma noche, presa de emoción. Recuerdo que era tarde cuando me llamó, y su tono desbordante, en el que puso un punto de intriga “Tengo algo muy bueno que contarte… Vas a ser la persona que escriba mi vida”, me dejó perpleja por lo misterioso del asunto. En aquel entonces, hace ahora casi ocho años, comenzaba a escribir artículos para la recién fundada Zenda, el lugar que me ha permitido aprender y crecer en la escritura. Me contagió el entusiasmo de Raquel, y me halagó su confianza. También el hecho de formar parte de algo casi mágico. “De acuerdo” —respondí— “pero lo haremos juntas. Tú serás mi guía”. Y así quedamos. Pasaron los años y, por motivos diversos, hubo aplazamientos de nuestro proyecto y, finalmente, llegó la maldita pandemia. Un buen día, recuerdo que era lunes, en pleno confinamiento domiciliario, ella me telefoneó y tuvimos una larga, confidente y extraña conversación. Una de esas charlas en las que no sabes por qué, pero te acabas soltando, y te dejas llevar. Hablamos de futuro, de la vida que ella estaba a punto de iniciar en el campo, un sueño perseguido durante largo tiempo, y entre unos planes anhelados y otros soñados —siempre los hacíamos— resolvimos retomar nuestro proyecto literario. “Ahora sí, Raquel, definitivamente. La próxima semana empezamos a escribir, no lo vamos a demorar más”. Le pedí que empezara a recopilar sus recuerdos, que me describiera cómo encaraba la enfermedad, cómo fue su infancia… Yo tenía muchas incógnitas porque, pese a nuestra amistad, ella siempre había sido muy reservada con su historia personal. Pero esa siguiente semana nunca llegó. Raquel falleció a los siete días de aquella última conversación telefónica que tuvimos. Un golpe muy duro, una partida inesperada. Injusta. A veces me pregunto por qué estuvimos hablando tanto aquella noche. Supe después que su querido perro no se separó de ella durante esos últimos días, aunque ella parecía encontrarse bien, y nada hacía presagiar un desenlace así. Oscilamos por vetas de energía cuyo trazo ha sido ya preconcebido por algo cósmico, etéreo. Algo que nunca termina de revelarse, y que quizá no necesite, en realidad, ser comprendido.
Me ha costado dos años escribir este pequeño libro, porque me sentía incapaz de hacer algo en lo que ella no estuviera presente. He tratado de rellenar esos vacíos, las conversaciones pendientes, con una sensación de vértigo que, de hecho, no me ha abandonado. Raquel se guardó para sí todo lo negativo que entrañaban las muchas patologías que arrastraba, y a nosotros, sus amigos, nos reservó la luz. Le restaba importancia a todo: a la insuficiencia respiratoria, al dolor que ni la morfina atenuaba, a la pérdida de audición, a la múltiple discapacidad física… a saber que su vida no sería larga. Era capaz de hacer de una situación difícil en algo cómico, y entrar en una especie de danza “ponte más a la derecha, no a la izquierda, que no te veo; no, mejor al otro lado, que no te oigo” que acababa en carcajadas. Nunca he conocido una risa tan contagiosa como la que ella tenía. Era una risa sin ningún filtro.
Errores continuos, tachones. Bloqueos. Espacios en blanco… qué cuento, cómo lo cuento. “Cómo ayudamos con esto a otras personas”, esa era la misión que tenía ella en mente con nuestro mutuo proyecto… Ha sido un recorrido buscando palabras, mensajes, sensaciones, en el que me he sentido constantemente insatisfecha. Pablo Velarde, el gran dibujante, del que me consta el esfuerzo que ha puesto hasta lograr el estilo que encajaba en la narración, me ayudó a ilustrar cada capítulo. Hemos creado un universo en el que dialogo con ella, y ella conmigo, desde algún lugar inventado. Página a página, entre alegrías y pesares, y charlas con sus familiares y amigas de infancia, he tratado de recorrer su vida, descosiendo e hilvanando delicadamente su existencia, aun desconociendo detalles que ella me hubiera podido ahora revelar. Un frágil equilibro para que su familia lo aprobase, y yo no cayese en una narración que destilase sentimentalismo, victimismo o autocompasión, cosas que ella detestaba.
El resultado verá la luz justo en el mes en el que ella hubiera celebrado su cumpleaños. Me he esforzado en reflejar que su fortaleza y optimismo radicó siempre en ser fiel a sí misma, huyendo de la barrera de la apariencia, que hizo posible lo imposible y transmutó su propia supervivencia en un goce continuo por el milagro de existir. No sé si ella estaría orgullosa, pero sí sé, porque ella me lo enseñó, que nada de lo que hacemos aquí es para tanto, que no es tan importante. Que así, todo está bien.
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Autor: Susana Rizo. Título: Todo está bien. Editorial: ExtraVertida. Venta: Web de la editorial.
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