Pedro Piqueras ha recorrido el mundo a través de las noticias y de los acontecimientos que moldean este mundo, de los sucesos que nos aniquilan o nos dejan vivir. Pero no sólo desde una silla en una redacción bulliciosa, también allí mismo, donde suceden y se hacen reales.
Han sido 51 años, 34 en televisión. Esta lo atrapó y se quedó a vivir en su pantalla. De momento ha salido de ella, convencido, aunque con tristeza. Y de esta misma manera ha tenido que ponerse a escribir su despedida. Y claro que la escribió, pero sin saber que no sólo sus compañeros de Tele 5 estaban expectantes, sino todo un país, por ver cuáles iban a ser sus últimas palabras.
Te preguntas, exactamente, qué le andará rondando. Pero una se lo imagina si ve que, sobre las seis de la tarde, él ha buscado un momento de aislamiento en su despacho. Acompañado todavía de algunos libros, trofeos y diversos objetos, que no se sabe si también levarán anclas, se ha girado hacia la cristalera de la redacción, recostado en el respaldo de su silla, con el móvil en una mano y mirando el techo: “Trato de pensar”, dice.
Pero esos pensamientos deben ser tan abundantes que casi se le ven por fuera, ahí gravitando, dando vueltas alrededor de su cabeza. A veces como un enjambre de abejas que le persigue, otras como diminutas campanillas que le marcan el tiempo. Este se detiene cuando alguien busca su atención, algo que hoy sucede constantemente.
Por allí pasa Paco Moreno, el nuevo director de informativos, o Pilar, la secretaria de redacción, que le lleva un ramos de rosas, o alguien que lo reclama para hacerse un selfi.
Ya, de nuevo, fuera del despacho, camina hacia su mesa en una esquina de la redacción, y ese tic tac se pone en marcha. Delante del ordenador cae la corbata enlutada y bajo el filo de los puños de su camisa, blanca impoluta, mueve sus manos de oso por el teclado para completar las entradillas, como losas, que cerrarán 51 años de profesión. Es grande Pedro. Es también inmenso en su rigor, en su voz, en su profesionalidad y en su nobleza; y es exactamente esto lo que dicen de él, entre risas y lágrimas, sus compañeros. Que hoy caminan de puntillas, algunos con los ojos rojos, y respiran como pueden para alargar, o poner fin, el adiós.
Repasa, corta, edita, pega: Masacre en la turística Praga. Ha sido en el centro de la capital checa…catorce personas eran asesinadas, por los disparos. Rectifica, no, son trece personas…
(Sintonía… Segundo titular)
Dos militares españoles han muerto durante unas maniobras en Cerro Muriano, en la provincia de Córdoba…
Si fuera una tarde normal, no estaría moviendo las noticias por la pantalla de su ordenador, de arriba abajo. Pero no lo es. Y antes de releer la siguiente vuelve a moverse de su asiento. En realidad se sabe el informativo entero pero, tal vez, lo que no sabe muy bien es dónde se encuentra él mismo. Ahora se hace un corrillo al lado de su mesa, el grupo se despeja un momento después y Pedro vuelve a la tecla.
(Tercer titular)
…¿Una especie de ritual de respeto propio de los Borbones o algo más?…
Y cómo no, también hablaremos de algo que va a suceder dentro de unas horas… El sorteo… que hará que sus sueños se hagan realidad…
Entran nuevos mensajes y llamadas en su móvil…“Menos mal que tengo este pedazo de equipo”, dice mirando a su gente. Efectivamente son una pieza imprescindible para días así, en los que el jefe va a mudar la piel. “Yo no sé qué informativo voy a hacer esta noche”, comenta cuando llega otro regalo a su mesa.
De repente, hay crisis. Se palpa en el ambiente. Parecen sonar las alarmas. Surge el contratiempo.
Piqueras se empeñó, esta mañana, en grabar la despedida porque se teme y no quiere romperse en directo… Sin embargo, alguien que lo conoce muy bien, y que está visionando la pieza en un monitor, hace muecas raras. Se lleva las manos a la cabeza, baja la mirada y suelta un no rotundo. Definitivamente lo niega, y no sólo tres veces:
“No, no, no…Este no eres tú. Yo no te conozco aquí, Pedro”.
Es la jefa de cultura, Marisol Teso, que también se ha unido al club de los ojos rojos casi escarlata. Cada vez falta menos para el informativo y ella insiste en que se escuche a sí mismo. Piqueras accede y vuelven a poner en marcha la grabación ante el equipo que está observando la escena. Finalmente, el jefe se ajusta las gafas, ahueca su mano izquierda en el entrecejo, y dice:
“Tiene razón. No está bien».
Marisol respira. Los otros la miran como diciendo la que has armado, maja, y el vídeo definitivamente se descarta justo cuando llega Eva Tribiño, la subdirectora: “Nos vamos al control central que entras en directo para Cuatro al día”, y Pedro deja así la redacción. Durante y al final de esa entrevista lloran todos: “Esto no se hace, Eva”, y se funde con ella en un abrazo.
Ya a 20 minutos del directo, tiene que pasar una vez más por maquillaje. Y aquí vuelve esa mirada brillante que intenta confundirse con las luces del espejo. Lo acicalan con ternura, le ponen la chaqueta, lo abrazan, ríen con él, lloran con él, se fotografían con él y le ofrecen presentes: “Gracias, pues ya tengo un boli precioso para llevarlo ahora al plató”, dice a la maquilladora.
Emprende así, con ese aire entre romántico y desgarbado, decido y dubitativo, el particular paseíllo; mientras el largo corredor que lame esquinas, que tuercen a derecha e izquierda, va soltando luces a medida que se abren algunas de sus puertas para despedirlo.
Parece que el universo avisara: ahí va Pedro Piqueras, y lo asaltan por el camino al lado de su fiel escudero, Víctor, el conductor, el confidente y el amigo.
La comitiva hacia el estudio se va haciendo cada vez más numerosa. Entre los que lo acompañan, aparte de Eva, está Paco Moreno que lo arropa, Alba Lago con una rosa roja, Manuel Villanueva y Carlos Franganillo, al que momentos antes ha saludado con un fuerte abrazo. Por fin llegan al plató, Pedro carraspea, la puerta se abre, y allí mismo, en el umbral, lo sueltan; así como se despide al hijo a las puertas del cole, al astronauta o al torero.
Dentro todo está iluminado y en silencio. La regidora hoy lo mira distinto. La cámara lo mira distinto: “Estoy muy ilusionada porque cuando era pequeña te veía con mi madre”, dice.
Y mientras, al fondo, Singapur sigue igual. La ciudad caótica que no emite sonido alguno, y donde nunca hay sol ni nubes, por la que no pasan las horas y la que tantos años lo ha acompañado, como foto de fondo, en el estudio.
Los objetivos se dirigen hacia el centro. La maquilladora repasa su rostro. De sastrería vienen hoy con más cuidado, si cabe, para que nada brille en el traje. Coge el boli, coloca sus papeles y pregunta el tiempo que queda: “He llegado demasiado pronto”, dice. Así que lo animan para que cante un poco, y entonces, desde el centro de esa enorme mesa ovalada, se anima a tararear algo.
“Siete minutos”, avisan.
Habla con el control. Se calla. Se queda mirando pensativo hacia ningún lado. La escena que ha imaginado estas noches de insomnio comienza a suceder. Cierra las manos. Recoge los dedos con ese gesto suyo de rascarse las yemas con las uñas. Mira a un monitor. Le vuelven a hablar por el pinganillo.
“Cinco minutos”, le marcan con la mano.
Ordena sus papeles:
Trece muertos en Praga, dos militares muertos… Muerte y vida, como la carrera con dientes de sierra, como dice él, que tanto le ha hecho aprender, ahora en uno de esos momentos…
Tres, dos, un minuto.
Vuela la sintonía. Todo se precipita… No hay marcha atrás.
“Les deseo tiempos de menor crispación, de más justicia y de más felicidad. Muy buenas noches y hasta siempre”.
Suenan aplausos.
Descubrirá, después, los cientos de compañeros que han llenado las instalaciones de Tele 5 para despedirlo. Avanzada la noche, el periodista al marcharse y mirar atrás, abrumado y emocionado, quizás piense que ese día no había estado redactando el final. Quizás, sin darse cuenta, había estado escribiendo el principio.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: