En cierto sentido, el acto que reunió en la tarde del lunes, en el Ateneo de Madrid, a 24 protagonistas de nuestra cultura bajo el lema de Me acuerdo, tiene su origen en las evocaciones que Miguel Munárriz publicó bajo ese mismo epígrafe, aquí, en Zenda Libros, en 2020. La primera de aquellas rememoraciones obedecía a su propia memoria; la segunda, a la de los amigos. Un año antes, entre los adelantos editoriales del 19 de noviembre, se había dado noticia del nuevo libro de Jesús Marchamalo: Me acuerdo era su título y acababa de ser publicado por Papeles Mínimos Ediciones. En sus preliminares, el Premio Nacional de Periodismo Cultural del pasado año explicaba el procedimiento y su historia: “En 1978, Georges Perec, el escritor francés —perilla, pelo arrebolado, mirada acuosa— publicó Je me souviens, una colección de textos breves que comenzaban con esas mismas palabras repetidas como una letanía —je me souviens, «me acuerdo»—, en los que rememoraba episodios de su infancia y adolescencia, recuerdos del colegio, nombres de actrices, eslóganes, hechos históricos…”.
“Los Me acuerdo son como ese viejo álbum de fotografías que se ve pasados los años. Son esas mismas imágenes hechas de palabras agradecidas por lo vivido. Ese camino que Chesterton colocó entre los ojos y el corazón”, explicó Palmira Márquez. “Quien mejor describió los Me acuerdo fue José Emilio Pacheco, que escribió: lo mejor es creer que pasó todo como debía. Al final queda una sola certeza: haber vivido”.
Aunque finalmente Miguel Rellán no pudo asistir por encontrarse rodando fuera de Madrid, entre los convocados en el Ateneo hubo actrices y actores, escritores y escritoras, cineastas y periodistas, políticos y cantautores, poetas y editores. Marta Belaustegui, Juan Luis Cano, Juan Cruz, Inma Chacón, Carme Chaparro, Jaime Chávarri, María Dueñas, Ginés García Millán, Antonio Garrigues Walker, Ángeles González-Sinde, Pedro Guerra, Ángel Antonio Herrera, Juan Ramón Lucas, Eduardo Madina, Jesús Marchamalo, Marwan, Miguel Munárriz, Benjamín Prado, Marta Robles, José Sacristán, Luz Sánchez-Mellado y David Trías fueron los que acudieron a la cita.
Aunque la memoria es tan subjetiva como inconmensurable, como era de esperar, en las lecturas de las evocaciones, predominó la que los convocados guardan de sus progenitores. Marta Belaustigui recordó a su madre cuando le miraba a través de la ventana, mientras la futura actriz jugaba en la calle, junto a sus hermanos, del poblado de Fuencarral. El periodista y escritor Juan Luis Cano, nos habló de su padre llevándole al Vicente Calderón de la mano. El también periodista y escritor Juan Cruz recordó a su madre obligándole a borrar If, el célebre poema de Rudyard Kipling, que, siendo un niño, acababa de escribir en una pared de su casa.
María Dueñas evocó a su madre desayunando sola en la cocina, antes de dar de desayunar a la familia y poner la casa y el día de todos en marcha. José Sacristán nos habló de cuando su madre le llevó a conocer a su padre, recién salido de una cárcel franquista en la que estuvo recluido por motivos políticos. El poeta Ángel Antonio Herrera afeitó al autor de sus días la mañana del día de su muerte y Benjamín Prado, uno de los que más se extendieron en la primera ronda de lecturas, honró la memoria de su madre leyendo un poema entero. Otra periodista y escritora, Carme Chaparro, evocó el ataque al corazón que casi sufre su progenitor cuando ella —refiriéndose al equipo del que formaba parte en el colegio— iba gritando por la calle que los rojos iban a ganar recién muerto Franco.
El cineasta Jaime Chávarri, por el contrario, aún se “acuerda de dar botes en las rodillas de Carmencita Franco en un guateque de sus hermanas”. Al punto evocó el día que empezó a odiar visceralmente la obediencia cuando en su casa le decían que, si no era obediente, sería desplazado en la mesa del comedor por Antoñito García Pardo, un niño mendigo del barrio de Salamanca. El cineasta también recuerda que, de pequeño, las señoras le besaban mucho, aquellos besos que “olían bien” que daban las señoras de antes. Pero, para besos grabados en la memoria, el que Pepín Bello, tras alabar su cutis y pedirle permiso, dio en una mejilla a Ava Gardner. Fue durante un viaje a Venecia que duró doce horas porque a Bello le daba miedo el avión. Al menos, así lo recuerda el abogado Antonio Garrigues Walker.
Imma Chacón aún se pregunta acerca del misterio que guardaba el color del pelo de las monjas de su colegio. Marta Robles decidió ser escritora tras su lectura de las aventuras de Los Cinco, la pandilla de niños investigadores de Enid Blyton, y Ángeles González-Sinde no ha olvidado que los antiguos billetes de la Empresa Municipal de Transportes Madrileña “eran de un papel finísimo. Impresos en una tinta azul, casi morada” y los expendía un cobrador mediante una máquina que a ella se le antojaba prodigiosa.
Toda una polifonía de la memoria. Ya lo dijo la gran Agnès Varda, que de esto sabía mucho: su recuerdo es la verdadera dicha de las cosas.
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