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J. A. González Sainz: "Hoy triunfa la basura" - Zenda
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J. A. González Sainz: «Hoy triunfa la basura»

Sobre “la crítica a la miseria intelectual, moral y práctica que han supuesto las Ideologías en el siglo XX” versa (y no sólo) la reedición corregida (20 años después), de su celebrada novela Volver al mundo. Nadie que lo haya leído podrá olvidarse. Reflexiones, aforismos, comentarios a la luz del desamparo. J. A. González Sainz...

Foto: EFE

Sobre “la crítica a la miseria intelectual, moral y práctica que han supuesto las Ideologías en el siglo XX” versa (y no sólo) la reedición corregida (20 años después), de su celebrada novela Volver al mundo.

Nadie que lo haya leído podrá olvidarse. Reflexiones, aforismos, comentarios a la luz del desamparo. J. A. González Sainz logró un eco editorial imprevisto con estas verdades olvidadas, esquinadas o marginadas que brindó, sin ruido, en La vida pequeña (2021, Anagrama), primera entrega de la trilogía El arte de la fuga. Entre la poesía y el pensamiento, escrito quizá como dietario en tiempos de pandemia, supusieron un bálsamo y, para no pocos, un punto de inflexión. Pero González Sainz ya había apuntado muy alto (mejor, en otra dirección) cuando hace veinte años publicó Volver al mundo (Anagrama), una novela que deslumbró a Muñoz Molina, Félix de Azúa o Claudio Magris, entre otros, y a la crítica en pleno. Pues bien, vuelve aquella empresa algo retocada, como pasada a limpio, pulida, para deleite de los buenos gourmets.

El libro fue/es un desafío. En él se plantea el desmoronamiento de algunas utopías del siglo XX que terminaron en tragedia. Lo ubicó González Sainz en un pueblo imaginario (en realidad Valdeavellano de Tera, Soria) pero bien pudo ser otro escenario. Allí, varios amigos en su «edad de la inocencia» admiraron los ideales de un maestro que acabó siendo una impostura. Más aún, una pérfida manipulación. Sobre aquella aventura equinoccial conversa vía correo electrónico (de largo y sin obviar una coma) el filólogo González Sainz, que ha sido profesor en Padua, Venecia y Trieste y hoy es director del Centro Internacional Antonio Machado. Lo prolijo, matizado y razonado de las respuestas resta cualquier (absurdo) comentario.

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—¿Qué sugeriste al titular Volver al mundo? ¿Regresar a la «tierra», a lo concreto, al placer de lo sencillo tras el desencanto que propusieron algunas ideologías totalitarias, léase el marxismo, en el siglo XX?

"Todo eso es parte del motor de la trama; en el fondo se vuelve a buscar el otro polo de las cosas, el opuesto, el envés, los reversos"

—Dices bien al decir “sugieres, ¿qué sugieres?”. Como reza ese fragmento de Heráclito sobre Delfos, “ni descubre ni esconde, insinúa”. Se trataría por tanto de insinuar, de sugerir. Puedo decir alguna cosilla, pero le toca al lector recoger, interpretar y pensar la compleja trama de las insinuaciones. Para empezar, pensé la novela como perteneciente al género de los nostos, de los regresos, cuyo portaestandarte desde luego es la Odisea. Y en los nostos siempre se vuelve, o más bien se intenta volver, de una guerra. Como todo en la novela, la guerra está jugada también a distintos niveles: es un intento de vuelta de unas interpretaciones de la vida del mundo, de un uso de lenguaje y de las imágenes, de unos deseos y sublimaciones y pruritos de una época de nuestra historia y de una época de la vida de los personajes. También es un intento, fallido, claro, de vuelta de la guerra más verdadera, que es la guerra contra el Tiempo. En la época de la madurez, si llega, me ha parecido que la operación intelectual y sentimental de volver es más fecunda que la de ir, que es más juvenil. Se intenta volver en Volver al mundo a qué: a que algo acoja, un conocimiento, un descubrimiento concreto, un hecho, una sabiduría, o bien una mujer, la madre, la hermana, o bien la tierra, entendida como un ámbito o como la mismísima tierra, que algo acoja a los personajes, una nueva y mejor interpretación, una nueva visión o comprensión de los deseos, o bien una pista, un dato, unos hechos que reorganicen sus historias. También tal vez se vuelva no sólo a tratar de conocer sino a vengarse. Todo eso es parte del motor de la trama; en el fondo se vuelve a buscar el otro polo de las cosas, el opuesto, el envés, los reversos, para así, tratando de conciliar o conjugar separaciones y pérdidas, pensar en poder conseguir una armonía más alta, en contrapunto. Tal vez también pueda pensarse como un intento de vuelta de la vida del mundo al mundo de la vida, acicateados por una búsqueda de lo duradero en lo finito, de lo permanente en los cambios, de lo sencillo concreto frente a las abstracciones, de lo que resista mejor al tiempo y a la corrupción del lenguaje y de los sentimientos. Por supuesto, como dices bien, en esa línea, la crítica a las ideologías es central en la novela y supongo que en todos mis libros; la crítica a la miseria intelectual, moral y práctica que han supuesto las Ideologías en el siglo XX, tanto más cuanto más totalitarias, a todas las devastaciones de los grandes engranajes totalitarios y las maquinarias terroristas… Una ideología es lo opuesto a pensar, a discernir por nuestra cuenta, a observar con los ojos abiertos y valorar con ponderación y dudar, a enfrentarnos a la complejidad de las cosas y sus dosis de incertidumbre. Pero las ideologías poseen un hechizo especial, un alto poder de embaucamiento, dan seguridad y determinación a cualquier mequetrefe, y no hay más que atenerse a un catecismo, hoy lo llaman creo argumentario, y obedecer, normalmente a pie juntillas y sin rechistar, aunque sea cada día a lo contrario del día anterior, según mande el Mandamás, que suele querer aspirar a Mandatodo y Mandasiempre. Pensábamos habernos librado en parte de ello, pero aquí están de nuevo, vivitas y coleando, con nuevos y viejos afeites, seguramente para amargarnos la vida. Por eso, porque el acecho de las ideologías, de sistemas intransigentes de comprensión e imposición a piñón fijo está siempre ahí, creo que Volver al mundo, también desde ese punto de vista, no sólo desde los más estrictamente literarios, vuelve a estar de candente actualidad.

—»Matar o no matar», esa era una de las cuestiones clave de las organizaciones de izquierdas en los 60/70, y no sólo en España (Europa e Iberoamérica)… Y eso se plantea en Volver al mundo claramente. 

"Lo importante no sólo es quién ha matado, como en todo thriller, y cómo, sino el hecho en sí de dar muerte"

—Es en efecto una cuestión clave en la novela: el paso a dar muerte a un semejante, el arrogarse el poder diabólico de cancelar una vida: el paso adelante de algunos personajes y el paso atrás de otros, y los motivos de unos y otros, los motivos y prestigios de esas acciones y el peso de la culpa. Lo importante no sólo es quién ha matado, como en todo thriller, y cómo, sino el hecho en sí de dar muerte. Hay un personaje que asume la culpa de todo el grupo de amigos y correligionarios, y él mismo, porque ha matado (pero hay que descubrir por qué ha empezado a matar) se condena a no volver a vivir en sociedad, se expulsa de la vida social, convirtiéndose en un oscuro e ínfimo servidor de las tareas más bajas o que más tienen que ver con la tierra, y en una especie de híbrido de animal, tierra, hombre y dios, pero que, a la vez, dicta los límites y la ley en esta narración que tiene una querencia y unos trasfondos míticos. Las ideologías absuelven, claro, absuelven lo imprescriptible, el asesinato de un semejante, por no hablar de malversaciones, errores y todo lo que haga falta, y esconden tras una hegeliana alma bella las “almas feas” de las que hablaba Machado, las almas esclavas de los siete pecados capitales, de la envidia, de la ambición, de la ira del desquite y la venganza…

—¿Qué grado de autobiografía política hay en la novela? ¿Militaste en algún partido u organización, fuiste compañero de viaje?

—La narración que me interesa siempre circula por los meandros de la meditación existencial; utiliza materiales y retazos biográficos, claro, pero a su modo, que es mucho más complejo que el puramente documental. De la ilusión anarquista de mis años mozos, que se alargó bastante y viví a fondo, digamos que me queda una buena dosis de desazón, pero también mucha leña para el fuego de la meditación, por ejemplo sobre la condición humana sometida al juego necesario y a la coartada de las representaciones. También me queda la sospecha libertaria ante el Poder, sobre todo en la medida en que éste aspira o tiende a ser absoluto para mantenerse o agrandarse, a crear muros ante quienes no pertenecen a la maquinaria del Poder y a desear silenciarlos, estigmatizarlos, en la misma medida en que ellos se angelizan, y, al final del camino, erradicarlos, liquidarlos en último extremo. Todo paso adelante, todo avance, como se dice hoy, como si no se pudiera avanzar para atrás, sea paso de derechas o de izquierdas (de lo que así se llama) en esa línea, todo desmontaje de contrapesos, de separación de poderes, todo incremento desmedido en la concentración de poder, en la ampliación de la hipocresía y el cinismo, en la trapacería y el control de los discursos, es un mal paso que sin duda trae tarde o temprano sus correlativas malas consecuencias.

—-¿Es La vida pequeña una consecuencia de la frustración/desengaño que sufren los personajes de Volver al mundo? ¿Un contrapunto? O: ¿cómo puedes emparentarlos?

—Puede estar bien visto lo que dices, sí; supongo que están en la base las mismas preocupaciones en uno y otro libro, las mismas búsquedas y meditaciones pero con otros recursos y modalidad de escritura. Volver a un posible mundo de la vida, o tener esa tensión, para decirlo mejor en mi lenguaje, o bien, en La vida pequeña, buscar el fondo inaprensible de cosa, de hecho y situación concreta que hay, incluso como línea de fuga, bajo todo el imperio de las formas discursivas y del vertiginoso bombardeo mediático de imágenes y de la relación histérica y compulsiva con ellas que es nuestro mundo o nuestra vida del mundo.

—Comenta la fascinación de las palabras, el poder de las palabras, que en boca de Ruiz de Pablo (el ideólogo del grupo) envuelve, confunde (arteramente) y manipula a los jóvenes protagonistas del libro.

"Las palabras, el logos, el lenguaje, su empleo, son lo más maravilloso y digamos exitoso de lo humano pero también puede ser lo más funesto"

—El lenguaje es nuestra mayor y mejor baza de humanos, nuestra gran compensación por nuestra debilidad como animales, la gran arma del ser. Pero de ese arma, digamos, también nos puede salir el tiro por la culata. De hecho dispara también por la culata contra nosotros muchas veces, más de las que estamos tentados a creer, y nosotros ponemos mucho empeño para disparar por la culata con él, somos así también. Las palabras, el logos, el lenguaje, su empleo, son lo más maravilloso y digamos exitoso de lo humano pero también puede ser lo más funesto. Hay usos liberadores de reflexión, de comprensión del mundo y de la vida, de enriquecimiento espiritual y material, y usos por el contrario torticeros, manipuladores, agusanadores. Hay usos articuladores de convivencia y creadores de prosperidad, y usos destructores de convivencia y articuladores de enemistades, de odio a lo mejor y de ira y discordia y ruina material. En las sociedades hipertecnologizadas como la nuestra estos últimos usos perniciosos encuentran también unas posibilidades descomunales. Y hay que estar vigilantes, poner coto, avisar, por un lado, y, por otro lado, proponer ficciones y lenguajes más limpios, más certeros, más coherentes y veraces, más consistentes, más liberadores y precisos. Esa vigilancia nos compete a cada uno de los ciudadanos como hablantes en cada momento (no vayamos a escurrir el bulto como solemos hacer), pero en especial a los legisladores, por un lado, y por otro a los mayores usuarios de la palabra pública, escritores, periodistas, profesores, políticos. No sé si de estos últimos (y no sé a cuántos de esa serie de cuatro me refiero) podemos esperar mucho en ese sentido, tal vez cada vez más en el contrario. Ley y educación, pues (y comportamiento ciudadano del ciudadano), o Ley y Literatura. Recordando que no hay más tu tía, que del lenguaje sólo nos cura también el lenguaje, el mejor y más cuidado uso. Ruiz de Pablo es el personaje que pertenece al ámbito, complejo también, de los grandes fascinadores, de los grandes y formidables vehiculadores de discordia, a ese gran tema de los hermanos enemigos.

—¿Quiénes pueden estar próximos a Ruiz de Pablo, desde los 60 a hoy (en España y fuera)?

—Todos los engranajes políticos que trituran la compleja, incierta y difícil realidad con los dogmas y las artes a piñón fijo de la ideología y articulan el mundo y la vida como una guerra permanente (e idealmente a muerte) contra enemigos irreconciliables, para la cual construyen máquinas de guerra y de poder férreamente determinadas (maquinarias de lenguaje, de imaginario, de hábitos, aparte de organizativas …) buscándole la enemistad a todo ámbito y toda práctica e hilvanando esas enemistades para las diferentes formas de guerra civil y para una conquista absoluta del Poder. En la época de la escritura de Volver al mundo, esa reflexión la podía hacer sobre todo el siglo XX, sobre los totalitarismos de izquierda y derecha, y sobre sus coletazos: Eta, las Brigadas Rojas, y las múltiples formaciones de Comandos Autónomos sobre todo.

—Frente a la supuesta sabiduría de Ruiz de Pablo, la clarividencia de un ciego, Julián. El que no ve es el que ve más, o más allá.

—Está muy bien vista la contraposición (todo el libro es un juego, a veces endiablado, de tensiones y contraposiciones). Ruiz de Pablo es el ideólogo, el poeta, el visionario, por mucho que sublime rencorosamente en ello un alma también herida. Pero el ciego Julián es el que, en el fondo, ve, el que en verdad poetiza, el que en realidad sabe y conoce. “Yo no le digo lo que vi, sino lo que pasó”, creo que le responde más o menos a la policía cuando lo interrogan. Como se percibe en seguida, hay un trasfondo en el ciego Julián del Tiresias de la mitología, en una novela que remite y se hace eco en distintos aspectos a articulaciones míticas y trágicas clásicas.

—El hombre va, pero regresa, pareces decir; como un viaje a Ítaca, tanto hoy como antes/entonces.

"Hay una sabiduría y un empeño en el ir y una sabiduría y un empeño en el volver, siempre en términos de búsqueda"

—Hay una sabiduría y un empeño en el ir y una sabiduría y un empeño en el volver, siempre en términos de búsqueda, y en ese ir y volver sobre las cosas, sobre las cuestiones, en ese ir y volver a los sitios, a los tiempos, en esa confrontación o tensión nunca del todo resuelta ni sintetizada del ir y el volver puede que se produzca, que se poetice, alguna armonía, algún conocimiento y belleza. Eso es lo que me parece entender, y ésa es la baza de fondo de la narración que he intentado.

—-Defiendes la novela como dilema y también como interrogación: explícalo. Sobre todo en una época en que triunfan los textos ligeros, rápidos, casi de usar y tirar.

—Bueno, triunfa la basura, el tirar a la basura, triunfa la fabricación de desechos, la fabricación de envoltorios y envases vistosos y engatusadores con los que poner enseguida perdido todo, ciudades y campos y cunetas de carreteras y ríos y mares, y también mentes, imaginarios, todo. Para el solo momento de un trago o un tentempié, se fabrican montones de basura de celofanes, plásticos, latas y bolsas y pajitas que tirar enseguida. Consumir es directamente tirar, desechar, desechar de entrada también antes de pensar y ver… También triunfa el ruido. Ningún ámbito es inmune a esa tendencia de nuestra época, tampoco las letras. Hay ahora mucha narrativa que parte ya de la superación de cualquier dilema, de cualquier contradicción o tensión, del ladeamiento de lo fortuito y lo irreductible y la contrariedad de los imprevistos y los destinos porque ya parten con la receta hecha: unos personajes que pertenecen a unos grupos oprimidos a los que representan y reivindican a troche y moche, unos victimistas a veces más que víctimas a los que ensalzar, unas miradas que se parecen a las que tenemos cuando vamos al oculista a que nos miren la vista y nos ponen en esos aparatos con la barbilla fija y unas abrazaderas en las sienes. Para qué van a interrogarse sobre nada, y menos sobre nada de un fuste existencial, si ya tienen las respuestas de antemano.

—Volver al mundo pide una lectura atenta: ofreces pero también exiges.

—Supongo que tienes razón, requiere cierta atención, cierta exigencia por parte del lector, sí. Pero también hay niveles de lectura; lo que he buscado es que el lector siempre se lleve algo, siempre coja algo a cualquiera de los niveles a los que lea. Leer para mí es coger, en sentido campesino, cosechar, llevarse a casa, a la casa de su ser. Como toda novela que se precie, te hace una invitación concreta: a un ritmo, a una prosa, a la trama de un mundo y a la trama de una serie de cuestiones en las que te quiere involucrar, y el lector decide hasta dónde entra y con qué se queda.

—La sierra, una montaña en concreto de donde viene la luz y la tormenta, los olmos, ¡los caballos!: la naturaleza está muy presente, como si hablara y condicionara la vida.

"Siempre me inquietó esa reflexión de Peter Handke acerca de no describir lugares, sino narrarlos"

—Sí, hay en la novela un trabajo importante de creación de paisaje y lugar, de reflexión o más bien presencia de la naturaleza, la tierra, la luz, las montañas, de lo mineral y lo animal y lo vegetal. Hay estudiosos que han visto el número grande de especies animales o vegetales que salen en el texto…. Pero para el arte lo relevante es la creación de paisaje, la creación de mundo, no tanto la descripción digamos (mal) realista. Siempre me inquietó esa reflexión de Peter Handke acerca de no describir lugares, sino narrarlos. Se ha hecho mucha gente en esta época nuestra a que no cuente en sus vidas la vida de una tormenta o de la luz o los imprevistos de tiempo, la contundencia de unas montañas o la existencia de unos árboles. Allá ellos, allá nosotros.

—Nada es absoluto, todo tiene su haz y envés: el veneno también puede curar, el hueco de un roble puede guarecer pero también allí puede habitar un gato montés… 

—Me parece central, fundamental, lo que dices, tanto en la novela como en mi forma de pensar y ver. La novela quiere ser un despliegue de contrarios, de haces y enveses (todo me parece que tiene mucho de hoja de árbol en esta vida), pero no tanto para optar por uno de ellos sino por el mismo despliegue en sí o la misma existencia de esa posibilidad de despliegue y, en seguida, para la búsqueda de una armonía en esa tensión, oposición o confrontación (guerra decía también Heráclito), de una armonía mucho más alta que la de la síntesis (que a mí me huele siempre a la chamusquina del absoluto). Personajes, situaciones, descripciones, móviles de la acción, proyectos vitales… Creo que todo está visto desde ese juego o guerra no de enemistades absolutas sino de haces y enveses, de anversos y reversos, de noches y días y de búsqueda, muchas veces infructuosa, de un ten con ten o una concordia aunque sea pasajera, o un secreto, que bien podría también estar voceado por todo lo vivo.

¿A qué libros (españoles y extranjeros) y autores regresas? ¿Cuál sería tu decálogo (es un decir)?

"Es gozosa la adquisición de lenguaje, tanto como trágica su pérdida y su maleamiento"

—Leo lo que puedo y de todo, en una dieta no sólo variada sino desordenada y caprichosa. Narrativa, pero también mucho ensayo y filosofía y botánica y hasta los prospectos de instrucciones me interesan un rato. Pero los años de escritura de Volver al mundo estuvieron precedidos de lo que recuerdo como, en ámbito narrativo, el año Benet, por ejemplo, en que me leí buena parte de su obra, el año Bernhard, el año Faulkner, el año Dostoievsky o Kafka, el año Cervantes… He nombrado a alguno de los que considero mis padres en la narración, los autores que me acompañan siempre y a los que vuelvo. Pero hay más, muchos más claro, Ferlosio, Martín Gaite y los de su generación y aun de la mía, que es la de Muñoz Molina, Gándara, Martínez de Pisón… También la generación intermedia de Trapiello, Pombo o muchos escritores de difícil asiento como Azúa, Jiménez Lozano… A veces me olvido de mencionar la importancia decisiva que creo que tuvieron mis lecturas de los años más jóvenes, las lecturas de Machado (permanente luego en mi vida), Azorín, Baroja, Unamuno que me provocaron el asombro por las palabras precisas, por las palabras en general. Me gusta recordar el placer con el que encontraba en sus libros palabras que no conocía y acudía vivo al diccionario y me las anotaba en un cuaderno para saborearlas e intentar incorporarlas a mi vocabulario y mi mundo, o encontraba una forma expresiva, un sentimiento para las cosas y los momentos, un razonamiento, una invitación también a estar atento al lenguaje de la gente cuando todavía se hablaba bien con lo heredado. Mis cuadernos de palabras y locuciones parecía que crecían al ritmo de mi ampliación de mundo, y con el mismo placer y entusiasmo. Es gozosa la adquisición de lenguaje, tanto como trágica su pérdida y su maleamiento. Por otro lado, de las cosas que más me apenan en este aspecto es del tiempo que no he dedicado a leer más a los clásicos; a los clásicos españoles y griegos y romanos.

—Tu padre, creo recordar, era veterinario rural y por eso viviste en Valdeavellano de Tera en tu infancia. ¿Es así? ¿Vuelves a menudo?

—Así es, y vuelvo muy a menudo ahora tanto a la figura de mi padre, con quien tuve en vida una relación muy mejorable por mi parte, como a Valdeavellano, que, sin nombrarlo, es el lugar central de Volver al mundo. Lo que pasa es que ese pueblo es lo que es y a la vez lo que es en mi novela y no sé bien adonde vuelvo cuando vuelvo; lo mismo que tal vez no se sepa nunca a qué se vuelve cuando se vuelve a algo ni quién es el que vuelve, pero tal vez sea por eso justamente por lo que se vuelve, porque no se sabe, porque no se acaba de saber nunca, y seguramente es eso también lo fundamental de la literatura.

—¿Cómo te explicas la repercusión que ha tenido/tiene La vida pequeña, y para cuándo la siguiente entrega?

"Los lectores de libros de una cierta envergadura supongo que se ganan uno a uno"

—No sé, uno está satisfecho o no del trabajo realizado y yo, como supongo que les pasará a muchos, siempre entrego un libro con la impresión de haber puesto toda mi carne en el asador de la literatura. Ahí está el fruto de mi empeño, se dice uno, no ha sido fácil. Y luego ya está y a ver qué pasa después, si algo pasa. Los lectores de libros de una cierta envergadura supongo que se ganan uno a uno. Y a veces hay suerte, ese componente que siempre anda por ahí haciendo de las suyas en todo. La vida pequeña ha tenido la suerte de ganar enseguida muchos y buenos lectores, que espero vayan en aumento porque supongo que es de una actualidad no especialmente pasajera. Con la reescritura de la segunda parte tengo algunos problemas de sintonía, aparte de falta de tiempo a disposición y otros proyectos que se me cruzan e interponen y para los que he tenido mejor ánimo o cuerpo.

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Nada deja sin hilvanar González Sainz, incluso las dos décadas entre la primera y esta edición de Volver al mundo. “En términos orteguianos, dos generaciones. Dos generaciones de grandes cambios y, también, de vuelta a empezar de lo mismo, de lo peor de lo mismo. La nueva edición lleva bastantes pequeñas o muy pequeñas mejoras de legibilidad, de precisión, de ritmo… y alguna corrección de errores que se colaron, tipográficos y ortográficos, y una de ellas grave, que creaba confusión, en la nominación de un personaje, según detectó el crítico Santos Sanz Villanueva y algunos otros lectores. Es tarea peliaguda volver a leerse, que empezó con temor y se trasformó enseguida en satisfacción”.

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—-Alguna vez has dicho que concebiste una trilogía de la que Un mundo exasperado y Volver al mundo serían las dos primeras entregas. ¿Cómo va la tercera, qué pistas puedes dar al lector?

—La tercera parte, digamos mundial, forma parte de los proyectos pendientes de J. A. González Sainz, que muchas veces no cuenta con el estado del ánimo, y del cuerpo, de la persona que aloja al autor. Es una novela que vive en mi cabeza y que he empezado varias veces, pero con la rémora de un ánimo que pedía otra cosa, otros registros. Hay una insatisfacción de fondo con la escritura y la lectura de ficciones contemporáneas en el empeño que supone La vida pequeña, necesitaba buscar otras modalidades mixtas, otras experiencias de la palabra y de la voz. Luego también he interrumpido esa serie, con la necesidad, acuciante también en este caso, de otro registro de nuevo distinto, como verá el lector curioso en el libro Por así decirlo, que saldrá en primavera. Así que como para hacerme mucho caso en esto de las promesas literarias…

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Manuel Llorente

Periodista, redactor jefe de Cultura de El Mundo. Autor de dos libros de poemas: Desmesura y Si la palabra fuera un espejo. @llorente_manu

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