¿Sueñan los niños con convertirse en androides eléctricos?

El último libro de Yukiko Montoya, Selección automática, incluye dos títulos a modo de relato largo o novela corta, en los que impulsa al lector a pensar. El primero de ellos, que da nombre al volumen, sitúa al lector en una sociedad distópica en la que la tecnología ha triunfado. Hasta aquí no parece algo original, pero el mundo que plantea Yukiko se presenta como una evolución natural de la sociedad en la que vivimos. Los niños tienen a su alcance todo el ocio digital desde que nacen, las tablets forman parte del día a día y los implantes existen para facilitar el acceso a los contenidos a los usuarios. Su protagonista, Oshiko, explica en un momento dado que se trata de un lugar en el que es peligroso vivir desconectado: te conviertes en un paria, te aíslas. Allí las madres esperan a sus hijos mientras consumen información, y la atención que les prestan es parcial mientras les ofrecen un mundo en el que no necesitan imaginar nada, porque todo les aparece pixelado en mayor o menor calidad dependiendo de sus oportunidades. En ese mundo aparecen Kopi y su madre. Y con ellos la palabra «desconexión» como un peligro en la sociedad actual que rechaza a quienes no son normativos. La madre de Kopi siente nostalgia del mundo de ayer y fomenta que su hijo sea lo que ella sigue considerando un niño normal sin que le importe que ni Oshiko termine de comprenderla. El lector se pregunta entonces si el mundo que habitamos no ha entrado ya en el que Yukiko presenta, si la tiranía del móvil de última generación no ha llegado ya demasiado lejos y tenemos puesto un pie en ese futuro en el que la satisfacción inmediata es tan efímera como vacía. Los niños que juegan en la calle lo hacen en grupos mirando las pantallas de sus teléfonos y solo los más pequeños siguen corriendo detrás de una pelota. Somos el mundo de ayer, parece señalarlos la autora, sabiendo que al decirlo va a provocar esa misma nostalgia en el lector de lo que ahora algunos llaman «momentos de calidad», expresando la necesidad del contacto humano en una sociedad que avanza veloz hacia esa distopía no tan futurista.