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El Libro de la Selva. Tres historias de Mowgli, de Rudyard Kipling - Zenda
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El Libro de la Selva. Tres historias de Mowgli, de Rudyard Kipling

La presente edición del clásico de Rudyard Kipling recoge las tres primeras historias de El Libro de la Selva, que componen el llamado “ciclo de Mowgli”, es decir, el relato en el que aparecen aquellos personajes hoy conocidos por todos los niños. Pero lo mejor de esta edición es que cuenta con unas ilustraciones de...

La presente edición del clásico de Rudyard Kipling recoge las tres primeras historias de El Libro de la Selva, que componen el llamado “ciclo de Mowgli”, es decir, el relato en el que aparecen aquellos personajes hoy conocidos por todos los niños. Pero lo mejor de esta edición es que cuenta con unas ilustraciones de Andrea Serio, sin lugar a dudas uno de los artistas gráficos más respetados del momento.

En Zenda reproducimos las primeras páginas de El Libro de la Selva, de Rudyard Kipling (Edelvives) y mostramos algunas de las ilustraciones de Andrea Serio.

***

El murciélago Mang se acuesta pronto
y la noche la trae Chil, el milano.
Nosotros rondaremos hasta el alba,
por eso se guarecen los rebaños.
Garras, uñas, colmillos: Adelante.
Es la hora del salto y de la presa.
¡Escuchad la llamada y cazad bien,
observando las Leyes de la Selva!

Eran las siete de una tarde muy calurosa en las colinas de Seeonee cuando Padre Lobo despertó de su descanso diurno, se rascó, bostezó, y estiró las patas, una tras otra, para quitarse la sensación de sueño que notaba en las puntas. Madre Loba estaba tumbada, tapando con el gran hocico gris a sus cuatro lobeznos inquietos y chillones, y la luna entraba por la boca de la cueva en que vivían.

¡Augr! —dijo Padre Lobo—. Ya es hora de ir de caza.

E iba a lanzarse cuesta abajo cuando una sombra pequeña, con una cola peluda,

cruzó el umbral y aulló:

—La buena suerte os acompañe, jefe de los Lobos, así como a vuestros nobles hijos.

Les deseo unos dientes blancos y fuertes, y que no olviden nunca a los hambrientos de este mundo.

Era el chacal (Tabaqui, el Lameplatos), y los lobos de la India detestan a Tabaqui, porque siempre va por todas partes sembrando cizaña, contando chismes, comiendo trapos y trozos de cuero que encuentra en los montones de basura de las aldeas. Pero también le temen porque Tabaqui, más que nadie en la Selva, suele tener ataques de locura, y entonces olvida que alguna vez tuvo miedo y corre entre los árboles mordiendo todo lo que se le cruza en el camino. Incluso el tigre huye y se esconde cuando al pequeño Tabaqui le da un ataque, pues la locura es lo más deshonroso que le puede ocurrir a un animal salvaje. Nosotros lo llamamos hidrofobia, pero ellos lo llaman dewanee (la locura) y huyen al decirlo.

—Entrad, pues, y mirad —dijo Padre Lobo ásperamente—, pero aquí no hay comida.

—Para un lobo, no —dijo Tabaqui—, pero para alguien tan despreciable como yo, un hueso seco es un banquete. ¿Quiénes somos los gidur-log (el Pueblo de los Chacales) para andar con melindres?

Se adentró rápidamente hacia el fondo de la cueva, donde encontró un hueso de gamo con algo de carne y se sentó alegremente, dispuesto a partirlo.

—Os doy todo mi agradecimiento por esta buena comida —dijo relamiéndose—. ¡Qué hermosos los nobles hijos! ¡Qué ojos tan grandes! ¡Tan jóvenes, además! Por supuesto, por supuesto… debería haberme acordado de que los hijos de reyes son hombres desde el primer momento.

Es evidente que Tabaqui sabía, tan bien como cualquiera, que nada hay tan funesto como alabar a los hijos estando ellos delante; y le alegró ver que Madre Loba y Padre Lobo se ponían nerviosos.

Tabaqui permaneció unos instantes en silencio, disfrutando del daño que había hecho; después dijo maliciosamente:

—Shere Khan, el Grande, se ha mudado de territorio. Durante la siguiente luna cazará en estas colinas, según me ha dicho.

Shere Khan era el tigre que vivía cerca del río Waingunga, a treinta kilómetros de distancia.

—¡No tiene ningún derecho! —saltó Padre Lobo enfurecido—. Según la Ley de la Selva, no tiene derecho a cambiar de territorio sin avisar a tiempo. Va a asustar a todas las piezas de caza en dieciséis kilómetros a la redonda y yo… yo voy a tener que estar matando por dos durante una temporada.

—Su madre no le llamaba Lungri (el Cojo) sin razón —dijo Madre Loba con gran tranquilidad—. Ha estado cojo de un pie desde que nació. Por eso mata solamente ganado. Ahora que los aldeanos del Waingunga están furiosos con él, tiene que venir aquí a enfurecer a los nuestros. Rastrearán la Selva de arriba abajo cuando él ya esté lejos y tendremos que salir corriendo con nuestros hijos cuando enciendan la hierba. ¡Se comprende que estemos muy agradecidos a Shere Khan!

—¿Deseáis que le hable de vuestra gratitud? —dijo Tabaqui.

—¡Fuera! —ladró Padre Lobo—. Fuera y a cazar con vuestro amo. Ya habéis hecho bastante daño por esta noche.

—Me voy —dijo Tabaqui tranquilamente—. Ya se oye a Shere Khan entre los matorrales. Me podía haber ahorrado la noticia.

Padre Lobo se puso a escuchar, y en el valle que descendía hasta un riachuelo oyó el gemido seco, enfurecido, impaciente y monótono de un tigre que no ha atrapado nada y al que no le importa que se entere toda la Selva.

—¡El muy imbécil! —dijo Padre Lobo—. ¡Empezar la labor de una noche haciendo ese ruido! ¿Se creerá que nuestros gamos son como sus bueyes gordos del Waingunga?

(…)

—————————————

Autores: Rudyard Kipling y Andrea Serio (ilust.). Título: El Libro de la Selva. Traducción: Gabriela Bustelo. Editorial: Edelvives. Venta: Todostuslibros.

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Carlos David
Carlos David
1 año hace

Me he dejado llevar con placer en el tornado de su escritura, apreciada dama.

fernando
fernando
1 año hace

Hermoso escrito para un poema sublime.

Preludio
Preludio
1 año hace

Es de las mejores publicaciones que he leído.

Virtud gozosa.

Rita de Cássia
Rita de Cássia
1 año hace

Estimada señora, al igual que la persona que pudo sobrellevar sus tragedias tras aprender del poema aquel, le digo que a mis miserias me ajudan saber que soy hombre, más bien humana, a cada minuto inolvidable de mi vida.

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