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François Villon y su Balada de los ahorcados - Zenda
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François Villon y su Balada de los ahorcados

La vida secreta de los demás es, sin la menor duda, la que más nos seduce e interesa; la que más nos apasiona a los seres humanos. De ahí el éxito y el atractivo de los programas televisivos del corazón, donde se cuentan pormenores inconfesables de los famosos. Hace unos cuantos siglos, a mediados del...

En Vagalume, la última y genial novela de Julio Llamazares que algunos reputados críticos no han sabido o querido entender, un personaje de la obra, Carracedo, utiliza una de sus frases sentenciosas para aclarar las dudas del narrador a propósito de un amigo común, un tanto oscuro y misterioso, que acaba de morir: “Todos tenemos tres vidas, la pública, la privada y la secreta”.

La vida secreta de los demás es, sin la menor duda, la que más nos seduce e interesa; la que más nos apasiona a los seres humanos. De ahí el éxito y el atractivo de los programas televisivos del corazón, donde se cuentan pormenores inconfesables de los famosos.

"Con el tiempo fue a parar a los brazos de un pariente lejano, el padre Guillermo de Villon, que intentó enderezar el camino de un muchacho sordo a cualquier autoridad que no fuera su propio instinto"

Hace unos cuantos siglos, a mediados del XV, entre 1431 y, probablemente, 1463, vivió un ciudadano francés llamado François Villon. Un poeta considerado por los especialistas como el más destacado de su tiempo por la belleza y, sobre todo, por la originalidad y el enorme poder evocador de sus composiciones, que no han perdido aún su atractivo y vigencia.

Vino al mundo en la ciudad de París, convulsionada por la peste bubónica, por una guerra interminable, que duró 116 años, por robos y asesinatos frecuentes, contra lo que no había otro remedio que emplear mano dura. Fue alimentado por unos padres pobres a base de “nabos y maldiciones”. Pronto se vio en la necesidad de recurrir al ingenio, y se doctoró en el arte de robar de los bolsillos ajenos. Con el tiempo fue a parar a los brazos de un pariente lejano, el padre Guillermo de Villon, que intentó enderezar el camino de un muchacho sordo a cualquier autoridad que no fuera su propio instinto. Después de miles de azotes, obtuvo el título de bachiller y de maestro, y se convirtió en uno de los más grandes eruditos de su tiempo.

"Fue detenido y sentenciado a muerte, después de comprobar su larga ficha de hechos delictivos desde que era una criatura. De nuevo, ante la horca por tercera vez en su vida"

Fueron muchas las veces que fue conducido desde el aula universitaria hasta el propio presidio. Así se explica que la mayor parte de su obra fuera escrita entre las cuatro paredes de una cárcel, a la espera, incluso, de que se consumara la pena de muerte a la que fue condenado. No intentó justificarse, pero dejó constancia, en uno de sus escritos, de que “las necesidades descarrían a los hombres, así como el hambre acucia al lobo a salir aullando de su guarida”. Aprovechó el tiempo para redactar un largo epitafio que figurara en su tumba, en cuyas primeras líneas se podía leer: “Este haragán, mentecato, abandonado de la fortuna, ha devuelto su cuerpo a la Tierra, nuestra madre común, los gusanos no hallarán mucha carne en él, porque ya el hambre lo ha roído hasta bien cerca de los huesos”.

Después de asaltar, con la ayuda de un puñado de compinches, el Colegio de Navarra de París, harto de correr peligros por los caminos, celebró su buena fortuna con unas cuantas noches de jarana a base de pavo asado y, “un postre de mozas rozagantes”. Fue detenido y sentenciado a muerte, después de comprobar su larga ficha de hechos delictivos desde que era una criatura. De nuevo ante la horca, por tercera vez en su vida, una pena de muerte que le fue conmutada por diez años de exilio gracias al padre Guillermo, que se ganó así la Gloria.

Cuentan que una fría mañana del mes de enero se le vio atravesar la puerta de Saint Jacques de París para perderse sus pasos definitivamente. Es lo último que se sabe de él. Se cree que falleció hacia 1463, con poco más de treinta años. Entre los barrotes de la cárcel escribió la que pasa por ser la mejor de todas sus obras: un poema, no muy extenso, titulado “La balada de los ahorcados”, en el que, por un momento, Villon se imagina su propio cuerpo, y el de sus cómplices, suspendido sobre una cuerda:

Si ya estamos muertos, que nadie nos moleste.
Más picados por los pájaros que dedal de costura.
No pertenezcáis nunca a nuestra cofradía;
pero rogad a Dios que nos absuelva a todos.

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José Belmonte Serrano

José Belmonte Serrano (Murcia, 1957), fue, hasta 1992, profesor de Lengua y Literatura en Educación Secundaria. Desde 1997 hasta 2016 fue Profesor Titular de Didáctica de la Lengua y Literatura de la Facultad de Educación de la Universidad de Murcia. Desde 2016 es Profesor de Literatura de la Facultad de Letras de la misma institución. En la actualidad, forma parte del Consejo Editor de las revistas Scripta Mediterranea, de Canadá, Letras Peninsulares, de los Estados Unidos, y Ocnos, de la Universidad de Castilla-La Mancha. Es codirector de Hécula, revista de la Fundación Castillo-Puche de Yecla

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Raoul
Raoul
11 meses hace

Un artículo muy interesante, como interesante y recomendable es Si yo fuera rey, inolvidable película de los años treinta escrita por Preston Sturges y dirigida pir Frank Lloyd, en la que Ronald Colman interpreta a François Villon y Basil Rathbone a Luis XI.

Oscar B
Oscar B
11 meses hace

Este no es el de “A lodging for the night” de Stevenson?

Juan
Juan
11 meses hace

La memoria me lleva a un aula de secundaria en donde un insólito profesor de literatura decidió espantar a sus alumnos, poniéndonos a estudiar este depresivo poema, demasiado lejos de nuestra comprensión adolescente. Hoy me pregunto si no estaría imaginando un sórdido futuro para sus pupilos…

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