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Juan Gabriel Vásquez: «No hay democracia posible sin literatura ni ficción» - Zenda
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Juan Gabriel Vásquez: «No hay democracia posible sin literatura ni ficción»

Es una de las voces más importantes de la literatura contemporánea. Lo ha demostrado en sus novelas y relatos. Y en estos ensayos lo confirma. No hay página de Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973) que no ilumine. Sus libros desprenden esa luz extraña de las cosas que alumbran en la oscuridad.

Es una de las voces más importantes de la literatura contemporánea. Lo ha demostrado en sus novelas y relatos. Y en estos ensayos lo confirma. No hay página de Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973) que no ilumine. Sus libros desprenden esa luz extraña de las cosas que alumbran en la oscuridad. El premio Alfaguara de Novela y finalista del Man Booker Prize International ha publicado La traducción del mundo (Alfaguara), cuatro conferencias que el escritor dictó en la cátedra Weidenfeld de Literatura Europea Comparada de Oxford durante el año 2022.

En ese foro por el que han pasado autores como Mario Vargas Llosa, George Steiner, Umberto Eco, Javier Cercas y Ali Smith, Vásquez ocupa su lugar con lucidez y contundencia. Se pregunta si hay en la ficción literaria una manera de comprender la vida que no pueda encontrarse en ningún otro espacio. ¿Es la literatura el lugar donde el mundo es traducido, interpretado e iluminado? ¿Acaso la ficción tiene una capacidad única para dilucidar las complejidades de la experiencia humana: las propias y las ajenas? La respuesta que ofrece Juan Gabriel Vásquez a estos asuntos es amplia, profunda y compleja.

Si en Los informantes Juan Gabriel Vásquez hundió las teclas de su ordenador en el silencio de quienes encubrieron a los nazis en Colombia, en El ruido de las cosas al caer (Premio Alfaguara de novela, English Pen Award, IMPAC y Gregor Von Rezzori) reflejó la violencia del narcotráfico y en La forma de las ruinas exploró la manera en que la violencia pasa de generación en generación, avanzó en su búsqueda sobre la historia y la memoria en Volver la vista atrás (Alfaguara). Los cuatro ensayos de este libro son el laboratorio de una obra tan rotunda como la solidez del pensamiento que la sostiene.

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—¿La novela, como la democracia, no puede avanzar si no declara su propia crisis?

"Ese delito social que hemos llamado apropiación cultural te prohíbe, si eres un hombre blanco, contar el mundo desde un hombre negro"

—El libro surge, entre muchas otras semillas, de una pregunta por este cuestionamiento que estamos haciendo ahora en nuestras sociedades acerca del derecho que tiene un narrador cualquiera de contar el mundo desde el punto de vista de quien no es. Ese delito social que hemos llamado «apropiación cultural» te prohíbe, si eres un hombre blanco, contar el mundo desde un hombre negro; o si eres un hombre que no es judío, contar el mundo desde el punto de vista de alguien que sí lo es. Es preocupante, porque supone un cuestionamiento del gran logro político de la ficción moderna y que yo identifico con el momento del Lazarillo de Tormes.

—¿En qué sentido? ¿Qué relación hay con el Lazarillo?

—Pues en el hecho de que es un libro que nos invita a interesarnos no solo por la vida de otros, sino por la vida de alguien que no era interesante para las artes en ese momento. Fue necesario fingir un documento real, inventarse un género, porque en las artes literarias de aquel tiempo no que tenían que ocuparse de gente sin importancia ni peso social. Y eso me parece que es una conquista.

—Un escritor ha de ser consciente del lugar que ocupa. Debe hacerse preguntas sobre su tiempo, dice. ¿Está desactivado el peligro de la escritura militante del Boom?

"Como novelista latinoamericano me interesa ese lugar de oposición que la ficción siempre ha asumido con respecto al poder"

—Vargas Llosa, García Márquez o Fuentes encontraron una manera de que convivieran el intelectual, el ciudadano y el novelista. Porque cada uno transitaba por caminos distintos. El ciudadano tiene certezas y defiende ideas políticas, pero las novelas son contradictorias y a veces piensan distinto del novelista. Van por lugares mucho más ambiguos y mucho más contradictorios. Yo creo que ninguno de los autores que mencioné violaron ese principio, que para mí es clave. Cuando una novela se vuelve una tesis, como el libro de El libro de Manuel, de Cortázar, ahí el fracaso artístico se evidencia. Creo que son accidentes y que demuestran, entre otras cosas, la dificultad de mantener esas dos cabezas distintas. Como novelista latinoamericano me interesa ese lugar de oposición que la ficción siempre ha asumido con respecto al poder.

—Cambia según el lugar, ¿no cree?

—El poder en Latinoamérica siempre ha sido la voluntad y en muchos casos la capacidad de imponer una historia, de imponer una versión del pasado. Y la novela latinoamericana con frecuencia ha sido el lugar donde contradecimos la versión oficial, contradecimos las versiones que se intentan imponer desde el estorbo oficial o desde el poder político o del poder religioso. Eso ha sido para mí siempre uno de los grandes papeles que ha jugado la literatura de imaginación en Latinoamérica y creo que se aplica, se aplica a otros lugares de conflicto. El poder político es a grandes rasgos la capacidad de imponer una historia a la sociedad. Y la literatura con mucha frecuencia ha sido ese lugar donde decimos no, las cosas van por otro lado

—¿En algún momento se ha sentido limitado por ese poder?

"No me ha llegado el momento de sentirme interpelado, porque mis narradores suelen ser gente que se parece a mí"

—No me ha llegado el momento de sentirme interpelado, porque mis narradores suelen ser gente que se parece a mí. Pero sí lo he visto en mi paisaje cultural, y lo he visto en la sociedad en la que me muevo, y he visto a una extraordinaria fotógrafa norteamericana, blanca, preocupadísima porque va a publicar un libro sobre los lugares donde han muerto personas negras a manos de la policía y se preocupa de ser acusada, porque pueden acusarla de no tener derecho de explorar estas cosas. Y he visto a una traductora holandesa blanca tener que rechazar la traducción de un poema de una mujer negra norteamericana por el hecho de no ser negra.

—¿Cuál ha podido ser el detonante de esta ola identitaria e inquisidora?

—No es algo nuevo. A William Styron ya lo criticaron cuando escribió Las confesiones de Nat Turner. Pero sí creo que ahora esta conversación toma mucho más espacio y condena muchas cosas que para mí forman parte de los grandes privilegios y los grandes logros de la ficción. El reclamo identitario que viene de lugares muy loables y de causas muy justas corre el riesgo de trazar fronteras entre los seres humanos que son no solo terriblemente contraproducentes, sino que pueden incluso castrar nuestra capacidad para la empatía y para la solidaridad.

—¿El escritor está condenado por su punto de vista?

"Las ficciones nos permiten acceso a lugares oscuros, contradictorios y difíciles de lo que son los otros y que acaba siendo parte de nosotros mismos"

—Hace unos días me encontré una entrevista de Harold Bloom en la que decía que si los seres humanos viviéramos 150 años, la ficción tal vez no sería necesaria. Tendríamos tiempo de conocer a gente suficiente o de conocer mejor a los que conocemos y así saciar esa sed de experiencia que tenemos. Como tenemos vidas cortas, y como esas vidas además son una sola, la frustración que sentimos es demasiada y necesitamos las ficciones, porque es la única manera que hemos inventado de asomarnos a las vidas de los otros, de vivir vidas distintas, de enriquecer nuestro conocimiento de las vidas ajenas, incluso la nuestra propia.

—Estas conferencias no se limitan a lo literario. ¿Una reflexión moral, política acaso filosófica de la literatura?

—Lo que traté de explorar en este libro es… el lugar que ocupa la ficción en nuestro mundo político y nuestro mundo moral, principalmente. Nuestro mundo moral porque, digamos, hay un tipo de conocimiento sobre los otros seres humanos que ha sido siempre. Madame de Stael dijo comprender la reticencia que causaban las ficciones porque revelan cosas que no deberíamos conocer sobre nosotros y que sólo deberían ser conocidas de Dios. Las ficciones nos permiten acceso a lugares oscuros, contradictorios y difíciles de lo que son los otros y que acaba siendo parte de nosotros mismos. Eso es un riesgo.

—Convivimos durante 500 páginas con Raskolnikov y corremos el riesgo de justificar el crimen.

"Políticamente la ficción, sin literatura, es una de las maneras más precisas que hemos logrado para ver el mundo desde el lugar de otro"

—Exacto, porque lo entendemos. Ese es uno de los grandes riesgos morales de la ficción: entender lo que socialmente es peligroso, lo que socialmente es dañino. Y luego está el asunto político. Políticamente la ficción, sin literatura, es una de las maneras más precisas que hemos logrado para ver el mundo desde el lugar de otro. Y sin esto no hay democracia posible porque no hay cooperación posible. Jaron Lanier, el pionero de internet en los años 90, escribió hace poco un cuestionamiento muy duro de las redes sociales. Dice que las redes sociales nos están encerrando a cada uno en nuestra propia perspectiva y eliminando la posibilidad de ver el mundo desde la perspectiva de otro.

—¿Se ha vuelto hiperbólico el mundo? ¿Se venden mejor los relatos altisonantes que la propia ficción?

—En este libro intenté, muy conscientemente, no dar sermones, no asumir el papel de una especie de Casandra, pero sí creo que hay una transformación radical en la manera como las redes han afectado nuestra percepción del mundo, por razones que están ligadas a su funcionamiento. Está comprobado que las declaraciones hiperbólicas o polarizadoras, cuanto más violentas y más chocantes, esas declaraciones tienen más éxito y van más lejos en las redes sociales. La mesura, la declaración parsimoniosa o meditada no tiene ninguna fuerza. Por manera como están diseñadas, las redes sociales tienden a excitar nuestros peores lados. Es lo que pasa con Twitter, son lugares de enjuiciamiento constante. Los usuarios constantemente  condenan o absuelven, vamos con el dedo así, estirado para señalar y juzgar, es un comportamiento predominante, y para mí la ley de las redes sociales es una ley de las redes sociales. La literatura, la ficción, es diametralmente opuesta, la ficción es ese espacio donde dejamos de juzgar, es ese espacio donde, como dice Milan Kundera, en alguna parte suspendemos el juicio moral, y más bien tratamos de entender, ahora bien, entender necesita tiempo, necesita dedicación, y necesita concentración en la vida de alguien más, y esto es lo contrario de las redes sociales.

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Karina Sainz Borgo

Periodista y escritora. Siente debilidad por los paquidermos, Fante y Flaubert y cree, firmemente, en la resurrección futbolística de Guti. Trabaja en ABC. @karinasainz · mypublicinbox.com/karinasainz Ha publicado las novelas 'La hija de la española' (Lumen) y 'El tercer país' (Lumen), así como 'Crónicas barbitúricas' (Círculo de Tiza) y más recientemente 'El doctor Schubert' (Lumen). Su obra ha sido traducida en más de 30 idiomas.

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