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El valle de la muerte - Zenda
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El valle de la muerte

Cuando aconteció el duelo a pistola entre el coronel Warburton y el príncipe de Gales no faltaron comentarios que aseguraban con rotundidad que aquello más que un duelo había sido un suicidio provocado. A los pocos días del hecho, Mycroft se presentó en Baker Street tratando de obtener alguna información y Holmes le dio su...

Cuando aconteció el duelo a pistola entre el coronel Warburton y el príncipe de Gales no faltaron comentarios que aseguraban con rotundidad que aquello más que un duelo había sido un suicidio provocado. A los pocos días del hecho, Mycroft se presentó en Baker Street tratando de obtener alguna información y Holmes le dio su sincero parecer. Todo ello teniendo en cuenta que la celebración de duelos, a pesar de ser un suceso bastante corriente, estaba prohibida. El detective que vio venir a su hermano desde lejos se atrincheró en el razonamiento de que tanto él como Watson no pudieron negarse a oficiar de padrinos porque las órdenes venían de arriba y el detective realizó un gesto con la mano señalando al techo, y añadió: «Lo que Warburton buscaba era una muerte digna». «Pues para eso que se hubiera apuntado en las listas de “El valle de la muerte” —respondió su hermano—, un caballero de su categoría no hubiera tenido ninguna dificultad en hallar una plaza de privilegio en la legendaria Carga. ¿O acaso ignoras que todo está previsto en este bendito país en el que vivimos?»

Holmes puso cara de asombro y se dispuso a escuchar las forzadas explicaciones de su hermano: «¿De qué me estás hablando?, ¿qué Carga?» —preguntó incrédulo.

"Todo está perfectamente supervisado por ambos gobiernos, aunque por pura lógica no es una cosa que se pueda publicar en la prensa. Existe un alto grado de compromiso para guardar el más absoluto secreto."

—No me creo, Sherlock, que ignores que todos los años se celebra en Balaclava una pequeña réplica de la famosa Carga de la Brigada Ligera en la que pueden participar todos aquellos soldados rusos y británicos a quienes se les concede la correspondiente autorización. El tribunal es muy exigente y tiene en consideración los servicios prestados a la Patria a lo largo de toda la vida y el grado de enfermedad que padecen. Todo está perfectamente supervisado por ambos gobiernos, aunque por pura lógica no es una cosa que se pueda publicar en la prensa. Existe un alto grado de compromiso para guardar el más absoluto secreto sobre el particular, pero yo creí que tú estabas al tanto. ¿Y usted, Watson, tampoco sabía nada de nuestra gloriosa “Nueva Carga”?

Yo negué estar al corriente de algo que, sin conocer en detalle, presuponía una barbaridad y además auspiciada por altas instituciones del Gobierno.

—De manera —exclamó Mycroft— que tengo junto a mí a dos de los caballeros a quienes se les supone los mejor informados de Inglaterra y ambos ignoran que existe una especie de eutanasia pasiva en los dos Imperios.

Esta vez es cuando Holmes y yo pusimos cara de verdadero asombro.

"Los rusos emplazan una batería de la 16.º Brigada de Artilleros y empiezan a disparar sus cañones de 12 libras contra la “Nueva Brigada Ligera” hasta que no queda un británico vivo."

—Pues escuchen los dos y tomen buena nota para que acciones como la de la otra noche no se repitan más que en casos muy excepcionales. En lo sucesivo quienes quieran morir con honor, y por muy graves y comprobados motivos de penosa enfermedad, deben apuntarse en el banderín de enganche de la “Nueva Carga”, sólo hay que llenar un cuestionario y aportar un certificado firmado por tres médicos, uno de ellos debe pertenecer al consejo de la Reina. Después se hace preciso saber si caminan en silla de ruedas o si todavía, a pesar de sus graves minusvalías y de los fuertes dolores que padezcan, pueden montar en caballos poco fogosos y formar el contingente de lanceros. Con posterioridad se toca la trompeta auténtica que presta para el evento el Museo Nacional del Ejército en Chelsea, con la famosa inscripción: “Obsequio del coronel del 17.º de Lanceros…” y por fin se inicia un tímido trote hacia las posiciones rusas, pero a medida que van avanzando el trote se convierte en galope y milagrosamente todo el contingente adquiere una movilidad y un entusiasmo guerrero admirables. Todos van a morir con honor y fuera de la cama.

Holmes y yo seguimos escuchando a Mycroft con enorme interés y él siguió hablando:

—En las colinas Fedioukine, al otro lado del valle, junto a los montes Causeway, los rusos emplazan una batería de la 16.º Brigada de Artilleros y empiezan a disparar sus cañones de 12 libras contra la “Nueva Brigada Ligera” hasta que no queda un británico vivo. Sólo se salvan los dos perros mascotas, que sustituyen a Jemmy y a Boxer, que antes de que empiece el fuego artillero han sido puestos convenientemente a salvo.

—¿Y sólo mueren nuestros ancianos decrépitos? —pregunté yo algo indignado.

—Querido amigo Watson, al tercer disparo todo está preparado para que revienten los cañones rusos. Al final no queda títere con cabeza, pero todos los muertos pasan a engrosar una lista de honores que engrandece ambos Imperios.

Dicho esto, Mycroft hizo mutis y realizó una gloriosa salida de la sala de estar y Holmes y yo nos quedamos pensativos. De improviso, el detective se incorporó con brusquedad de su sillón y me señaló el calendario que colgaba de la pared: «1 de abril» (April fools joke, día de las bromas en Inglaterra) y exclamó: «¡Maldición! Todos los años nos la prepara». «Quién sabe» —respondí yo pensativo.

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Javier Casis

Javier Casis nació en Logroño (La Rioja en 1941). Ha desempeñado diversos cargos en la Administración, la empresa pública y la privada. Es un apasionado de las librerías de viejo y de la literatura fantástica, sobre todo de la británica. Ha escrito cinco libros de relatos y cinco novelas, cuatro de ellas relacionadas con el mundo de Sherlock Holmes. javiercasis.hostei.com

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Ricarrob
Ricarrob
1 año hace

Deseando leerla. No sé por qué la reseña me ha recordado «La tabla de Flandes», esa novela detectivesca, insuperable, que he leído incontables veces. Quizás don Arturo ha vuelto, si es que volver es posible, a esa senda.

Ecaminemosnos pues a navegar en esta nueva aventura.

Juan Manuel Santos González
Juan Manuel Santos González
1 año hace

¿Y no se podría haber evitado el anglicismo calcado del título del artículo? Es que no se trata de un tributo, sino de un homenaje, creo yo. No esperaba que la página de Zenda cayese también en esta contaminación.

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