Apreciado James Bond:
Bien pensado, creo que sí que te puedo llamar “querido”, “querido James”, por tanto como me has dado, me has aportado, me has acompañado. No eres especialmente sentimental, pero yo sí que te noto próximo, y sí, de algún modo, te tengo cariño, un cariño entre artístico, cinematográfico y personal, también personal, porque para mí eres una persona de lo más real. Real y auténtica.
Podría decirse que tus películas son la misma pero también son sabiamente diferentes. Y yo encuentro que esa sabiduría la saben interpretar todos los directores, actores y técnicos que están detrás de ellas. Hace años pensaba que tus películas eran muy comerciales, y no les daba mucho valor. Pero con el tiempo he cambiado de opinión, de sentir; he cambiado mucho, en general. Supongo que habré cambiado también en otros aspectos, en muchos otros, no sólo en este asunto que nos concierne más directamente. Ahora valoro mucho más tus películas, como obras de arte cinematográfico y como relatos de aventuras, con sus buenas dosis de humor y de amor. La verdad es que tus películas tienen buenas dosis de muchas cosas; quizá por eso nos nutren tanto. Estos días me ha dado por pensar que hoy en día Don Quijote quizá habría enloquecido creyéndose James Bond, y no un caballero andante, pero no sé si esta idea ya se le habrá ocurrido a alguien. Probablemente sí.
Creo que no es nada fácil hacer una película de James Bond, aparte del dinero que hay que meter en ellas. No es nada fácil, por supuesto no es fácil interpretarlas; lo que hacía Sean Connery no es tan sencillo, así como lo que luego hicieron sus sucesores, por ejemplo Timothy Dalton, Pierce Brosnan y Daniel Craig. Yo creo que todo el hacer una película de Bond es complicado.
Ya efectivamente elegir al actor me parece difícil, y a más de uno he tardado de cogerle el gusto, digamos, pero al final a todos los he he aceptado, incluso disfrutado. Cada uno de los actores ha dado a tu papel un toque diferente, han contagiado a mi juicio el personaje, le han dado mucho de su personalidad. Así por ejemplo el humor o socarronería de Roger Moore. Incluso Daniel Craig me ha gustado mucho al final. No le veía como James Bond, pero al final logró convencerme. Es mejor así; que los actores vayan siendo diferentes para que el personaje, tú, James Bond, siga siendo el mismo. El mismo y diferente al mismo tiempo.
Tú mismo, tu personalidad, y ese yo inalterable, en parte, y muy otro, parcialmente, tiene mucho que ver, creo yo, con la esencia de tus historias. Ser las mismas siempre y distintas siempre, a lo largo de los años, de las décadas. Hasta hoy.
Me parece que tus películas responden al deseo infantil de escuchar siempre la misma historia, de oírla repetidas veces, muchas veces, porque nos gusta, nos encanta, una y mil veces, sí. Y puede ser un cuento o una película. De hecho, ¿cuántas veces vemos nuestras películas favoritas, o leemos la misma novela o diferentes novelas, que tal vez, en el fondo, en fondo y estilo, se parecen mucho?
Para mí, lo importante, lo más importante de la literatura y del cine es el lector, el espectador. Los libros y las películas son los mismos para todos, pero cada lector es distinto. Y a partir de lo que lee y ve el lector construye, puede ser, otras obras. Puede ser escritor o cineasta, o puede que no. Que sea James Bond ya es más difícil.
Ahora que lo pienso, tengo en ti un amigo, un gran amigo. Como mis libros favoritos, como mis películas favoritas (para mí grandes; tal vez para otros no tan grandes, o sí), me has acompañado en los buenos y en los malos momentos. Seguramente éste en el que ahora te escribo es un momento bastante bueno, bastante tranquilo, aunque tengo muchas carencias. Las carencias son constantes en nuestra vida: lo que ocurre es que con el tiempo cambian, y se vuelven otras carencias: desaparecen unas y aparecen otras.
Pero tú, querido James Bond, como Julio Verne, como Alejandro Dumas, como Tintín… permaneces inalterable. Eres generoso, siempre estás dispuesto a dar todo lo que tienes: evasión, entretenimiento, diversión, inteligencia… Existes porque existe la humanidad, con ese rico bagaje de riquezas y miserias. En el fondo tú, tan ideal, tan guapo, tan fuerte, tan listo, culto y elegante, eres igual que todos nosotros, ahora que me he asomado un poco a tus novelas (leo Operación Trueno, pues conozco mejor tus películas), veo que eres más realista de lo que había podido sospechar.
Lo que ocurre es que engañas a primera vista, por tu fachada, pero luego en realidad eres mucho más sensible y profundo de lo que parece. En algunos momentos de tus películas (recuerdo ahora a Pierce Brosnan, a Daniel Craig, me parece que a Timothy Dalton), sobre todo creo recordar que en escenas con tus amadas, aparece esa persona sensible, tierna, honda. Quizá tendrás que quitarte el smoking, desarmarte, despeinarte un poco para humanizarte un tanto, pero yo creo que todo es eso, pura fachada, una fachada que también es defensa, protección, pues la vida es terrible, o puede serlo. La vida, como decía en un poema memorable Jaime Gil de Biedma, va en serio, y tú no olvidas ni por un instante que va en serio.
No nos podemos relajar mucho, acaso unos minutos, en la película de nuestra vida, unos minutos para amar, para compadecer, para ayudar. Para ser más personas o, mejor dicho, para ser personas. Simplemente.
Tú también lo eres. Aunque en las películas des tantos golpes y mates a gente. Es tu trabajo, me temo, al servicio de tu país, “al servicio de su majestad”, como reza el título de una de tus películas.
Yo he visto muchas ya. Creo que sólo me faltan algunas de las últimas. Me parecen estupendas, en su género, por supuesto, pero el género son ellas mismas: el género Bond. Y el género es todo un espectáculo. Nadie lo negaría. Estas películas han constituido su propio género, y me da la impresión de que hacer una, para un director, para un guionista, para un actor, es como hacer un soneto para un escritor, para un poeta. Vuelvo a decir con esto lo que ya dije: todas son iguales, pero todas son sabiamente diferentes. Y espero que entiendas la frase.
Todos los sonetos son iguales en cuanto sonetos, pero todos ellos son diferentes en cuanto poemas, autónomos, únicos. Cada una de tus películas me da la impresión de que cuenta lo mismo, pero nos entretiene, nos divierte, nos mantiene en vilo como si fuera diferente, totalmente diferente, porque aunque en el fondo ya sabemos lo que va a pasar, no sabemos cómo va a pasar, y cómo va a pasar en este contexto, con estos personajes, con esa historia determinada. El malo es otra cara del mal, pero el mal es el mismo, y todos los malos de tus películas se parecen mucho. Tú también eres el mismo, pero yo encuentro matices en ti mismo, incluso cuando tu papel es interpretado por el mismo actor. Puede cambiar la edad del actor, y esto ya dice mucho, como Sean Connery en Diamantes para la eternidad, o Nunca digas nunca jamás. O Roger Moore en Panorama para matar, una de tus películas que más me gustan. Pero me da la impresión de que tú no tienes edad, lo que se dice edad, sino que te mueves en la eternidad. Puede que te aparezcan arrugas, pero desaparecerán con el tiempo, por “exigencias del guión”. Eres inmortal como esta humilde carta, que sólo por ser escrita ya lo será, siempre que unos ojos la lean en el futuro, próximo, muy próximo, o lejano, muy lejano.
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