Gabriel Noguera ha publicado siete libros más que yo, que no he publicado ninguno, y tiene 245 seguidores en Twitter menos que yo, que apenas tengo 694. Tiene también un blog desangelado llamado Caramelitos y un canal de YouTube con tres vídeos, dos de los cuales son de hace diecisiete años. Uno de ellos se titula Aparcadoiro y dura ocho segundos. En él aparece Gabriel Noguera, completamente desenfocado y con melena de nazareno, diciendo una única palabra: Aparcadoiro. Aquí hay un drama personal muy profundo. Gabriel Noguera necesita vuestro cariño, chavales.
Puede resultar extraño que una editorial andaluza se llame Maclein y Parker, que suena a agencia de detectives de Los Ángeles, pero así es. Hubo alguien en Dos Hermanas, provincia de Sevilla, que fundó una editorial y por algún motivo pensó que Maclein y Parker tendría más pegada que Jesulín y Marujita. Ese alguien también pensó, tal vez porque no había visitado su canal de YouTube, que sería buena idea publicar a un tipo llamado Gabriel Noguera (o Gabe Walnut, ya que nos ponemos tan californianos). Y aquí sí le tengo que dar la razón: publicar a Gabriel Noguera fue una idea cojonuda.
Mientras esperaba a que la rubia despampanante hiciera acto de presencia, me acodé en la barra de Maclein y Parker y me descargué un fragmento inicial de la novela de Gabriel Noguera, titulada La gente normal. La primera frase decía: La gente normal no sueña con sodomizar a su cuñada de quince años. Me hizo gracia esa frase y me cayó simpático su autor, pero sin más. Iba ya a dejarlo plantado en la barra sin misericordia cuando se me ocurrió pinchar en su foto, y la imagen que apareció en mi pantalla me produjo una honda impresión. Gabriel Noguera salía retratado como un ser desvalido, con una mirada, al mismo tiempo cándida y desencantada, perdida en la lejanía. Era el rostro de un hombre sin porvenir ni esperanza.
—¿A qué me recuerda esta mirada? —me pregunté.
Y entonces lo supe. Era la misma mirada de aquel anuncio de mi infancia contra el abandono animal, la del perro al que sus dueños han dejado tirado en una carretera sin volver la vista atrás. El eslogan de aquella campaña era: Él nunca lo haría. De pronto la imagen del perro abandonado se superpuso al retrato de Gabriel Noguera. Tragué saliva y pestañeé para tratar de contener las lágrimas que ya brotaban sin remedio.
En su bionota, Gabriel Noguera se definía como “autor secreto, tercermundista y sentimental”. Lo de tercermundista, unido a su mirada de perro del anuncio, me movió a tomar una resolución de índole también sentimental: en ese mismo instante decidí apadrinar a Gabriel Noguera.
Estaba muy de moda hace unas décadas apadrinar a un niño del tercer mundo y colocar una foto suya bien a la vista en el salón para dárnoslas de solidarios ante las visitas. En realidad, el apadrinamiento consistía en donar una pequeña suma mensual a una entidad benéfica que supuestamente lo dedicaba a mejorar las condiciones de vida, no de ese niño en particular, sino de toda su aldea. En mi caso, el apadrinamiento de un escritor consistió en algo tan simple como esto: convertirme en su fan absoluto. Todo escritor, para serlo de verdad, necesita tener un lector desconocido (tu madre, por tanto, queda excluida) que te admire ciegamente y se afane en leer cualquier cosa que escribas. Yo aquel día me convertí en el lector incondicional que Gabriel Noguera estaba esperando y me compré de una tacada todos sus libros, repartidos en varias editoriales: la novela La gente normal, el cómic Órbita 76 y el libro de cuentos Historia de la literatura secreta. Me compré incluso, como fan absoluto que soy, otras dos colecciones de relatos que Gabriel Noguera se había autoeditado de forma cutre: Los fracasos tempranos y El tercermundismo literario.
Tan solo me resultó imposible conseguir su primera novela, Fuera de trama, con la que había ganado el Premio Andalucía Joven de Narrativa en 2014, pero el propio Gabriel Noguera, sin que yo se lo hubiera pedido, me sacó de mi aprieto con esta respuesta a un tuit en el que le elogiaba uno de sus libros: Vaya, ¡muchísimas gracias! Le mando un Fuera de trama si quiere, que la editorial me lo descatalogó y tengo aquí muertos de risa un par de centenares.
Le dije a Gabriel Noguera que le agradecía mucho su ofrecimiento, pero que me gustaría pagarle tanto el libro como los gastos de envío, a lo cual me respondió que no me preocupase por nada y que la ley de propiedad intelectual no le permitía vender sus ejemplares ahora que estaban descatalogados. Nótense aquí dos de los rasgos definitorios de Gabriel Noguera: el respeto (me trata de usted) y la honradez (se brinda gustoso a perder dinero por cumplir la ley). Alguien debería decirle a Gabriel Noguera que con honradez y respeto no se va a ningún lado, y menos aún en el mundo literario.
El día en que decidí apadrinar a Gabriel Noguera pensé que, para que el apadrinamiento fuera completo, era necesario colocar una imagen suya en el salón para mostrársela a las visitas, así que me imprimí su foto de escritor abandonado en la autopista, le puse un marco de los chinos y la coloqué en el aparador junto al retrato de Gabriel García Márquez, que me ha acompañado a todos los lugares en los que he vivido desde que me fui a estudiar a Madrid a los dieciocho años. Gabriel García Márquez y Gabriel Noguera: mis dos Gabrieles.
Con García Márquez, más de una vez ha habido quien ha desplegado las alas de su incultura al preguntarme: ¿Es tu abuelo? Con Gabriel Noguera, el desconcierto es generalizado y la reacción es del tipo: ¿Y este pavo quién es? Este pavo, les explico, es Gabriel Noguera, un escritor tercermundista de Málaga al que he apadrinado. Los visitantes suelen mostrarse conmovidos por mi buen corazón y alaban mi hermosa tarea de amparar a escribidores a la intemperie, así que aprovecho para decirles que ellos también pueden colaborar si así lo desean, y les presento la lista de obras de Gabriel Noguera por si quieren comprar alguno de sus libros. Los invitados, entonces, tuercen el gesto y rezongan: “Bueno, ya si eso”. Después nos sentamos a cenar y, cuando llega el brindis con champán, ya se han olvidado de Gabriel Noguera para siempre. Pero yo no me olvido. Yo a Gabriel Noguera lo llevo siempre en mi corazón.
Tan dentro lo llevo que una tarde, después de hacer el amor, le propuse a mi novia:
—¿Quieres que te lea un cuento de Gabriel Noguera?
Hay quien después de follar acostumbra echarse un pitillo. A mí me da por leer cuentos de Gabriel Noguera.
Mi novia, que me consiente todas mis extravagancias, me dijo que sí, así que tomé uno de los dos volúmenes de cuentos cutreditados, El tercermundismo literario, y elegí al azar el que resultó ser el mejor relato de Gabriel Noguera: Sonia. Se lo leí a mi novia y nos partimos de risa. Este fue y este será el mayor triunfo literario de Gabriel Noguera: que yo le leyera a mi novia uno de sus relatos tras echar un polvazo y que ella, más guapa que nunca después del amor, se riera. Quién le iba a decir a Gabriel Noguera hace diecisiete años, cuando grabó su vídeo de Aparcadoiro, que algún día un cuento suyo serviría de solaz a la mujer más bella del mundo.
Y quién nos iba a decir a todos sus fans —o sea, a mí y a nadie más— que Maclein y Parker no solo no entraría en quiebra tras publicar La gente normal, sino que vendería lo suficiente como para publicarle una segunda novela: Los hiperbóreos. A mí esto de que Gabriel Noguera gane lectores no acaba de gustarme. Que nadie venga a quitarme a mi Gabriel, que yo lo he visto primero.
Los hiperbóreos, fiel a su autor, es una novela de tercermundistas en el primer mundo, de existencias cochambrosas forzadas a un heroísmo sin épica por la supervivencia: Hubo una época en la que tenía tan poco dinero que usaba Tinder para conseguir citas con chicos y así poder comer y cenar gratis dejándome invitar por ellos.
Hay también en esta novela un romanticismo ingenuo expresado, como cantaba Serrat, en palabras de amor sencillas y tiernas:
—Oye, este culo es una puta maravilla de la naturaleza. Una obra de arte. ¿Cuándo lo exponen en el Reina Sofía?
—Adulador.
—Lo digo en serio. Tienes el culo tan duro como un diamante. Solo se podría tallar con otro diamante.
—Para eso tenemos tu polla, ¿no?
—Creo que te quiero.
—No será para tanto.
Y, finalmente, se entona un sentido réquiem por los sueños de juventud que jamás se cumplieron:
—Con quince años o así, estuve a punto de follar con el padre de una compañera de clase. […] ¿Y tú? ¿Cómo fue tu adolescencia?
—Yo me masturbaba pensando en todas las chicas que no querían acostarse conmigo.
—¿Eran muchas?
—Todas.
—Qué tontas.
—¿Te he dicho que te quiero?
—Sí, pero no lo suficiente. Nunca lo es.
Por si no os ha quedado claro, he escrito esta contrafaja solo para poder decirle a Gabriel Noguera cuánto lo quiero. Y le pongo aquí el punto final porque en algún momento hay que acabar, porque por muchos párrafos que le añada no será suficiente. Nunca lo es.
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Autor: Gabriel Noguera. Título: Los hiporbóreos. Editorial: Maclein y Parker. Venta: Todostuslibros
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